«He hablado más arriba de los cambios operados en las relaciones de clase y de la lucha de clases dentro de nuestro país. Decía que el grupo de Bujarin está contagiado de ceguera y no ve estos cambios, no comprende las nuevas tareas del partido. Decía que eso origina en la oposición bujarinista un estado de desconcierto, temor a las dificultades, predisposición a capitular ante ellas.
No se puede afirmar que estos errores de los bujarinistas hayan caído del cielo. Lejos de ello, están relacionados con la fase de desarrollo superada ya, y que se llama período de restauración de la economía nacional, durante el cual el trabajo de edificación marchaba por una vía pacífica, pudiéramos decir que de por sí, durante el cual no sedaban aún esos cambios en las relaciones de clase que se producen ahora, ni existía aún esa agudización de la lucha de clases que en los momentos actuales observamos.
Pero hoy estamos en una nueva fase de desarrollo, distinta del período anterior, del período de la restauración. Hoy nos encontramos en un nuevo período de edificación, en el período de la reestructuración de toda la economía nacional sobre la base del socialismo. Este nuevo período origina nuevos cambios en las relaciones de clase, agudiza la lucha de clases y requiere nuevos métodos de lucha, que reagrupemos nuestras fuerzas, mejoremos y fortalezcamos todas nuestras organizaciones.
La desgracia del grupo de Bujarin consiste, precisamente, en que vive en el pasado, en que no ve los rasgos característicos de este nuevo período y no comprende la necesidad de aplicar nuevos métodos de lucha. De ahí su ceguera, su desconcierto, su pánico ante las dificultades.
La lucha de clases
¿Cuál es la base teórica de esta ceguera y de este desconcierto del grupo de Bujarin?
Yo creo que la base teórica de esta ceguera y de este desconcierto es el modo falso, no marxista, que Bujarin tiene de abordar el problema de la lucha de clases en nuestro país. Me refiero a la teoría no marxista de Bujarin sobre la integración de los kulaks en el socialismo, a su incomprensión de la mecánica de la lucha de clases bajo la dictadura del proletariado.
Se ha citado aquí varias veces el conocido pasaje del folleto de Bujarin: «El camino hacia el socialismo» de 1927, que habla de la integración de los kulaks en el socialismo. Pero se ha citado con algunas mutilaciones. Permitidme que yo lo lea íntegro. Es necesario hacerlo así, camaradas, para poner de manifiesto hasta qué punto se aparta Bujarin de la teoría marxista de la lucha de clases. Escuchad:
«La red fundamental de nuestras organizaciones cooperativas campesinas estará formada por células cooperativas no de tipo kulak, sino «de trabajadores», que se integrarán en el sistema de nuestros organismos del Estado y se convertirán, de este modo, en eslabones de la cadena única de la economía socialista. De otra parte, los nidos cooperativos de los kulaks irán integrándose, exactamente del mismo modo, a través de los bancos, etc., en este sistema; pero serán, hasta cierto punto, un cuerpo extraño, al estilo, por ejemplo, de las concesiones». (Nikolái Bujarin; El camino hacia el socialismo 1927)
Al citar este pasaje del folleto de Bujarin, algunos camaradas prescindieron, no sé por qué, de la última parte, que habla de los concesionarios. Rozit, deseoso, por lo visto, de ayudar a Bujarin, lo aprovechó para gritar desde su asiento que se tergiversaba el texto de Bujarin. Y lo notable es que la sal de toda la cita reside, precisamente, en esta última parte, referente a los concesionarios. Pues, si se coloca en un mismo plano a los concesionarios y a los kulaks, y éstos se integran en el socialismo, ¿a qué conclusión se llega? Sólo se puede llegar a una conclusión, a saber: que también los concesionarios se integran en el socialismo, que en el socialismo no se integran solamente los kulaks, sino también los concesionarios. (Hilaridad general)
Tal es la conclusión obligada.
Rozit: Bujarin dice «un cuerpo extraño».
Stalin: Bujarin no dice «un cuerpo extraño», sino «hasta cierto punto, un cuerpo extraño». Es decir, que los kulaks y los concesionarios son, «hasta cierto punto», un cuerpo extraño dentro del sistema del socialismo. Pero el error de Bujarin consiste, precisamente, en esto, en creer que los kulaks y los concesionarios se integran en el socialismo a pesar de ser, «hasta cierto punto», un cuerpo extraño.
He ahí a qué estupideces lleva la teoría de Bujarin.
Los capitalistas de la ciudad y del campo, los kulaks y los concesionarios, integrándose en el socialismo: hasta esa estupidez ha llegado Bujarin.
No, camaradas, no es ése el «socialismo» que nosotros necesitamos. Que se quede con él Bujarin.
Hasta ahora, los marxistas-leninistas habíamos pensado que entre los capitalistas de la ciudad y del campo, de una parte, y, de otra parte, la clase obrera, existe un antagonismo irreconciliable de intereses. En ello, precisamente, descansa la teoría marxista de la lucha de clases. Pero ahora, según la teoría de Bujarin acerca de la integración pacífica de los capitalistas en el socialismo, todo esto se trastrueca, desaparece el antagonismo irreconciliable entre los intereses de clase de los explotadores y de los explotados, y los explotadores se integran en el socialismo.
Rozit: Eso no es cierto, pues se presupone la dictadura del proletariado.
Stalin: Pero la dictadura del proletariado es la forma más aguda de la lucha de clases.
Rozit: De eso se trata.
Stalin: Y por lo que dice Bujarin, se llega a la conclusión de que los capitalistas se van integrando en esta misma dictadura del proletariado. ¿Cómo no lo comprende, Rozit? ¿Contra quién se debe luchar? ¿Contra quién se debe dirigir esta forma de la lucha de clases, la más aguda de todas, si los capitalistas de la ciudad y del campo van integrándose en el sistema de la dictadura del proletariado?
La dictadura del proletariado es necesaria para mantener una lucha implacable contra los elementos capitalistas, para aplastar a la burguesía y extirpar las raíces del capitalismo. Pero si los capitalistas de la ciudad y del campo, si el kulak y el concesionario se van integrando en el socialismo, ¿qué falta hace la dictadura del proletariado?; y si hace falta, ¿para aplastar a qué clase?
Rozit: De eso se trata, de que, según Bujarin, la integración presupone lucha de clases.
Stalin: A lo que se ve, Rozit se ha juramentado para ayudar a Bujarin. Pero le presta un flaco servicio, como el oso de la fábula, pues, queriendo salvarle, lo que en realidad hace es empujarle para que se ahogue sin remedio. Bien se dice que «un oso servicial es más peligroso que un enemigo». (Hilaridad general)
Una de dos: o entre la clase capitalista y la clase obrera, que llegó al poder y ha implantado su dictadura, media un antagonismo irreducible de intereses, o no media este antagonismo de intereses, en cuyo caso no quedará más camino que proclamar la armonía de los intereses de clase.
Una de dos: o la teoría marxista de la lucha de clases, o la teoría de la integración de los capitalistas en el socialismo; o el antagonismo irreducible de los intereses de clase, o la teoría de la armonía de los intereses de clase.
Todavía puede uno comprender a «socialistas» del tipo de Brentano o de Sidney Webb, que predican la integración del socialismo en el capitalismo y del capitalismo en el socialismo, pues estos «socialistas» son, en el fondo, antisocialistas, son unos liberales burgueses. A quien no se puede comprender es a un hombre que, deseando ser marxista, predique la teoría de la integración de la clase capitalista en el socialismo.
En su discurso, Bujarin ha intentado respaldar la teoría de la integración de los kulaks en el socialismo con una conocida cita de Lenin, afirmando que Lenin dice lo mismo que él.
Esto es falso, camaradas. Esto es una burda e intolerable calumnia contra Lenin.
He aquí esa cita de Lenin:
«Naturalmente, en nuestra República Soviética, el régimen social se basa en la colaboración de dos clases, los obreros y los campesinos, colaboración en la que ahora se admite también, bajo ciertas condiciones, a los «nepmanes», es decir, a la burguesía». (Vladimir Ilich Uliánov; Lenin; Como tenemos que reorganizar la Inspección Obrera, 25 de enero de 1923)
Como veis, aquí no se habla para nada de la integración de la clase capitalista en el socialismo. Lo único que se dice es que, «bajo ciertas condiciones», en la colaboración de los obreros y los campesinos «admitimos» también a los nepmanes, es decir, a la burguesía.
¿Qué significa esto? ¿Significa que así admitimos la posibilidad de que los nepmanes vayan integrándose en el socialismo? Naturalmente que no. Esta cita de Lenin sólo puede ser interpretada así por quien haya perdido la vergüenza. Esto quiere decir, simplemente, que, por ahora, no aniquilamos la burguesía, que, por ahora no le confiscamos sus bienes, sino que le permitimos que siga existiendo bajo ciertas condiciones, es decir, siempre y cuando se someta sin reservas a las leyes de la dictadura del proletariado, que conducen a la progresiva limitación de los capitalistas y a su desplazamiento gradual de la vida económica.
¿Se puede desplazar a los capitalistas y extirpar las raíces del capitalismo sin una encarnizada lucha de clases? No, no se puede.
¿Se puede suprimir las clases propugnando, en la teoría y en la práctica, la integración de los capitalistas en el socialismo? No, no se puede. Esa teoría y esa actuación práctica sólo sirven para fomentar y perpetuar las clases, pues la tal teoría es opuesta a la teoría marxista de la lucha de clases.
Pues bien, la cita de Lenin se basa absoluta e íntegramente en la teoría marxista de la lucha de clases bajo la dictadura del proletariado.
¿Qué puede haber de común entre la teoría de Bujarin sobre la integración de los kulaks en el socialismo y la teoría de Lenin sobre la dictadura como forma encarnizada de la lucha de clases? Es evidente que entre una y otra no hay ni puede haber la menor afinidad.
Bujarin entiende que, bajo la dictadura del proletariado, la lucha de clases debe extinguirse y desaparecer para que se llegue a la supresión de las clases. Lenin, por el contrario, enseña que las clases sólo pueden ser suprimidas mediante una lucha de clases tenaz, lucha que bajo la dictadura del proletariado es todavía más encarnizada que antes.
«La supresión de las clases es obra de una larga, difícil y tenaz lucha de clases, que no desaparece –como se lo imaginan los banales personajes del viejo socialismo y de la vieja socialdemocracia– después del derrocamiento del poder del capital, después de la destrucción del Estado burgués, después de la implantación de la dictadura del proletariado, sino que se limita a cambiar de forma, haciéndose en muchos aspectos todavía más encarnizada». (Vladimir Ilich Uliánov; Lenin; Un saludo a los obreros húngaros, 29 de mayo de 1919)
Eso es lo que Lenin dice acerca de la supresión de las clases.
Supresión de las clases mediante una encarnizada lucha de clase del proletariado: tal es la fórmula de Lenin.
Supresión de las clases mediante la extinción de la lucha de clases y la integración de los capitalistas en el socialismo: tal es la fórmula de Bujarin.
¿Qué puede haber de común entre estas dos fórmulas?
La teoría bujarinista de la integración de los kulaks en el socialismo es, por tanto, el abandono de la teoría marxista-leninista de la lucha de clases y una aproximación a la teoría del socialismo de cátedra [4].
Ahí está el origen de todos los errores de Bujarin y de sus amigos.
Podrá objetarse que no vale la pena extenderse demasiado en la teoría bujarinista de la integración de los kulaks en el socialismo, puesto que ella misma habla –y no sólo habla, sino que clama– en contra de Bujarin. ¡Eso es falso, camaradas! Mientras esta teoría permanecía en estado latente, podía no prestársele atención, ¡pues no son pocas las necedades que se encuentran en los escritos de diferentes camaradas! Así lo hicimos hasta ahora. Pero últimamente la situación ha cambiado. La fuerza ciega del elemento pequeño burgués, desatada estos últimos años, empezó a dar vida a esta teoría antimarxista, por lo cual cobró actualidad. Hoy ya no es posible decir que esta teoría permanece en estado latente. Hoy, esta peregrina teoría de Bujarin pretende ser la bandera de la desviación derechista en nuestro partido, la bandera del oportunismo. Por eso, no podemos ya pasar de largo ante ella, sino que tenemos el deber de deshacerla como teoría falsa y dañina, para facilitar a nuestros camaradas del partido la lucha contra la desviación de derecha.
La agudización de la lucha de clases
El segundo error de Bujarin, derivado del primero, consiste en su modo falso, no marxista, de abordar el problema de la agudización de la lucha de clases, del incremento de la resistencia de los elementos capitalistas contra la política socialista del poder soviético.
¿De qué se trata? ¿No será que los elementos capitalistas se desarrollan más rápidamente que el sector socialista de nuestra economía, por lo que intensifican su resistencia, minando la edificación socialista? No, no se trata de eso. Además, es falso que los elementos capitalistas se desarrollen más rápidamente que el sector socialista. Si fuera así, la edificación socialista se hallaría ya al borde de la ruina.
De lo que se trata es de que el socialismo mantiene eficazmente la ofensiva contra los elementos capitalistas, de que el socialismo crece más rápidamente que los elementos capitalistas, de que, en consecuencia, disminuye el peso relativo de los elementos capitalistas y, precisamente porque disminuye el peso relativo de los elementos capitalistas, éstos se ven en peligro mortal y redoblan su resistencia.
Y por el momento pueden hacerlo, no sólo porque cuentan con el apoyo del capitalismo mundial, sino porque, a pesar de disminuir su peso relativo y a pesar de disminuir también su desarrollo relativo, comparado con el del socialismo, sigue el desarrollo absoluto de los elementos capitalistas, lo que, en cierto grado, les permite acumular fuerzas para oponerse al ascenso del socialismo.
Sobre esta base es como, en la fase actual del desarrollo y bajo la presente correlación de las fuerzas, se agudiza la lucha de clases y aumenta la resistencia de los elementos capitalistas de la ciudad y del campo.
El error de Bujarin y de sus amigos consiste en que no comprenden una verdad tan sencilla y tan evidente como ésta. Su error consiste en que no abordan la cuestión de un modo marxista, sino al modo filisteo, intentando explicar la agudización de la lucha de clases con todo género de razones fortuitas: la «ineptitud» del aparato soviético, la política «imprudente» de los dirigentes locales, la «falta» de flexibilidad, las «exageraciones», etc., etc.
He aquí, por ejemplo, una cita tomada del folleto de Bujarin «El camino hacia el socialismo» de 1927, que muestra la carencia absoluta de un criterio marxista al abordar el problema de la agudización de la lucha de clases:
«Aquí y allá, la lucha de clases en el campo estalla en sus antiguas manifestaciones; esta agudización la provocan, por lo común, los elementos kulaks. Cuando, por ejemplo, los kulaks o las gentes que se lucran a costa del prójimo, y que se infiltraron en los organismos del poder soviético, comienzan a disparar contra los corresponsales rurales, esto es una manifestación de la lucha de clases en su forma más aguda [lo cual es falso, pues la forma más aguda de la lucha de clases es la insurrección – Anotación de I.V. Stalin]. Pero estos casos suelen darse, generalmente, allí donde el aparato local soviético es todavía débil. A medida que se mejore este aparato, a medida que se fortalezcan todas las células de base del poder soviético, a medida que mejoren y se refuercen las organizaciones locales del partido y del Komsomol en la aldea, esta clase de fenómenos se harán cada vez más raros, cosa que es de una evidencia meridiana, y acabarán por desaparecer sin dejar huella». (Nikolái Bujarin; El camino hacia el socialismo 1927)
Resulta, pues, que la agudización de la lucha de clases obedece a razones imputables al aparato de los soviets, a la aptitud o la ineptitud, a la fuerza o la debilidad de nuestras organizaciones de base.
Resulta, por ejemplo, que el sabotaje de los intelectuales burgueses en Shajti, que es una forma de resistencia de los elementos burgueses al poder soviético y una forma de agudización de la lucha de clases, no lo explica la correlación de las fuerzas de clase, los progresos del socialismo, sino la ineptitud de nuestro aparato.
Resulta que, hasta que se dio el sabotaje en masa en el distrito de Shajti, nuestro aparato era bueno; pero después, en el momento de producirse ese sabotaje en masa, el aparato se convirtió de súbito en algo completamente inservible.
Resulta que, hasta el año pasado, cuando el acopio de cereales marchaba por inercia y la lucha de clases no se había agudizado todavía particularmente, nuestras organizaciones locales eran buenas y hasta ideales; pero el año pasado, cuando la resistencia de los kulaks adquirió formas especialmente agudas, nuestras organizaciones se convirtieron de súbito en algo malo e inservible en absoluto.
Esto no es explicación, sino una caricatura de explicación; esto no es ciencia, sino charlatanería.
¿Cómo se explica, en realidad, esta agudización de la lucha de clases?
La explican dos causas.
Primera: nuestros avances, nuestra ofensiva, el desarrollo de las formas socialistas de la economía, tanto en la industria como en la agricultura, desarrollo que lleva aparejado el desplazamiento correspondiente de ciertos grupos de capitalistas de la ciudad y del campo. Todo consiste en que estamos viviendo bajo la fórmula de Lenin de «quién vencerá a quién»: o nosotros les hacemos morder el polvo a los capitalistas, y les damos, como decía Lenin, la batalla final y decisiva; o ellos nos hacen morder el polvo a nosotros.
Segunda: la circunstancia de que los elementos capitalistas no están dispuestos a retirarse voluntariamente de la escena, sino que se resisten y seguirán resistiéndose al socialismo, pues ven que se les acerca su última hora. Y pueden todavía ofrecer resistencia, porque, a pesar de la disminución de su peso relativo, siguen creciendo en términos absolutos: la pequeña burguesía de la ciudad y del campo hace brotar de su seno, como decía Lenin, cada día y cada hora, capitalistas de mayor o menor cuantía, y estos elementos capitalistas toman todas las medidas para defender su existencia.
En la historia no se ha dado jamás el caso de que las clases moribundas se retirasen voluntariamente de la escena. No se ha dado jamás en la historia el caso de que la burguesía agonizante no apelase a sus últimas fuerzas para defender su existencia. Lo mismo si nuestro aparato soviético de base es bueno que si es malo, nuestros avances, nuestra ofensiva, reducirán y desplazarán a los elementos capitalistas, y éstos, las clases agonizantes, ofrecerán resistencia por encima de todo.
Tales son las razones de la agudización de la lucha de clases en nuestro país.
El error de Bujarin y de sus amigos consiste en que identifican el aumento de la resistencia de los capitalistas con el aumento de su peso relativo. Pero esta identificación carece de todo fundamento. Y carece de fundamento porque si los capitalistas se resisten, esto no quiere decir, ni mucho menos, que hayan llegado a ser más fuertes que nosotros. Ocurre, precisamente, lo contrario. Las clases agonizantes no ofrecen resistencia porque sean más fuertes que nosotros, sino porque el socialismo crece más rápidamente que ellas, y ellas se hacen más débiles que nosotros. Y precisamente porque se hacen más débiles, presienten que se acerca su última hora y se ven obligadas a resistirse con todas sus fuerzas, por todos los medios.
Tal es la mecánica de la agudización de la lucha de clases y de la resistencia de los capitalistas en el momento histórico actual.
¿Cuál debe ser la política del partido ante ese estado de cosas?
El partido debe poner en guardia a la clase obrera y a las masas explotadas del campo, elevar su combatividad y desarrollar su capacidad de movilización para la lucha contra los elementos capitalistas de la ciudad y del campo, para la lucha contra los enemigos de clase que se resisten.
La teoría marxista-leninista de la lucha de clases es buena, entre otras cosas, porque facilita la movilización de la clase obrera contra los enemigos de la dictadura del proletariado.
¿Por qué son nocivas la teoría bujarinista de la integración de los capitalistas en el socialismo y la concepción bujarinista del problema de la agudización de la lucha de clases?
Porque adormecen a la clase obrera, quitan capacidad de movilización a las fuerzas revolucionarias de nuestro país, desmovilizan a la clase obrera y facilitan la ofensiva de los elementos capitalistas contra el poder soviético.
El campesinado
El tercer error de Bujarin se refiere al campesinado. Es sabido que la cuestión de los campesinos es una de las más importantes de nuestra política. En nuestras condiciones, el campesinado lo forman diversos grupos sociales: campesinos pobres, campesinos medios y kulaks. Es lógico que nuestra actitud ante esos grupos no pueda ser la misma. Los campesinos pobres son un pilar de la clase obrera, los campesinos medios son aliados y los kulaks son enemigos de clase: tal es nuestro criterio ante esos grupos sociales. Todo ello es lógico y sobradamente conocido.
Sin embargo, Bujarin ve las cosas de manera algo distinta. En su modo de enjuiciar a los campesinos, desaparece toda diferenciación de éstos, toda clasificación en grupos sociales, y sólo subsiste una mancha gris llamada aldea. Para él, el kulak no es kulak, el campesino medio no es campesino medio, y todo es miseria en la aldea. Así lo ha dicho aquí en su discurso: ¿acaso nuestro kulak puede ser llamado kulak? Si es un mendigo, ha dicho. Y nuestro campesino medio ¿se parece en algo a un campesino medio?, preguntaba aquí Bujarin. Es un pordiosero, un muerto de hambre. Se comprende que ese punto de vista acerca de los campesinos es falso de arriba abajo e incompatible con el leninismo.
Lenin decía que los campesinos individuales son la última clase capitalista. ¿Es exacta esta afirmación? Sí, absolutamente exacta. ¿Por qué se califica a los campesinos individuales de última clase capitalista? Porque, de las dos clases fundamentales que integran nuestra sociedad, el campesinado es una clase cuya economía se basa en la propiedad privada y en la pequeña producción mercantil. Porque, el campesinado, mientras lo compongan campesinos individuales dedicados a la pequeña producción mercantil, engendrará y no podrá por menos de engendrar capitalistas, constante e ininterrumpidamente.
Esta circunstancia tiene para nosotros una importancia decisiva, cuando se trata de nuestra actitud marxista ante el problema de la alianza de la clase obrera con los campesinos. Esto significa que lo que nosotros necesitamos no es una alianza cualquiera con los campesinos, sino únicamente una alianza basada en la lucha contra los elementos capitalistas del campesinado.
Como veis, la tesis de Lenin sobre el campesinado como última clase capitalista, lejos de contradecir la idea de la alianza de la clase obrera con el campesinado, da una base a esta alianza, como alianza de la clase obrera con la mayoría de los campesinos contra los elementos capitalistas en general, y contra los elementos capitalistas del campesinado, de la aldea, en particular.
Lenin planteó esta tesis para mostrar que la alianza de la clase obrera con los campesinos sólo puede ser sólida a condición de que se base en la lucha contra esos mismos elementos capitalistas que el campesinado engendra.
El error de Bujarin consiste en que no comprende ni admite esta cosa tan sencilla, en que se olvida de los grupos sociales existentes en la aldea, en que de su campo visual se esfuman los kulaks y los campesinos pobres, quedando solamente una masa única de campesinos medios.
Esto es una indudable desviación de Bujarin hacia la derecha, contraria a la desviación «izquierdista», trotskista, que no ve en la aldea más grupos sociales que los campesinos pobres y los kulaks, y de cuyo campo visual se esfuman los campesinos medios.
¿Cuál es la diferencia entre el trotskismo y el grupo de Bujarin en lo que se refiere a la alianza con los campesinos? Que el trotskismo se declara contra la política de una alianza sólida con las masas de campesinos medios, mientras que el grupo bujarinista es partidario de cualquier alianza con el campesinado en general. Huelga demostrar que ambas orientaciones son falsas y que tanto vale la una como la otra.
El leninismo aboga sin reservas por una alianza sólida con las masas fundamentales campesinas, por la alianza con los campesinos medios, pero no por una alianza cualquiera, sino por una alianza con éstos que asegure el papel dirigente de la clase obrera que fortalezca la dictadura del proletariado y que facilite la obra de la supresión de las clases:
«Por acuerdo entre la clase obrera y el campesinado puede entenderse lo que se quiera. Si no se tiene presente que, desde el punto de vista de la clase obrera, el acuerdo sólo es tolerable, acertado y posible en principio cuando apoya a la dictadura de la clase obrera y constituye una de las medidas encaminadas a la supresión de las clases, la fórmula del acuerdo de la clase obrera con el campesinado no es, naturalmente, más que una fórmula que mantienen en sus concepciones todos los enemigos del poder soviético y todos los enemigos de la dictadura». (Vladimir Ilich Uliánov; Lenin; Informe en la Xº Conferencia de toda Rusia del Partido Comunista (bolchevique) de Rusia, 1921)
Y más adelante:
«Ahora, el proletariado tiene en sus manos el Poder y lo dirige. El proletariado dirige al campesinado. ¿Qué significa dirigir al campesinado? Significa, en primer lugar, orientarse hacia la supresión de las clases, y no hacia el pequeño productor. Si nos desviáramos de esta línea fundamental y cardinal, dejaríamos de ser socialistas y caeríamos en el campo de esos pequeño burgueses, en el campo de los eseristas y mencheviques, que son hoy los más encarnizados enemigos del proletariado». (Vladimir Ilich Uliánov; Lenin; Informe en la Xº Conferencia de toda Rusia del Partido Comunista (bolchevique) de Rusia, 1921)
Tal es el punto de vista de Lenin sobre la alianza con las masas fundamentales del campesinado, con los campesinos medios.
El error del grupo de Bujarin, en lo que se refiere a los campesinos medios, consiste en que no ve el doble carácter, la doble situación que ocupa el campesino medio entre la clase obrera y los capitalistas. «Los campesinos medios son una clase vacilante», decía Lenin. ¿Por qué? Porque el campesino medio, de una parte, es un trabajador, cosa que lo acerca a la clase obrera, mientras que, de otra parte, es un propietario, cosa que lo acerca a los kulaks. De ahí las vacilaciones del campesino medio. Y esto no es cierto sólo desde el punto de vista teórico. Estas vacilaciones se manifiestan también en la práctica todos los días y a todas horas.
«El campesino, como trabajador, se inclina hacia el socialismo, prefiriendo la dictadura de los obreros a la dictadura de la burguesía. Pero, como vendedor de cereales, el campesino se inclina hacia la burguesía, hacia el comercio libre, es decir, vuelve la vista atrás, al capitalismo «habitual», al viejo capitalismo «tradicional». (Vladimir Ilich Uliánov; Lenin; Un saludo a los obreros húngaros, 29 de mayo de 1919)
Por eso, la alianza con el campesino medio sólo puede ser sólida si va dirigida contra los elementos capitalistas, contra el capitalismo en general, si asegura el papel dirigente de la clase obrera dentro de esta alianza y si facilita la obra de supresión de las clases.
El grupo de Bujarin olvida estas cosas tan sencillas y tan lógicas.
La NEP y las relaciones mercantiles
El cuarto error de Bujarin se refiere a la cuestión de la NEP –Nueva Política Económica–. Aquí el error de Bujarin consiste en no ver el doble carácter de la NEP, en no ver más que uno de sus aspectos. Cuando, en 1921, implantamos la NEP, dirigimos su filo contra el comunismo de guerra, contra el régimen y el orden de cosas que prohibían toda libertad para el comercio privado. Entendíamos y seguimos entendiendo que la NEP significa cierta libertad para el comercio privado. Bujarin se acuerda de este aspecto del asunto. Y eso está muy bien.
Pero Bujarin se equivoca al creer que la NEP no tiene más que ese aspecto. Olvida que también tiene otro. Se trata de que la NEP no significa en absoluto la libertad completa para el comercio privado, el libre juego de precios en el mercado. La NEP es libertad para el comercio privado dentro de ciertos límites, dentro de cierto marco, a condición de que se asegure el papel regulador del Estado en el mercado. Este es, precisamente, el segundo aspecto de la NEP, aspecto más importante para nosotros que el primero. En el mercado de nuestro país no existe el libre juego de precios, como ocurre ordinariamente en los países capitalistas. Nosotros fijamos el precio de los cereales en lo fundamental. Fijamos los precios de los artículos manufacturados. Nos esforzamos en aplicar una política de reducción del coste de producción y de rebaja de precios de los artículos manufacturados, tratando de mantener la estabilidad de los precios de los productos agrícolas; ¿No es evidente que este régimen peculiar y específico del mercado no existe en ningún país capitalista?
De aquí se desprende que, mientras haya NEP, tienen que subsistir sus dos aspectos: el primero, dirigido contra el régimen del comunismo de guerra, y cuya finalidad es proporcionar cierta libertad para el comercio privado, y el segundo, dirigido contra la plena libertad para el comercio privado, y cuya finalidad es asegurar el papel regulador del Estado en el mercado. Eliminad uno de los aspectos, y habrá desaparecido la nueva política económica.
Bujarin cree que a la NEP sólo puede amenazarle el peligro de «izquierda», de quienes pretenden acabar con toda libertad de comercio. Esto es falso. Esto es un craso error. Además, este peligro es ahora el menos real, pues no hay actualmente o casi no hay en nuestros organismos locales ni centrales quien no comprenda toda la necesidad y la conveniencia de mantener cierta libertad de comercio.
Mucho más real es el peligro de derecha, el peligro que representan quienes pretenden suprimir el papel regulador del Estado en el mercado, quienes pretenden «emancipar» el mercado y abrir así una era de plena libertad para el comercio privado. No cabe la menor duda de que este peligro de ruptura de la NEP desde la derecha es hoy día mucho más real.
Conviene no olvidar que la fuerza ciega del elemento pequeño burgués actúa precisamente en este sentido, en el sentido de hacer fracasar la NEP desde la derecha. Conviene también recordar que las lamentaciones de los kulaks y de los elementos acomodados, que las lamentaciones de los especuladores y acaparadores, por las que se dejan influir a menudo muchos de nuestros camaradas, disparan contra la NEP precisamente desde este flanco. El hecho de que Bujarin no vea este segundo peligro, verdaderamente real, de ruptura de la NEP, atestigua de modo indudable que ha cedido a la presión de la fuerza ciega del elemento pequeño burgués.
Bujarin recomienda «normalizar» el mercado y «maniobrar» con los precios de acopio de los cereales por zonas, es decir, la subida de los precios de los cereales. ¿Qué significa esto? Significa que no le satisfacen las condiciones soviéticas del mercado, que desea acabar paulatinamente con el papel regulador del Estado sobre el mercado y que propone hacer concesiones a la fuerza ciega del elemento pequeño burgués que torpedea la NEP por la derecha.
Supongamos por un momento que seguimos los consejos de Bujarin. ¿Qué ocurriría? Elevaríamos los precios de los cereales, pongamos por caso, en el otoño, al comenzar el período de los acopios. Pero como en el comercio hay siempre gente, especuladores y acaparadores de toda laya, que pueden pagar los cereales tres veces más caro, y como nosotros no podemos competir con los especuladores, pues ellos compran, a lo sumo, unos diez millones de puds, mientras que nosotros tenemos que comprar cientos de millones, resultará que los poseedores de cereales seguirán reteniéndolos, esperando a que suban todavía más los precios. Es decir, que, al llegar la primavera, que es cuando el Estado empieza a sentir más necesidad de cereales, tendríamos que volver a aumentar los precios. ¿Y qué significaría subir los precios de los cereales en la primavera? Significaría sacrificar a los pobres y a las gentes modestas del campo –que se ven obligados a comprar cereales, en la primavera, en parte para la siembra y en parte para el consumo–, pues comprarían los mismos cereales que vendieron en el otoño a precio más bajo. ¿Es que, con estas operaciones, íbamos a conseguir algún resultado serio, en el sentido de obtener la cantidad suficiente de cereales? Lo más probable es que no lográsemos nada, pues siempre habría especuladores y acaparadores que se las arreglarían para pagar de nuevo el doble y el triple por esos mismos cereales. Y tendríamos que estar dispuestos a elevar nuevamente los precios de los cereales, esforzándonos en vano en atajar a los especuladores y acaparadores.
De eso se deduce que, puestos en el camino de elevar los precios de los cereales, tendríamos que seguir elevándolos constantemente, sin la menor garantía de poder conseguir cereales en cantidad suficiente.
Pero la cosa no para ahí:
En primer lugar, la elevación de los precios de acopio de los cereales nos obligaría luego a elevar también los precios de las materias primas que produce la agricultura, para mantener cierta proporción en los precios de los productos agrícolas.
En segundo lugar, la elevación de los precios de acopio de los cereales nos impediría mantener el bajo precio del pan en las ciudades; es decir, que tendríamos que subir también los precios de venta del pan. Y como no podemos ni debemos perjudicar a los obreros, nos veríamos obligados a elevar rápidamente los salarios. Y esto conduciría forzosamente a aumentar también los precios de los artículos manufacturados, pues, de lo contrario, se produciría un trasiego de recursos de la ciudad al campo, perjudicial para la industrialización.
Y como resultado de esto, tendríamos que nivelar los precios de los artículos manufacturados y los productos agrícolas, no sobre la base de precios con tendencia a la baja o, por lo menos, estabilizados, sino sobre la base de precios con tendencia al alza, tanto del pan como de los artículos manufacturados.
Dicho en otros términos: tendríamos que orientarnos al encarecimiento de los artículos manufacturados y de los productos agrícolas.
Fácil es comprender que estas «maniobras» con los precios acabarían forzosa y totalmente con la política soviética de precios, acabarían con el papel regulador del Estado en el mercado y dejarían en libertad completa la fuerza ciega del elemento pequeño burgués.
¿Quién saldría ganando con ello?
Sólo los sectores acomodados de la ciudad y del campo, pues el encarecimiento de los artículos manufacturados y de los productos agrícolas los haría forzosamente inasequibles tanto para la clase obrera como para los campesinos pobres y los sectores modestos del campo. Saldrían ganando los kulaks y los campesinos acomodados, los nepmanes y otras clases pudientes.
También esto sería una ligazón, pero una ligazón muy particular: la ligazón con los sectores pudientes del campo y de la ciudad. Y los obreros y los sectores modestos del campo tendrían perfecto derecho a preguntamos: ¿qué Poder es éste, de los obreros y campesinos o de los kulaks y los nepmanes?
La ruptura con la clase obrera y con los sectores modestos del campo y la ligazón con los sectores pudientes del campo y de la ciudad: eso es lo que nos traería la «normalización» bujarinista del mercado y las «maniobras» con los precios de los cereales por zonas.
Es evidente que el partido no puede seguir ese camino funesto.
Hasta qué punto embrolla Bujarin todas las ideas sobre la NEP y hasta qué punto es prisionero de la fuerza ciega del elemento pequeño burgués se ve, entre otras cosas, por su actitud más que negativa hacia las nuevas formas de intercambio de mercancías entre la ciudad y el campo, entre el Estado y los campesinos. Bujarin se indigna e injuria porque el Estado sea un proveedor de mercancías para los campesinos, y éstos se vayan convirtiendo en proveedores de cereales para el Estado. Según él, esto es vulnerar todas las normas de la NEP, poco menos que torpedearla. ¿Por qué?, nos preguntamos, ¿a título de qué?
¿Qué puede haber de malo en que el Estado, la industria del Estado, sea la que provea de mercancías a los campesinos sin intermediarios, y en que los campesinos sean los que suministren cereales para la industria, para el Estado, sin intermediarios también?
¿Qué puede haber de malo, desde el punto de vista del marxismo y de la política marxista, en que los campesinos se hayan convertido ya en proveedores de algodón, de remolacha y de lino para las necesidades de la industria del Estado, y la industria del Estado en proveedora de mercancías urbanas, de simientes y de instrumentos de producción para estas ramas de la economía rural?
El método de la contratación es aquí el fundamental para fijar estas nuevas formas de intercambio de mercancías entre la ciudad y el campo. Pero ¿acaso el método de contratación es incompatible con los postulados de la NEP?
¿Qué puede haber de malo en que los campesinos se hagan proveedores del Estado también en cereales, y no sólo en algodón, remolacha y lino, utilizando el mismo método de la contratación?
¿Por qué al comercio en partidas pequeñas, al comercio al por menor se le puede llamar intercambio de mercancías, y el comercio en partidas grandes, sobre la base de contratos previamente establecidos –contratación– que determinen los precios y la calidad de los productos, no se puede considerar como intercambio de mercancías?
¿Acaso es difícil comprender que estas nuevas formas de intercambio en masa de mercancías con arreglo al método de la contratación entre la ciudad y el campo han surgido precisamente sobre la base de la NEP y constituyen un importantísimo paso adelante de nuestras organizaciones hacia el fortalecimiento de la dirección socialista, planificada, de la economía nacional?
Bujarin ha dejado de comprender estas cosas tan sencillas y tan lógicas.
El llamado «Tributo»
El quinto error de Bujarin –me refiero a los errores principales– consiste en la deformación oportunista de la línea del partido en el problema de las «tijeras» entre la ciudad y el campo, en el problema del llamado «tributo».
¿A qué se refiere la conocida resolución de la reunión conjunta del Buró Político y del Presídium de la Comisión de Control Central. –de febrero de 1929– acerca de las «tijeras»? Se refiere a que, además de los impuestos ordinarios, directos e indirectos, que los campesinos satisfacen al Estado, abonan otro superimpuesto, al pagar de más los artículos manufacturados y al cobrar de menos los precios de los productos agrícolas.
¿Es cierto que existe en la realidad ese superimpuesto satisfecho por el campesinado? Sí, es cierto. ¿Qué otros nombres tiene? Se le llama también «tijeras», «trasiego» de recursos de la agricultura a la industria con objeto de impulsar más rápidamente esta última.
¿Es necesario ese «trasiego»? Entre nosotros no hay discrepancias acerca de que el «trasiego», como medida provisional, es necesario, si es que de veras queremos mantener el rápido ritmo de desarrollo de la industria. Y el crecimiento rápido de la industria debemos mantenerlo a toda costa, pues no lo requiere sólo la propia industria, sino que en primer lugar lo exige la agricultura, lo exigen los campesinos, quienes necesitan ahora más que nada tractores, maquinaria agrícola y abonos.
¿Podemos suprimir ahora mismo ese superimpuesto? Por desgracia, no. Deberemos suprimirlo en la primera oportunidad, dentro de unos años, pero ahora no podemos hacerlo.
Y ese superimpuesto, obtenido como resultado de las «tijeras», constituye «algo semejante a un tributo». No es tributo, sino «algo semejante a un tributo». Es «algo semejante a un tributo» que satisfacemos por nuestro atraso. Ese superimpuesto es necesario para impulsar el desarrollo de la industria y terminar con nuestro atraso.
¿No significará esto que explotamos al campesinado al gravarlo con ese impuesto adicional? No, no significa eso. La naturaleza del poder soviético no permite que el Estado explote a los campesinos de ninguna manera. En los discursos de nuestros camaradas en el Pleno de julio [5] se dijo explícitamente que dentro del régimen soviético quedaba excluida la explotación de los campesinos por el Estado socialista, pues el ascenso constante del bienestar de los campesinos trabajadores es ley del desarrollo de la sociedad soviética, y esto descarta toda posibilidad de explotación del campesinado.
¿Puede soportar el campesinado ese impuesto adicional? Sí, puede soportarlo. ¿Por qué?
Porque, primero, el pago de ese impuesto adicional coincide con un ambiente de mejoramiento continúo de la situación material del campesinado.
Porque, segundo, el campesino tiene su hacienda personal, cuyos ingresos le permiten satisfacer el impuesto adicional, cosa que no puede decirse del obrero, el cual carece de hacienda personal y entrega, a pesar de ello, todas sus energías a la causa de la industrialización.
Porque, tercero, la cuantía del impuesto adicional disminuye de año en año.
¿Hacemos bien en calificar el impuesto adicional de «algo semejante a un tributo»? Sin duda alguna. Estas palabras suscitan en nuestros camaradas la idea de que el impuesto adicional es algo desagradable e indeseable y de que no se debe admitir su vigencia durante mucho tiempo. Al calificar así el impuesto adicional sobre el campesinado, queremos decir que lo descontamos, no porque ése sea nuestro deseo, sino por necesidad, que los bolcheviques debemos tomar todas las medidas para acabar con este impuesto adicional a la primera posibilidad, cuanto antes.
Tal es el fondo del problema de las «tijeras», del «trasiego», del «superimpuesto», de lo que en los documentos antes aludidos se califica de «algo semejante a un tributo».
Bujarin, Rýkov y Tomski trataron de aferrarse a la palabra «tributo» y empezaron a acusar al partido de seguir una política de explotación militar-feudal del campesinado. Pero ahora, hasta los ciegos ven que se trataba de un intento deshonesto de los bujarinistas de difamar de la manera más grosera a nuestro partido. Hasta ellos mismos se ven ahora obligados a reconocer tácitamente el estrepitoso fracaso de sus habladurías acerca de la explotación militar-feudal.
Una de dos: o bien los bujarinistas admiten que en el momento actual son inevitables las «tijeras» y el «trasiego» de recursos de la agricultura a la industria, y entonces deben reconocer el carácter calumnioso de sus acusaciones y la completa razón que asistía al partido; o bien niegan que en el momento actual sean inevitables las «tijeras» y el «trasiego»; pero, en este caso, que lo digan abiertamente, para que el partido pueda incluirlos en la categoría de los adversarios de la industrialización de nuestro país.
Yo podría, en todo caso, mencionar varios discursos de Bujarin, Rýkov y Tomski, en los que admiten sin reservas, como algo inevitable en el momento presente, las «tijeras», el «trasiego» de recursos de la agricultura a la industria. Y eso es reconocer la fórmula de «algo semejante a un tributo».
Y bien, ¿siguen manteniendo el punto de vista del «trasiego», el punto de vista de la conservación de las «tijeras» en el momento presente, sí o no? Que lo digan sin rodeos.
Bujarin: El trasiego es necesario, pero «tributo» es una palabra desgraciada. (Hilaridad general)
Stalin: Quiere decir que con relación al fondo del problema no tenemos discrepancias; quiere decir que el «trasiego» de recursos de la agricultura a la industria, las llamadas «tijeras», el impuesto adicional, ese «algo semejante a un tributo», constituye un recurso necesario, pero temporal, de la industrialización del país en el momento presente.
Muy bien. ¿De qué se trata, pues?, ¿a qué viene ese alboroto? ¿No agrada la palabra «tributo» o «algo semejante a un tributo» por considerar que no debe emplearse en la literatura marxista?
Pues bien, hablaremos de la palabra «tributo».
Yo afirmo, camaradas, que esta palabra hace ya mucho que adquirió carta de naturaleza en nuestra literatura marxista, por ejemplo, en los artículos del camarada Lenin. Eso puede asombrar a gentes que no leen a Lenin, pero es así, camaradas. Bujarin se ha «desgañitado» aquí afirmando que la literatura marxista no puede admitir la palabra «tributo». Le indigna y le asombra que el Comité Central del partido y los marxistas en general se permitan emplear la palabra «tributo». Pero ¿qué tiene eso de particular, si está probado que esta palabra adquirió hace mucho carta de naturaleza en los artículos de un marxista como el camarada Lenin? ¿O es que Lenin no reúne los requisitos necesarios para un marxista desde el punto de vista de Bujarin? Pues bien, decidlo, abiertamente, queridos camaradas.
Tomad, por ejemplo, el artículo de un marxista como Lenin: «Acerca del infantilismo de «izquierda» y del espíritu pequeño burgués» –de mayo de 1918–y leed el pasaje siguiente:
«El pequeño burgués que esconde sus miles es un enemigo del capitalismo de Estado y aspira a invertir esos miles única y exclusivamente en provecho propio, en contra de los pobres, en contra de toda clase de control del Estado; y el conjunto de estos miles forma una base de muchos miles de millones para la especulación, que malogra nuestra edificación socialista. Supongamos que determinado número de obreros aporta en varios días valores por una suma igual a 1.000. Supongamos, además, que de esta suma tenemos una pérdida igual a 200, como consecuencia de la pequeña especulación, de las dilapidaciones de todo género y de las maniobras de los pequeños propietarios para «salvar» las normas y los decretos soviéticos. Todo obrero consciente dirá: si yo pudiera aportar 300 de esos 1.000, a condición de que se implantase un orden y una organización mejores, aportaría con gusto 300 en lugar de 200, ya que con el poder soviético reducir luego este «tributo», supongamos, hasta 100 ó 50 será una tarea muy fácil, una vez que se impongan el orden y la organización, una vez que sea vencido por completo el sabotaje de la pequeña propiedad privada contra todo monopolio de Estado». (Vladimir Ilich Uliánov; Lenin; Acerca del infantilismo de «izquierda» y del espíritu pequeño burgués, 5 de mayo de 1918)
Me parece que está claro. ¿Diréis, basándoos en esto, que el camarada Lenin era partidario de la política de explotación militar-feudal de la clase obrera? ¡Probad a hacerlo, queridos camaradas!
Una voz: Sin embargo, nunca se ha empleado el concepto de «tributo» para el campesino medio.
Stalin: ¿No pensará usted que el campesino medio está más cerca del partido que la clase obrera? Es usted un marxista de pacotilla. (Hilaridad general)
Si se puede hablar de «tributo» refiriéndose a la clase obrera, de la que nosotros somos el partido, ¿por qué no se va a poder decir lo mismo del campesino medio, que no es, en fin de cuentas, más que un aliado nuestro?
Habrá gente reparona capaz de pensar que la palabra «tributo» es en el artículo «Acerca del infantilismo de «izquierda» un lapsus del camarada Lenin, un lapsus casual. La comprobación muestra, sin embargo, que las sospechas de la gente reparona carece de toda base. Tomad otro artículo, más bien un folleto del camarada Lenin: «Sobre el impuesto en especie» –de 1921 y leed la página 324 –del t.XXVI, pág. 324–. Veréis que el camarada Lenin repite literalmente el párrafo que acabo de citar acerca del «tributo». Tomad, en fin, el artículo del camarada Lenin «Las tareas inmediatas del poder soviético» de 1918 y leed el t. XXII, pág. 448, y veréis que Lenin también habla allí del «tributo» ya sin comillas que pagamos por nuestro atraso en la organización de la contabilidad y del control ejercidos desde abajo por todo el pueblo».
Resulta que la palabra «tributo» está muy lejos de ser un vocablo casual en los artículos de Lenin. El camarada Lenin emplea esta palabra para subrayar el carácter temporal del «tributo», para poner en tensión la energía de los bolcheviques y orientarla en el sentido de suprimir, a la primera posibilidad, ese «tributo» que la clase obrera paga por nuestro atraso, por nuestros «defectos».
Resulta que, al emplear la expresión «algo semejante a un tributo», me encuentro en compañía de marxistas bastante buenos, en compañía del camarada Lenin.
Bujarin decía aquí que los marxistas no deben tolerar en su literatura la palabra «tributo». ¿A qué marxistas se refería? Si se refería a marxistas, dicho sea con perdón, del estilo de Slepkov, Maretski, Petrovski, Rozit, etc., que tiran mucho más a liberales que a marxistas, se comprende muy bien la irritación de Bujarin. Pero si se refería a marxistas de veras, al camarada Lenin, por ejemplo, hay que decir que la palabra «tributo» adquirió hace ya mucho entre ellos carta de naturaleza, y Bujarin, que conoce poco las obras de Lenin, se ha equivocado de medio a medio.
Pero el problema del «tributo» no termina aquí. No es casual que Bujarin y sus amigos la tomaran con la palabra «tributo» y hablaran de política de explotación militar-feudal del campesinado. Es indudable que con el alboroto acerca de la explotación militar-feudal querían significar su extremo descontento por la política de nuestro partido que, con relación a los kulaks, aplican nuestras organizaciones. El descontento por la política leninista del partido en la dirección del campesinado, el descontento por nuestra política de acopio de cereales, el descontento por nuestra política de desarrollo máximo de los koljóses y los sovjóses, el deseo, en fin, de «emancipar» el mercado y de establecer la plena libertad para el comercio privado: eso es lo que reflejan los alaridos de Bujarin acerca de la política de explotación militar-feudal del campesinado.
No conozco en la historia de nuestro partido otro ejemplo de que se le acusase de seguir una política de explotación militar-feudal. Tal arma contra el partido no procede del arsenal marxista. ¿De dónde procede? Del arsenal de Miliukov, el líder de los demócratas constitucionalistas. Cuando los demócratas constitucionalistas quieren encizañar a la clase obrera y al campesinado, suelen decir: ustedes, señores bolcheviques, edifican el socialismo sobre los huesos del campesinado. Con sus vociferaciones acerca del «tributo», Bujarin hace coro a los señores Miliukov, marcha a remolque de los enemigos del pueblo.
El ritmo del desarrollo de la industria y las nuevas formas de ligazón entre la ciudad y el campo
Y, por último, el ritmo del desarrollo de la industria y las nuevas formas de la ligazón entre la ciudad y el campo. Es ésta una de las cuestiones más importantes en nuestras discrepancias. Su importancia reside en que en ella vienen a confluir todos los hilos de nuestras discrepancias prácticas en orden a la política económica del partido.
¿Qué formas nuevas de ligazón son éstas? ¿Qué significa eso desde el punto de vista de nuestra política económica?
Significa, ante todo, que, además de las viejas formas de ligazón entre la ciudad y el campo, en que la industria satisfacía principalmente las necesidades personales del campesino –en cuanto a percal, calzado, artículos textiles en general, etc–. Necesitamos nuevas formas de ligazón, en que la industria satisfaga las necesidades de producción de la hacienda campesina –en cuanto a maquinaria agrícola, tractores, simientes escogidas, abonos, etc–.
Si antes satisfacíamos principalmente las necesidades personales del campesino, preocupándonos poco de las necesidades de producción de su hacienda, ahora, sin dejar de atender a sus necesidades personales, debemos preocuparnos intensamente del abastecimiento de maquinaria agrícola, tractores, abonos, etc., cosa que se relaciona directamente con la reestructuración de la producción agrícola sobre una nueva base técnica.
Mientras se trataba de levantar la agricultura y de que los campesinos pusieran en cultivo las tierras que pertenecieron a los terratenientes y kulaks, podíamos contentarnos con las viejas formas de ligazón. Pero ahora, que se trata de la reestructuración de la agricultura, esto ya no basta. Ahora hay que ir más allá, ayudando al campesinado a reestructurar la producción agrícola sobre la base de una nueva técnica y del trabajo colectivo.
Esto significa, en segundo lugar, que, a la par que reequipamos nuestra industria, debemos comenzar a reequipar también en serio nuestra agricultura. Estamos reequipando, y en parte hemos reequipado ya, nuestra industria, dándole una nueva base técnica, dotándola de máquinas nuevas modernas y de cuadros nuevos y más capaces. Estamos construyendo fábricas nuevas y modernizando y ampliando las antiguas; impulsamos la metalurgia, la industria química y la construcción de maquinaria. Sobre esta base crecen las ciudades, se multiplican los nuevos centros industriales y se amplían los antiguos. Sobre esta base aumenta la demanda de productos alimenticios y de materias primas para la industria. Pero la agricultura sigue empleando los viejos aperos y los viejos y patriarcales métodos de cultivo de la tierra, los viejos y primitivos medios técnicos, ya hoy inservibles o casi inservibles, las viejas formas de gestión y de trabajo, propias de la pequeña hacienda campesina individual.
¿Qué nos dice, por ejemplo, el hecho de que, mientras antes de la revolución había en nuestro país unos 16 millones de haciendas campesinas, hoy haya 25 millones por lo menos? ¿Qué significa esto sino que la agricultura va tomando un carácter más atomizado y disperso? Y una particularidad de las pequeñas haciendas dispersas es que no pueden utilizar debidamente la técnica, la maquinaria, los tractores, los adelantos de la ciencia agronómica y producen poco para el mercado.
De ahí la escasez de producción agrícola de uso mercantil.
De ahí el peligro de una ruptura entre la ciudad y el campo, entre la industria y la agricultura.
De ahí la necesidad de impulsar la agricultura, de imprimirle el ritmo de desarrollo de nuestra industria.
Pues bien, para eliminar este peligro de ruptura es necesario comenzar a reequipar a fondo la agricultura sobre la base de una nueva técnica. Y para ello es preciso ir agrupando paulatinamente en grandes haciendas, en koljóses, las haciendas campesinas individuales dispersas; es necesario organizar la agricultura sobre la base del trabajo colectivo, ampliar las colectividades; es necesario desarrollar los viejos sovjóses y organizar nuevos, aplicar sistemáticamente las formas de la contratación en masa en todas las ramas fundamentales de la agricultura; es necesario fomentar el sistema de las estaciones de máquinas y tractores, que ayudan a los campesinos a aprender el manejo de los nuevos elementos técnicos y a colectivizar el trabajo. En una palabra, es necesario ir pasando gradualmente las pequeñas haciendas campesinas individuales a la gran producción colectiva, pues sólo la gran producción de tipo colectivo es capaz de utilizar íntegramente las realizaciones de la ciencia y los nuevos elementos técnicos y de hacer avanzar con pasos de «siete leguas» nuestra agricultura.
Eso no quiere decir, naturalmente, que debamos abandonar las haciendas individuales de los campesinos pobres y medios. No, no quiere decir eso. La hacienda individual de los campesinos pobres y medios desempeña y seguirá desempeñando en el futuro inmediato un papel predominante en cuanto al suministro de víveres y materias primas para la industria. Precisamente por ello es necesario apoyar a las haciendas individuales de los campesinos pobres y medios no agrupados aún en koljóses.
Pero esto significa que la sola hacienda campesina individual ya no es suficiente. De ello dan fe nuestras dificultades en punto al acopio de cereales. Por eso hay que complementar el fomento de la hacienda individual del campesino pobre y medio impulsando por todos los medios las formas colectivas de la economía y los sovjóses.
Por eso es necesario tender un puente entre las haciendas individuales de los campesinos pobres y medios y las formas colectivas de la economía mediante la contratación en masa, las estaciones de máquinas y tractores, desarrollando por todos los medios el movimiento cooperativo, para facilitar a los campesinos el paso de su pequeña hacienda individual al cauce del trabajo colectivo.
Sin observar estas condiciones, será imposible dar un impulso serio a la agricultura. Sin estas condiciones, será imposible resolver el problema cerealista. Sin estas condiciones, será imposible sacar a los campesinos modestos de la ruina y de la miseria.
Esto significa, finalmente, que es necesario desarrollar en todos los sentidos nuestra industria como el medio principal que ayude a reestructurar la producción agrícola; que es necesario impulsar la metalurgia, la industria química y la construcción de maquinaria; que es necesario construir fábricas detractores, fábricas de maquinaria agrícola, etc.
Huelga demostrar que es imposible el desarrollo de los koljóses, que es imposible el desarrollo de las estaciones de máquinas y tractores, sin incorporar a las masas fundamentales campesinas a las formas de gestión colectiva a través de la contratación en masa, sin dotar a la agricultura de una cantidad considerable de tractores, de máquinas agrícolas, etc.
Pero sin desarrollar nuestra industria a ritmo acelerado es imposible proporcionar al campo maquinaria agrícola y tractores. De ahí el ritmo rápido de desarrollo de nuestra industria, como clave para la reestructuración de la agricultura sobre la base del colectivismo.
Tales son el sentido y la importancia de las nuevas formas de la ligazón.
El grupo de Bujarin se ve obligado a reconocer de palabra la necesidad de las nuevas formas de la ligazón. Pero no es más que un reconocimiento verbal, hecho con el propósito de hacer pasar, bajo la tapadera del reconocimiento verbal de las nuevas formas de la ligazón, algo que es todo lo contrario. En realidad, Bujarin está en contra de las nuevas formas de la ligazón. Para Bujarin, el punto de partida no es el ritmo rápido de desarrollo de la industria, como palanca para la reestructuración de la producción agrícola, sino el desarrollo de la hacienda campesina individual. Para él, en primer plano figura la «normalización» del mercado y la admisión del libre juego de los precios en el mercado de los productos agrícolas, la admisión de la libertad completa para el comercio privado. De ahí su recelo hacia los koljóses, lo que se advirtió en su discurso en el Pleno de julio del Comité Central y en las tesis que presentó en vísperas de este mismo Pleno. De ahí su enemiga a todas y cada una de las medidas extraordinarias contra los kulaks para el acopio de cereales.
Es sabido que Bujarin huye de las medidas extraordinarias como el «diablo del agua bendita».
Es sabido que Bujarin sigue todavía sin poder comprender que, en las condiciones actuales, el kulak no aportará de buen grado, espontáneamente, la suficiente cantidad de cereales.
Así lo demuestran dos años de experiencia de trabajo nuestro en el acopio de cereales.
¿Y qué hacer si, a pesar de todo, escasea el grano mercantil? Bujarin contesta: no molestéis a los kulaks con medidas extraordinarias y traed trigo del extranjero. No hace mucho que nos proponía importar unos 50 millones de puds de trigo, es decir, que invirtiésemos en ello unos 100 millones de rublos en moneda extranjera. ¿Y si necesitamos las divisas para importar maquinaria con destino a la industria? Bujarin replica: hay que dar preferencia a la importación de trigo, relegando a un segundo plano, por lo que se ve, la importación de maquinaria para la industria.
Se llega, pues, a la conclusión de que, para resolver el problema cerealista y reestructurar la agricultura, lo principal no es el rápido ritmo de desarrollo de la industria, sino el fomento de la hacienda campesina individual, incluyendo la hacienda del kulak, sobre la base del mercado libre con el libre juego de los precios.
Por donde nos encontramos con dos planes diferentes de política económica.
Plan del partido:
1) Estamos reequipando la industria –reestructuración–.
2) Comenzamos a reequipar en serio la agricultura –reestructuración–.
3) Para esto es necesario ampliar la organización de koljóses y sovjóses y emplear la contratación en masa y las estaciones de máquinas y tractores como medios para establecer una ligazón de producción entre la industria y la agricultura.
4) Por lo que se refiere a las dificultades de acopio de cereales en estos momentos, es necesario reconocer como admisibles las medidas extraordinarias pasajeras, respaldadas por el apoyo social de las masas de campesinos pobres y medios, como uno de los recursos para vencer la resistencia de los kulaks y sacarles la mayor cantidad posible de excedentes de grano, indispensables para evitar las importaciones de trigo y destinar las divisas al desarrollo de la industria.
5) La hacienda individual de los campesinos pobres y medios ocupa y seguirá ocupando todavía una situación predominante en cuanto al abastecimiento del país de víveres y materias primas, pero ella sola de por sí no basta ya; por eso hay que complementar el desarrollo de las haciendas individuales de los campesinos pobres y medios con el desarrollo de los koljóses y sovjóses, con la contratación en masa y con el desarrollo intensivo de las estaciones de máquinas y tractores, para facilitar el desplazamiento de los elementos capitalistas de la agricultura y el paso gradual de las haciendas campesinas individuales al cauce de las grandes haciendas colectivas, al cauce del trabajo colectivo.
6) Mas, para conseguir todo esto, es necesario, ante todo, intensificar el desarrollo de la industria, de la metalurgia, de la industria química y de la construcción de maquinaria, la construcción de fábricas de tractores, de maquinaria agrícola, etc. De otro modo, será imposible resolver el problema de los cereales, lo mismo que será imposible reestructurar la agricultura.
Conclusión: la clave para la reestructuración de la agricultura está en el rápido ritmo de desarrollo de nuestra industria.
Plan de Bujarin:
1) «Normalización» del mercado, admisión del libre juego de los precios en el mercado y elevación de los precios de los cereales, sin reparar en que esto puede conducir al encarecimiento de los artículos manufacturados, de las materias primas y del pan.
2) Estimular por todos los medios las haciendas campesinas individuales, amortiguando en cierta medida el ritmo de desarrollo de los koljóses y sovjóses –tesis de Bujarin en julio, discurso de Bujarin en el Pleno de julio–.
3) Dejar que los acopios marchen por sí solos excluyendo siempre, y cualesquiera que sean las condiciones, incluso la aplicación parcial de medidas extraordinarias contra los kulaks, aunque estas medidas tengan el apoyo de la masa de los campesinos medios y pobres.
4) En caso de escasez de trigo, importarlo, invirtiendo en ello unos 100 millones de rublos.
5) Si no hay bastantes divisas para cubrir la importación de trigo y de maquinaria industrial, reducir la importación de esta última y, por tanto, amortiguar el ritmo de desarrollo de nuestra industria; de lo contrario, la agricultura «se estancará» o incluso «decaerá».
Conclusión: la clave para la reestructuración de la agricultura está en desarrollar la hacienda campesina individual.
¡Tal es el giro que toman las cosas, camaradas!
El plan de Bujarin es un plan de amortiguamiento del ritmo de desarrollo de la industria y de quebrantamiento de las nuevas formas de la ligazón.
Tales son nuestras disensiones.
A veces preguntan: ¿no nos habremos retrasado en cuanto al desarrollo de las nuevas formas de la ligazón en cuanto al desarrollo de los koljóses, de los sovjóses, etc.?
Hay quien afirma que el partido se ha retrasado dos años, por lo menos, en este asunto. Eso es falso, camaradas. Es absolutamente falso. Eso sólo pueden decirlo los vocingleros «izquierdistas», que no tienen idea de lo que es la economía de la Unión Soviética.
¿Qué significa retrasarse en este asunto? Si se trata de haber previsto la necesidad de los koljóses y los sovjóses, diremos que lo hicimos ya durante la Revolución de Octubre. Que el partido previó la necesidad de los koljóses y sovjóses ya entonces, en el período de la Revolución de Octubre, es cosa que nadie puede poner en duda. Finalmente, se puede consultar nuestro programa, aprobado en el VIIIº Congreso del partido –en marzo de 1919–. En él aparece formulada con toda claridad la necesidad de los koljóses y sovjóses.
Pero el simple hecho de que la dirección de nuestro partido previese la necesidad de los koljóses y sovjóses no bastaba para despertar y organizar un movimiento de masas en pro de ellos. Por tanto, de lo que se trata no es de prever, sino de realizar el plan de la organización de koljóses y sovjóses. Mas, para realizar este plan, eran necesarias diversas condiciones, que no se daban antes en nuestro país y que no se han dado hasta estos últimos tiempos.
Ahí está la cuestión, camaradas.
Para poder llevar a la práctica el plan de un movimiento de masas en pro de los koljóses y sovjóses, era necesario, ante todo, que la dirección del partido tuviese en este aspecto el apoyo del partido en su conjunto. Y nuestro partido, como se sabe, pasa de un millón de afiliados. Por tanto, era necesario convencer a la gran masa del partido de que la política de su dirección era acertada. Esto en primer lugar.
Para ello era necesario también que entre los campesinos se produjese un movimiento de masas en pro de los koljóses, que los campesinos no desconfiasen de los koljóses, sino que afluyesen a ellos por su propio impulso, convenciéndose en la práctica de las ventajas de los koljóses sobre la hacienda individual. Y eso es un asunto serio, que requiere cierto tiempo. Esto en segundo lugar.
Para ello era necesario, además, que el Estado dispusiese de los medios materiales precisos para financiar la organización de los koljóses, para financiar los koljóses y sovjóses. Y eso suponía cientos y cientos de millones de rublos, queridos camaradas. Esto en tercer lugar.
Para ello era necesario, finalmente, un desarrollo de la industria en grado más o menos suficiente, a fin de proporcionar a la agricultura maquinaria agrícola, tractores, abonos, etc. Esto en cuarto lugar.
¿Se puede afirmar que todas estas condiciones concurrían ya en nuestro país hace dos o tres años? No, no se puede afirmar.
No se debe olvidar que somos un partido gobernante, y no un partido de oposición. Los partidos de oposición pueden lanzar consignas –me refiero a las consignas prácticas cardinales del movimiento– para cumplirlas después de la toma del Poder. Nadie puede reprochar a un partido de oposición que no cumpla sus consignas cardinales al momento, pues todo el mundo comprende que no es él quien gobierna, sino que son otros partidos.
Pero la cosa cambia por completo cuando se trata de un partido gobernante, como lo es nuestro Partido Bolchevique. Las consignas de un partido así no son simples consignas de agitación, sino mucho más, pues tienen la fuerza de decisiones prácticas, fuerza de ley, de algo que es necesario realizar inmediatamente. Nuestro partido no puede lanzar una consigna práctica y luego dar largas a su realización. Esto sería engañar a las masas, para lanzar una consigna práctica, sobre todo una consigna tan importante como la del paso de masas de millones de campesinos al cauce del colectivismo, es menester que se den ya las condiciones necesarias para poder cumplirla inmediatamente; es necesario, finalmente, crear, organizar estas condiciones. Por eso no bastaba con que la dirección del partido hubiera previsto la necesidad de los koljóses y sovjóses. Por eso necesitábamos también las condiciones necesarias para realizar, para llevar a la práctica inmediatamente nuestras consignas.
¿Estaba la masa de nuestro partido dispuesta a impulsar por todos los medios la organización de koljóses y sovjóses hace dos o tres años, pongamos por caso? No, entonces todavía no estaba dispuesta a hacerlo. El viraje serio de las masas del partido hacia las nuevas formas de la ligazón no comenzó a producirse hasta que se presentaron las primeras dificultades importantes en él acopio de cereales. Hubieron de darse estas dificultades para que la masa del partido advirtiese en todo su alcance la necesidad de apresurar la creación de las nuevas formas de la ligazón y, sobre todo, de los koljóses y sovjóses, y apoyase resueltamente en esta empresa a su Comité Central. Ahí tenéis una condición con la que no contábamos antes y que ahora existe.
¿Había, hace dos o tres años, un movimiento serio de las masas de millones de campesinos en favor de los koljóses y de los sovjóses? No, no lo había. Todo el mundo sabe que hace dos o tres años los campesinos miraban con malos ojos a los sovjóses y despreciaban a los koljóses, viendo en ellos una especie de inútiles «comunas». ¿Y ahora? Ahora, es otra cosa. Ahora tenemos ya capas enteras de campesinos que ven en los sovjóses y los koljóses una fuente de ayuda a sus haciendas en forma de semillas, de ganado de raza, de maquinaria, de tractores, etc. Ahora no hay más que darles máquinas y tractores, y la organización de koljóses avanzará con ritmo acelerado.
¿A qué se debe este viraje producido en ciertas capas, bastante amplias, de los campesinos? ¿Que favoreció este viraje?
Ante todo, el desarrollo de las cooperativas y del movimiento cooperativo. No cabe duda de que sin el potente desarrollo de la cooperación, sobre todo de las cooperativas agrícolas, que han abonado entre los campesinos el terreno psicológico en sentido propicio para los koljóses, no existiría esa inclinación hacia los koljóses, que se manifiesta ahora en capas enteras de la masa campesina.
También tuvo gran importancia la existencia de koljóses bien organizados, que daban a los campesinos buenos ejemplos de cómo se podía mejorar la agricultura, unificando las pequeñas haciendas campesinas en grandes haciendas colectivas.
Y cumplió también su papel la existencia de sovjóses bien organizados, que ayudaban a los campesinos a mejorar sus haciendas. No me refiero ya a otros factores que todos vosotros conocéis sobradamente. Ahí tenéis otra condición con la que no contábamos antes y que ahora existe.
¿Puede afirmarse, además, que hace dos o tres años estábamos en condiciones de financiar en serio los koljóses y los sovjóses, invirtiendo en ello cientos de millones de rublos? No, no puede afirmarse. Sabéis perfectamente que entonces escaseaban los recursos incluso para impulsar ese mínimo de industria sin el cual es imposible toda industrialización; eso sin hablar ya de reestructurar la agricultura. ¿Podíamos retirar estos recursos de la industria, base de la industrialización del país, y transferidos a los koljóses y los sovjóses? Es evidente que no podíamos hacerlo. ¿Y ahora? Ahora poseemos recursos para desarrollar los koljóses y los sovjóses.
¿Se puede, finalmente, afirmar que hace dos o tres años contaba ya nuestra industria con una base suficiente para proporcionar a la agricultura máquinas, tractores, etc. en grandes cantidades? No, no se puede afirmar. La tarea consistía entonces en crear una base industrial mínima para dotar a la agricultura de máquinas y tractores en el futuro. La creación de esta base absorbía por aquel entonces nuestros exiguos recursos financieros. ¿Y ahora? Ahora disponemos de esa base industrial para la agricultura. O, cuando menos, se está creando con ritmo acelerado.
Vemos, por tanto, que las condiciones necesarias para el desarrollo en masa de los koljóses y los sovjóses no han sido creadas en nuestro país hasta los últimos tiempos.
Así es como están las cosas, camaradas.
Por eso no se puede afirmar que hayamos emprendido con retraso el desarrollo de las nuevas formas de la ligazón.
Bujarin como teórico
Tales son, en lo fundamental, los principales errores de Bujarin, teórico de la oposición derechista, en los problemas capitales de nuestra política.
Se dice que Bujarin es un teórico de nuestro partido. Eso es cierto, naturalmente. Pero le ocurre que, en cuanto a teoría, no lo tiene todo en su sitio. Basta fijarse en el cúmulo de sus errores relativos a los puntos de la teoría y la política del partido que acabamos de examinar. No es posible que esos errores, que se refieren a la Komintern, a la lucha de clases, a la agudización de la lucha de clases, al campesinado, a la NEP, a las nuevas formas de la ligazón, no es posible que todos esos errores sean fruto de la casualidad. No, esos errores no son casuales. Esos errores de Bujarin responden a su viciosa orientación teórica, a sus lagunas teóricas. Sí, Bujarin es un teórico, pero no es un teórico marxista a carta cabal, es un teórico que tiene todavía mucho que aprender para ser un teórico marxista.
Se habla de la conocida carta del camarada Lenin sobre Bujarin como teórico. Veamos lo que dice esa carta:
«En cuanto a los jóvenes miembros del Comité Central –dice Lenin–, diré algunas palabras acerca de Bujarin y de Piatakov. Son, a mi juicio, los que más se destacan –entre los más jóvenes–, y en ellos se debería tener en cuenta lo siguiente: Bujarin no sólo es un valiosísimo y notable teórico del partido, sino que, además, se le considera legítimamente el favorito de todo el partido; pero sus concepciones teóricas muy difícilmente pueden calificarse de enteramente marxistas, pues hay en él algo escolástico –jamás ha estudiado y creo que jamás ha comprendido por completo la dialéctica–». (Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética; Acta taquigráfica del Pleno de julio de 1926; Carta de Lenin al Congreso, 25 de diciembre de 1922)
Es, por tanto, un teórico sin dialéctica. Un teórico escolástico. Un teórico cuyas «concepciones teóricas muy difícilmente pueden calificarse de enteramente marxistas». Así define Lenin a Bujarin como teórico.
Comprenderéis, camaradas, que un teórico semejante tiene todavía que aprender. Y si Bujarin comprendiese que su formación como teórico no está aún terminada, que todavía necesita aprender, que es un teórico que aun no domina todavía la dialéctica, cuando la dialéctica es el alma del marxismo; si comprendiese esto, sería más modesto, con lo cual el partido sólo saldría ganando. Pero lo malo es que Bujarin no peca de modesto. Lo malo es que, lejos de pecar de modesto, se atreve incluso a dar lecciones a nuestro maestro Lenin en buen número de problemas, sobre todo en la cuestión del Estado. Eso es lo malo de Bujarin.
Permitidme que me remita con este motivo a la conocida discusión teórica promovida en 1916 entre Lenin y Bujarin a propósito del Estado. Ello nos es importante para que se vea qué desmedidas pretensiones alimenta Bujarin, quien aspira a dar lecciones a Lenin, y dónde están las raíces de sus fallas teóricas en problemas tan importantes como la dictadura del proletariado, la lucha de clases, etc.
Como es sabido, la revista «La Internacional Juvenil» [6] publicó en 1916 un artículo de Bujarin, con la firma de «Nota Bene», que, en el fondo, atacaba al camarada Lenin. Bujarin escribía en ese artículo:
«Es completamente erróneo querer buscar las diferencia entre los socialistas y los anarquistas en el hecho de que los primeros sean partidarios y los segundos adversarios del Estado. En realidad, la diferencia entre ellos consiste en que la socialdemocracia revolucionaria pretende organizar la nueva producción social cómo producción centralizada, es decir, la más progresiva técnicamente, mientras que la producción descentralizada de los anarquistas no significaría sino un paso atrás a la vieja técnica, a la vieja forma de empresa. (…) Para la socialdemocracia, que es, o por lo menos debiera ser, la educadora de las masas, hoy más que nunca es necesario subrayar su hostilidad de principio frente al Estado. La actual guerra ha puesto de manifiesto lo profundas que son las raíces de la concepción estatal en el espíritu de los obreros». (La Internacional Juvenil, 1916)
Lenin criticó estas opiniones de Bujarin en un conocido artículo, que se publicó en 1916:
«Esto es falso. El autor plantea la cuestión de la diferente actitud de los socialistas y los anarquistas respecto al Estado, pero su respuesta no se refiere a esta cuestión, sino a otra, a la de su diferente actitud ante la base económica de la sociedad futura. Esto es, indudablemente, muy importante y necesario. Pero de aquí no se desprende que se pueda olvidar lo fundamental de la diferente actitud de los socialistas y los anarquistas ante el Estado. Los socialistas son partidarios de utilizar el Estado moderno y sus instituciones en la lucha por la emancipación de la clase obrera, y también defienden la necesidad de utilizar el Estado como forma peculiar de transición del capitalismo al socialismo. Esa forma de transición, que también es Estado, es la dictadura del proletariado. Los anarquistas pretenden «abolir» el Estado, «hacerlo saltar» –«sprengen»–, como dice en un pasaje el camarada «Nota Bene», atribuyendo por error esta idea a los socialistas. Los socialistas –el autor cita, por desgracia de un modo demasiado incompleto, unas palabras de Engels que guardan relación con el tema– reconocen la «muerte lenta», la «extinción» paulatina del Estado después de la expropiación de la burguesía». (…) «Para «subrayar» la «hostilidad de principio» respecto al Estado, es necesario comprenderla con toda «claridad» y la claridad es, precisamente, lo que le falta al autor. Y la frase sobre «las raíces de la concepción estatal» no puede ser más confusa, no es ni marxista ni socialista. No es la «concepción estatal» la que choca con la negación del Estado, sino la política oportunista –es decir; la actitud oportunista, reformista, burguesa ante el Estado– la que choca con la política revolucionaria socialdemócrata –es decir, con la actitud revolucionaria socialdemócrata ante el Estado burgués y ante la utilización del Estado contra la burguesía, para derrocarla–. Son cosas muy, muy distintas». (Vladimir Ilich Uliánov; Lenin; La Internacional Juvenil, una crítica, 1916)
¡Creo que está clara la cuestión, como también está claro en qué charca semianarquista había caído Bujarin!
Sien: Lenin no había expuesto todavía en aquel entonces en forma amplia la necesidad de «hacer saltar» el Estado. Bujarin, con sus errores anarquistas, se acercaba a la formulación de este problema.
Stalin: No, ahora no se trata de eso, sino de la actitud ante el Estado en general; se trata de que, según Bujarin, la clase obrera debe ser, por principio, enemiga de todo Estado, comprendido el Estado de la clase obrera.
Sien: Lenin sólo hablaba en aquel entonces de la utilización del Estado, pero sin referirse para nada en su crítica de Bujarin al concepto de «hacer saltar» el Estado.
Stalin: Se equivoca usted; «hacer saltar» el Estado no es una fórmula marxista, sino anarquista. Me atrevo a asegurarle que de lo que en este caso se trata es de que los obreros deben, según Bujarin –y los anarquistas–, subrayar su hostilidad de principio contra todo Estado y, por tanto, también contra el Estado del período de transición, contra el Estado de la clase obrera.
Pruebe a explicar a nuestros obreros que la clase obrera debe mantener una hostilidad de principio contra la dictadura proletaria, que también es un Estado.
La posición de Bujarin, expuesta en su artículo de «La Internacional Juvenil», niega el Estado en el período de transición del capitalismo al socialismo.
Bujarin se deja escapar una «pequeñez»; todo el período de transición, durante el cual la clase obrera, si realmente quiere aplastar a la burguesía y edificar el socialismo, no puede prescindir de su propio Estado. Esto lo primero.
Segundo: es falso que el camarada Lenin no se refiriese, en su crítica de entonces, a la teoría de «hacer saltar», de «abolir» el Estado en general. Lenin no sólo se refería a esta teoría, según se ve por las citas que acabo de mencionar, sino que la criticó como teoría anarquista, contraponiéndole la teoría de la creación y utilización de un Estado nuevo después del derrocamiento de la burguesía, el Estado de la dictadura proletaria.
Finalmente, no se debe confundir la teoría anarquista de «hacer saltar» y «abolir» el Estado con la teoría marxista de la «extinción» del Estado proletario o de la «demolición», de la «destrucción» de la máquina estatal burguesa. Hay quien propende a confundir estas dos ideas distintas, creyendo que son expresiones de un mismo pensamiento. Pero esto es falso. Lenin criticaba la teoría anarquista de «hacer saltar», de «abolir» el Estado en general, partiendo precisamente de la teoría marxista de la «demolición» de la máquina estatal burguesa y de la «extinción» del Estado proletario.
Tal vez no estará de más citar aquí, para mayor claridad, unas cuartillas del camarada Lenin acerca del Estado, escritas muy probablemente a fines de 1916 ó a comienzos de, 1917 –antes de la revolución de febrero de 1917–. Este manuscrito nos permite comprobar fácilmente: a) que, al criticar los errores semianarquistas de Bujarin en la cuestión del Estado, Lenin arrancaba de la teoría marxista de la «extinción» del Estado proletario y de la «demolición» de la máquina estatal burguesa; b) que, aunque Bujarin, según la expresión de Lenin, estuviese «más cerca de la verdad que Kautsky», sin embargo, «en vez de desenmascarar a los kautskianos, les ayuda con sus propios errores».
Dice así este manuscrito:
«La carta de Engels a Bebel del 18-28 de marzo de 1875 tiene una importancia excepcional para el problema del Estado».
Copio literalmente el pasaje más importante:
«El Estado popular libre se ha convertido en el Estado libre. Gramaticalmente hablando, Estado libre es un Estado que es libre respecto a sus ciudadanos, es decir, un Estado con un gobierno despótico. Habría que abandonar toda esa charlatanería acerca del Estado, sobre todo después de la Comuna, que no era ya un Estado en el verdadero sentido de la palabra. Los anarquistas nos han echado en cara más de la cuenta eso del «Estado popular», a pesar de que ya la obra de Marx contra Proudhon, y luego el «Manifiesto Comunista», dicen claramente que, con la implantación del régimen social socialista, el Estado se disolverá por sí mismo –sich auflast– y desaparecerá. Siendo el Estado una institución meramente transitoria, que se utiliza en la lucha, en la revolución, para someter por la violencia a los adversarios, es un absurdo hablar de Estado popular libre: mientras el proletariado necesite –subrayado por Engels– todavía del Estado, no lo necesitará en interés de la libertad, sino para someter a sus adversarios, y tan pronto como pueda hablarse de libertad, el Estado como tal dejará de existir. Por eso nosotros propondríamos decir siempre, en vez de la palabra Estado –subrayado por Engels–, la palabra «Comunidad» –Gemeinwesen–, una buena y antigua palabra alemana, que equivale a la palabra francesa «Commune». (Carta de Friedrich Engels a August Bebel, escrita entre el 18 y el 28 de marzo de 1875)
Este es, quizás, el pasaje más destacado y, sin duda alguna, el más duro, por decirlo así, «contra el Estado», de Marx y Engels.
1) «Hay que abandonar toda esa charlatanería acerca del Estado».
2) «La Comuna no era ya un Estado, en el verdadero sentido de la palabra». ¿Qué era, pues? ¡Una forma de transición del Estado al no Estado, evidentemente!.
3) «Los anarquistas nos han «echado en cara» bastante –in die Zähne geworfen; literalmente: restregado las narices– eso del «Estado popular» –o sea, que a Marx y Engels les avergonzaba este error manifiesto de sus amigos alemanes; sin embargo, pensaban –y en las circunstancias de entonces tenían, claro, razón– que ese error era incomparablemente menos grave que el de los anarquistas–.
4) «El Estado se disolverá por sí mismo –comparad más adelante: «se extingue» con la implantación del régimen social socialista».
5) «El Estado es una institución transitoria, necesaria en la lucha, en la revolución» –necesaria para el proletariado, se entiende–.
6) «El Estado se necesita no para la libertad, sino para someter –Niederhaltung no significa, hablando con exactitud, someter, sino impedir la restauración, mantener sumisos– a los adversarios del proletariado».
7) «Cuando haya libertad, no habrá Estado».
8) «Nosotros» –o sea, Engels y Marx– propondríamos decir «siempre» –en el programa–, en vez de «Estado», «Comunidad» –Gemeinwesen– ¡¡¡«Commune»!!!
De ahí se desprende hasta qué punto han vulgarizado y adulterado a Marx y Engels, no sólo los oportunistas, sino también Kautsky.
¡¡Los oportunistas no han comprendido ni una sola de estas ocho riquísimas ideas!!
Han tomado solamente las necesidades prácticas del presente: utilizar la lucha política, utilizar el Estado actual para instruir y educar al proletariado, para «arrancar concesiones». Esto es exacto –contra los anarquistas–, pero no es todavía más que 1/100 de marxismo, si cabe emplear un término aritmético.
En su obra de propagandista y en su labor toda de publicista, Kautsky ha ocultado totalmente –¿O ha olvidado? ¿O no ha comprendido?– los puntos 1, 2, 5, 6, 7, 8 y el «Zerbrechen» de que habla Marx en su polémica con Pannekoek en 1912 ó 1913 –ver más abajo, págs. 45-47–, Kautsky ha caído ya por completo en el oportunismo al tratar esta cuestión.
De los anarquistas nos distingue (a) la utilización del Estado ahora y (b) durante la revolución proletaria –«dictadura del proletariado»–, puntos de la mayor importancia práctica, en este mismo momento. –¡Y es esto lo que olvidó Bujarin!–
De los oportunistas, verdades más profundas, «más eternas» sobre (aa) el carácter «temporal» del Estado, (bb) el daño de las «charlatanerías» acerca de ese carácter ahora, (cc) el carácter de la dictadura del proletariado, que no tiene enteramente el carácter de Estado, (dd) la contradicción entre el Estado y la libertad, (ee) la mayor exactitud de la idea –concepción, término programático– de «comunidad» en vez de Estado,(ff) la «destrucción» –Zerbrechen– de la máquina burocrático-militar.
No hay que olvidar tampoco que la dictadura del proletariado la impugnan directamente los oportunistas declarados de Alemania –Bernstein, Kolb, etc–., e indirectamente el programa oficial y Kautsky, al silenciarla en su propaganda diaria y al tolerar a renegados como Kolb y Cía.
A Bujarin se le escribió en agosto de 1916: «deja que terminen de madurar tus ideas sobre el Estado». Pero él, sin dejarlas madurar, se lanzó a la prensa como «Nota Bene» y lo hizo de tal modo que, en vez de desenmascarar a los kautskianos, ¡les ayudó con sus propios errores! Aunque, en el fondo, Bujarin está más cerca de la verdad que Kautsky». (Vladimir Ilich Uliánov; Lenin; Miscelánea, Vol. 14)
Tal es la breve historia de esta polémica teórica sobre el Estado.
Parece que la cosa está clara: Bujarin cometió errores semianarquistas; es tiempo de corregir estos errores y seguir en adelante las enseñanzas de Lenin. Pero así sólo pueden pensar los leninistas. Según resulta, Bujarin no es de este parecer. Afirma lo contrario: que quien incurrió en error no es él, sino Lenin; que no es él quien siguió o tiene que seguir las enseñanzas de Lenin, sino, al contrario, fue Lenin quien hubo de seguir las enseñanzas de Bujarin.
¿Os parece inverosímil, camaradas? Entonces, seguid escuchando. Después de esta polémica, sostenida en 1916, al cabo de nueve años, durante los cuales Bujarin guardó silencio, al año de la muerte de Lenin, precisamente en 1925, Bujarin publicó en la recopilación de trabajos titulada «La revolución del Derecho», un artículo «Aportación a la teoría del Estado imperialista», no aceptado en tiempos por la redacción de «Sbórnik Sotsial-Demokrata» [7] –es decir, por Lenin–. En una nota de este artículo Bujarin declara abiertamente que en esta polémica quien tenía la razón era él, y no Lenin. Podrá parecer inverosímil, pero es un hecho, camaradas.
Escuchad lo que dice esa nota:
«A este artículo, publicado en «La Internacional Juvenil», V. I. [es decir, Lenin] replicó con un suelto. El lector advertirá fácilmente que yo no incurría en el error que se me achacaba pues comprendía claramente la necesidad de la dictadura del proletariado; y, de otra parte, leyendo el suelto de Ilich, se ve que, por aquel entonces, él mantenía una posición falsa ante la tesis de «hacer saltar» el Estado –el Estado burgués, se entiende–, confundiendo este problema con el de la extinción de la dictadura del proletariado. Tal vez yo hubiera debido desarrollar más entonces el tema de la dictadura. Pero, para descargo mío, diré que por aquel entonces estaba tan extendida la epidemia socialdemocrática de ensalzamiento del Estado burgués, que era natural que yo concentrase toda la atención en el problema de hacer saltar esta máquina. (…) Cuando volví de Norteamérica a Rusia y vi a Nadezhda Konstantínovna –en nuestro VIº Congreso, celebrado en la clandestinidad, cuando V. I. estaba oculto–, sus primeras palabras fueron éstas: «V. I. me encarga que le diga que ahora ya no discrepa de usted en cuanto al problema del Estado». Estudiando el problema, Ilich había llegado a las mismas conclusiones respecto a la idea de «hacer saltar» el Estado; pero él desarrolló este tema y luego el de la dictadura de tal modo, que sentó toda una época en la evolución del pensamiento teórico en este sentido». (Revolutsia Prava, 1925)
Así escribe Bujarin de Lenin al año de la muerte de éste.
¡Ahí tenéis un botón de muestra de la fatuidad verdaderamente hipertrofiada de un teórico que tiene todavía mucho que aprender!
Es muy posible que, efectivamente, Nadezhda Konstantínovna dijese a Bujarin algo de lo que éste escribe. Pero ¿qué se deduce de ello? Se deduce simplemente qué Lenin tenía ciertas razones para pensar que Bujarin había renunciado o estaba dispuesto a renunciar a sus errores. Nada más. Pero Bujarin lo interpretó de otro modo. Y decidió que en adelante el creador, o por lo menos el inspirador, de la teoría marxista del Estado no debía ser considerado Lenin, sino él, Bujarin.
Hasta hoy nos habíamos considerado y seguimos considerándonos leninistas. Pero ahora resulta que tanto Lenin como nosotros, sus discípulos, somos bujarinistas. Resulta un poco ridículo, camaradas. Pero ¿qué queréis? Así ocurre cuando tenemos que habérnoslas con esa desmesurada fatuidad de Bujarin.
Podría, tal vez, pensarse que Bujarin cometió un lapsus en la nota al artículo a que hacíamos referencia, que dijo una necedad y luego se olvidó de ella. Pero ocurre que no es así. Resulta que Bujarin hablaba completamente en serio. A esa conclusión se llega, entre otras cosas, porque la afirmación hecha en esa nota acerca de los errores de Lenin y la razón de Bujarin fue repetida no hace mucho, en 1927, es decir, a los dos años de su primer ataque contra Lenin, en la semblanza biográfica que de Bujarin hizo Maretski, sin que a Bujarin se le ocurriese siquiera protestar de ese atrevimiento de Maretski. Es evidente que el ataque de Bujarin contra Lenin no puede atribuirse al azar.
Resulta, pues, que quien tiene razón es Bujarin, y no Lenin, y de que el inspirador de la teoría marxista del Estado no es Lenin, sino Bujarin.
Tal es, camaradas, el panorama de las adulteraciones teóricas y las pretensiones teóricas de Bujarin.
¡Y después de todo eso, este hombre se atreve a decir aquí, en su discurso, que en la posición teórica de nuestro partido hay «algo podrido», que en la posición teórica de nuestro partido existe una desviación hacia el trotskismo!
¡Y eso lo dice el mismo Bujarin que incurre –y que ha incurrido en el pasado– en numerosos y crasos errores teóricos y prácticos, el mismo Bujarin que hasta hace poco tenía por maestro a Trotski y que todavía ayer buscaba el bloque con los trotskistas contra los leninistas y corría hacia ellos por la puerta falsa!
¿No es ridículo todo esto, camaradas?
¿Plan Quinquenal o Plan Bienal?
Permitidme que pase ahora al discurso de Rýkov. Si Bujarin intentaba dar un fundamento teórico a la desviación derechista, Rýkov se esfuerza en su discurso por darle una base de propuestas prácticas, asustándonos con los «horrores» de nuestras dificultades en la agricultura. Ello no quiere decir que Rýkov se haya desentendido de las cuestiones teóricas. Ha hablado de ellas. Pero, al hacerlo, ha incurrido, por lo menos, en dos errores importantes.
En su proyecto de resolución sobre el plan quinquenal, que rechazó la Comisión del Buró Político, Rýkov dice que «la idea básica del plan quinquenal es el aumento de la productividad del trabajo del pueblo». Y a pesar de que la Comisión del Buró Político rechazó este punto de vista, absolutamente falso, Rýkov lo ha defendido aquí, en su discurso.
¿Es cierto que la idea básica del plan quinquenal, en el País Soviético, sea el aumento de la productividad del trabajo? No, eso es falso. Lo que nosotros necesitamos no es un aumento cualquiera de la productividad del trabajo del pueblo. Lo que necesitamos es un determinado aumento de la productividad del trabajo del pueblo: un aumento que garantice el predominio sistemático del sector socialista de la economía nacional sobre el sector capitalista. Un plan quinquenal que se olvidase de esta idea básica no sería plan quinquenal, sino una estupidez quinquenal.
El aumento de la productividad del trabajo en general interesa a cualquier sociedad, lo mismo a la sociedad capitalista que a la precapitalista. Lo que diferencia a la sociedad soviética de toda otra es, precisamente, que lo que le interesa no es un aumento cualquiera de la productividad del trabajo, sino el que garantiza el predominio de las formas socialistas de economía sobre las otras formas, y principalmente sobre las formas capitalistas de economía; el que garantiza, por tanto, el vencimiento y desplazamiento de las formas capitalistas de la economía. Y Rýkov se olvida de esta idea, que es realmente la idea básica del plan quinquenal de desarrollo de la sociedad soviética. Tal es su primer error teórico.
Su segundo error consiste en que no distingue o no quiere comprender la diferencia que hay, desde el punto de vista del intercambio de mercancías, entre los koljóses, por ejemplo, y cualquier forma de economía individual, comprendida la economía individual capitalista. Rýkov asegura que, desde el punto de vista del intercambio de mercancías en el mercado de cereales, desde el punto de vista de la obtención de cereales, él no ve ninguna diferencia entre los koljóses y los propietarios privados de cereales; por tanto, le es indiferente que compremos el grano a un koljós, a un propietario privado o a cualquier almacenista de trigo de la Argentina. Eso es absolutamente falso. Eso es repetir las conocidas manifestaciones de Frumkin, quien aseguró durante cierto tiempo que le era indiferente dónde y a quién se compraba el grano, si a un particular o a un koljós.
Eso es una manera solapada de defender, de rehabilitar, de justificar las maquinaciones de los kulaks en el mercado cerealista. El que esta defensa se haga desde el punto de vista del intercambio de mercancías no impide que sea, a pesar de todo, una justificación de las maquinaciones de los kulaks en el mercado de cereales. Si, desde el punto de vista del intercambio de mercancías, no hay diferencia entre las formas colectivas y las formas no colectivas de economía, ¿merece la pena fomentar los koljóses, merece la pena concederles exenciones, merece la pena entregarse a la difícil empresa de vencer a los elementos capitalistas en la agricultura? Es evidente que Rýkov parte de un punto de vista falso. Y éste es su segundo error teórico.
Pero esto lo decimos de pasada. Entremos ahora a examinar los problemas prácticos planteados en el discurso de Rýkov.
Rýkov afirmaba aquí que, además del plan quinquenal, es necesario otro plan paralelo: un plan bienal de fomento de la agricultura. Esta propuesta de un plan bienal paralelo la razonaba invocando las dificultades con que se tropieza en la agricultura. Decía que el plan quinquenal está bien y que él lo defiende; pero que, si al mismo tiempo adoptamos un plan bienal de la agricultura, estará aún mejor; de otro modo, la agricultura se estancará.
La propuesta parece que no encierra nada malo. Pero, si nos fijamos bien, vemos que este plan bienal de la agricultura está concebido para subrayar un supuesto carácter irreal y especulativo del plan quinquenal. ¿Podíamos nosotros aceptar tal cosa? No, no podíamos. Y le dijimos a Rýkov: si usted no está conforme con el plan quinquenal en lo que a la agricultura se refiere, si considera insuficientes las cantidades que en el plan quinquenal se destinan al fomento de la agricultura, díganos claramente cuáles son sus propuestas complementarias, qué nuevas inversiones propone; estamos dispuestos a incluir en el plan quinquenal esas sumas complementarias para la agricultura. ¿Y qué ocurrió? Ocurrió que Rýkov no tenía propuesta complementaria alguna acerca de nuevas inversiones para la agricultura. ¿A qué viene, pues, preguntamos, ese plan bienal paralelo de fomento agrícola?
Además del plan quinquenal –le dijimos también–, hay planes anuales, que son parte del plan quinquenal; en los de los dos primeros años podemos introducir las propuestas complementarias concretas que usted aporte para el incremento de la agricultura, si es que tiene propuestas que aportar. ¿Y qué sucedió? Sucedió que Rýkov no pudo ofrecer ningún plan concreto de asignaciones complementarias.
Entonces comprendimos que la propuesta del plan bienal de Rýkov no se inspiraba en el deseo de fomentar la agricultura, sino que se proponía subrayar un supuesto carácter irreal y especulativo del plan quinquenal y obedecía al deseo de desacreditarlo. Para el «espíritu», para guardar las apariencias, el plan quinquenal; para la realidad, para el trabajo práctico, el plan bienal: he ahí la estrategia de Rýkov. Rýkov sacaba a escena su plan bienal para luego, en el transcurso del cumplimiento práctico del plan quinquenal, oponer aquél a éste, rehacer el plan quinquenal y adaptarlo al plan bienal, reduciendo y cercenando las asignaciones destinadas a la industria.
Por esas razones, acordamos desestimar la propuesta de Rýkov de un plan bienal paralelo.
El área de siembra
Rýkov ha tratado de asustar aquí al partido asegurando que el área de siembra tiende a disminuir sistemáticamente en la Unión Soviética. Y, al decir esto, señalaba al partido, insinuando que la política del partido es la culpable de la disminución operada en el área de siembra. No ha dicho claramente que marchemos a la degradación de la agricultura, pero la impresión que deja su discurso es que existe algo parecido a degradación.
¿Es cierto que el área de siembra tiende a disminuir sistemáticamente? No, no es cierto. Rýkov ha operado aquí con las cifras medias del área de siembra de nuestro país. Pero el método de las cifras medias, no rectificadas con los datos por zonas, no se puede considerar un método científico.
Acaso Rýkov haya leído alguna vez «El desarrollo del capitalismo en Rusia» de Lenin. Si lo ha leído, debe recordar cómo critica Lenin a los economistas burgueses que emplean el método de las cifras medias sobre el aumento del área de siembra y prescinden de los datos por zonas. Es extraño que Rýkov repita ahora los errores de los economistas burgueses. Pues bien, si nos fijamos en el movimiento del área de siembra por zonas, es decir, si abordamos la cuestión de una manera científica, vemos que en unos sitios crece sistemáticamente, mientras que en otros disminuye a veces, debido, principalmente, a las condiciones meteorológicas, sin que haya datos para afirmar que en cualquier zona cerealista importante se acuse un descenso sistemático del área de siembra.
En efecto, últimamente se acusa un descenso del área de siembra en las zonas afectadas por las heladas o por la sequía, por ejemplo, en algunas regiones de Ucrania.
Una voz: No en toda Ucrania.
Shlijter: En Ucrania, la superficie de siembra ha aumentado un 2,7%.
Stalin: Me refiero a la parte esteparia de Ucrania. En cambio, en otras zonas no afectadas por condiciones climáticas adversas –por ejemplo, en Siberia, en el Volga, en el Kazajstán, en Bashkiria–, el área de siembra aumenta constantemente.
¿Cómo explicarse que el área de siembra aumente sistemáticamente en unas zonas y disminuya en otras de vez en cuando? No es posible, en efecto, afirmar que la política del partido sea una en Ucrania y otra en el Oriente o en el centro de la Unión Soviética. Esto es absurdo, camaradas. Es evidente que las condiciones climáticas tienen en ello una importancia considerable.
Cierto que los kulaks reducen el área de siembra, cualesquiera que sean las condiciones climáticas. Es muy probable que la «culpa» de esto la tenga la política del partido, consistente en apoyar a la masa de campesinos pobres y medios contra los kulaks. Pero ¿qué se deduce de ello? ¿Acaso nosotros nos comprometimos nunca a seguir una política que complaciese a todos los grupos sociales del campo, comprendidos los kulaks? ¿Acaso podemos aplicar, si queremos mantener una política marxista, una política que complazca a los explotadores y a los explotados? ¿Qué tiene de particular que, a consecuencia de nuestra política leninista de poner restricciones y desplazar a los elementos capitalistas del campo, los kulaks comenzasen a reducir parcialmente la superficie de siembra? ¿Acaso podía ser de otro modo?
Si se entiende que esta política es desacertada, que se nos diga francamente. ¿No resulta extraño que, llevadas del miedo, gentes que se llaman marxistas intenten presentar la reducción parcial de las sementeras de los kulaks como prueba de la reducción del área de siembra en general, olvidando que, además de los kulaks, hay campesinos pobres y medios, que siembran cada vez más, y que hay koljóses y sovjóses, cuya área de siembra aumenta con ritmo acelerado?
Finalmente, el discurso de Rýkov contiene otra inexactitud acerca del área de siembra. Rýkov se lamentaba aquí de que en ciertos sitios, donde más desarrollados se hallan los koljóses, comienzan a disminuir las sementeras individuales de los campesinos pobres y medios. Eso es cierto. Pero ¿qué hay de malo en ello? ¿Y cómo podría ser de otro modo? Si los campesinos pobres y medios comienzan a abandonar el cultivo individual y pasan al régimen colectivo, ¿no es evidente que el ensanchamiento y la multiplicación de los koljóses implican una reducción de las sementeras individuales de los campesinos pobres y medios? Pues, ¿qué queríais?
Los koljóses cuentan hoy con dos millones largos de hectáreas de tierra. Al terminar el plan quinquenal, tendrán más de 25 millones de hectáreas. ¿A costa de qué van a aumentar las sementeras de los koljóses? Acosta de las sementeras de los campesinos pobres y medios. Y vosotros ¿qué os imaginabais? ¿Hay, acaso, otro camino para llevar la hacienda individual de los campesinos pobres y medios al cauce de la hacienda colectiva? ¿Acaso no está claro que las sementeras de los koljóses tienen que incrementarse en numerosas zonas a costa de las sementeras individuales?
Es extraño que haya quien no quiera comprender estas cosas tan sencillas.
El acopio de cereales
Acerca de nuestras dificultades en el acopio de cereales se han contado aquí muchas leyendas. En cambio, no se han tomado en consideración los factores principales de nuestras dificultades específicas de este año en este problema.
Se ha olvidado, ante todo, que este año hemos recogido de 500 a 600 millones de puds de centeno y trigo –hablo del volumen global de la cosecha– menos que el año pasado. ¿Podía dejar de reflejarse esto en nuestro acopio de cereales? Naturalmente que no podía por menos de reflejarse.
¿Tendrá la culpa la política del Comité Central? No, la política del Comité Central no tiene nada que ver con ello. El fenómeno lo explican la mala cosecha en la zona esteparia de Ucrania –heladas y sequía– y la mala cosecha parcial del Cáucaso del Norte, de la Zona Central de Tierras Negras y de la región Noroeste.
Así se explica, principalmente, que para el 1 de abril del año anterior reuniésemos en Ucrania 200 millones de puds de centeno y trigo y este año sólo hayamos reunido de 26 a 27 millones de puds.
A ello se debe también que el acopio de trigo y centeno en la Zona Central de Tierras Negras se haya reducido casi a una octava parte y en el Cáucaso del Norte a la cuarta parte.
En algunas zonas del Oriente, el acopio de cereales es casi el doble que el año anterior. Pero esto no podía compensar ni ha compensado, naturalmente, el déficit de cereales de Ucrania, el Cáucaso del Norte y la Zona Central de Tierras Negras.
No debe olvidarse que, con cosechas normales, a Ucrania y al Cáucaso del Norte corresponde cerca de la mitad del acopio total de cereales de la U.R.S.S.
Es extraño que Rýkov no haya tenido en cuenta esta circunstancia.
Hay, finalmente, una segunda circunstancia, que es el factor principal de las dificultades específicas de este año en cuanto al acopio de cereales. Me refiero a la resistencia que los elementos kulaks oponen en el campo a la política de acopio de cereales del poder soviético. Rýkov ha pasado por alto esta circunstancia. Y pasar por alto este factor significa omitir lo principal en punto al acopio de cereales. ¿Qué nos dice la experiencia de los últimos dos años en este aspecto? Nos dice que las capas acomodadas del campo, poseedoras de un excedente considerable de cereales y que ocupan una posición importante en el mercado cerealista, no quieren entregarnos voluntariamente la cantidad necesaria de grano al precio que señala el poder soviético. Para abastecer las ciudades y los centros fabriles, el Ejército Rojo y las zonas destinadas a cultivos industriales, necesitamos al año unos 500 millones de puds de cereales. El curso espontáneo de los acopios proporciona cosa de 300 a 350 millones de puds. Los otros 150 millones hay que obtenerlos mediante una presión organizada sobre los kulaks y los sectores acomodados del campo. Así nos lo dice la experiencia del acopio de cereales en los dos últimos años.
¿Qué ha ocurrido estos dos años?, ¿a qué obedecen esos cambios?, ¿por qué bastaba antes el curso espontáneo de los acopios, mientras que ahora es insuficiente? Lo ocurrido es que estos años se han fortalecido los kulaks y los elementos acomodados del campo; que estos años de buena cosecha no han pasado en vano para ellos; que estos elementos se han fortalecido económicamente, han acumulado su capitalito, y ahora pueden maniobrar en el mercado, reteniendo los excedentes de cereales, en espera de precios altos, y haciendo negocio con otros cultivos.
Los cereales no se deben considerar como una mercancía ordinaria. Los cereales no son algodón, que no se come y que no es posible vender a todo el mundo. A diferencia del algodón, los cereales, atendidas las condiciones actuales de nuestro país, son un artículo que a todo el mundo apetece y sin el cual no se puede vivir. El kulak lo tiene en cuenta y retiene sus cereales, contagiando a cuantos los poseen. El kulak sabe que los cereales son la divisa de las divisas. El kulak sabe que los excedentes de cereales no son sólo un medio para enriquecerse él, sino también un medio para sojuzgar a los campesinos pobres. En las condiciones actuales, los excedentes de cereales son, en manos del kulak, un medio que lo fortalece económica y políticamente. Por eso, al tomar a los kulaks esos excedentes de cereales, además de facilitar el abastecimiento de las ciudades y del Ejército Rojo, despojamos a los kulaks de un medio de fortalecerse en el sentido económico y político.
¿Qué hace falta para obtener esos excedentes de cereales? Hace falta, lo primero, acabar con la psicología de la espontaneidad, por ser dañina y peligrosa. Hace falta organizar el acopio de cereales. Hace falta movilizar a las masas de campesinos pobres y medios contra los kulaks y organizar su apoyo social a las medidas del poder soviético para intensificar el acopio de cereales. El método de acopio de cereales aplicado en los Urales y en Siberia, con arreglo al principio de que los campesinos mismos fijen la cantidad de cereales a suministrar por cada uno, es importante precisamente porque permite movilizar a las capas trabajadoras del campo contra los kulaks para impulsar el acopio. La experiencia demuestra que este método nos da buenos resultados. Demuestra también que estos buenos resultados se consiguen en dos sentidos: primero, retiramos a los elementos acomodados del campo sus excedentes de cereales, facilitando de este modo el abastecimiento del país; segundo, movilizamos para ello a las masas de campesinos pobres y medios contra los kulaks, haciéndoles abrir los ojos políticamente y organizándolas como potente ejército político de millones de hombres en el campo. Ciertos camaradas no advierten esta segunda circunstancia, que es, precisamente, uno de los resultados importantes, si no el más importante de todos, del método de acopio empleado en los Urales y en Siberia.
Es verdad que este método se combina a veces con la aplicación de medidas extraordinarias contra los kulaks, lo que provoca cómicas lamentaciones de Bujarin y Rýkov. Pero ¿qué tiene esto de malo? ¿Por qué, a veces, bajo determinadas condiciones, no se puede recurrir a medidas extraordinarias contra nuestro enemigo de clase, contra los kulaks? ¿Por qué, si podemos detener a centenares a los especuladores de las ciudades y deportarlos al territorio de Turujansk, a los kulaks, que especulan con los cereales e intentan estrangular el poder soviético y sojuzgar a los campesinos pobres, no vamos a poder retirarles, por medio de la coerción social, los excedentes de cereales a los mismos precios con arreglo a los cuales entregan los cereales a nuestras organizaciones encargadas de los acopios los campesinos pobres y medios? ¿De dónde se deduce eso? ¿Acaso nuestro partido se ha manifestado nunca en principio contra la aplicación de medidas extraordinarias a los especuladores y a los kulaks? ¿Acaso no existe una ley contra la especulación?
Al parecer, Rýkov y Bujarin son enemigos por principio de todo cuanto sea aplicar contra los kulaks medidas extraordinarias. Pero eso es una política liberal burguesa, y no una política marxista. No podéis ignorar que, al implantarse la nueva política económica, Lenin se manifestaba incluso en favor de la vuelta a la política de los comités de campesinos pobres, claro está que bajo ciertas condiciones. ¿Y qué es la aplicación parcial de medidas extraordinarias contra los kulaks? No es ni una gota en el mar, comparada con la política de los comités de campesinos pobres.
Los adeptos del grupo de Bujarin confían en convencer al enemigo de clase de que renuncie voluntariamente a sus intereses y nos entregue voluntariamente sus excedentes de cereales. Confían en que el kulak, que se ha fortalecido, que especula, que tiene la posibilidad de desquitarse con otros cultivos y que esconde sus excedentes de cereales, nos va a entregar voluntariamente esos excedentes a nuestros precios de acopio. ¿Se habrán vuelto locos? ¿No está claro que no comprenden la mecánica de la lucha de clases, que no saben lo que son las clases?
¿Saben ellos cómo se mofan los kulaks de nuestros funcionarios y del poder soviético, en las asambleas campesinas convocadas para intensificar el acopio de cereales? ¿No conocen casos como, por ejemplo, aquel del Kazajstán, en que un agitador nuestro, después de pasarse dos horas tratando de convencer a los poseedores de trigo de que lo entregasen para alimentar al país, oyó que un kulak, con la pipa en la boca, le contestaba; «¡Baila un poco, muchacho, y te daré dos puds de trigo!»?
Voces: ¡Qué canallas!
Stalin: ¡Id a convencer a esa gente!
Sí, camaradas, una clase es una clase. Esto es una verdad irrefutable. El método de los Urales y de Siberia es bueno, precisamente, porque ayuda a enfrentar las capas de los campesinos pobres y medios contra los kulaks; porque ayuda a vencer la resistencia de los kulaks y les obliga a entregar los excedentes de trigo a los órganos del poder soviético.
La palabra más de moda en las filas del grupo de Bujarin es hoy la de «exageraciones» en el acopio de cereales. Esta palabra es entre ellos de uso corriente, porque les permite enmascarar su línea oportunista. Cuando quieren enmascarar su línea, acostumbran a decir: nosotros, naturalmente, no nos oponemos a que se presione sobre los kulaks, pero estamos contra las exageraciones que se cometen en este aspecto y que afectan al campesino medio. Siguen después cuentos «de miedo» acerca de estas exageraciones, nos leen cartas de «campesinos» y comunicaciones empavorecidas de algunos camaradas, por el estilo de Márkov, para llegar a una conclusión: es necesario abolir la política de presión sobre los kulaks.
¿Qué os parece? Puesto que se cometen exageraciones en la aplicación de una política acertada, se debe abandonar esta política acertada. Tal es el método ordinario de los oportunistas: invocan las exageraciones que se cometen en la aplicación de una línea acertada, para pedir la supresión de esta línea y sustituirla por otra oportunista. Además, los partidarios del grupo de Bujarin tienen buen cuidado de no decir que hay otra clase de exageraciones más peligrosas y más dañinas: las exageraciones que conducen a la fusión con los kulaks, a adaptarse a las capas acomodadas del campo, a sustituir la política revolucionaria del partido por la política oportunista de los desviacionistas de derecha.
Todos nosotros somos, naturalmente, contrarios a esas exageraciones. Todos somos contrarios a que los golpes descargados contra los kulaks caigan también sobre los campesinos medios. Esto es evidente y no puede suscitar duda alguna. Pero estamos resueltamente en contra de que, con esa charlatanería acerca de las exageraciones, a que con tanto afán se entrega el grupo de Bujarin, se pretenda anular la política revolucionaria de nuestro partido y suplantarla por la política oportunista del grupo de Bujarin. No, esa maniobra no prosperará.
Indicadnos siquiera sea una medida política del partido que no haya ido acompañada de estas o las otras exageraciones. De ahí se deduce que es preciso combatir las exageraciones. Pero ¿acaso es esto motivo para denigrar la línea del partido, que es la única línea acertada?
Tomemos una medida como la implantación de la jornada de siete horas. Indudablemente, es una de las medidas más revolucionarias implantadas por nuestro partido en estos últimos tiempos. Pero ¿quién ignora que esa medida, profundamente revolucionaria por su esencia, implica a menudo numerosas exageraciones, a veces de lo más escandalosas? ¿Quiere esto decir que debamos desechar la política de implantación de la jornada de siete horas?
¿Comprenden los partidarios de la oposición bujarinista en qué charca caen cuando quieren aprovecharse de las exageraciones que se producen en el acopio de cereales?
Las reservas de moneda extranjera y la importación de trigo
Unas palabras, finalmente, acerca de la importación de trigo y de las reservas de moneda extranjera. Ya he dicho que Rýkov y sus amigos más íntimos plantearon varias veces el problema de que se importase trigo. Rýkov hablaba, al principio, de la necesidad de importar de 80 a 100 millones de puds, lo que representa unos 200 millones de rublos en moneda extranjera. Más tarde planteó la necesidad de adquirir 50 millones de puds, es decir, por valor de 100 millones de rublos en moneda extranjera. Nosotros rechazamos la propuesta, decidiendo que era preferible apretar al kulak y sacarle los excedentes de cereales, que no son pocos, a gastar la moneda extranjera destinada a la importación de utillaje para nuestra industria.
Rýkov cambia ahora de frente. Ahora afirma que los capitalistas nos dan el trigo a crédito y que nosotros no lo queremos tomar. Ha dicho que por sus manos pasaron algunos telegramas indicativos de que los capitalistas nos querían vender trigo a crédito, presentando la cosa como si entre nosotros hubiera gentes que no quieren aceptar el trigo a crédito por capricho o por algún otro motivo incomprensible.
Todo eso, camaradas, son necedades. Sería ridículo pensar que los capitalistas del Occidente se han compadecido de súbito de nosotros y desean entregarnos varias decenas de millones de puds de trigo poco menos que gratis o a pagar a largo plazo. Eso, camaradas, son estupideces.
¿De qué se trata, pues? Se trata de que distintos grupos capitalistas nos están tanteando, vienen desde hace ya medio año tratando de sondear nuestras posibilidades financieras, nuestra solvencia, nuestra firmeza. Se dirigen a nuestros representantes comerciales en París, en Checoslovaquia, en Norteamérica y en la Argentina y nos ofrecen la venta de trigo a plazos muy reducidos, a pagar a los tres meses o, todo lo más, a los seis. Lo que pretenden no es tanto vendernos trigo a crédito como enterarse de si nuestra situación es efectivamente grave, de si de veras se nos han agotado las posibilidades financieras, de si nos mantenemos firmes desde el punto de vista de la situación financiera y ver si picamos en el anzuelo que nos lanzan.
En el mundo capitalista se discute ahora mucho acerca de nuestras posibilidades financieras. Unos dicen que estamos ya en quiebra y que la caída del poder soviético es cosa de meses, cuando no de semanas. Otros replican que eso no es cierto, que el poder soviético es fuerte, tiene posibilidades financieras y posee trigo en cantidad suficiente.
La tarea consiste actualmente en dar pruebas de la firmeza y la resistencia debidas, no dejarse llevar por las falsas promesas de que se nos proporcionará trigo a crédito y mostrar al mundo capitalista que no necesitaremos importarlo. No soy yo el único que piensa así. Así piensa la mayoría del Buró Político.
Por estas razones decidimos no aceptar la propuesta de los diversos bienhechores del género de Nansen, de que la Unión Soviética importase trigo a crédito por valor de un millón de dólares.
Por las mismas razones respondimos negativamente a todos esos espías del mundo capitalista que, en París, en Norteamérica y en Checoslovaquia, nos ofrecían pequeñas cantidades de trigo a crédito.
Por idéntico motivo acordamos hacer las máximas economías en el consumo de trigo, dar prueba del máximo espíritu de organización en el acopio de cereales. Perseguíamos con esto dos objetivos: por una parte, evitar la importación de trigo y guardar la moneda extranjera para la adquisición de maquinaria y, por otra parte, mostrar a todos nuestros enemigos que nos mantenemos firmes y no estamos dispuestos a dejarnos ganar por las promesas de dádivas.
¿Era acertada esa política? Yo opino que era la única política acertada. No sólo lo era porque descubríamos aquí, en el interior de nuestro país, nuevas posibilidades de obtener trigo. Lo era también porque, al evitar la importación de trigo y ahuyentar a los espías del mundo capitalista, fortalecíamos nuestra situación internacional, elevábamos nuestra solvencia y pulverizábamos las habladurías acerca del «próximo hundimiento» del poder soviético.
Hace unos días hemos sostenido negociaciones previas con unos representantes de los capitalistas alemanes. Prometen abrirnos un crédito de 500 millones, y parece que, en efecto, estiman necesario abrirnos ese crédito, a fin de asegurar los pedidos soviéticos para su industria.
Hace unos días ha estado en nuestro país una delegación de conservadores ingleses, que también considera necesario comprobar la solidez del poder soviético y la conveniencia de concedernos créditos para obtener pedidos industriales soviéticos.
Me parece que no tendríamos estas nuevas posibilidades en la obtención de créditos –de los alemanes primeramente, y, después, de un grupo de capitalistas ingleses– si no hubiésemos manifestado la necesaria firmeza a que antes me refería.
Por lo tanto, no se trata de que nos neguemos caprichosamente a recibir un trigo imaginario que nos vendan a un imaginario crédito a largo plazo. Se trata de adivinar cuál es la faz de nuestros enemigos, de adivinar sus verdaderas intenciones y de manifestar la firmeza necesaria para consolidar nuestra situación internacional.
Por eso, camaradas, nos negamos a importar trigo. Veis, pues, que el problema de la importación de trigo no es tan sencillo como lo pintaba aquí Rýkov. La importación de trigo es un problema que afecta a nuestra situación internacional.
Anotaciones de la edición
[4] Socialismo de cátedra: corriente de la ideología burguesa, principalmente en la economía política burguesa. Apareció en la segunda mitad del siglo XIX, en Alemania; más tarde adquirió gran difusión en Inglaterra, Norteamérica y Francia. Los partidarios de esta corriente, profesores liberales burgueses, que actuaban desde las cátedras universitarias –de donde procede la denominación de «socialismo de cátedra»–, combatían el marxismo y el movimiento obrero revolucionario en ascenso, procuraban ocultar las contradicciones del capitalismo y predicaban la conciliación de las clases. Los socialistas de cátedra negaban el carácter de clase, explotador del Estado burgués y afirmaban que éste es capaz, mediante reformas sociales, de perfeccionar el capitalismo. Engels escribió acerca de los socialistas de cátedra alemanes:
«Los socialistas de cátedra no rebasaron nunca, en el sentido teórico, el nivel de los economistas vulgares inclinados a la filantropía, y en el presente han caído hasta el nivel de los simples apologistas del socialismo de Estado de Bismarck». (Carta de Karl Marx y Friedrich Engels a Nikolai Frantsevich Danielson, 13 de noviembre de 1885)
Las ideas reformistas liberales burguesas de los socialistas de cátedra las propagaron en Rusia los marxistas legales. Los mencheviques rusos, los partidos oportunistas de la II Internacional y los socialistas de derecha contemporáneos, en su deseo de subordinar el movimiento obrero a los intereses de la burguesía y en su prédica de la integración pacífica y gradual del capitalismo en el socialismo, se deslizaron también hasta el socialismo de cátedra.
[5] Se tiene en cuenta el Pleno del Comité Central del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética, celebrado del 4 al 12 de julio de 1928.
[6] «La Internacional Juvenil» –«Jugend Internationale»–: revista, órgano de la Unión Internacional de Juventudes Socialistas; apareció en Zúrich desde septiembre de 1915 hasta mayo de 1918. De 1919 a 1941 se publicó como órgano del Comité Ejecutivo de la Internacional Juvenil Comunista. –De 1925 a 1928 apareció con el nombre de «Internacional Juvenil Comunista»–.
[7] «Sbórnik Sotsial-Demokrata» –«Recopilación del Socialdemócrata»–; lo edito el Comité Central del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso en 1916 bajo la dirección inmediata de Lenin. Aparecieron dos números: uno en octubre y otro en diciembre de 1916». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Sobre la desviación derechista en el Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética, 1929)