Rafael Mena Brito (Granma).— Aunque el escritor Alfonso Hernández Catá fuese español de nacimiento, tenía más de cubano que muchos de sus contemporáneos, y así lo prueba su linaje materno, pues provenía de una familia de firmes posiciones anticolonialistas, con una activa participación en el ejército mambí.
En cambio, su padre había alcanzado altos grados en el ejército español, y quiso que el hijo naciese en su mismo lugar de origen. Sin embargo, a los tres meses, la familia ya se encontraba de vuelta en Santiago de Cuba, donde residía. No es de extrañar que Alfonso permitiera repetir en distintas obras que había nacido en esa ciudad, la cual afirmó como verdadera cuna.
Hernández Catá, venido al mundo (el 24 de junio de 1885) en el apogeo de las guerras contra el colonialismo español, vivió la disyuntiva de sentirse parte de dos mundos totalmente opuestos; pero, como recordó Juan Marinello, «sirvió a su tierra (…) y siguió desveladamente la peripecia angustiosa y frustrada de la Cuba de su tiempo».
En su adolescencia, fue enviado a estudiar en un colegio militar en España, del que pronto huyó para abrazar la vida bohemia en busca de su pasión: la literatura.
A la Isla regresó en 1905, y dos años después, mientras se publicaba en Madrid su primer libro titulado Cuentos apasionados, adquirió la nacionalidad cubana.
Fruto de su versatilidad literaria, cultivó varios géneros: escribió poemas, obras dramáticas y ensayos, aunque sobresalió en la narrativa, a través de sus cuentos y novelas. Entre estas últimas destacan El ángel de Sodoma (1928), considerada por algunos la primera obra cubana en tratar un tema tabú, sobre todo en aquellos años: la homosexualidad.
Por otra parte, tuvo gran interés en rescatar el legado de nuestro Apóstol, sentimiento que penetró hondo en textos como Mitología de Martí (1929). Colaborador de rotativos republicanos como La Discusión y Diario de la Marina, desarrolló a la par una amplia carrera diplomática en países de Europa y América Latina.
Tras su muerte, el 8 de noviembre de 1940, en un accidente aéreo en Brasil, se instauró en su honor un premio nacional de cuento, con su nombre, y se divulgaron volúmenes con su obra y correspondencia.
Viajero errante entre el modernismo y los rasgos vanguardistas, fue coetáneo de Miguel de Carrión y Carlos Loveira, de la primera generación de escritores republicanos.
Aun cuando muchos quisieron despojarlo de su cubanía –tanto por su lugar de nacimiento como por el carácter transgresor de sus obras–, tales intentos fueron derrotados ante la calidad de los escritos y la obra pública de quien siempre creyó que con la literatura «se puede engendrar un fruto bello y trascendente».
