Polonia da un paso más en apoyo del fascismo: se prohiben los símbolos de los que lo derrotaron en la Segunda Guerra Mundial, los comunistas

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La Unión Europea sigue apoyando y fomentando las políticas profascistas en sus países miembros; el nuevo paso ha sido la prohibición de posesión, venta y exhibición pública de los símbolos de los que derrotaron al fascismo en la Segunda Guerra Mundial. Aquella derrota, que doliera tanto a los explotadores de todo el mundo, en especial a los de los países liberados, como Polonia, sigue torturando y provocando pesadillas a los que saquearon a la clase trabajadora después de la restauración capitalista.

Bajo iniciativa del ultraderechista gobierno polaco, comandado por su presidente Lech Kaczynski, se pretende borrar todo lo que recuerde a los parásitos polacos los tiempos en que fueron despojados del poder o, al menos, en los que tuvieron que fingir ser comunistas para disfrutar de algunos privilegios. Por eso, la hoz y el martillo, la bandera roja, incluso la imagen del Ché, se intentarán invisibilizar para borrar el pasado, que tanto atormenta a las sanguijuelas capitalistas y a sus abducidos.

La ley permite el uso de estos símbolos con fines artísticos, educativos o de investigación, también los coleccionistas están exentos de la normativa. Bruselas, !cómo no!, no ha abierto la boca ante semejante decisión antidemocrática, pues a Europa le interesa la democracia solamente cuando beneficia a los bolsillos y los intereses de los fascistas que la gobiernan (política y económicamente).

Los defensores de la ley afirman que también los símbolos fascistas están prohibidos, aunque, igualar al engendro surgido del capitalismo, enemigo de los valores humanos, con su verdugo, el socialismo, cuyo objetivo es acabar con toda explotación (más allá de los errores de aplicación), es solo una estrategia para descriminalizar al fascismo, criminalizando a su antítesis.

Como afirmaba el escritor alemán Thomas Mann: «Colocar en el mismo plano moral el comunismo ruso y el nazifascismo, en la medida en que ambos serían totalitarios, en el mejor de los casos es una superficialidad; en el peor es fascismo. Quien insiste en esta equiparación puede considerarse un demócrata, pero en verdad y en el fondo de su corazón es en realidad ya un fascista, y desde luego sólo combatirá el fascismo de manera aparente e hipócrita, mientras deja todo su odio para el comunismo».

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