*«En Badajoz, morirse de hambre no es una frase, no es un eufemismo; allí han muerto de hambre tres obreros, dos en la capital y uno fuera, al pie de la tapia del finca de un cristianísimo propietario. En Badajoz, los propietarios están acostumbrados a que la vida de un hombre valga menos que un puñado de bellotas. (…) En Fuentes de Cantos, lo único que pueden hacer los obreros que no se han dado de baja en nuestras filas es ir a la rebusca de la aceituna y la bellota: disputar esos desperdicios a los animales, y cuando van a la rebusca los apalea la Guardia Civil (Protestas y rumores) ¡Los apalea la Guardia Civil! (Más rumores de protesta) ¡Cualquiera diría que no saben sus señorías que la Guardia Civil apalea a los obreros! (Se reproducen las protestas)». (Palabras de la diputada Margarita Nelken dirigiéndose a José María Gil-Robles, líder de la CEDA. Diario de Sesiones de las Cortes, 25 de enero de 1934).

*En la noche del 26 de agosto de 1936, la diputada socialista por Badajoz, MARGARITA NELKEN, se dirigiría, desde la emisora oficial «Unión Radio España», a todos los radioyentes, en el que haría un recorrido histórico sobre las luchas del campesinado contra los terratenientes, los latifundistas… contra el fascismo y la reacción. Sobrevolando como la idea de la Reforma Agraria había sido la impulsora de las distintas movilizaciones en Extremadura, en Andalucía y en toda España.
Estando Margarita Nelken muy presente en la masiva ocupación de fincas ocurrida en Extremadura el 25 de marzo de 1936, tras la victoria electoral del Frente Popular el 16 de febrero de 1936.
Una alocución radiofónica realizada, once días después de la Matanza de Badajo, ocurrida en la noche del 14 y en la mañana de 15 de agosto de 1936, protagonizada por el ejército sublevado en armas contra la República un mes antes.. Una matanza que pretendía ahogar en sangre y barbarie cualquier atisbo de esperanza futura en la Reforma Agraria, y que traería consigo que miles de campesinos pagaran con sus vidas sus luchas anteriores:
«Es preciso subrayar la gesta incomparable, sin precedentes en la Historia, del pueblo español en lucha por su libertad y por la libertad del mundo, la epopeya de los campesinos, de los que en Extremadura, en Andalucía, en la Mancha, en Aragón, representan lo mas desheredado del suelo patrio; y no teniendo nada que perder, se alzan con toda su miseria, marcada por las vejaciones y atropellos sufrido, a lo largo de generaciones y de siglos, para conquistar para todos, para su hijos, y para los hijos de los que no carecían de nada, un porvenir de dignidad ciudadana y de justicia social.» (Margarita Nelken, noche del 26 de agosto de 1936).
*Al día siguiente, 27 de agosto de 1936, «Mundo Obrero» -Órgano Central del Partido Comunista de España (PCE)- reproduciría algunos de los párrafos del su discurso, a los que calificaría e «interesantes, y pronunciados por la «compañera Nelken»; que había sido elegida diputada en las listas del Frente Popular por el PSOE, y que tres meses más tarde pasaría a engrosar las filas comunistas.

«MUNDO OBRERO». EL ESFUERZO HEROICA DE LOS CAMPESINOS. LA COMPAÑERA NELKEN ANTE EL MICRÓFONO.
(Fuente: «Mundo Obrero». Órgano Central del Partido Comunista (SEIC). Cuarta época. Núm. 204 (912) – Página 2. Madrid, jueves 27 de agosto de 1936).
«¡El fascismo!… Nadie como los campesinos para conocerlos. Para el trabajador de la ciudad, el fascismo podrá ser el enemigo que de pronto llama a la puerta y al que hay que aplastar para que no lo devore todo: bienestar material y posibilidades de desenvolvimiento espiritual. Para el trabajador del campo, de estos campos castellanos, extremeños, andaluces, el fascismo son estampas de la vida sufrida cotidianamente, exaltadas en un sentimiento más agudo, más desesperado.
No; no ha sido menester que nadie les dijera a los campesinos extremeños, andaluces, castellanos, lo que es el fascismo. Bastábales para saberlo pensar en su propia miseria, en la servidumbre de que les quisieron sacar en los primeros años de la República, y a la cual les quisieron volver más brutalmente antes, porque con afán por parte el amo, de represalias y de venganza, los traidores de la República, los que sin valor para combatirla de frente, fingieron entrar en ella para mejor derribarla.
La indigna chabacanería de un Queipo de Llano, su estúpida crueldad, podrá pasmar de asombro a otros: no de seguro los campesinos acostumbrados, por los señoritos de los casinos de los pueblos, a saber el grado de vileza y degeneración a que pueden llegar seres zafios e incultos, enriquecidos con el trabajo de los demás.
Sí; bien saben ya nuestros campesinos, antes aún de que se hablara de fascistas, lo que era el fascismo. Nadie como ellos para saberlo. Nadie como ellos para no querer que esas secreciones de los instintos más depravados adquieran la fuerza de ley de un régimen constituido. De aquí que el heroísmo de la epopeya campesina sea casi un imperativo categórico, y hasta diríamos que un imperativo de lógica.
¿Es que acaso los opresores ignoraban la fuerza de los oprimidos? Cuando, para rematar del Inri que han puesto a su patriotismo de guardarropía, los señoritos del campo andaluz quisieron arrojar sobre Extremadura, como baluarte de su patria y de su religión, a los mercenarios del Tercio, escoria de todas las naciones, y a los rifeños mahometanos, se olvidaron de que bastaba para cerrar el paso a esa ola de barbarie con la experiencia secular de los campesinos. No; a esto no hay que enseñarles. Ellos sabían bien cuales eran los enemigos, El rifeño y el legionario, el oficial felón cuyos timbres de gloria se llamaban Annual, Monte Arruit, matanzas y suplicios de mineros asturianos negocios impunes de la dictadura, eran para los campesinos del Sur apoyo clásico y natural del amo del latifundio, el de los jornales de hambre y las jornadas de sol a sol; y los clamores hipócritas, de defensa de una religión que nadie ha perseguido, pero cuyos ministros se habían convertido en muñidores de los explotadores y de los usureros, para los campesinos confundíanse con los ataques a las leyes, llamadas de Caballero, las primeras y únicas leyes que quisieron defender la dignidad y los derechos elementales de los trabajadores del agro.
Por eso, mecánicamente, pudiérase decir, desde el primer momento, la lucha en el campo revistió tintes de epopeya. ¿No había armas? Pues sin armas. Con escopetas de caza, con pistolas casi inservibles, con palos. Quienes no han vivido la emoción de esos días en que la Casa del Pueblo madrileña se llenaba de enviados de los pueblos extremeño, andaluces, toledanos, que venían por armas para jugarse la vida, no saben de la voluntad de vencer que es el motor principal de la victoria que se está fraguando. «Venimos por fusiles, camaradas.» «Diez fusiles en nuestras manos valen por diez cañones suyos.» Y decían de verdad, aunque mentira parezca, «¿Qué han arrasado, destruido todo, hombres y cosas,, en Fuente de Cantos?» A esperarlos más lejos, en Villafranca de los Barros, «¿Qué en Villafranca, la tierra rica por excelencia y en la que todo el que no era rico se moría de hambre, que en Villafranca no hay armas para cortar el avance? A esperarlos en Almendralejo. Y en Almendralejo, hoy todavía, pasadas más de dos semanas, en una torre que habrá de llamarse la torre numantina, un puñado de campesinos tiene aún en jaque al ejército de los señoritos juerguistas, los oficiales traidores. Los moros venidos al olor del pillaje y los curas escarnecedores de su religión. Después de Almendralejo, Mérida. Entraron los fascistas a la una de la tarde, y a las cuatro, desde una terraza, un puñado de trabajadores reistíase todavía. El heroísmo es una insolencia para aquellos cobardes, una insolencia intolerable. Entre este puñado de héroes, últimos luchadores de Mérida, encontrábase Rafael Flecha, uno de los animosos muchachos de nuestras Juventudes Socialistas. Junto a él , su novia, una niña casi. A los dos, los salvajes, los rociaron con gasolina. Luego, para que supieran que en su embriaguez de crimen no había distingos, fusilaron a doña Gloria, una dama republicana, culpable de ocupar un puesto destacado entre los republicanos emeritenses. Pues bien; si ellos, los salvajes, por la ambición de las tropas del general traidor, sádico y borracho, han logrado lo que en los pueblos parecía un milagro; que de momento se borraran todas las diferencias de clase, que una sola voluntad, la de aplastar la barbarie, una a todos, a los trabajadores encuadrados en organizaciones socialistas, comunistas o sindicalistas, y a los republicanos, a los marxistas, que aspiran a una sociedad sin clases, y a los aferrados a los viejos moldes liberales, tras los cuales se han escuchado hipócritamente las viejas oligarquías. Todos sienten por igual el horror del suplicio de Rafael Flecha, el directivo de las Juventudes Socialistas, y de su novia, y el del fusilamiento de doña Gloria, la dama republicana. Ese horror que no permite el llanto porque el anhelo de acabar con él crispa los puños en un gesto de ira.
Pero un mundo entero en marcha ya no hay quien le detenga. Los señoritos sevillanos, que se dedican, jaques en su cabalgaduras de lujo, a cazar campesinos: las señoritas, oprobio de su sexo, que con una estampita religiosa y un lazo bicolor les aplauden con jarana de hembras sin recato, no saben de este anhelo formidable que mueve a los campesinos a no acodarse ni de su muerte posible ni de los que han caído, y caminas, fusil echado a la cara, son este sólo norte: aplastar para siempre a los que siempre les esclavizaron. Se han puesto en pie los esclavos sin pan. Por el pan, por la libertad, por un porvenir humano de sus hijos, están decididos a todo. Para el triunfo del Gobierno legítimamente constituido de la República democrática, a todo, con tal de no volverse a agachar más.»