Carlos Martínez, Investigador de sociedades socialistas pasadas y futuras, analiza las implicaciones de las ideas autor marxista Domenico Lozurdo.
He estado involucrado en el movimiento marxista en Occidente de una forma u otra desde que era adolescente, pero afortunadamente nunca me he acercado particularmente al marxismo occidental.
La tradición política en la que crecí enfatizaba la importancia de apoyar a los estados socialistas y siempre priorizó la lucha contra el imperialismo, el colonialismo y el racismo. Apoyar a China, a la RPDC, a Cuba, y las luchas de liberación nacional de los pueblos irlandés, palestino, zimbabuense, vietnamita y otros, era parte integral de esa tradición.
Así que, a pesar de ser marxista en Occidente, no he tenido mucho contacto con los académicos marxistas occidentales descritos por Losurdo, ni he tenido que pasar por ese dificilísimo proceso de «desaprendizaje» que muchos otros han tenido que pasar. He leído mucho a Lenin; he leído muy poco a Adorno, Zizek y Perry Anderson.
Sin embargo, el libro de Losurdo me resultó muy esclarecedor y me ayudó a comprender las raíces ideológicas de algunas de las posiciones objetivamente reaccionarias con las que te encuentras constantemente. Porque, si bien el marxismo occidental existe principalmente en una torre de marfil académica, se infiltra en el movimiento por el cambio revolucionario, donde parece encontrar un terreno fértil.
El marxismo se mueve hacia el Este y el Sur
El marxismo es, obviamente, occidental por nacimiento. Después de todo, la primera línea del Manifiesto Comunista dice:
Un espectro recorre Europa: el espectro del comunismo.
El naciente movimiento comunista estaba limitado geográficamente a Europa y América del Norte, y se centraba casi exclusivamente en la clase trabajadora industrial.
Pero desde el principio ha emprendido un viaje hacia el Este y el Sur, incluso en vida del propio Marx.
En primer lugar, el fenómeno del imperialismo, estudiado sistemáticamente por Lenin, pero que Marx y Engels comenzaron a observar en las décadas de 1860 y 1870, expandió el ámbito geográfico de operación del capital. El capitalismo se estaba convirtiendo en un sistema global, y con ello vino la creación de un proletariado —una clase de trabajadores sin propiedad— desde Ciudad de México hasta San Petersburgo y Shanghái.
En segundo lugar, Marx y Engels, a medida que desarrollaba su propio pensamiento, llegaron a comprender el vínculo inextricable entre la lucha de la clase obrera en los países capitalistas y la de las naciones oprimidas contra sus opresores coloniales.
Para Marx y Engels, este viaje intelectual comienza con la cuestión irlandesa. ¡Claro que Irlanda no está ni en el Sur ni en el Este! Pero fue la primera colonia de Inglaterra y sufrió durante siglos un sistema de brutal opresión colonial.
Marx había considerado inicialmente que la revolución socialista en Gran Bretaña traería la liberación nacional a Irlanda. Sin embargo, en 1869, 21 años después de la publicación del Manifiesto Comunista, escribió: «Un estudio más profundo me ha convencido de lo contrario. La clase obrera inglesa nunca logrará nada antes que Irlanda se libre del yugo colonial».
Continuó: «Una nación que oprime a otra forja sus propias cadenas» e instó a sus seguidores a «poner el conflicto entre Inglaterra e Irlanda en primer plano y a alinearse abiertamente con los irlandeses en todas partes». Señaló que «la emancipación nacional de Irlanda no es una cuestión de justicia abstracta ni de sentimiento humanitario, sino la primera condición para la propia emancipación social de la clase trabajadora inglesa».
Hace más de 150 años, los fundadores del socialismo científico ya señalaban la indispensabilidad de la lucha contra la opresión colonial y nacional.
Es importante destacar que esa comprensión también se extendió a la lucha contra la opresión nacional en los núcleos capitalistas. De ahí esa memorable frase del Volumen 1 de El Capital: El trabajador de piel blanca jamás podrá liberarse mientras el trabajador de piel negra esté esclavizado.
El desarrollo del imperialismo se aceleró hacia finales del siglo XIX.
Lenin señaló que la concentración del capital había llegado a un punto en el que los monopolios se desplazaban cada vez más al extranjero en busca de ganancias. Como resultado, una parte cada vez mayor del mundo se incorporaba al sistema capitalista, pero no en igualdad de condiciones. Más bien, se trataba de «un sistema mundial de opresión colonial y de estrangulamiento financiero de la abrumadora mayoría de los pueblos del mundo por un puñado de países ‘avanzados’».
Lenin señala:
“El imperialismo conduce a la anexión, a una mayor opresión nacional y, en consecuencia, también a una mayor resistencia”.
La implicación estratégica de esto es que la clase obrera de los países capitalistas avanzados debe unirse con las amplias masas de los oprimidos de todo el mundo contra su enemigo común: las clases dominantes imperialistas.
Por eso, en el segundo congreso de la Internacional Comunista, en 1920, el lema “Proletarios del mundo, uníos” se actualizó por “Proletarios y pueblos oprimidos de todos los países, uníos”.
Y, volviendo al punto de Marx, que esto no es una cuestión de justicia abstracta ni de sentimiento humanitario: si bien el imperialismo es fuerte, la clase dominante es poderosa y las posibilidades de avance socialista son extremadamente limitadas. La independencia y la soberanía nacional de las naciones oprimidas implican un debilitamiento de la clase dominante y un fortalecimiento de la posición relativa de la clase trabajadora.
Por eso Lenin afirmó en 1921 que «el resultado de la lucha estará determinado por el hecho que Rusia, India, China, etc., representan la abrumadora mayoría de la población mundial… Es esta mayoría la que se ha visto arrastrada a la lucha por la emancipación con extraordinaria rapidez, por lo que… no cabe la menor duda sobre cuál será el resultado final de la lucha mundial. En este sentido, la victoria completa del socialismo está plena y absolutamente asegurada».
Así, podemos decir que hace cien años el marxismo había desarrollado una clara aplicabilidad global, se había transformado de ser un marco liberador para el proletariado industrial de Europa Occidental y América del Norte a ser un marco liberador para los pueblos trabajadores y oprimidos de todo el mundo.
Y con la aplicabilidad global del marxismo, llegó su aplicación global: el éxito de las revoluciones socialistas y de liberación nacional en Rusia, Corea, China, Vietnam, Cuba, Nicaragua, Zimbabue, Mozambique, Guinea-Bissau, Angola y otros lugares. Todas estas experiencias prácticas han contribuido a la expansión y profundización del marxismo.
El marxismo occidental resiste
El marxismo occidental descrito por Losurdo rechaza esencialmente todo este proceso de globalización de la lucha de clases.
En primer lugar, rechaza casi por completo las experiencias del socialismo realmente existente. La corriente marxista occidental se ha distanciado sistemáticamente del proceso de construcción del socialismo real: en la Unión Soviética, en China, en Corea y en otros lugares.
Cuando estos académicos y grupos apoyan un proceso socialista, este apoyo es muy condicional. Por ejemplo, hubo un apoyo bastante amplio a la primera «marea rosa» en América Latina a principios de este siglo, en gran parte porque era una forma de socialismo que se construía dentro de los límites de la democracia burguesa.
Sin embargo, una vez que Estados Unidos intensificó su campaña de desestabilización y propaganda, y una vez que países como Venezuela y Nicaragua se vieron obligados a utilizar la maquinaria represiva del Estado en defensa de sus procesos revolucionarios, el marxismo occidental se desilusionó y retiró su apoyo.
Algunos pensadores marxistas occidentales se inspiraron durante un tiempo en la Revolución Cultural china, con su énfasis extremo en la lucha de clases. Pero cuando el Partido Comunista restó importancia a la lucha de clases interna y encontró un lugar limitado para el capital en su proceso de desarrollo, el marxismo occidental acusó a China como la responsable de la restauración del capitalismo.
Así, en el marxismo occidental siempre encontramos lo que Losurdo llamó «el rechazo dogmático del socialismo realmente existente». Si un proyecto socialista no se asemeja a lo que la gente imagina que deberían ser los proyectos socialistas, se rechazan.
Y esto está estrechamente relacionado, con una minimización del papel de las luchas anticoloniales y antiimperialistas; un rechazo a la idea de que la principal contradicción en el mundo actual es la que existe entre el imperialismo y las naciones oprimidas; un rechazo a las ideas del marxismo de liberación nacional, en un contexto histórico donde la gran mayoría de los experimentos socialistas hasta la fecha han tenido un importante componente de liberación nacional.
En Cuba, China, Corea, Venezuela, Laos, Vietnam, Mozambique y Nicaragua, la lucha por el socialismo ha estado estrechamente ligada a la lucha contra el imperialismo, a la lucha por la soberanía.
¿Por qué el marxismo occidental es así?
El marxismo occidental presenta numerosas tendencias y contradicciones, pero su esencia reside en estos dos rechazos: el del socialismo realmente existente y el de la liberación nacional. Ambos son consecuencia del eurocentrismo y el dogmatismo.
Pero también es importante tener presente que existe una base material clara para una izquierda occidental que minimiza la cuestión nacional. En su introducción a este encuentro, Gabriel y Jennifer mencionan cómo la corriente académica dominante fomenta un marxismo dogmático, eurocéntrico y esencialmente inerte, creando una situación en la que el éxito académico depende en gran medida de adoptar posturas que no amenacen los intereses del imperialismo.
Yo añadiría que esto es un microcosmos de una tendencia que Lenin reconoció hace más de un siglo, según la cual las “altas ganancias monopolísticas para un puñado de países muy ricos” abren “la posibilidad económica de corromper a los estratos superiores del proletariado”, creando una capa privilegiada de la clase trabajadora que se beneficia del imperialismo y que, por tanto, tiene un interés material en su éxito.
Así que yo diría que las distorsiones del marxismo occidental en realidad representan la extensión de esta tendencia de oportunismo y chovinismo social al ámbito académico.
¿Hacia dónde vamos desde aquí?
Ahora bien, es importante reconocer que la corriente marxista occidental ha generado ideas sumamente valiosas y, en muchos casos, ha expandido el marxismo a diversos campos académicos, desde los estudios de género hasta los estudios culturales y muchos más.
Dado que se basa en los países capitalistas avanzados, generalmente aborda los problemas que enfrentan las personas en esos países y, sobre esa base, ha desempeñado un papel valioso en el avance de la comprensión humana.
Pero hay algunas cosas en las que debemos insistir absolutamente si queremos que nuestro movimiento consiga algún progreso real.
En primer lugar, la primacía de la lucha antiimperialista, de la solidaridad con los pueblos que luchan contra nuestras clases dominantes, de desempeñar nuestro papel en un frente unido global contra el imperialismo. Dado que hoy se conmemora el 50.º aniversario de la independencia de Cabo Verde, parece oportuno citar a Amílcar Cabral:
Si, el imperialismo existe y trata simultáneamente de dominar a la clase obrera en todos los países avanzados y sofocar los movimientos de liberación nacional en todos los países subdesarrollados, entonces este es el enemigo contra el cual luchamos.
En segundo lugar, está el liderazgo de los países socialistas. Debería ser obvio que el mundo socialista está a la vanguardia del proyecto de desarrollo del marxismo; que son los estados, movimientos y partidos involucrados en el proceso de construcción del socialismo los que más contribuyen a la comprensión colectiva de la humanidad sobre cómo llevar a cabo la tarea que la historia nos ha encomendado: completar la transición al socialismo mundial.
Como lo expresó Mao Zedong en su ensayo “Sobre la práctica”,
“Si quieres conocimiento, debes participar en la práctica de transformar la realidad. Si quieres conocer el sabor de una pera, debes comértela”.
Y, obviamente, es absolutamente crucial comprender, apoyar y aprender de China, el país socialista más grande y avanzado, que se encuentra en el centro de una multipolaridad emergente. De hecho, a medida que China se desarrolla, deberíamos presentarla cada vez más como un ejemplo de lo que se puede lograr bajo el socialismo.
China simplemente no puede entenderse a través de la lente del marxismo occidental, del purismo y el dogmatismo. A lo largo de más de un siglo de lucha feroz y constante, los líderes chinos han desarrollado una vía socialista que se ajusta a las tradiciones del pueblo chino y a la realidad material en constante cambio que enfrenta.
Fuera de la torre de marfil académica, las cuestiones de si la gente tiene comida, acceso a la atención médica, techo y una buena educación son más importantes que si China tiene multimillonarios o si hay sucursales de Starbucks y KFC en Shanghái. La insistencia de Deng Xiaoping en que «el desarrollo es la única verdad inamovible» y que «la pobreza no es socialismo» puede ser tachada de revisionista o capitulacionista por intelectuales adinerados, pero refleja las necesidades reales del pueblo chino.
Domenico Losurdo por supuesto entendió todo esto.
Sobre la cuestión de la desigualdad en China, Losurdo señaló que el ascenso de China constituye una contribución extraordinaria a la lucha contra la desigualdad a escala global: la desigualdad entre países desarrollados y los países en desarrollo. También señaló que «desigualdad absoluta entre la vida y la muerte», el socialismo chino lo ha abordado con un extraordinario éxito.
China ha eliminado de una vez por todas la desigualdad cualitativa absoluta inherente al hambre y al riesgo de morir de hambre.
Así es como se ve un análisis marxista y dialéctico de la desigualdad en China.
En la cuestión del papel de China en el mundo, el apoyo de China a la soberanía y el desarrollo en África, América Latina, Oriente Medio, el Caribe y el Pacífico es más importante que si la gente piensa que China debería brindar más ayuda y menos comercio, o si debería seguir una política exterior más militante.
Basta decir que el lema “Ni Washington ni Pekín” no se escucha a menudo en Palestina, en Irán, en Venezuela, en Cuba, en Eritrea o en Zimbabwe.
Una vez más, Losurdo lo entendió muy bien, describiendo a China como “el país que más que ningún otro está desafiando la división internacional del trabajo impuesta por el colonialismo y el imperialismo, y promoviendo el fin de la época colonial, un hecho de enorme importancia histórica”.
Cualquier marxista que se niegue a comprender este progresista significado histórico no es, francamente, un marxista.
Así que tenemos un plan de acción. Rechazar el dogmatismo y el purismo, rechazar el eurocentrismo y el chovinismo, y retomar nuestro papel en un frente unido global compuesto por los países socialistas, las naciones oprimidas, la clase trabajadora y las fuerzas progresistas de los países imperialistas. Eso es lo que nos encaminará hacia un futuro socialista.