Marina Menéndez Quintero (Juventud Rebelde).— Ningún titular pasa por alto que el triunfo del ultraderechista José Antonio Kast para ocupar la presidencia de Chile significará una marcha atrás para un país que a pasos lentos ha logrado zafarse parcialmente del negativo legado dejado por el golpista general Augusto Pinochet en las leyes, y en las mentes de los chilenos.
Pero quizá la más elocuente sea la reflexión apuntada por una agencia noticiosa, al recordar que Kast se ha convertido en el primer pinochetista en llegar al poder tras el fin de la dictadura hace 35 años.
Las encuestas no se equivocaron, y el representante del Partido Republicano aventajó en la ronda del desempate este domingo a Jeannette Jara, candidata de la alianza en el Gobierno —Unidad por Chile—, por más de 16 puntos, y obtuvo la mayoría en todas las regiones luego de que la aspirante proveniente del Partido Comunista se impusiera en la primera ronda, pero sin alcanzar la mayoría absoluta.
No obstante, y pese a que el resto de la derecha se unió contra ella en el balotaje, todavía Jara recibió este domingo el respaldo de casi el 42 por ciento de los votantes, lo que indica que una masa social amplia no ha sucumbido al lenguaje negacionista y manipulador del representante del Partido Republicano y las fuerzas que lo apoyan.
A sus seguidores, Jara los llamó a mantenerse juntos y prometió que desde la oposición los partidos que la respaldan trabajarán por mantener las conquistas sociales.
Del otro lado, la imprecisa aseveración pronunciada por Kast tras conocerse la victoria de que «Vamos a volver a ser ese país que tanto nos llena de orgullo», promete una marcha atrás cuyo límite no es posible conocer desde ahora.
Durante su campaña, el exdiputado y cuatro veces aspirante a la presidencia contando esta elección hizo énfasis en la expulsión de los inmigrantes ilegales y reiteró la promesa de dar seguridad y orden. Pero también se sabe que es un acérrimo enemigo de conquistas sociales como el derecho al aborto o al matrimonio gay.
No obstante, lo más doloroso y el mayor peligro pudiera ser que de algún modo materialice su declarada admiración por el general golpista Augusto Pinochet, y por los militares que le acompañaron en la asonada contra el gobierno de Salvador Allende en septiembre de 1973, que defenestró al proyecto de Unidad Popular y ahogó en sangre a un país donde hasta hace muy poco pervivía el legado de terror dejado por los asesinatos, las torturas y la desaparición forzada.
Aunque observadores adjudicaron la derrota progresista a lo que llamaron el tibio desempeño del saliente Gabriel Boric, mensajes que circularon en las redes sociales recordaron algunos de sus logros: aumento del sueldo mínimo, semana laboral de 40 horas, reducción de la inflación, ley contra la violencia hacia las mujeres y una muy reclamada reforma al sistema de pensiones, entre otras.
Sin embargo, durante su gestión no fue posible aprobar la nueva Carta Magna que reclamaron los manifestantes de 2019, y el ganado derecho a redactarla, ni fue posible cumplimentar otros aspectos de su programa.
Pero las reacciones internacionales al triunfo de Kast también dieron señales. Brasil y México le extendieron respectivas felicitaciones por el éxito de los comicios y su elección; pero la «enorme alegría» manifestada por el presidente argentino, Javier Milei, anuncia la posibilidad de otro mandato «libertario» y antintegracionista.
«Un paso más de nuestra región en defensa de la vida, la libertad y la propiedad privada», agregó Milei lleno de sarcasmo, y auguró que juntos trabajarían contra el socialismo del siglo XXI.
Ello anuncia otro escollo a la unidad latinoamericana y caribeña del que dio cuenta el mensaje del jefe de Estado colombiano, Gustavo Petro. Situado en las antípodas de los otros, el líder del Pacto Histórico hizo de las metáforas: «Por el sur y por el norte vienen los vientos de la muerte. Atenti (…) Grancolombianos, vienen por nosotros y debemos resistir con la espada de Bolívar en alto y paso de vencedores».

