¿Qué quedó?

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¿La nostalgia por la victoria legítima, legitimada y grande, por la toma de tierra, por la colectivización de la fábrica, por la movilización militante y urgente?

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Durante el Golpe de Estado en Chile, en 1973, mientras las Fuerzas Armadas desplegaban un contingente contra el Palacio de la Moneda, las fuerzas represivas se movieron contra fábricas y comunas. Foto: HispanTV

Mario Ernesto Almeida Bacallao (Granma).— La cifra es necesaria, pero siempre imprecisa. Por cada ser humano que se contabilice hay que agregar familiares, amigos o gente que lo supo y lo sintió en la propia mejilla. Hay que sumar también los números del exilio, las esperanzas desbaratadas, los sueños baleados.

De acuerdo con varias Comisiones de la Verdad, unas 40 000 personas sufrieron en carne propia la violencia de la dictadura militar entre 1973 y 1990: asesinados, detenidos desaparecidos, prisioneros y torturados. Rondan el millar los cuerpos que no fueron encontrados nunca.

El 56 % de los muertos, indica al día de hoy la Universidad de Chile, no tenían militancia política conocida, en tanto el 80 % resultaron adultos menores de 45 años.

Cuatro nonatos quedaron sin vida junto al cuerpo de sus madres, a manos de quienes todavía no soportan que se mencione el derecho al aborto.

¿Qué quedó después de aquel 11 de septiembre? ¿La desconfianza perenne en los demás? ¿La obsesión con la hora y el terrible recuerdo de los tres minutos tarde? ¿Vestir siempre oscuro para no llamar tanto la atención?

¿El tabique nasal desviado de unos cuantos viejos? ¿El escalofrío ante el doble sentido de la palabra recibimiento? ¿El casi nunca decir nada de ti?

¿La frase retumbante en la cabeza de que cada uno de nosotros sabe perfectamente lo que tuvo que hacer para sobrevivir?

¿Un tipo, más de 50 años después, diciendo que se fusiló poco y aspirando a presidente?

¿Quedó definido, quizá, un modo de vida muy específico para el resto de ella, puede que algo atrincherado, en el cual el enemigo nunca más lograría ocultar su cara por más que anunciara a los cuatro vientos que ya todo había terminado, que ya todo era normal?

¿La nostalgia por la victoria legítima, legitimada y grande, por la toma de tierra, por la colectivización de la fábrica, por la movilización militante y urgente?

¿Qué quedó? ¿El hombre y la mujer nuevos sembrados en la fe y el destino, agazapados para más temprano que tarde abrir –¡por fin abrir!– las grandes alamedas?

¿La orden de luchar por siempre contra «este momento gris y amargo, en el que la traición pretende imponerse»?

¿El «¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!»? ¿La muerte y la vida cada una más crudas e intensas, como si fueran un aldabonazo en disputa de últimas palabras, por un sacrificio que no pudo ser en vano?

¿La certeza de que, por lo menos, habrá una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición?

¿Una última canción desde las manos destrozadas de Víctor Jara? ¿Par de crónicas impías e impuras de Pedro Lemebel? ¿El eso no está muerto de Silvio? ¿El yo pisaré las calles nuevamente de Pablo? ¿El fusil encontrado con la dedicatoria de 6 000 kilómetros? ¿Las paredes del barrio viejo grafitadas por los de siempre, que no se mueren ni aunque los maten?

Fuente: granma.cu

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