Más de 1.600 manifestaciones han sacudido durante los últimos días las principales ciudades de los Estados Unidos. Unas manifestaciones que apuntan directamente contra la política migratoria completamente criminal y fascista desplegada por el gobierno de Donald Trump.
Una política migratoria caracterizada por las deportaciones masivas y la eliminación de las ayudas destinadas al proletariado migrante con menores recursos económicos, la cual responde a las necesidades del capital estadounidense de reestructurarse para hacer frente a su insostenible decadencia económica.
Las posibilidades de cambios sustanciales en la política estadounidense son, pese a lo masivo de las protestas, imposibles por el momento. Solo un ingenuo creería en el poder transformador del ala izquierda del capital. Las movilizaciones están completamente encauzadas por los estrechos márgenes del pacifismo pequeñoburgués y el paraguas ideológico del Partido Demócrata a través de la organización Public Citizen. Durante estos días ha sido habitual ver a los dirigentes demócratas y a sus lacayos acusar al actual gobierno de fomentar el autoritarismo y negar la democracia. No obstante, habría que preguntar a estos oportunistas cómo se atreven a hablar de democracia cuando se refieren a la potencia más criminal de la historia, la cual somete a sangre y fuego a los pueblos del mundo entero.
Pese a lo anterior, las contradicciones entre el gobierno estadounidense y el proletariado se muestran cada vez más claras. Los sucesivos despliegues de la Guardia Nacional para reprimir las protestas, las acusaciones al gobierno trumpista de ser una dictadura durante las manifestaciones del mes pasado bajo el lema “No Kings” y la unidad del proletariado a nivel internacional frente a las políticas racistas nos enseñan que las costuras del sistema se están resquebrajando.
El capitalismo, en su fase imperialista actual, es un modo de producción que se despliega a escala mundial, barriendo las barreras nacionales en favor de la unidad internacional del capital en su afán por explotar de manera inmisericorde a todos los trabajadores independientemente de su nacionalidad. Mientras que la estructura económica de la sociedad está en manos de los monopolios que controlan el mercado mundial y dirigen el destino del mundo desde organizaciones supranacionales, centralizando hasta la extenuación el capital y, con ello, el poder político, los amos y señores del mundo buscan inocular en el proletariado el veneno del nacionalismo liberal burgués y de la defensa de la cultura nacional.
Solo el marxismo-leninismo puede acabar con quienes tratan de reducir la lucha obrera a los estrechos márgenes de la nación, la cultura nacional y la democracia burguesa. El nacionalismo es hoy, en tiempos de guerra por la hegemonía mundial, un arma en manos de la burguesía para enfrentar y fraccionar a la misma clase de proletarios. Frente a esto, los comunistas debemos insistir en la misión histórica de la clase obrera, que es lograr la unidad de los proletarios del mundo entero para acabar con el capitalismo y avanzar hacia la nueva sociedad comunista.
La política migratoria de los Estados Unidos, ya sea bajo gobierno republicano o demócrata, es una representación brutal del carácter racista, explotador y represivo del imperialismo estadounidense en su fase más decadente. Los constantes discursos xenófobos que se extienden desde Washington hasta Madrid, la criminalización constante de la población migrante y las cacerías organizadas por grupos fascistas no son anomalías, sino expresiones lógicas del orden burgués.
Durante los últimos meses se ha intensificado la militarización de las fronteras, se han promovido los discursos racistas demonizando a los migrantes, se ha separado de manera forzosa a familias y se han llevado a cabo detenciones arbitrarias y deportaciones masivas. Unas políticas que responden a la lógica de acumulación capitalista y a la necesidad de expulsar al excedente de fuerza de trabajo en momento de crisis para salvaguardar por medio de la represión y el fascismo el orden establecido por la burguesía capitalista.
El fascismo a nivel global se organiza y busca dividir a la clase trabajadora alimentando el chovinismo, desviando el descontento de la clase trabajadora hacia los verdaderos responsables de nuestra miseria diaria: la oligarquía financiera, los monopolios y el Estado burgués. El nacionalismo es una herramienta de dominación burguesa que se dispone y propaga para impedir la unidad internacional del proletariado.
«El proletariado consciente tiene su propia bandera, ya probada, y no necesita marchar bajo la bandera de la burguesía» – Iósif Stalin
Madrid, 22 de julio de 2025
SECRETARÍA DE RELACIONES INTERNACIONALES DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA OBRERO ESPAÑOL (PCOE)