Olof Palme frente al monstruo

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Por Marga Ferré, diario digital Público.

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“Europa debe recortar su Estado del bienestar para construir un Estado de guerra”, va y escribe, desatado, un “analista” del Financial Times. Me da hasta pereza el esfuerzo intelectual de contestarle, así que tiro del certero argumento de una intelectual italiana, vinculada a la Confederación General Italiana del Trabajo (CGIL), en su análisis sobre el rearme: “La idea de rearmar Europa para hacer frente a los objetivos de Trump es tan sensata como producir más vino y cerveza para reducir el alcoholismo”.

No hay que parar de repetirlo: los países europeos importan dos tercios del equipo militar de Estados Unidos, así que este aumento del gasto militar es una enorme subvención para el complejo militar-industrial estadounidense. Si pretendían parecer inteligentes, lo están bordando.

La histeria belicista, cuyo objetivo expresa, cristalino, el “analista” de Financial Times, necesita crear un estado de pánico tal ante una amenaza inminente, que estemos dispuestos a cambiar salarios y derechos por armas y misiles. El miedo como motor económico y, lo peor, es que lo están haciendo pasar por una buena idea.

Para crear miedo necesitan un monstruo, un Otro a quien odiar, un enemigo amenazante. Para los portadores del odio belicista, ese Otro ante el que hay que armarse, ese enemigo aterrador (el que sea, terrorismo integrista, los migrantes, Rusia, Irán, China…) abarca un rango la mar de variado y es inusitadamente flexible.

Pensando en la creación de enemigo, aquel a quien temer tanto que hay que armarse hasta los dientes, viene a mi memoria lo que una joven inglesa escribió en su crítica a la modernidad, a través de la metáfora prometeica de la creación de un monstruo y de su profecía autocumplida. Viene al caso, créanme.

La clave del Frankenstein de Mary Shelley no es la creación de un monstruo, sino la conciencia que va tomando la Criatura sobre quién es. Lo expresa mejor Caroline Benedetti (2020): “A medida que los individuos externos asfixian al monstruo, éste entra en una profecía autocumplida: se convierte en lo que otros, y él mismo, creen que es”. Dicho de otro modo, Mary Shelley nos advertía, premonitoria, de que el miedo de la sociedad al monstruo no carece de responsabilidad en su creación.

Olof Palme frente al monstruo

Esa idea del “Otro” como monstruo (que ha sido durante siglos la justificación bélica) fue deconstruida y revertida en 1982 por un socialdemócrata sueco, Olof Palme, cuya propuesta de seguridad común recuperamos hoy siguiendo la tendencia de medio planeta en su búsqueda de alternativas a la orden imperial, vía OTAN, de ceder salarios y derechos para comprarles armas.

La Comisión Palme, a través de su famoso informe, nos mostró que la seguridad es algo que creamos juntos y que las armas no son la respuesta. Lo hicieron a través del concepto de “seguridad común”, la poderosa idea de que las naciones y su población solo pueden sentirse seguras cuando sus contrapartes también se sienten seguras. Una amiga pacifista me recordó que esa misma idea fue patente durante la pandemia: nos sentimos seguros cuando los demás también se sienten seguros.

Para ello, la Comisión Palme planteó tres principios para la seguridad común:

Que todas las naciones tienen derecho a la seguridad

Que la fuerza militar no es un medio legítimo para resolver conflictos

Que hay reducir y limitar las armas para que haya seguridad mutua.

Una idea recogida en la Conferencia de Helsinki cuya acta fue firmada por países europeos, Canadá, EEUU y la URSS, sentando las bases de la Organización para la Seguridad y la Cooperación (OSCE). En el acta se puede colegir si es o no posible otra política de seguridad desde un lenguaje en las antípodas de la histeria militar reinante.

El Acta de Helsinki recoge otro concepto, el de seguridad humana, lanzado por las Naciones Unidas sobre el que se me hace imperativo volver para frenar tanta psicosis brutalista y militar (perdón por la reiteración).

La seguridad humana pone el foco en las personas, no en los Estados. Es un giro de 180º en el concepto de seguridad que amplía la limitada mirada cuartelera, ya estrecha de por sí. Identifica la ONU siete condiciones para que la seguridad humana se produzca: seguridad económica, alimentaría, sanitaria, ambiental, personal, comunitaria y seguridad política; pero, más allá de la enumeración, la fuerza del término viene dada por su premisa: para sentirnos seguros hemos de sentirnos libres del miedo y libres de necesidad (“freedom from want” y “freedom from fear”). Es decir, para dejar de vivir en un mundo inseguro, el camino es garantizar vivir en libertad sobre la ausencia de miedo y necesidades.

Por eso, los llamamientos al miedo son liberticidas.

Y, sin embargo, el mundo se mueve

Fuera de la burbuja de Bruselas y de los palacios de poder hoy reconvertidos en fortalezas, hay un mundo que no compra sus arengas histéricas. La mayoría de los europeos nos hemos tomado a chufla lo del kit de supervivencia y, ante el dislate de que cada país aumente su gasto militar como si eso arreglara algo, otros muchos están rescatando ideas mejores, más útiles y, sin duda más bellas, con las que enfrentar a los de “tenéis que cambiar derechos por armas”.

Entre los cientos de iniciativas en defensa de la paz que hoy estallan por el mundo fuera de nuestro “jardín”, hoy quiero destacar una que me tiene encandilada, de puro disruptiva: la iniciativa Sembrando Vida de la presidenta Claudia Sheinbaum.

El pasado noviembre, durante la Cumbre del G-20, la presidenta de México propuso destinar el 1% del gasto militar al programa de reforestación más grande de la historia. Al presentarlo, defendió que “la propuesta es dejar de sembrar guerras, sembremos paz y sembremos vida” y se preguntaba: “¿Qué está pasando en nuestro mundo que en tan solo dos años el gasto en armas creció casi el triple que la economía mundial?”.

Se respondió (y nos respondió) con una sentencia que se me antoja irrefutable: “Resulta absurdo, sinsentido, que haya más gasto en armas que para atender la pobreza o el cambio climático”.

Así que, ¿quién les parece más razonable, más cargado de futuro, la presidenta de México o el “analista” del Financial Times?

(*) Marga Ferré fue coportavoz federal de Izquierda Unida junto a Alberto Garzón (2016-2019) y ha formado parte de la dirección nacional de esa agrupación.

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