Generalmente es difícil identificar un punto preciso del inicio de procesos históricos, los cuales pueden ir tomando forma durante décadas. El colapso de la Unión Soviética al fin de los años 1980s es un ejemplo de esta realidad, la cual aplica también al fin del antiguo sistema de relaciones internacionales iniciado en 1945 y el inicio de la nueva era en que el mundo ha entrado. En cambio, sí es posible identificar los momentos claves que marcan los pasos más importantes en esos procesos históricos. Y también es posible caracterizar las variedades de los procesos en marcha que engendran esos momentos decisivos, que pueden ocurrir de una manera rápida sorpresiva, a pesar de haber sido esperados durante mucho tiempo.
La reciente Cumbre en Tianjin de los países miembros y asociados de la Organización de Cooperación de Shanghai junto con el impresionante desfile militar en Beijing es un ejemplo de cómo un solo momento histórico puede a la vez aclarar y ser la culminación de varios procesos económicos, político-militares y político-afectivos. Las afirmaciones de los respectivos dirigentes de los más de 20 países participantes en la Cumbre confirmaron la capacidad económica y la voluntad política de los países más importantes del mundo mayoritario, China, India y Rusia, para poder avanzar sin depender necesariamente de un favorable intercambio comercial y financiero con el Occidente colectivo.
Dos días después de la Cumbre, el tremendo desfile militar sin precedentes en Beijing alertó al Occidente colectivo de los formidables avances en la capacidad defensiva de China. En el contexto de la derrota estratégica del Occidente colectivo en la forma de la OTAN en Ucrania, fue una llamada a la atención imposible a ignorar. En el aspecto político-afectivo, por un lado la Cumbre y el gran desfile en China aclararon el sentir de orgullo, determinación, firmeza y solidez de los países de la OCS. A la vez, fueron una expresión de su exasperación, rechazo, desprecio y desafío ante las amenazas, mentiras, chantajes, medidas unilaterales y agresiones de un Occidente colectivo en crisis e innegable declive.
Los gobiernos norteamericanos y europeos no van a poder seguir actuando de su acostumbrada manera unilateral y arrogante sin pagar un cada vez mayor costo político y económico. El torpe narcisismo occidental y el invariable enfoque de sus avaras élites gobernantes en su propio enriquecimiento han hecho inevitable la disminución de su poder e influencia a nivel internacional. Es fácil trazar el curso de este desenlace desde la disolución de la Unión Soviética al fin de 1991 a la fecha. Los años 1990s ofrecieron varias oportunidades al Occidente colectivo de corregir su errónea interpretación de aquel acontecimiento tan desastroso para el equilibrio de las relaciones internacionales.
En vez de aprovechar esas oportunidades, las élites occidentales replicaron y multiplicaron sus errores y cálculos criminales año tras año. Siempre mantuvieron su apoyo a la ilegal ocupación de Palestina por el genocida régimen sionista y al sádico bloqueo ilegal de Cuba. Promovían constante desestabilización en África. Casi inmediatamente después del fin de la Unión Soviética, alentaron la disolución del antiguo Yugoslavia y usaron la subsiguiente guerra en la región para imponer su dominio económico, político-militar y jurisdiccional. Sería demás repetir el interminable catálogo de intervenciones y agresiones desde Cuba, Haití y Venezuela hasta Corea Democrática, Siria e Irán.
Es suficiente notar las destructivas agresiones militares y sus secuelas contra Serbia en 1999, Irak en 2003, Libia en 2011 y el apoyo occidental a la guerra del régimen nazi en Ucrania contra su propia población rusoparlante después del golpe de estado en Kiev en 2014. Durante más de 30 años, han sido constantes las injerencias y los intentos de cambio de régimen por los gobiernos occidentales en todo el mundo. Todas estas intervenciones han sido decisiones deliberadas de parte de los gobiernos occidentales para perjudicar a los gobiernos y movimientos políticos que defienden la soberanía nacional y los intereses de sus pueblos. Desde el colapso financiero occidental en 2008-2009, las élites gobernantes del Occidente colectivo han ido aplicando elementos de su desastrosa política exterior cada vez más a sus propias poblaciones.
Por ejemplo, para salir de la crisis de 2008-2009, los gobiernos occidentales, al servicio de sus respectivas élites gobernantes, aplicaron una transferencia de riqueza sin precedentes para rescatar la oligarquía financiera del Occidente colectivo de las secuelas de su propia delincuencia. A la vez, aplicaron punitivas medidas antidemocráticas de austeridad económica a sus respectivas poblaciones para poder financiar el rescate y manejar el resultante colapso económico. Hicieron lo mismo durante la crisis económica provocada por las medidas contra el Covid-19 entre 2020 y 2022. El ciclo de crisis y rescate en las economías de los países occidentales se ha agudizado progresivamente durante muchos años.
Ahora la política de represión económica se ha extendido a la represión de la legítima protesta democrática y la libertad de expresión. En Alemania y el Reino Unido la protesta pública pacífica contra el genocidio del pueblo palestino en Gaza por el gobierno israelí es prácticamente prohibida. En Inglaterra hace pocos días se arrestaron más de 400 personas por haber declarado su apoyo a Palestina en una manifestación en Londres. Tampoco es posible en Europa criticar en público el militarismo de los gobiernos europeos contra Rusia sin ser acusado de simpatizar y colaborar con el Presidente Putin. Esta represión de la libertad de expresión es otro aspecto del proceso de la descomposición política y moral de las sociedades occidentales.
En los últimos 15 años, esta descomposición antidemocrática a nivel nacional del Occidente colectivo y sus repetidas agresiones neocoloniales en el exterior, han impulsado e intensificado en el mundo mayoritario el desarrollo correspondiente de procesos autónomos. En verdad, Rusia y China iniciaron el proceso de formar una estructura independiente de protección económica y defensa político-militar en 1996 cuando formaron el llamado Grupo de los Cinco de Shanghai. Un motivo importante de esta iniciativa fue para aumentar la seguridad regional ante grupos terroristas y separatistas operando en Chechenia contra Rusia y en Xinjiang contra China.
Estos grupos separatistas terroristas fueron apoyados ampliamente de manera encubierta por el gobierno norteamericano y sus aliados, igual que habían hecho en los años 1980s contra Afganistán, Angola, Mozambique y Nicaragua. En 2001, el Grupo de Cinco de Shanghai se amplió a la Organización de Cooperación de Shanghai, siempre priorizando el tema de la seguridad regional pero con mayor cooperación en aspectos económicos y culturales. Luego, entre 2008 y 2010, se desarrolló una iniciativa más ambiciosa en su alcance global en la forma del grupo BRICS compuesto por los gobiernos de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica.
En la última década la OCS ha tendido a actuar con mayor decisión que el grupo BRICS porque los países de la OCS interactúan con mayor coherencia y también cooperan más tanto de manera bilateral como en otros foros como la Unión Económica Eurasiática. La entrada de India y Pakistán a la OCS en 2015 extendió el ámbito y profundizó el coherente desarrollo integral de la región eurasiática. Luego, la integración a la OCS de Irán y nuevos países socios del mundo árabe y Asia Sur-Este sin duda inspiraba y facilitaba la ampliación también del grupo BRICS+. El ejemplo de la integración entre iguales por los países eurasiáticos en la OCS ha servido como un modelo exitoso para las diversas iniciativas de seguridad y cooperación regional en África, especialmente la confederación Alianza de Estados del Sahel en África Oeste.
Así que, para el mundo mayoritario se trata de varios procesos entrelazados que avanzan de una manera predecible pero no necesariamente inevitable y tampoco sin desavenencias. De manera paralelo, está claro que el declive del Occidente colectivo en relación al mundo mayoritario resulta también de una serie de procesos interconectados. Para el Occidente, se trata de insuficiente inversión económica junto con el consiguiente progresivo deterioro de su capacidad productiva; de la mala fe diplomática y la contraproducente agresión político-militar a nivel internacional; de la represión a nivel interno de la protesta legítima y políticas antidemocráticas de control y vigilancia; del histórico narcisismo de las élites gobernantes; de su actual estancamiento cultural y descomposición moral.
De manera correspondiente, la categórica afirmación de una nueva era de relaciones internacionales por los principales poderes del mundo mayoritario está basado en de procesos altamente positivos. A nivel interno los países del mundo mayoritario buscan y promueven progresivamente mayor inversión en el desarrollo humano de sus pueblos para mejorar su capacidad económica productiva y asegurar una dinámica de innovación. A la vez, en las relaciones exteriores insisten en el multilateralismo genuino, en el respeto a las culturas e intereses de otros países y en un sincero compromiso con el diálogo entre iguales para resolver las contradicciones.
En este momento, se observa el desenlace de los horrorosos episodios del genocidio en Palestina y la agresión contra el Líbano y de las desesperadas agresiones y amenazas yanquis contra Irán y ahora Venezuela. Ante estos eventos profundamente perturbadores, el mundo mayoritario sigue desarrollando con firme determinación los procesos exitosos de integración e intercambio a nivel regional. Es innegable que la Cumbre de la OCS en Tianjin y el desfile militar en el 80 Aniversario de la Victoria del Pueblo Chino sobre el Imperio Japonés formaron otro momento clave en el desarrollo de la nueva era de relaciones internacionales. Un elemento esperanzador es la creciente voluntad internacional de exigir una reforma radical de la Organización de las Naciones Unidas.
Rusia reconoció la inherente mala fe del Occidente con la agresión militar unilateral de la OTAN contra Serbia en 1999. China empezó ser más reservada en su política hacia el Occidente colectivo cuando la OTAN abusó el mandato de la ONU en 2011 para atacar a Libia. Este año, las autoridades de la India se han dado cuenta que es imposible confiar en el gobierno norteamericano y sus aliados europeos. El caso de la India es un ejemplo especialmente importante en este momento por dos motivos principales. Primero, sus autoridades han acordado con la empresa ruso Rosatom desarrollar un ambicioso programa con nuevas tecnologías de la energía nuclear menos arriesgadas y más eficientes, como las pequeñas reactores modulares y los reactores nucleares a base de torio en vez de uranio.
La India tiene las reservas de torio más grandes del mundo y planifica duplicar rápidamente su generación de energía eléctrica con esta nueva tecnología nuclear a 900 gigavatios para el año 2030. Segundo, la India también ha tomado la decisión estratégica de integrarse plenamente como un socio protagonista con Rusia en el desarrollo de la Ruta Marítima del Norte en el Ártico y también del Corredor de Transporte Internacional Norte-Sur. Ambas rutas van a permitir disminuir dramáticamente los costos de transporte para acelerar el desarrollo del intercambio comercial tanto dentro de la enorme región eurasiática como con África y Europa.
La misma lógica que ha impulsado un mayor acercamiento de la India con la región eurasiática opera en América Latina. La agresión contraproducente norteamericana y su constante intervención neocolonial atrasa y obstruye los avances en la conectividad regional y el desarrollo de la integración comercial y financiera. Mientras Argentina, Ecuador, Guyana, Paraguay y Perú compiten para ver quien puede ser lo más sumiso ante sus amos norteamericanos, la mayoría de los países de la región han condenado las amenazas de una nueva agresión yanqui contra Venezuela. Parece que Brasil, igual que la India, finalmente ha descubierto que de nada sirve mostrar deferencia a las insaciables élites gobernantes norteamericanos.
Queda a ver hasta qué punto la mayoría de los países de América Latina y el Caribe sean capaces de defender su soberanía y dignidad nacional en solidaridad con Venezuela como lo ha hecho Cuba y Nicaragua ante la intensificación de la agresión yanqui en la región. Es otro momento clave que bien pueda confirmar la desaparición del viejo orden mundial de “esferas de influencia” y la Doctrina Monroe y la plena entrada de un nuevo orden mundial más justo y democrático para el mundo entero. Como dijo nuestra Copresidenta Compañera Rosario después del desfile militar en Managua de la semana pasada, “sabemos que vamos adelante… Otro mundo no sólo es posible. Otro mundo es real ya. Otro mundo está perfilándose. Y otro mundo amanece. ¡Es el alba de oro de los pueblos!”.