Crepúsculo del imperialismo

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Stephen Sefton (Radio La Primerísima).— El argumento que el criminal gobierno norteamericano está enfocando su atención ahora a América Latina y el Caribe después de haberla olvidado durante muchos años no corresponde a la realidad. De hecho, se trata de una escalada coyuntural de las políticas de agresión de largo data.

El gobierno del presidente Trump está asediando desesperadamente a Venezuela ahora porque la constante ofensiva regional desde el inicio del nuevo siglo no ha logrado sus objetivos. No ha podido derrocar los gobiernos revolucionarios en Cuba, Nicaragua y Venezuela o impedir gobiernos progresistas en Brasil, Colombia y México y tampoco ha podido frenar la creciente influencia económica de China en la región. Igual que en Europa, el gobierno norteamericano quiere someter toda la región a su incuestionable dominio por medio de la colaboración de las oligarquías locales, como siempre,

Fantasía y realidad

El recién publicado documento de la estrategia de defensa norteamericana merece ser valorado más que todo por sus evidentes fantasías y falsedades. Contra toda la evidencia, el gobierno norteamericano sigue afirmando que sirve los intereses de su pueblo cuando todo el mundo ve con absoluta claridad que solo sirve los criminales intereses de sus corruptas élites gobernantes. En el nuevo documento, igual que en tantos otros, se aseveran múltiples creencias falsas, por ejemplo que el país tiene la economía más grande del mundo, que es el más avanzado en tecnología e innovación, que sus fuerzas armadas son las más poderosas y mejores, que su sistema financiera es indispensable. Aparentemente, las clases gobernantes norteamericanas sinceramente creen estas desfasadas afirmaciones cuando la realidad es completamente otra.

En realidad, desde hace varios años, China ha sido la economía más grande del mundo. China y Rusia han demostrado que sus tecnologías son superiores y más innovadoras que las norteamericanas en prácticamente todos los campos científicos y tecnológicos. En Ucrania, Rusia ha vencido el esfuerzo militar combinado de todos los países de la OTAN al matar más de un millón de militares de un ejército plenamente entrenado, armado, equipado y apoyado por los gobiernos norteamericanos y europeos. Cada vez más países del mundo mayoritario intercambian su comercio en monedas nacionales sin usar el dólar norteamericano y ocupan sus propios servicios financieros, como las compañías de seguros o las agencias de calificación, en vez del sistema occidental.

Crepúsculo de un mito

Queda a ver cómo las élites norteamericanas van a adaptarse a la derrota estratégica que han sufrido en Ucrania y cómo van a poder asimilar su cada vez más marcada desventaja ante el poder comercial y tecnológico de China. La respuesta bajo la administración de Donald Trump ha sido una contraproducente guerra de aranceles, la delegación del militarismo a sus aliados en Europa y en Asia Este y la criminal agresión en camino en el Caribe contra la Venezuela bolivariana. Se trata esencialmente de una mentalidad zombi que sigue dirigiendo la política exterior norteamericana a base de ideas muertas como el Destino Manifiesto norteamericano o desfasadas lemas huecas como la frase de Ronald Reagan, “Estados Unidos es, y siempre será, una ciudad brillante en una colina”.

Lejos de ese mito desfasado, desde hace muchos años la población norteamericana ha vivido una pesadilla de mala fe, abandono a la extorsión empresarial del “mercado libre”, costos de vida inasequibles, mala administración y descaradas mentiras oficiales, injusticia y sistemática corrupción. La fascista fusión del poder estatal con el poder corporativo relega el Bien Común de las familias norteamericanas muy por debajo de las ganancias empresariales en prácticamente todas las esferas de la vida nacional, sea la atención de salud, la educación, cuido ambiental, defensa y seguridad nacional, medios de comunicación, investigación científica o infraestructura pública. El progresivo deterioro socioeconómico en la sociedad norteamericana se refleja fielmente en la criminalidad y corrupción de sus gobierno. La administración del presidente Donald Trump difiere del gobierno anterior solamente en su completo descaro.

De manera parecida, la política exterior de gobierno norteamericano continúa las prioridades de la administración anterior del presidente Joe Biden, aunque con otros matices y modalidades. El gobierno del presidente Trump finge estar buscando la Paz en Ucrania pero lo que pide es meramente “un cese expedito de hostilidades” cuando Rusia siempre ha insistido en alcanzar una seguridad indivisible para toda Europa. De hecho, aunque critica y desprecia a sus países vasallos europeos, al mismo tiempo el presidente Trump exige que se militarizan más, lo cual solo hace sentido para poder amenazar a Rusia. Lo mismo ocurre en el caso de los vasallos norteamericanos en Asia Este como Japón, Corea del Sur y Filipinas. Allí también, el gobierno norteamericano impone políticas de militarismo que solo hacen sentido para poder amenazar a China.

En Asia Occidental, el compromiso norteamericano en apoyo al genocida estado de Israel sigue igual de siempre a base de dementes afirmaciones como “Irán –la principal fuerza desestabilizadora de la región– se ha visto muy debilitada por las acciones israelíes”. De hecho es el expansionismo sionista que constantemente socava y destruye la estabilidad en la región, mientras la República Islámica de Irán salió más fuerte que nunca luego de derrotar el traicionero ataque norteamericano y sionista en junio de este año. En todo este período, la falsedad del gobierno norteamericano se demostró repetidamente con su habitual práctica de mala fe al lanzar letales ataques sorpresivas luego de fingir que quiere diálogo y paz.

Obama y Trump

En el caso de América Latina y el Caribe, la continuidad del imperialismo norteamericano es igualmente evidente y predecible. Vale la pena recordar el comentario en 2008 del antiguo embajador norteamericano a Nicaragua, Robert Callahan, veterano coordinador de las guerra sucias yanquis desde Honduras a Irak. La noche de la primera victoria electoral de Barack Obama ese año, un reportero en Managua preguntó a Callahan qué diferencia haría la elección del nuevo presidente en relación a la política exterior norteamericana hacia América Latina y el Caribe. Callahan respondió que “la política exterior norteamericana hacia la región no ha cambiado en más de 50 años y no va a cambiar con el nuevo presidente Obama”, palabras muy acertadas.

En la quinta Cumbre de las Américas en Trinidad y Tobago en Abril 2009, el presidente Obama dijo: “Les prometo que lo que buscamos es una asociación entre iguales. En nuestras relaciones no hay socios de primera y socios de segunda; hay relaciones basadas en el respeto mutuo, los intereses comunes y los valores compartidos. Por lo tanto, estoy aquí para iniciar un nuevo capítulo de esas relaciones, el cual no se cerrará mientras dure mi gobierno”. De esta manera, Barack Obama dio otra prueba más que la palabra del gobierno norteamericano no vale absolutamente nada, ya que pocas semanas después, en junio del mismo año, su gobierno facilitó el golpe de estado en Honduras contra el presidente Manuel Zelaya.

Si algo caracteriza los dos períodos de gobierno del presidente Obama, es la implacable búsqueda y aplicación de modalidades más eficaces para debilitar a los movimientos políticos progresistas en América Latina y el Caribe, socavar iniciativas de la integración como UNASUR y CELAC y derrocar gobiernos progresistas y revolucionarios. Ciertamente, hasta la fecha, la política norteamericana siempre ha sido una sola, partiendo en este siglo desde el golpe fallido de 2002 en Venezuela contra Comandante Eterno Hugo Chávez, el golpe exitoso en Haití contra Jean-Bertrand Aristide en 2004 y y las violentas protestas derechistas contra el gobierno de Evo Morales en Bolivia en 2008. La influencia norteamericana fue detrás del intento golpista contra el gobierno de Rafael Correa en 2010 y el golpe parlamentario contra Fernando Lugo en Paraguay de 2012.

La destitución del presidente Lugo señaló el inicio de un patrón de deliberado abuso en los países de la región donde se han corrompido los sistemas legales, dominados por las oligarquías locales con constante asesoría y supervisión norteamericana para derrocar a los gobiernos progresistas. Este mecanismo de golpe se perfeccionó en 2016 en Brasil con el golpe parlamentario que derrocó a Dilma Rousseff, mientras el altamente politizado sistema legal perseguía encarcelar a Lula da Silva. Han seguido desenlaces igualmente burdas e injustas contra Jorge Glas en Ecuador, Cristina Fernández en Argentina y ahora contra Luis Arce en Bolivia. Al no poder obtener sus objetivos por la manipulación. el soborno, o el abuso del sistema de justicia, el gobierno del presidente Obama aplicaba la subversión sistemática y la violencia política.

En 2014, las feroces guarimbas de la oposición golpista en Venezuela provocaron decenas de muertos y pérdidas económicas de más de US$15 mil millones. Mientras fingía apertura hacia Cuba para mejor entremeterse con fines subversivas similares, el gobierno del presidente Obama intensificó las medidas unilaterales coercitivas contra el gobierno bolivariano del presidente Nicolás Maduró para dificultar el apoyo solidario venezolano al hermano pueblo cubano. La continuidad de estas cínicas políticas intervencionistas seguía en 2017 bajo el nuevo presidente Donald Trump quien quitó las medidas de apertura contra Cuba porque no daban los resultados esperados e intensificó todavía más la criminal agresión económica y desestabilización política contra Venezuela.

Continuidad y escalada

En 2018 promovió el fallido intento de golpe de estado en 2018 contra el gobierno revolucionario de Nicaragua provocando cientos de muertos y US$ miles de millones en daño económico. En 2019 facilitó otros fallidos intentos golpistas contra el gobierno bolivariano en Venezuela y promovió el exitoso golpe militar durante las elecciones en Bolivia. Por otro lado, la agresiva política exterior norteamericana no pudo impedir la victoria electoral de Andrés Manuel López Obrador en México de 2018 o de Alberto Fernández en Argentina en 2019. Pero el siniestro injerencismo norteamericano ha sido permanente en todos los países latinoamericanos y caribeños por medio de su diplomacia, su sistema financiera, su presencia militar y, en momentos oportunos, la agresiva imposición de su jurisdicción extraterritorial.

La contradicción fundamental para las élites gobernantes yanquis es que su sistema económica no responde a las necesidades y aspiraciones de su población. La economía China, altamente eficiente y productiva, genera riqueza que se dirige a la reducción de la pobreza, la democratización económica y la creación de una sociedad modestamente acomodada. En cambio, la economía norteamericana privilegia a una elite financiera parásita para extraer la riqueza de su población, empujando a la mayoría cada vez más a la pobreza y la miseria. En el contexto de la política exterior de América Latina y el Caribe, este fuerte contraste se traduce a la contradicción entre el extorsionista imperio destructivo yanqui y la oferta china de inversión productiva, financiamiento equitativo sin condiciones y un intercambio comercial y tecnológico de beneficio mutuo.

En ese contexto, la resistencia y solidaridad entre nuestros países revolucionarios combina con la defensa digna de la soberanía nacional de los gobiernos progresistas de Brasil, Colombia y México para contrarrestar la agresión norteamericana en la región. Además, en toda la región, los intereses comerciales y financieras de las oligarquías derechistas de países como Perú y Chile, por ejemplo, responden mejor a las ventajosas iniciativas chinas que al represivo imperialismo yanqui. No es posible detener el comercio de nuestros países con la región eurasiática ni tampoco impedir las conexiones interoceánicas en marcha desde México a Brasil y al Cono Sur que facilitarán ese comercio.

En comparación con las iniciativas de comercio y cooperación de la República Popular China, de la India o de la Federación Rusa, las élites norteamericanas ofrecen solo mayor empobrecimiento y subdesarrollo. En estos días, nuestro Comandante Daniel ha resumido la obsesión norteamericana con la Doctrina Monroe así: “si quieren que América sea para los Americanos. que distribuyan su riqueza, que ayuden a estos pueblos a salir de la pobreza, a salir del hambre, de la miseria. Pero no, que América para ellos y no para el pueblo norteamericano, sino para la oligarquía norteamericana”. Y como nuestro gobierno explicó en el cuarto aniversario del restablecimiento de relaciones diplomáticas con la República Popular China, “esta ocasión también es propicia para reafirmar nuestro reconocimiento al innegable liderazgo mundial de China, la grandeza de su pueblo y los grandes avances económicos, tecnológicos, políticos y sociales a favor de una Comunidad de Futuro Compartido, un mundo de paz, seguridad y solidaridad. Continuaremos estrechando nuestras relaciones bilaterales y cooperando activamente en los espacios internacionales para asegurar el respeto al derecho internacional, la defensa de la soberanía y el anhelo de nuestros pueblos de vivir en un mundo seguro, sin imposiciones, sin hegemonías y libre de amenazas”.

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