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Hace años que advertimos que Japón es una bomba de relojería de la economía mundial y el martes el primer ministro japonés, Shigeru Ishiba, calificó la situación de su país como “peor que la de Grecia en sus peores momentos”, un país del que ya nadie se acuerda. Hay que agradecerle una sinceridad que se echa de menos en otros continentes, donde todo son parabienes.
Decía el histórico marxista peruano Mariátegui en una de sus muchas conferencias: "Somos todavía pocos para dividirnos. No hagamos cuestión de etiquetas ni de títulos."
Durante los últimos 35 años, el pensamiento único ─traducido en el “triunfo” del neoliberalismo─ nos impuso la idea de que había temas que ya no se podían decir públicamente. Se promovió un lenguaje “incluyente” y acorde con las nuevas realidades del mundo económico y político. En ese contexto, expresiones como ‘lucha de clases’, ‘confrontación de clases’ o ‘contradicción de clases’ fueron relegadas a la clandestinidad del discurso, etiquetadas como vestigios de un marxismo supuestamente derrotado en el plano nacional e internacional de la economía política.