Burkina Faso: La revolución silenciada

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Descolonización: Política y Cultura

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José Ernesto Nováez Guerrero* (CEPRID).— A diferencia de otras dictaduras militares que han invadido el continente africano, a menudo apoyadas y financiadas por potencias occidentales, los gobiernos de estos países han adoptado un programa de reconstrucción nacional, de recuperación de bienes estatales, a menudo de manos privadas occidentales, y de defensa de la soberanía nacional y de los derechos de sus pueblos.

El caso de Burkina Faso es particularmente interesante. Desde el 30 de septiembre de 2022, tras el golpe de Estado contra el presidente interino Paul-Henri Sandaogo, el joven capitán Ibrahim Traoré gobierna el país. Traoré es uno de los muchos oficiales entrenados en la lucha contra el yihadismo en el norte del país, profundamente desilusionado por la corrupción generalizada y la falta de equipamiento eficaz para las unidades que se enfrentan a los terroristas.

Traoré emergió como un líder con una clara vocación panafricana, fuertemente influenciado por el ejemplo del gran líder revolucionario burkinés Thomas Sankara, quien impulsó en la década de 1980 un ambicioso programa de transformación económica y social de su país, frustrado por su asesinato en 1987 promovido y financiado por Francia.

Durante su mandato de cuatro años, Sankara estableció estrechas relaciones con Cuba, fundando incluso Comités de Defensa de la Revolución en el país, inspirados en la experiencia cubana. Promovió campañas de vacunación masiva contra la polio, la meningitis, la fiebre amarilla y el sarampión.

También promovió la alfabetización, dio pasos importantes hacia el reconocimiento de la igualdad de género y apoyó una fuerte agenda panafricana y antiimperialista.

No es casualidad que tanto Sankara como Traoré provengan de las filas del ejército. Esta es una situación común a muchos países africanos y de otras latitudes. En sociedades tan desorganizadas por la pobreza y el abandono gubernamental, con oportunidades limitadas de acceso a la educación y la cultura, la vida militar a menudo se convierte en una de las pocas opciones para construir un futuro estable.

Dentro de esta institución no sólo se brindan oportunidades educativas, sino que también se expone más abiertamente la estructura de dominación de la sociedad, como instrumento de dominación de clase.

El ejército surge del pueblo, pero a menudo se ve obligado a enfrentarse a él para defender los intereses del capital extranjero o nacional. Y cuanto más pobre y corrupto es el país, más experimentan los militares en primera persona el abandono y el desprecio de sus comandantes y de las élites a las que están subordinados.

Es un terreno fértil para la reacción y, en consecuencia, para la proliferación de militares oportunistas y fanáticos golpistas. Es también un espacio en el que puede madurar una concepción revolucionaria de la sociedad y del país dentro de un sector.

La reaparición del ejemplo de Sankara en la práctica actual del presidente Traoré demuestra la vitalidad de las ideas, incluso cuando son traicionadas y se intenta enterrarlas. Y hoy, como hace cuarenta años, los desafíos de llevar adelante un proyecto soberano de justicia social en África, contra las antiguas potencias coloniales, son inmensos.

Traoré ya ha enfrentado varios intentos de golpe de Estado y amenazas de intervención extranjera. El yihadismo, probablemente fomentado desde el exterior, ha incrementado las hostilidades contra el gobierno, complicando aún más la ya compleja situación de seguridad del país.

A pesar de ello, en sus tres años al mando, Traoré ha alcanzado objetivos concretos que repercuten en la calidad de vida del pueblo burkinés y tienen importantes implicaciones para su futuro. En el frente económico, el PIB del país creció entre 2022 y 2024, pasando de aproximadamente 18.800 millones de dólares en 2022 a 22.100 millones de dólares en 2024.

El gobierno de Burkina Faso ha rechazado préstamos del FMI y del Banco Mundial, cortando explícitamente sus vínculos financieros con Europa y Estados Unidos. También se ha avanzado en la recuperación de recursos nacionales, como el oro, con la creación de una empresa minera estatal y la apertura de la primera refinería de oro del país en noviembre de 2023. Anteriormente, el mineral se exportaba sin refinar, a precios mucho más bajos.

El gobierno también ha invertido en el desarrollo agrícola, distribuyendo más de 400 tractores, 239 cultivadores, 710 motobombas y 714 motocicletas a productores rurales. También se facilitó el acceso a semillas mejoradas y otros insumos agrícolas.

Aunque las cifras todavía son modestas, ha aumentado la producción de cultivos clave, como el tomate, que pasó de 315.000 toneladas en 2022 a 360.000 en 2024, y el mijo, que pasó de 907.000 toneladas en 2022 a 1,1 millones en 2024.

También se han abierto en el país dos plantas procesadoras de tomates, que incluso han lanzado su propia marca de tomates enlatados, y una segunda planta procesadora de algodón.

Se promovieron obras viales, ampliando las carreteras existentes y construyendo otras nuevas, recurriendo para ello, cuando fue posible, a ingenieros burkineses. También está en construcción el nuevo aeropuerto de Uagadugú-Donzin, con una capacidad estimada de un millón de pasajeros al año. También recortó los salarios de los ministros y parlamentarios en un 30% y aumentó los de los empleados públicos en un 50%.

En política exterior, su gobierno ha tomado varias medidas valientes, en un contexto en el que las contradicciones geopolíticas mundiales se están agravando. Con la intención de romper definitivamente con el régimen neocolonial francés, en 2023 expulsó a las fuerzas francesas del país, incluidas aquellas que habían participado en la operación antiterrorista Sabre.

Tras abandonar la Comunidad Económica de Estados de África Occidental, creó, junto con Níger y Malí, la Alianza del Sahel, que incluye varias cláusulas para contribuir al desarrollo y la defensa mutua. En un claro alejamiento de Occidente, ha reforzado los lazos económicos y de seguridad con Rusia, incluido un acuerdo para construir una central nuclear en el país, y con China, país que promueve numerosas inversiones en territorio burkinés.

Aunque algunos de estos resultados pueden ser un poco exagerados, la verdad es que Burkina Faso está experimentando una profunda transformación económica, política y social, con medidas concretas que se traducen en una mejor calidad de vida para su población y una mejor redistribución de la riqueza nacional. Por supuesto, los desafíos que plantea un programa de este tipo son inmensos.

El 3 de abril de 2025, durante la audiencia de las Fuerzas Armadas del Senado, el comandante general de AFRICOM, Michael Langley, acusó al régimen de Burkina Faso de ser sobornado por China y de utilizar “ sus reservas de oro para proteger al régimen de la junta ”, lo que podría abrir la puerta a futuras acciones de Washington contra el gobierno de Burkina Faso.

El peligro más inmediato hoy, como ya se ha mencionado, proviene del aumento exponencial de la actividad de los grupos yihadistas en el país.

Como tantas otras transformaciones revolucionarias del pasado, lo que ocurre en Burkina Faso está cubierto por un velo de silencio y difamación por parte de las grandes potencias occidentales, que sin duda se preparan para aplicar a Ibrahim Traoré la misma solución que aplicaron a Sankara.

Romper este velo de silencio es un deber fundamental de solidaridad para todos los revolucionarios. No olvidemos hablar de Burkina Faso y del inmenso trabajo de transformación emprendido por su pueblo.

En una época en que el capitalismo aspira a presentar las revoluciones como reliquias del pasado, juicios como éste continúan recordándonos la importancia de la tarea revolucionaria.

Más de un siglo después, la cadena imperialista continúa rompiéndose en sus eslabones más débiles.

* José Ernesto Nováez Guerrero es escritor y periodista cubano. Miembro de la Asociación Hermanos Saíz (AHS). Coordinador del capítulo cubano de la Red en Defensa de la Humanidad. Rector de la Universidad de las Artes

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