Hoy millones de trabajadores vivimos condenados a pagar un alquiler que devora nuestros salarios. No por falta de pisos, sino porque la burguesía ha convertido uno de nuestros derechos en su negocio.
La situación de la vivienda en la Comunidad de Madrid es la prueba más clara de cómo opera la dictadura del capital. Aquí, en uno de los centros financieros del país, millones de trabajadores vivimos atrapados por alquileres que devoran nuestros salarios. No porque falten viviendas, sino porque la burguesía —bancos, fondos buitre, socimis y grandes propietarios— ha convertido nuestro derecho más básico en una mercancía para su beneficio.
En Madrid la vivienda bajo el capitalismo nunca ha servido para proteger la vida del pueblo trabajador. Es un negocio especulativo que exprime nuestra fuerza de trabajo. Cada piso vacío en manos de Blackstone, cada edificio comprado por un fondo de inversión, cada alquiler que sube demuestra que la vivienda no es un derecho: es un arma para que la burguesía se enriquezca a nuestra costa. Aquí, mientras los trabajadores nos dejamos el sueldo para tener un techo, los especuladores obtienen beneficios sin trabajar, sin producir, sin aportar más que miseria.
La Comunidad de Madrid es el mejor ejemplo de capitalismo monopolista aplicado a la vivienda. Grandes tenedores controlan miles y miles de pisos: bancos como Santander o CaixaBank, fondos como Cerberus y Blackstone, socimis privilegiadas por ventajas fiscales. Ellos deciden quién puede vivir en la ciudad y quién no. Ellos suben los precios, expulsan a barrios enteros, convierten nuestras calles en mercancía. Madrid, bajo su dominio, no es una ciudad para vivir: es un territorio de especulación y acumulación de riqueza para una minoría.
El alquiler en Madrid es un mecanismo brutal de transferencia de riqueza desde la clase trabajadora hacia la burguesía. Cada mes pagamos y seguimos sin nada. No podemos ahorrar, no avanzamos, no construimos futuro. Ellos sí: cada pago nuestro es un beneficio seguro para quienes ya lo tienen todo. Así controlan nuestra vida, nuestra economía y hasta nuestros movimientos.
Queda claro que la vivienda no es un derecho bajo la dictadura del capital: es un mecanismo de desposesión y de miseria. Cada mes que pagamos el alquiler transferimos nuestra fuerza de trabajo directamente a bancos, fondos buitre y grandes propietarios.
La dictadura del capital no se limita a apoderarse de nuestras viviendas: controla nuestro salario, nuestro tiempo y en general: nuestra vida. Mientras la clase obrera ve cómo sus salarios se estancan o incluso retroceden frente a la inflación y al precio desbocado de la vivienda, los monopolios cada vez llenan más sus bolsillos.
Las consecuencias para los trabajadores madrileños son devastadoras. Jóvenes que no pueden emanciparse jamás. Familias expulsadas a la periferia por la gentrificación. Barrios enteros arrancados de su gente, desde Lavapiés hasta Tetuán, desde Carabanchel hasta Vallecas. Desahucios casi diarios que destruyen estabilidad, dignidad y comunidad. La burguesía utiliza el miedo a perder la vivienda como herramienta de sumisión: quieren que vivamos aislados, debilitados, sin capacidad de resistencia.
Y todo esto ocurre mientras los salarios se estancan, mientras la precariedad aumenta y mientras la inflación golpea más fuerte en Madrid que en ningún otro lugar. Incluso trabajando sin descanso, miles de trabajadores no pueden permitirse vivir donde han nacido. El capitalismo demuestra que la clase obrera no tiene ningún futuro bajo esta formación socioeconómica.
Los gobiernos autonómicos y municipales, sean de derechas o “progresistas”, han demostrado que no se enfrentan al capital inmobiliario porque son una herramienta a su servicio. La venta de vivienda pública a fondos buitre, las ventajas fiscales para las socimis, las ayudas insuficientes y la incapacidad para intervenir los precios lo demuestran. No hay soluciones parciales dentro del sistema: solo hay gestión de la miseria para que se mantenga el beneficio del burgués.
La imposibilidad de acceder a una vivienda digna genera en la clase obrera un profundo desarraigo social. Emancipación media pasados los 30 años de edad, familias obligadas a vivir en auténticos zulos, ancianos que sostienen hogares enteros con pensiones menguadas: esto, por triste que suene, es la realidad de la clase trabajadora, es nuestra realidad.
La burguesía también hace infundir su terror a través de mecanismos como son los desahucios, un desahucio no es solo la pérdida de un techo, sino la destrucción de la seguridad, estabilidad emocional y dignidad. El miedo a perder la vivienda mantiene a los trabajadores en posición de sumisión y aislamiento, debilitando nuestra capacidad de organizar resistencia y unificar nuestra lucha.
La única salida real para la clase trabajadora madrileña es la expropiación de bancos, fondos buitre y grandes propietarios; la recuperación inmediata de toda la vivienda pública privatizada; y la socialización de la vivienda para ponerla al servicio del pueblo. No hablamos de reformas, hablamos de devolver a la clase obrera lo que le pertenece. Cada vivienda arrebatada al especulador es un golpe a la dictadura del capital y un paso hacia nuestra emancipación.
La vivienda en Madrid debe convertirse en un bien social. Planificación pública, construcción y mantenimiento sin lucro, asignación según las necesidades del pueblo trabajador. Solo con vivienda socializada podremos garantizar que nadie viva con miedo, que nadie sea expulsado de su barrio, que nadie tenga que pagar el 74% de su salario por un techo, como ocurre en Madrid y Barcelona.
La vivienda sólo dejará de ser una mercancía cuando la clase obrera tome el poder económico y político. La organización, la unidad y la lucha consciente son el camino. Cada barrio, cada centro de trabajo, cada asociación debe convertirse en un espacio de resistencia. Porque los problemas no son individuales: son producto de un sistema que roba, expulsa, empobrece y oprime.
¡Socialismo o barbarie!
Célula Iosif Stalin del Partido Comunista Obrero Español (PCOE) en Madrid


