George Sandys, poeta inglés del siglo XVII, describía Palestina de la manera siguiente: “Una tierra por donde mana la leche y la miel; de alguna manera situada en el centro del mundo habitable, bajo un clima atemperado; rodeada de montañas extraordinarias y de lujuriosos valles; de rocas por donde se filtran las deliciosas aguas; una naturaleza llena de dones y de maravillas a contemplar”.
Estas descripciones entusiastas se sucedieron a lo largo de los siglos XVIII Y XIX tanto en la literatura como en los relatos de los aventureros europeos en visitas a Oriente Próximo. Una belleza natural atesorada por un pueblo palestino en su mayoría fiel a tres religiones monoteístas: musulmana, cristiana y judía, que convivían sin graves problemas hasta la creación unilateral de lo que hoy es el Estado judío de Israel y la expulsión de 750.000 palestinos/as de su propia tierra en 1948. Suceso histórico conocido como La Nakba (La catástrofe). Pero retrocedamos en el tiempo para comprobar cómo aquella decisión política unilateral, apoyada y financiada por el sionismo internacional con el beneplácito de las principales potencias mundiales, fue el origen del horrible drama que sufre a día de hoy el pueblo palestino. Causa igualmente de numerosas batallas y enfrentamientos sangrientos entre árabes y judíos, también en los años anteriores a la mencionada catástrofe. Sin necesidad de volver a la época prehistórica (hace unos 44.000 años), es decir, cuando los primeros hombres de origen africano y asiático migraron por los territorios del actual Oriente Medio, hay que saber que esta tierra, situada entre el rio Jordán y el mar Mediterráneo (la Palestina que reivindican y por la que han luchado, y luchan, toda la Resistencia palestina y la mayoría de su pueblo) fue una de las primeras zonas pobladas del mundo antiguo. Dato histórico que descalifica por completo el slogan con el que los sionistas han tratado de justificar siempre la ocupación de Palestina: “una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”.
Declaración de Balfour
Sin embargo, esa tierra, conocida además como la Palestina histórica, tenía un pueblo ancestral: el pueblo palestino. Uno de los pueblos semitas del Levante mediterráneo que fue sometido durante cuatro siglos, en concreto desde el siglo XVI hasta principios del siglo XX, al dominio del poderoso Imperio Otomano. Un tiempo, por extraño que parezca, caracterizado por un periodo de relativa tranquilidad y convivencia entre las tres religiones monoteístas antes aludidas. Calma relativa mantenida hasta que con el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914, la posterior victoria aliada en 1918 y el consecuente derrumbe del Imperio Otomano, se procedió al reparto entre Francia y Gran Bretaña de los territorios otomanos de Oriente Medio. De ese modo, y gracias al Acuerdo Sykes-Picot, acuerdo secreto firmando en mayo de 1916 entre Francia y Gran Bretaña, el país galo pasó a dominar el Líbano y Siria, mientras que el Reino Unido ocupó Jordania, Irak y Palestina. Sentando así las bases que conducirían con el paso del tiempo a la configuración política actual de la región. Una ocupación, en lo referente al territorio de Palestina, que no sólo se agravó con el inicio de la colonización inglesa, sino por el apoyo que los británicos dieron al movimiento sionista internacional, materializado éste con la Declaración de Balfour en 1917. Una Declaración a través de la cual los ingleses se comprometían a construir “un hogar nacional judío en Palestina”. “Un hogar nacional judío en Palestina, no que Palestina se convierta en un hogar nacional judío”, precisaba cínicamente en 1922 el anticomunista y defensor del sionismo internacional, Wiston Churchill. Además, dicha Declaración, rubricada unos días antes del estallido de la Revolución de Octubre, apenas escondía las intenciones insidiosas, tanto de Gran Bretaña como del sionismo, de que ese incipiente “hogar nacional judío” (germen del futuro Estado judío) representara asimismo “una muralla frente a la extensión del bolchevismo en la zona”. Reflejando de esa manera el componente clasista de la iniciativa colonialista.
Mandato británico
Con el Mandato británico de Palestina (1922-1948), administración territorial encomendada por la Sociedad de Naciones al Reino Unido en Oriente Medio tras la Primera Guerra Mundial, se confirmaban todos los temores manifestados por el mundo árabe, y en particular por el pueblo palestino respecto al futuro de su tierra. Un periodo de tiempo durante el cual, pese a mejorar las condiciones de vida en general, no cesaron los disturbios y enfrentamientos entre árabes y judíos, como, por ejemplo, en la Gran Revuelta Palestina, también conocida como la Revolución Palestina de 1936-39. Todos ellos motivados por la sostenida y masiva inmigración judía procedente sobre todo de Europa. Lo que claramente iba cambiando la configuración sociológica y cultural del territorio administrado. Con el fin del Mandato británico y la decisión de la Asamblea General de la ONU de dividir Palestina en dos Estados, uno árabe y otro judío, los dados estaban echados. El Estado judío nacía unilateralmente en 1948 apoyado militar y financieramente por el imperialismo anglosajón conocedor de la importancia económica y estratégica de la región. El estado árabe aún se hace esperar. Todo se organizó desde aquel momento para posibilitar al llamado pueblo judío usurpar, al precio que fuera y en el tiempo que fuese necesario, una tierra que no les pertenecía ni pertenece. Una tierra en la que en los años anteriores a La Nakba llegó a tener una población total de 1.912.112 habitantes, de los cuales 600.000 eran judíos. El resto de dicha población era autóctona: musulmanes sunitas, chiitas, druzos y minorías cristianas. Todos hablaban el árabe y se consideraban árabes. El 65% de estos árabes palestinos eran agricultores y residían en más de 500 ciudades. También existía una burguesía compartida entre las profesiones liberales, los intelectuales y las bases de una industria moderna, y estaba animada de una conciencia nacional muy desarrollada.
Palestina será
Hasta aquí una sucinta descripción de un territorio (Palestina) y de un pueblo a los que se les impidió desarrollarse y vivir en paz ya en los años que comentamos en este reportaje. Por voluntad política de buena parte de la comunidad internacional, y porque el plan sionista comportaba, y comporta, la transformación de Palestina en “Eretz-Israel”, el gendarme de Oriente Medio. ¿Cómo extrañarse en esas circunstancias de la heroica e inagotable lucha de toda la Resistencia palestina por recuperar lo que le es de justicia: su tierra que se extiende desde el río Jordán hasta el mar Mediterráneo? ¿Cómo no sentirnos, en tanto que clase trabajadora, parte integrante de esta lucha de clases que se manifiesta cada día en los despiadados bombardeos del Imperialismo norteamericano, por Israel interpuesto, contra un pueblo totalmente indefenso? Sin duda ninguna antes y después de La Nakba, Palestina fue, es y será.
José L. Quirante (Unidad y Lucha)