El 6 de octubre de 1976 el dolor y el horror parecían alinearse para abordar la aeronave CU-455.
En ella viajaban setenta y tres personas, entre ellas una pequeña delegación coreana, una niña, diez miembros de la tripulación, once guyaneses y los jóvenes integrantes del Equipo Nacional de Esgrima, que regresaban victoriosos de un evento regional realizado en Caracas.
No hubo sobrevivientes. Aquel hecho monstruoso contó con el respaldo decisivo de la CIA y fue encomendado a los sicarios Orlando Bosch y Luis Posada Carriles, quienes murieron años después sin pagar por sus muchos crímenes.
Los autores materiales, Freddy Lugo y Hernán Ricardo, hicieron una parte del vuelo junto a los infortunados pasajeros y fueron testigos presenciales de la alegría del equipo, rebosante de vida y promesas. Nada de eso los detuvo y sin remordimientos colocaron dos cargas explosivas de C-4 y abandonaron tranquilamente el vuelo durante una escala en Barbados.
Las primeras fallas se produjeron a los pocos minutos del despegue. Todo sucedió rápido, sin tiempo a nada que pudiera salvar a la tripulación o a los pasajeros.
Cuba no olvida aquel fatídico día. Al golpe terrible para sus allegados y familiares se unió el dolor del pueblo cubano que vivió jornadas de luto.
El 6 de octubre es un día dedicado a la memoria de los caídos víctimas del terrorismo, una cita que cada año es un deber y un compromiso nacido del alma.