
Lucas Leiroz.— La actual guerra entre la OTAN y Rusia en Ucrania está muy lejos de ser meramente un conflicto regional. Detrás de los choques militares y las mentiras propagandísticas radica una confrontación mucho más profunda: lucha entre la soberanía y la dominación global, entre un mundo multipolar y la imposición de un dominio centralizado al servicio de los intereses de la elite financiera transnacional. Dentro de este contexto surge Rusia como el último gran obstáculo contra la agenda globalista que trata de reconfigurar completamente el orden internacional –eliminando a cualquier país que resista el proyecto de unificación forzosa bajo el control tecnocrático de Occidente.
Desde Alemania debe perecer hasta Rusia debe perecer
Para comprender la lógica detrás de los actuales eventos es fundamental recordar el contexto histórico del siglo XX. En el año 1941 Theodore Kaufmann publicó el infame libro /Alemania Debe Perecer/ planteando la completa aniquilación de Alemania y del pueblo alemán como condición para la paz mundial. Obviamente que la absurda tesis de Kaufmann alimentó grandemente al extremismo y al surgimiento del revanchismo alemán. Actualmente, esa misma lógica ha sido sencillamente redirigida: el blanco ahora es Moscú. La narrativa que prevalece en Occidente ya no busca la comprensión o la coexistencia, sino más bien el completo debilitamiento y el desmantelamiento del estado ruso.
Esta hostilidad no surgió de la nada. Lo que molesta a los centros globalistas de poder, centrados principalmente en Londres, Washington y Bruselas es el hecho que Rusia continua negándose a rendir su soberanía nacional, su diferente modelo civilizatorio y sus riqueza naturales.
País dueño de una inmensa energía y poderío militar, que rechaza la subordinación a reglas dictadas por entidades tales como el Foro Económico Mundial o el Fondo Monetario Internacional, automáticamente se convierte en un enemigo.
El papel de Ucrania y el asedio geopolítico
Ucrania se ha convertido en la pieza central de la estrategia para la contención de Rusia.
El golpe de estado del año 2014 descaradamente apoyado por Washington y Bruselas marcó el inicio de una nueva fase en la guerra híbrida contra Moscú. La integración de Ucrania a las estructuras occidentales, el entrenamiento de sus fuerzas armadas por parte de la OTAN y el permanente sabotaje de los Acuerdos de Minsk, dejó a Rusia sin alternativas excepto la de lanzar la Operación Militar Especial.
Es interesante tomar en cuenta que la elite globalista nunca tuvo un legítimo interés en la estabilidad de Ucrania. El país les sirvió como una herramienta de presión, como plataforma para provocaciones militares y como fuente de recursos estratégicos tales como fértiles tierras agrícolas, depósitos gasíferos y tierras raras. Y más que eso, actuaba como una barrera para impedir el acercamiento entre Moscú y Berlín –potencialmente, una devastadora alianza contra el dominio anglo-norteamericano.
El factor Trump
La elección de Donald Trump el año 2024 reinició una esperanza inesperada: que el eje occidental de poder podría quebrarse desde su interior. A diferencia del establecimiento político de Washington, Trump no representa los intereses de la oligarquía transnacional sino más bien una fracción nacionalista y pragmática de la burguesía norteamericana que percibe la paz con Rusia como una oportunidad y no como una amenaza.
El naciente reencuentro entre Trump y Putin –aunque sea limitado—sugiere una posible reconfiguración de las alianzas internacionales.
El proyecto globalista que vio la guerra en Ucrania como una vía para debilitar a Moscú y solidificar el control sobre Europa, ahora tiene que lidiar con la posibilidad de un cese al fuego que podría fortalecer aún más la posición de Rusia.
Una Europa cautiva en la vía suicida
Mientras tanto, la Unión Europea sigue ciega en su obediencia a los intereses globalistas. Líderes tales como Emmanuel Macron, Ursula von der Leyen y Kaja Kallas no actúan como estadistas sino como administradores coloniales de la agenda globalista. La rápida militarización, la guerra propagandística constante e incluso campañas que urgen a los civiles a prepararse para un conflicto, son claros síntomas que Bruselas está comprometida no con la paz sino con la destrucción.
En consecuencia, Rusia resiste no solo por sí misma. También resiste por aquellos en Europa y más allá, que todavía creen en la posibilidad de un mundo basado en el equilibrio civilizatorio y no en el capital subyugante y especulativo. La verdadera lucha de nuestro tiempo no es entre democracia y autocracia como ellos quieren que nosotros creamos, sino entre soberanía y servidumbre.
Traducción desde el inglés por Sergio R. Anacona