Hace unos días en otra entrada ya aludimos a la superproducción rusa “Matilda”, una película centrada en las relaciones amorosas entre el zar Nicolás II y la bailarina de ballet Mathilde Kschessinska sobre la que se ha levantado una enorme polvareda en Rusia, como decíamos, más humo que otra cosa.

El estreno estaba previsto para el 30 de marzo, pero se ha tenido que posponer hasta el 23 de octubre en el teatro Marinsky de San Petesburgo y al día siguiente en el cine Octubre en Moscú.

Como en tantas otras ocasiones, muchas de las protestas, que proceden de los sectores más reaccionarios de la Rusia actual, especialmente eclesiásticos, critican que la película tergiversa la historia, lo cual es siempre una estupidez, incluso cuando el guión “se basa en hechos reales”. Es vergonzoso tener que recordarlo a cada paso: el cine es mentira, o sea, ficción.

La historia (la de verdad) de Rusia no empieza en octubre de 1917. El zar Nicolás II abdicó del trono imperial al producirse la revolución de febrero (de 1917) y fue fusilado en julio del siguiente año, tras la de octubre.

Un actor porno encarna al zar

Quizá no sea tan conocido que una contrarrevolución es sagrada, una guerra santa: la yihad de los cristianos. Para la Iglesia Ortodoxa las dos revoluciones de 1917 fueron como para la católica la guerra civil española de 1936: una cruzada. No es que el zar fuera dios, pero casi; era un santo, por lo que fue canonizado, es decir, elevado a los altares: en 1981, cuando la URSS no había desaparecido, los popes (en el exilio) le declararon “mártir” (del bolchevismo).

En fin, que Rusia es como España, más o menos. Aquí no se puede hacer un chiste del almirante Carrero y allí no se puede mostrar al zar con las pasiones típicas de los humanos. La única pasión imaginable es la divina: la que Cristo padeció en el monte Calvario. La diferencia es que en Rusia no te llevan a la cárcel por ello (de momento).

No obstante, atacar al zar es tan intolerable como atacar a San Juan Evangelista o a la Virgen de la Macarena en plena procesión de Semana Santa. En ningún país católico podría aparecer un santo o un mártir en pelotas en plena noche de pasión (sexual), tras una juerga regada generosamente con champán francés o vodka de los Urales.

El gobierno ruso se ha gastado 25 millones de dólares con la ridícula pretensión de que “Matilda” sea aceptada en el Olimpo de Hollywood y gane uno de los próximos Óscar de la Academia, lo cual no ocurrirá por más que Nicolás II enseñe sus cojones en la pantalla.

Para los amantes de la historia, lo peor de la película es que el personaje central no es el zar sino su amante, la bailarina Mathilde Kschessinska, lo cual no es ni varonil ni suficientemente regio.

Mathilde Kschessinska

La vida de Matilda es suficientemente conocida porque murió en 1971 en París con 99 años y el relato de su fastuosa vida, llena de palacios, príncipes y otros lujos, atrajo a muchos escritores.

La bailarina conoció a Nicolás cuando aún era un príncipe (zarevitch) adolescente que aspiraba a heredar un Imperio y aún no se había prometido a la zarina, en fin, en la época en que Rusia era aún más rosa que roja. Incluso hay quien dice que ambos tuvieron una hija en 1911.

El problema es cuando llegan esos historiadores para impedir que el cine nos engañe impunemente: “no está demostrado que el zar se emborrachara en las juergas y se acostara con la bailarina”, aseguran. La pretensión de los científicos es siempre la misma: quieren que la realidad ensucie un buen relato de ficción, que en los títulos de crédito aparezca la bibliografía que ampara cada frase del guión.

No les basta, además, con su propia autoridad, sino que acuden a la de la Iglesia Ortodoxa, a la del gobierno y a la de la fiscalía para impedir, como sea, que los espectadores veamos la película. Velan por nosotros; nunca dejan que nos equivoquemos o que alegremos la vista con las escenas más calientes de alcohol y sábanas.

Todo nuestro gozo en un pozo por culpa de los científicos rigurosos: el zar Nicolás II tampoco eran tan campechano como creían los rusos. Se presupone que los reyes, como representantes de dios en la tierra, son siempre justos y benéficos; por lo tanto, si alguien afirma, aunque sea en el cine, que un rey es un chorizo, un borracho y un sinvergüenza (no piensen en nadie) debe demostrarlo fehacientemente.

De lo contrario, ya saben, los científicos pondrán una querella por injurias “a la Corona”, tanto en Rusia como en Hispanistán. ¿Aún no lo saben? Cuando alguien insulta al rey (o a la bandera) a quien insulta es “a todos”, a la nación, al país. ¿No se ofenden Ustedes con los pitidos al himno “nacional”?

La fiscal Poklonskaia defiende al zar

Aquí es donde entra en juego la típica fiscal que ven en la foto con uniforme de gala, como corresponde al tema que tratamos (el cine). Se trata de Natalia Poklonskaia, que ejerció su tarea represiva en Crimea y ahora es una diputada que defiende el zarismo como nadie en Rusia. Se ha dirigido a todas y cada una de las instituciones públicas en defensa del zar y de la verdad por antonomasia frente a la provocación “antirrusa” y “antireligiosa”, una difamación y una “amenaza a la seguridad nacional” [sic].

La diputada tiene un blog en el que publica artículos con títulos significativos como “Nicolás II no necesita protección: Dios mismo le glorifica” o “También se puede traicionar a Dios con el silencio”.

Hace un par de años Poklonskaia encargó varios retratos de los Romanov para colgar del Palacio Livadia, en Crimea. Luego participó en el desfile del Regimiento Inmortal enarbolando un icono de Nicolás II. Finalmente encabezó una petición para esculpir un busto del Emperador en el edificio de oficinas de la fiscalía.

Es de esas científicas que quiere que los rusos conozcan la verdadera historia de la familia Romanov: “Es inadmisible que se difunda una película que deforma la descripción de los hechos históricos y desacredita, difama y ridiculiza a uno de los santos más respetados de nuestra iglesia: el zar Nicolás II”, escribe en su blog.

Naturalmente, como buena fiscal, no le basta con defender la verdad contra viento y marea; quiere que el Ministerio Público procese al director de la película por haber “violado la vida privada del zar”.

Lo que debería hacer es venir a España y poner una querella en la Audiencia Nacional, el único tribunal en todo el mundo que nunca abandona a los zares, las princesas y los marqueses. Las injurias coronarias son el peor crimen que se puede cometer contra una nación. ¿No han visto Ustedes la película Sisí Emperatriz?, ¿no le gustan los desfiles de la Guardia Real?, ¿las cenas de gala?, ¿los bailes de salón?, ¿las recepciones oficiales?

¿Cómo es posible que hace 100 años los bolcheviques acabaran con todas esas maravillas versallescas?

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