
Julio Díaz.— Superado el apogeo de artículos, documentales y tertulias que, a razón del 50 aniversario del fallecimiento en la cama de Franco, han tratado el tema de la Transición en sus más variados aspectos –que no posiciones de clase- hay un denominador común en todos ellos y es el elogio al importante papel jugado por el Partido Comunista de España en todo este proceso.
Una alabanza centrada en su dirección y, especialmente, en la figura de Santiago Carrillo, pero que se extiende al comportamiento responsable de una militancia que supo interpretar todo lo que estaba en juego y, desde la posición del poder real que acreditaba en el seno del movimiento obrero y popular el que era “el Partido”, renunció a sus objetivos para ayudar a superar el franquismo y permitir que se instaurara la democracia……
Podríamos seguir muchas líneas más describiendo el nauseabundo panegírico proclamado desde las filas del poder a un Partido que renunciando a su responsabilidad y a la tarea que le correspondía como partido comunista, permitió la legitimación de toda la estructura económica, política e institucional del franquismo en un imperdonable ejercicio de transustanciación1 del Partido al que, por lo demás, acompañó con el perdón a los crímenes y a la diversidad de facinerosos habidos durante las cuatro largas décadas de dictadura fascista.
Cunetas, mazmorras, tortura, exilio, despidos, palizas y todo tipo de violencia ejercida por un régimen de asesinos y ladrones, quedaron impunes a cambio de nada; de una única cosa en definitiva: desmantelar la mejor herramienta con la que contaba la clase obrera de los pueblos de España, humillando su cerviz ante los que hasta ese momento eran sus enemigos.
“Yugos os quieren poner
gentes de la hierba mala”
Ese, desde la posición de clase que reclamábamos en el primer párrafo, fue el verdadero aporte histórico del PCE maniatado por la dirección eurocomunista. Una verdadera traición que se ejemplificó en esa funesta fotografía del Pleno del CC del 15 de abril de 1977 que sesionó presidido por la bandera rojigualda de los golpistas del 36 y en el que, entre otras muchas renuncias, se aprobó que a partir de ese momento todos los actos del PCE los debía presidir la bandera roja del Partido, junto a la conocida como estanquera.
“Yugos que habéis de dejar
rotos sobre sus espaldas”
Sin embargo, fue mucha la militancia comunista y antifascista que no se dejó engañar con los cantos de sirena de la reconciliación nacional que años antes, en 1956, ya había comenzado a entonar una dirección del PCE que, en un proceso complejo y no sin luchas internas y contradicciones, fue abandonando sus posiciones revolucionarias e internacionalistas.
Desde dentro del propio PCE, fue mucha la militancia que progresivamente rompió con el carrillismo y se organizó en diversas estructuras que, cada una a su manera, trató de defender el legado de resistencia del PCE durante la Guerra Nacional Revolucionaria y la clandestinidad. Desde Enrique Lister, a Elena Odena, Pepe Satué, Eduardo García, Agustín Gómez, Fernando Sagaseta, Trini Torrijos… cada cual buscó como salvaguardar la esencia revolucionaria del PCE comprometiéndose en nuevos proyectos políticos del comunismo revolucionario.
También es necesario reconocer que la lucha antifranquista también se desarrolló desde otras organizaciones y posiciones del campo revolucionario, cubriendo el espacio que ya venía abandonando desde hacía décadas un PCE que cada día buscaba más su legitimación en el futuro reconocimiento institucional dentro de una democracia liberal burguesa, que en el movimiento obrero.
Un proceso, que forjado con la sangre de la represión en las postrimerías del franquismo y en la nada incruenta Transición, tuvo que lidiar con un PCE que al grito de “Policía para qué si tenemos al PCE” perseguía y apalizaba a los militantes que ondeaban la bandera republicana o, junto a los verdugos de sus camaradas hasta hacía meses, criminalizaba a los militantes de ETA, MPAIAC, GRAPO, Comandos Autónomos Anticapitalistas y otras organizaciones revolucionarias que enfrentaron el franquismo y su continuidad mediante el Régimen del 78.
El nacimiento del PCPE en enero de 1984, como unión de algunos de esos destacamentos, también jugó su papel y ayudó a un buen número de militantes comunistas, especialmente en el seno de CC.OO, a encontrar un espacio de confrontación con la vergonzosa paz social firmadas por el PCE y CC.OO en los Pactos de la Moncloa y los posteriores acuerdos económicos tripartitos con la patronal y el gobierno que pusieron fin a años de avances y conquistas del movimiento obrero.
Una dinámica de denuncia del entreguismo sindical que tuvo su punto de inflexión con la convocatoria de las huelgas generales del 20 de junio de 1985 y 14 de diciembre de 1988, con las que, con la participación activa, entre otros muchos de la militancia del PCPE, se pudo haber virado la realidad de un movimiento obrero y sindical que, determinados por las posiciones liquidacionistas del PCE, emprendía el viaje definitivo a la liquidación de CC.OO –la gran obra del PCE durante el franquismo- como sindicato de clase y combativo. Situación en la que aun hoy sigue siendo necesario trabajar para recuperar el sindicalismo de clase enfrentando la complicidad de un PCE (y sucedáneos) que empatan plenamente con la más degenerada burocracia sindical.
Dejemos constancia de todos hechos para que, en próximas conmemoraciones en las que se hable de aquel proceso y aquellos años, no haya que volver a explicarlo a quienes, aun hoy, consideran de forma errada que esa estructura política puede volver a ser algún día el gran Partido Comunista que necesita la clase obrera y el conjunto de las masas trabajadoras de los pueblos de España.
———-
1Transustanciar: Transformar una realidad en otra

