
José Negrón Valera (Sputnik).— Sin embargo, esta declaración de normalidad opera bajo la sombra de una escalada retórica y militar sin referentes previos.
La afirmación de PDVSA es una respuesta directa a las declaraciones del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien ordenó un «bloqueo total y completo» a Venezuela y proclamó que el petróleo y los recursos venezolanos le pertenecen a su país, argumentando que fueron capitales estadounidenses los que desarrollaron la infraestructura industrial.
Esta medida, anunciada como una restricción para buques sancionados, pone en riesgo inmediato alrededor de 600.000 barriles diarios de exportaciones, la mayoría con destino a China.
Más allá de una medida coercitiva aislada, expertos como el analista petrolero David Paravisini ven en esta acción la materialización de una nueva doctrina de seguridad nacional estadounidense, cuyo objetivo se reduce al hecho de que «EEUU quiere limitar la participación y entrada de China en el hemisferio occidental»
En una entrevista para Sputnik, Paravisini desmenuza esta estrategia de contención, la vital relación Caracas-Pekín y la vulnerabilidad real de un flujo comercial que hoy es el sustento de la economía venezolana.
La nueva doctrina
Para comprender la profundidad de la amenaza actual, es necesario ir más allá de la retórica de redes sociales.
Paravisini contextualiza: lo que se está ejecutando es «un esfuerzo de contención de todas las inversiones chinas en el hemisferio occidental, toda América del Sur, pero también, especialmente en Venezuela, por su valor estratégico».
Este enfoque convierte a la nación sudamericana no solo en un objetivo por sus recursos, sino en un tablero de la pugna estratégica entre dos potencias.
Esta política no es espontánea. A juicio de Paravisini, Washington ha recurrido de manera agresiva a sanciones económicas y medidas unilaterales como herramientas de política exterior, originando severas perturbaciones en el escenario comercial actual. La incertidumbre política deliberada se ha convertido en un instrumento, desestabilizando cadenas de suministro globales y forzando realineamientos bajo presión.
En este marco, el analista considera que el bloqueo a Venezuela es coherente con un patrón de acciones destinadas a redefinir relaciones económicas por la vía de la fuerza y la afirmación de una supuesta primacía histórica.
Paravisini señala que, esta necesidad de controlar recursos estratégicos, está en el ADN de la política energética de las grandes potencias.
«Todo EEUU tiene que garantizar acceso ilimitado a la energía petrolera, a los recursos energéticos petroleros, de manera barata», afirma. La diferencia hoy es que el objetivo explícito ya no es solo garantizar el acceso para sí, sino impedir que su principal rival geopolítico consolide el suyo. Venezuela, con las reservas probadas de crudo más grandes del mundo, se encuentra en el ojo de este huracán.
El gigante asiático y su red de seguridad energética
Frente a esta ofensiva, China no es un actor pasivo ni un simple comprador spot. «En Pekín han cambiado porque ven que sus necesidades de recursos son gigantescas y tiene que garantizar la seguridad energética con base en el acceso a las reservas de los países petroleros», insiste el especialista.
La relación es de interdependencia estratégica. Por un lado, «no puede quedarse fuera [de Venezuela] porque tiene las reservas más grandes del mundo, crudas, que les sirven. Ellos están diseñando sus refinerías para procesar crudos venezolanos», subraya.
Por el otro, Venezuela encontró en China un socio financiero y comercial dispuesto a operar bajo un modelo de empresas mixtas, tras la salida de corporaciones como ExxonMobil y ConocoPhillips durante la nacionalización de la Faja del Orinoco.
Mientras las transnacionales estadounidenses exigían compensaciones billonarias basadas en un «valor comercial» especulativo –Exxon reclamaba 12.000 millones por unos 900 millones que le correspondían contractualmente, según el experto–, las empresas chinas aceptaron los nuevos términos.
Pero el movimiento más significativo de Pekín, según el análisis de Paravisini, es la construcción de un colosal colchón de seguridad: la reserva estratégica de petróleo.
«El año pasado, decidieron ya construir lo que llaman de reservas estratégicas y se propusieron una cantidad extraordinaria: un billón 500.000 barriles». Esta cifra es «cuatro o cinco veces la cantidad que tiene EEUU de reservas estratégicas». El objetivo es claro: blindar la economía china de shocks de suministro.
“Estas reservas estratégicas chinas pueden respaldarlos por cien días, en el caso hipotético de que se paralizara la importación de petróleo», explica el experto. Este dato es crucial.
Mientras las reservas estadounidenses ofrecen una cobertura de 70 a 80 días para un consumo mayor (20-22 millones de barriles diarios), las chinas, ante un consumo de 16 millones diarios, proveen una autonomía mayor.
«Es realmente una estrategia de seguridad nacional en materia energética. Un muro de contención financiero y logístico preparado para escenarios de tensión extrema, como el que se vive hoy», declara Paravisini.
Las herramientas de presión
La orden de bloquear buques sancionados es la punta de lanza más visible, pero el arsenal de presión de Washington es más amplio y complejo. La Casa Blanca ha revitalizado el uso de sanciones secundarias, diseñadas para generar un efecto congelante en la comunidad financiera y comercial global.
El experto recuerda que acciones previas, como la incautación de un buque petrolero, se aplicaron contra «barcos o unidades que estaban sancionadas, que ya tenían algún tipo de aplicación de las medidas coercitivas unilaterales».
El mecanismo es claro: al sancionar a cualquier entidad que comercie con Venezuela –como se decretó en 2019–, se intimida a terceros países, navieras, aseguradoras y bancos para que cesen toda interacción, so pena de ser excluidos del sistema financiero dominado por el dólar.
Su perspectiva es que tal acción «estaría ya violentando los derechos de empresas en particular y de países en particular, que están además defendiendo su integridad energética global para los próximos cien años».
Sin embargo, de cara a la viabilidad de un bloqueo total marítimo por parte de Washington contra Venezuela, surge la interrogante de si el país norteamericano podría estrangular efectivamente el comercio petrolero entre Venezuela y China. El propio David Paravisini se muestra escéptico: «Pienso que no».
Su reflexión se basa en varios factores. Primero, la inmensa geografía marítima involucrada hace casi imposible una interceptación total sin un esfuerzo bélico masivo y continuado.
Segundo, y quizás más importante, una acción tan directa contra barcos chinos podría ser interpretada por Pekín como una escalada inaceptable, con imprevisibles consecuencias geopolíticas.
El especialista concluye que el bloqueo anunciado, en la práctica, podría funcionar más como una «cuarentena selectiva para buques previamente identificados y sancionados, generando mayores costos logísticos y riesgos, pero no necesariamente un cese total».

