
Gabi (Unidad y Lucha).— El 20 de noviembre siempre fue una fecha especial para el fascismo español. Ese día, en 1936, fue fusilado José Antonio Primo de Rivera por conspiración y rebelión militar. A esa efeméride el franquismo le puso el nombre del «Día del Dolor» y empezó a considerar a José Antonio como un mártir que encarnaba los valores que todo español debía alcanzar en esa nueva vieja cruzada, como el españolismo, el espíritu católico exaltado, la defensa de las grandes fortunas, el respeto por la propiedad privada y la explotación laboral, y, por supuesto, el anticomunismo exacerbado.
Los falangistas todavía lloran a José Antonio cada 20 de noviembre, olvidando los privilegios de los que siempre gozó. No solo nació en una familia adinerada, sino que su actividad política violenta y golpista se respetó en el marco republicano hasta que el Sindicato Español Universitario (dependiente de la Falange) perpetró un intento de asesinato contra Luis Jiménez de Asúa, destacado diputado socialista en las Cortes republicanas, que llegaría a presidente de la II República española en el exilio. La policía encontró armas sin licencia en casa de José Antonio. Incluso en la cárcel tuvo privilegios: compartió celda con su hermano Fernando, tuvo contacto con el exterior (lo que le permitió seguir dirigiendo las acciones violentas de Falange) e, incluso, fue capaz de introducir armas de fuego.
Sin embargo, cuando hablamos de 20N nos referimos, sobre todo, a los actos conmemorativos por la muerte de Francisco Franco Bahamonde. Desde 1976, fue costumbre oficiar un funeral en el Valle de los Caídos. Al menos en esta primera ocasión, esta celebración fue auspiciada por el Gobierno de la España de la Transición, acudiendo Juan Carlos Borbón y Sofía Glücksburg, así como la todavía existente Secretaría General del Movimiento Nacional y diversas jerarquías militares. Es difícil de creer a día de hoy que la monarquía española haya sido capaz de mantener esa imagen de neutralidad ante las masas durante la farsa de la Transición habiéndose posicionado tan fervorosamente a favor del legado del dictador.
Paralelamente, la Fundación Francisco Franco convocó su propio funeral, también en el Valle de los Caídos, pero alejado de los herederos del Régimen, mientras que la Confederación Nacional de Excombatientes y Fuerza Nueva convocaban una concentración en la plaza de Oriente de Madrid. La muerte en la cama del genocida dejó al movimiento sin un liderazgo inequívoco y estas fuerzas fascistas aspiraban a reorganizar a los nostálgicos de la dictadura en contra del nuevo régimen democrático-burgués que se avecinaba. Tenemos razón cuando decimos que el franquismo nunca abandonó ni las instituciones ni la calle. Aún hoy podemos ver cómo se concentran multitud de personas en las convocatorias de Vox y otros grupos fascistas con banderas rojigualdas y cruces de Borgoña, recordando estos primeros años del 20N.
No obstante, esta convocatoria pasó también por una época de vacas flacas. Desde el intento de golpe de Estado de 1981 conocido como 23F, que hoy se sabe que fue orquestado por Juan Carlos Borbón y demás instancias gubernamentales, el 20N empezó a caer en el olvido y sus manifestaciones fueron cada vez menos concurridas, lo que, sin embargo, se tradujo en un endurecimiento de su discurso, que llegaba, incluso, a reclamar la solidaridad con los actores del intento de golpe.
Por supuesto, las reivindicaciones a favor de la dictadura no se limitaron nunca a misas y manifestaciones. La violencia es inherente al fascismo. El 20 de noviembre de 1984 fue asesinado Santiago Brouard, miembro de Herri Batasuna y presidente de Herri Alderdi Sozialista Iraultzailea. Las investigaciones concluyeron que los ejecutores fueron los sicarios Luis Morcillo y Rafael López Ocaña, contratados por los Grupos Antiterroristas de Liberación. Recibieron tres millones de pesetas de Rafael Masa, comandante de la Guardia Civil, el cual, a su vez, las recibió de Julián Sancristóbal, director general de Seguridad del Estado. Asimismo, el 20N de 1989 fue asesinado Josu Muguruza, militante también de Herri Batasuna y de Abertzale Sozialista Komiteak. Por el asesinato fueron juzgados Ángel Duce, condenado a noventa y nueve años de prisión, y el fascista Ricardo Sáenz de Ynestrillas, que curiosamente salió absuelto por falta de pruebas.
Ya en el siglo XXI, el 11 de noviembre de 2007 fue asesinado Carlos Palomino, antifascista de 16 años de edad, por un militar profesional llamado Josué Estébanez de la Hija, de ideología nazi. El fascista lo apuñaló en el metro, en la estación de Legazpi, mientras acudía a una manifestación convocada por Democracia Nacional en Usera, que sin duda tendría un carácter preparatorio para el 20N.
La historia nos tiene que servir para entender el presente, y la memoria de la clase obrera asesinada por el fascismo no puede quedar encapsulada en la crónica. El fascismo está tomando fuerza gracias a las traiciones sistemáticas de la socialdemocracia. Las manifestaciones de la ultraderecha, aunque nos puedan resultar jocosas por lo esperpéntico, son preludio de tiempos oscuros que pueden volver en cualquier momento. La única alternativa: República, Socialismo y Autodeterminación.

