Sinfonismo ruso en concierto

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Las obras de grandes compositores rusos fueron interpretadas bajo la dirección del maestro Igor Corcuera

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El programa evidenció el altísimo nivel técnico de los músicos de la Orquesta. Foto: Embajada de Rusia en Cuba

Oni Acosta Llerena (Granma).— La Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba dedicó un reciente concierto, en la Sala Covarrubias del Teatro Nacional, al festejar los 65 años del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Rusia y Cuba. Con estrecha colaboración entre los ministerios de Relaciones Exteriores y de Cultura, y con la presencia de Victor Koronelli, embajador de la Federación de Rusia, el organismo sinfónico cubano escogió obras representativas de compositores rusos que, ineludiblemente, están ligados no solo a su cultura natal sino al patrimonio musical universal.

En la primera parte fueron interpretadas la conocida Obertura Festiva Op. 96, de Dmitri Shostakovich, así como las Danzas Polovtsianas de la ópera El Príncipe Igor, de Aleksandr Borodin. El director titular de la Orquesta, el maestro Igor Corcuera Cáceres, dotó a la Obertura de una coherente ejecución y una asimilación estilística que fue muy bien asumida por parte de los músicos cubanos, a quienes este repertorio no les resulta distante. En esa obra se mantuvieron los principales motivos sonoros y recursos referenciales con los cuales fue concebida, tales como la grandilocuencia orquestal y el sentido marcial impregnado por Shostakovich.

Acto seguido, en las Danzas pudimos sumergirnos en una lograda aprehensión del folclor ruso, pero con marcados signos de la incipiente vanguardia compositiva de la cual Borodin fue precursor. Es por ello que no puede separarse su obra personal del haber formado parte del Grupo los 5, en el que se encontraba gran parte de los cimientos del incipiente nacionalismo ruso, con nombres como Glinka, Rimsky-Korsakov o Balakirev, a pesar de las diferencias que vendrían en años posteriores.

En esta obra también se puso de relieve el altísimo nivel técnico de nuestros músicos, y sobresalieron los más mínimos detalles referentes a la dinámica, desde el pianíssimo más susurrante hasta el forte más estridente; logrando una atmósfera extraordinaria que iba sucediéndose de manera vertiginosa, con transiciones y giros súbitos de grandes dificultades para los ejecutantes.

Una especial aproximación tuvo la Suite de Mascarada, escrita en 1941 por Aram Khachaturian como música incidental para una producción teatral, y de la cual el autor extrajo, en 1944, cinco movimientos para componer una suite sinfónica, a los cuales tituló Vals, Nocturno, Mazurca, Romance y Galope.

Aquí, el sentido melancólico y místico de la obra, junto a una imaginada línea de narración progresiva (casi lo mismo sucede con Espartaco, del propio autor) nos dan la medida de una pieza con un profundo carácter descriptivo en lo musical, lo que conduce a la audiencia por interesantísimos senderos. Aplausos especiales para el maestro y concertino Leonardo Pérez Baster, por su impecable solo en la obra, lleno de lirismo y fuerza interpretativa.

Como epílogo fue ejecutada la siempre impresionante Marcha Eslava en Si b menor Op. 31, de Tchaikovsky, una de las obras más telúricas de su producción musical. Su sentido épico, la solemnidad, la marcha fúnebre y la magnificación sonora de una contienda bélica, conforman sus más reconocidos atributos que, en franca concordancia con el universo del compositor ruso, fueron

inherentes a sus convicciones políticas. La ejecución recibió una fortísima ovación más que merecida; el resultado del esfuerzo colectivo evidencia, una vez más, la calidad de nuestra Sinfónica Nacional.

Fuente: granma.cu

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