Eduardo Uvedoble (Unidad y Lucha).— Recientemente el gobierno ha publicado el proyecto de ley para la reducción de la jornada laboral. Tras meses de dimes y diretes, de anuncios, declaraciones, réplicas y contrarréplicas entre Yolanda Díaz, sindicatos y patronal, finalmente comienza su trámite parlamentario la reducción a 37 horas y media acordada por el gobierno y los sindicatos. La patronal, que rechaza la medida, jugará sus bazas con sus representantes en el parlamento (si es que no lo son todos en el fondo), y una vez más, seremos testigos de las ofertas y contraofertas, de las grandes declamaciones, de los objetivos máximos y mínimos de la izquierda, la ultraizquierda, la mayoría social, el bloque progresista, el de la investidura y hasta de la España vaciada, y cómo no, de los extraños compañeros de viaje que el parlamentarismo entraña, quién sabe si no veremos también algún voto confundido.
Todo normal, a fin de cuentas el parlamentarismo consiste en negociar con todos los partidos, el diálogo social consiste en conciliar los intereses de clase, y el gobierno más progresista de la historia consiste en hacer políticas que sirven para mejorar la vida de la gente, no? ¿No es acaso este proyecto de ley, con todo lo ya mencionado, la mejor demostración de la vocación social y progresista del gobierno? ¿no se está demostrando aquí que el gobierno está dispuesto a ir a por la justicia social le guste o no a la patronal?…. O no, o tal vez sea solo eso, la apariencia de algo, un titular bien buscado, un buen eslogan, algo que argumentar en campaña, una coartada con la que disculpar a un gobierno que, en efecto, dispone de las cifras, de los buenos datos de empleo, de las subidas del salario mínimo, del escudo social, de la ley de vivienda, etc,, pero que sin embargo, algo falla, porque nada de eso se vive en lo concreto. La contratación es alta, pero como lo es también la precariedad y la jornada parcial, los salarios han subido, como también la carestía de la vida, y de la ley de vivienda qué decir, está muy bien porque, además de quedarse en lo superficial, es de aplicación voluntaria. En fin, nos dirán que menos es nada, que si fuera un gobierno de la derecha, con sus políticas de austeridad, todo sería mucho peor, pero siendo así, entonces resulta que el gobierno más progresista lo es dentro de las posibilidades del capitalismo, es decir, es realmente el gobierno del mal menor.
En la batalla económica, la lucha por las condiciones de trabajo, por el salario, la jornada, los descansos, los días de baja, las cotizaciones, etc, es crucial, ahora bien, es una batalla de reformas tan necesaria como a su vez inconclusa porque el capitalismo en sus límites, cada vez más estrechos, la impide. De ahí la necesidad de transcender lucha económica a la lucha política, a la conquista del poder. Es por eso que la reducción de la jornada laboral no es solo una cuestión de cómputo de horas, no basta con el dato estadístico, forma parte indispensable de la emancipación de la clase obrera, de la recuperación del tiempo enajenado, y solo puede ser desarrollada plenamente en el proceso de dictadura revolucionaria del proletariado, con una concepción del trabajo basada en el productor y orientada al desarrollo del ser humano. Ahí no hay espacio para la conciliación, y menos aún en este bienestar, menguante desde hace décadas, que hoy se diluye en el estado de guerra que impone la crisis irreversible del capitalismo. A la socialdemocracia ya solo le quedan los eslóganes para vendernos el mal menor.