«Para mí no existe una etapa monopólica del capitalismo ni mucho menos pre monopólica. (…) No veo nada científico en la teoría del capitalismo monopolista, en mi criterio». (Manuel Sutherland; Comentarios, 3 de marzo de 2015)

Esto desde luego es un tremendo disparate. Ni siquiera José Antonio Primo de Rivera, ideólogo del fascismo español de los años 30, negaba el proceso de monopolización en la sociedad, sabía que negar tal proceso e intentar engañar con su negacionismo no tendría calado ni siquiera entre las masas trabajadoras sin conciencia política, ya que era algo visto y comprobado en el día a día por la clase obrera, los intelectuales y los pequeños propietarios, sabía por tanto, que hubiera sido perjudicial adoptar como eje la negación del proceso de monopolización para su organización fascista, fijémonos pues a qué niveles de patetismo ha llegado el «marxista» y «reputado economista» Sutherland.

El proceso de monopolización no es estrictamente un fenómeno registrado solamente por Lenin; Marx y Engels ya dejaron constancia que este es un fenómeno implícito del capitalismo, para ello por supuesto se observó la economía burguesa de su época pero también se basaron en lo que exponían y confesaban las propias obras de los pensadores y economistas burgueses como Adam Smith o David Ricardo. En su famosa obra «Manuscritos económicos y filosóficos» de 1843, Marx nos refleja que en el proceso de acumulación del capitalismo el monopolio es un fenómeno característico del capitalismo que sucede como parte de su «curso natural»:

«Como ya sabemos que los precios de monopolio son tan altos como sea posible y que el interés de los capitalistas, incluso desde el punto de vista de la Economía Política común, se opone abiertamente al de la sociedad, puesto que el alza en los beneficios del capital obra como el interés compuesto sobre el precio de las mercancías (Smith, t. I, págs. 199—201), la única protección frente a los capitalistas es la competencia, la cual, según la Economía Política, obra tan benéficamente sobre la elevación del salario como sobre el abaratamiento de las mercancías en favor del público consumidor.

La competencia, sin embargo, sólo es posible mediante la multiplicación de capitales, y esto en muchas manos. El surgimiento de muchos capitalistas sólo es posible mediante una acumulación multilateral, pues el capital, en general, sólo mediante la acumulación surge, y la acumulación multilateral se transforma necesariamente en acumulación unilateral. La acumulación, que bajo el dominio de la propiedad privada es concentración del capital en pocas manos, es una consecuencia necesaria cuando se deja a los capitales seguir su curso natural, y mediante la competencia no hace sino abrirse libre camino esta determinación natural del capital». (Karl Marx; Manuscritos económicos y filosóficos, 1843)

Precisamente Marx explicando a idealistas como Proudhon que no entendían realmente el origen histórico de la monopolización, expresó:

«El señor Proudhon no habla más que del monopolio moderno engendrado por la competencia. Pero todos sabemos que la competencia ha sido engendrada por el monopolio feudal. Así, pues, primitivamente la competencia ha sido lo contrario del monopolio, y no el monopolio lo contrario de la competencia. Por tanto, el monopolio moderno no es una simple antítesis, sino que, por el contrario, es la verdadera síntesis.

Tesis: El monopolio feudal anterior a la competencia.

Antítesis: La competencia.

Síntesis: El monopolio moderno, que es la negación del monopolio feudal por cuanto presupone el régimen de la competencia, y la negación de la competencia por cuanto es monopolio». (Karl Marx; Miseria de la filosofía, 1847)

Friedrich Engels comentaría sobre el rápido proceso de monopolización que este había superado todo lo anunciado:

«Desde que Marx escribió lo que antecede, se han desarrollado, como es sabido, nuevas formas de empresas industriales que representan la segunda y la tercera potencia de las sociedades anónimas. La rapidez diariamente creciente con que hoy puede aumentarse la producción en todos los campos de la gran industria choca con la lentitud cada vez mayor de la expansión del mercado para dar salida a esta producción acrecentada. Lo que aquélla produce en meses apenas es absorbido por éste en años. Añádase a esto la política arancelaria con que cada país industrial se protege frente a los demás y especialmente frente a Inglaterra, estimulando además artificialmente la capacidad de producción interior. Las consecuencias son: superproducción general crónica, precios bajos, tendencia de las ganancias a disminuir e incluso a desaparecer, en una palabra, la tan cacareada libertad de competencia ha llegado al final de su carrera y se ve obligada a proclamar por sí misma su manifiesta y escandalosa bancarrota. La proclama a través del hecho de que no hay ningún país en que los grandes industriales de una determinada rama no se asocien para formar un consorcio cuya finalidad es regular la producción. Un comité se encarga de señalar la cantidad que cada establecimiento ha de producir y de distribuir en última instancia los encargos recibidos. En algunos casos han llegado a formarse incluso consorcios internacionales, por ejemplo, entre la producción siderúrgica de Inglaterra y de Alemania. Pero tampoco esta forma de socialización de la producción ha sido suficiente. El antagonismo de intereses entre las distintas empresas rompía con harta frecuencia los diques del consorcio y volvía a imponerse la competencia. Para evitar esto se recurrió, en aquellas ramas en que el nivel de producción lo consentía, a concentrar toda la producción de una rama industrial en una gran sociedad anónima con una dirección única. Esto se ha hecho ya en los Estados Unidos en más de una ocasión: en Europa, el ejemplo más importante de esto, hasta ahora, es el United Alkali Trust, que ha puesto toda la producción británica de sosa en manos de una sola empresa. (…) Así, pues, en esta rama, base de toda la industria química, la competencia ha sido sustituida en Inglaterra por el monopolio, preparándose así del modo más halagüeño la futura expropiación por la sociedad en su conjunto, por la nación». (Friedrich Engels; Anotaciones al III Tomo de El Capital de Karl Marx, 1894)

Queda claro que lo que hace Lenin es recoger las lecciones de los análisis de Marx y Engels y aplicarlo a nuestra época en que el proceso de monopolización se ha agudizado como se predijo especialmente a raíz de la crisis de 1873.

¿Cómo explica Lenin ese proceso de monopolización en sus más famosas obras? Igual que Marx y Engels en su momento, ni más ni menos que respaldando sus documentos con las cifras hechas públicas por los propios economistas burgueses:

«En Alemania, por ejemplo, de cada mil empresas industriales, en 1882, tres eran empresas grandes, es decir, que contaban con más de 50 obreros; en 1895, seis, y en 1907, nueve. De cada cien obreros les correspondían, respectivamente, 22, 30 y 37. Pero la concentración de la producción es mucho más intensa que la de los obreros, pues el trabajo en las grandes empresas es mucho más productivo, como lo indican los datos relativos a las máquinas de vapor y a los motores eléctricos. Si tomamos lo que en Alemania se llama industria en el sentido amplio de esta palabra, es decir, incluyendo el comercio, las vías de comunicación, etc., obtendremos el cuadro siguiente: grandes empresas, 30.588 sobre un total de 3.265.623, es decir, el 0,9%. En ellas están empleados 5,7 millones de obreros sobre un total de 14,4 millones, es decir, el 39,4%; caballos de fuerza de vapor, 6,6 millones sobre 8,8, es decir, el 75,3%; de fuerza eléctrica 1,2 millones de kilovatios sobre 1,5 millones, o sea el 77,2%. ¡Menos de una centésima parte de las empresas tienen más de 3/4 de la cantidad total de la fuerza de vapor y eléctrica! ¡A los 2,97 millones de pequeñas empresas –hasta 5 obreros asalariados– que constituyen el 91% de todas las empresas, corresponde únicamente el 7% de la fuerza eléctrica y de vapor! Las decenas de miles de grandes empresas lo son todo; los millones de pequeñas empresas no son nada. En 1907, había en Alemania 586 establecimientos que contaban con mil obreros y más. A esos establecimientos correspondía casi la décima parte –1,38 millones– del número total de obreros y casi el tercio –32%– del total de la fuerza eléctrica y de vapor. El capital monetario y los bancos, como veremos, hacen todavía más aplastante este predominio de un puñado de grandes empresas, y decimos aplastante en el sentido más literal de la palabra, es decir, que millones de pequeños, medianos e incluso una parte de los grandes «patronos» se hallan de hecho completamente sometidos a unos pocos centenares de financieros millonarios. En otro país avanzado del capitalismo contemporáneo, en los Estados Unidos, el incremento de la concentración de la producción es todavía más intenso. En este país, la estadística considera aparte a la industria en la acepción estrecha de la palabra y agrupa los establecimientos de acuerdo con el valor de la producción anual. En 1904, había 1.900 grandes empresas –sobre 216.180, es decir, el 0,9%–, con una producción de 1 millón de dólares y más; en ellas, el número de obreros era de 1,4 millones –sobre 5,5 millones, es decir el 25,6%–, y la producción, de 5.600 millones –sobre 14.800 millones, o sea, el 38%–. Cinco años después, en 1909, las cifras correspondientes eran las siguientes: 3.060 establecimientos –sobre 268.491, es decir, el 1,1%– con dos millones de obreros –sobre 6,6 millones, es decir el 30,5%– y 9.000 millones de producción anual –sobre 20.700 millones, o sea el 43,8%–. ¡Casi la mitad de la producción global de todas las empresas del país en las manos de la centésima parte del número total de empresas! Y esas tres mil empresas gigantescas abrazan 258 ramas industriales. De aquí se deduce claramente que la concentración, al llegar a un grado determinado de su desarrollo, por sí misma conduce, puede decirse, de lleno al monopolio, ya que a unas cuantas decenas de empresas gigantescas les resulta fácil ponerse de acuerdo entre sí, y, por otra parte, la competencia, que se hace cada vez más difícil, y la tendencia al monopolio, nacen precisamente de las grandes proporciones de las empresas. Esta transformación de la competencia en monopolio constituye de por sí uno de los fenómenos más importantes –por no decir el más importante– de la economía del capitalismo moderno». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Imperialismo, fase superior del capitalismo, 1916)

Avancemos un poco más históricamente, veamos cifras del proceso de monopolización desde principios del siglo XX hasta mediados de los años 30:

«En 1925, las pequeñas empresas –de 1 a 5 personas–, sumaban en Alemania 1.614.069 y las grandes –más de 5.000 personas– 67. Del total de la fuerza motriz alemana –en HP– 1.368 millones fueron consumidos por la industria pequeña y 2.738 millones para la grande. En 1937, el promedio de la fuerza motriz para gran empresa aumentó el 26%. En el mismo periodo desaparecieron engullidas por los monopolistas, 58.600 pequeñas empresas. En los EEUU, del 1909 al 1929, las grandes empresas saltaron de 540 a 996 y el valor de su producción pasó de 43,8% a 69,3%, en relación a la producción total. Con la crisis de 1929, las pequeñas empresas disminuyeron un 38,4% y en 8,8% las grandes. Pero, al mismo tiempo el número de empleados de las grandes empresas aumentó un 11,4%. En Francia –sin contar Alsacia-Lorena–, de 1906 a 1926, las empresas gigantes –más de 1.000 obreros– ascendían de 207 a 362. El personal de las grandes –de 50 a 1.000 obreros) y de las empresas gigantes –1.000 y más obreros–, en relación al total francés, pasó de 38,7% a 58,2%. (…) Veamos algunos ejemplos de concentración bancaria: En Alemania, de 1912 a 1913, 9 grandes bancos berlineses controlaban el 49% de los capitales bancarios. En 1931, 4 grandes bancos berlineses controlaban el 63%. En los Estados Unidos, la parte que corresponde a los bancos con un capital superior a 5.000.000 de dólares aumentó del 32 al 48% en el periodo 1923-1934. En Japón, la parte de los cinco grandes bancos de Gran Bretaña fue: 1900, tenían el 25%; en 1913, el 40%; en 1924, el 72%. Del 1929 a 1933, el número de bancos en los Estados Unidos, cayó de 25.000 a 15.000. Los de Japón, entre 1914 y 1935, disminuyeron de 2.155 a 563». (Joan Comorera; La nación en una nueva etapa histórica, 1944)

Como se está demostrando, la tendencia a la concentración de la producción y el capital es un hecho irrefutable e intrínseco al capitalismo:

«Un rasgo característico del capitalismo actual es la concentración cada vez mayor de la producción y del capital, que ha llevado a la unión de las pequeñas empresas con las empresas poderosas, o a la absorción de aquellas por estas. Asimismo esto ha traído como consecuencia el agrupamiento masivo de la fuerza de trabajo en grandes trusts y consorcios. Además estas empresas han concentrado en sus manos enormes capacidades productivas, fuentes energéticas y de materias primas en proporciones incalculables. En la actualidad, en las grandes empresas capitalistas se explota también la energía nuclear y la tecnología más reciente, que pertenecen exclusivamente a dichas empresas. Estos gigantescos organismos tienen un carácter nacional e internacional. En el interior del país han destruido la mayoría de los pequeños patronos e industriales, mientras que en el plano internacional se han erigido en consorcios colosales, que abarcan ramas enteras de la industria, la agricultura, la construcción, el transporte, etc., de muchos países. Dondequiera que los consorcios hayan clavado sus garras y que un puñado de capitalistas multimillonarios haya realizado la concentración de la producción, se amplía y profundiza la tendencia a eliminar a los pequeños patronos e industriales. Este camino ha conducido al ulterior fortalecimiento de los monopolios. (…) Las pequeñas y medianas empresas, que subsisten en estos países; dependen directamente de los monopolios. Reciben encargos de estos monopolios y trabajan para ellos, reciben créditos y materias primas, tecnología; etc. Prácticamente se han convertido en sus apéndices. (…) La potencia económica de los monopolios y la creciente concentración del capital, hacen que las «pequeñas criaturas», es decir, las empresas no monopolizadas, típicas del pasado, no sean las únicas víctimas de la lucha competitiva, sino también las grandes empresas y grupos financieros. Debido a la desenfrenada sed de los monopolios de obtener elevados beneficios y a la exacerbación al máximo de la competencia, este proceso, a lo largo de los últimos dos decenios, ha adquirido proporciones colosales. Actualmente las fusiones y las absorciones en el mundo capitalista son de 7 a 10 veces mayores que en los años anteriores a la Segunda Guerra Mundial». (Enver Hoxha; El imperialismo y la revolución, 1978)

¿No le parecen suficientes estas cifras al economista Manuel Sutherland y sus seguidores? Quizás no. ¿Sigamos entonces? Veamos datos de mediados del siglo XX para los que no creen en el proceso de monopolización, esta vez no solo analizando la producción, sino la mano de obra según los datos proporcionados por Statistical Yearbook, Monthly Bulletin of Statistics, United Nations y Fortune.

«Así, por ejemplo, en 1976, en las 500 corporaciones estadounidenses más grandes, trabajaban casi 17 millones de personas, que representaban más del 20 por ciento de la mano de obra ocupada. A ellas correspondía el 66 por ciento de las mercancías vendidas. En la época en la que Lenin escribió su obra: «El imperialismo, fase superior del capitalismo» en 1916, cuando en el mundo capitalista sólo existían una gran compañía estadounidense, la «United States Steel Corporation», cuyo capital activo ascendía a más de mil millones de dólares, mientras que en 1976 el número de sociedades multimillonarias era alrededor de 350. El trust automovilístico «General Motors Corporation», este súper monopolio, en 1975 disponía de un capital global superior a los 22.000 millones de dólares y explotaba a un ejército de 800.000 obreros. A éste le sigue el monopolio «Standard Oil of New Jersey», que domina la industria petrolera de los Estados Unidos y de los demás países y explota a más de 700.000 obreros. En la industria automovilística existen tres grandes monopolios que venden más del 90 por ciento de la producción de dicha rama; en las industrias aeronáutica y siderúrgica cuatro compañías gigantescas dan, respectivamente, el 65 y el 47 por ciento de la producción. Un proceso similar ha tenido y tiene lugar también en los otros países imperialistas. En la República Federal Alemana, el 13 por ciento del total de las empresas han concentrado en sus manos alrededor del 50 por ciento de la producción y el 40 por ciento de la fuerza laboral del país. En Inglaterra dominan 50 grandes monopolios. La corporación británica del acero proporciona más del 90 por ciento de la producción del país. En Francia las tres cuartas partes de esta producción están concentradas en las manos de dos sociedades; cuatro monopolios poseen toda la producción de automóviles y otros cuatro toda la producción de los derivados del petróleo. En el Japón, diez grandes compañías siderúrgicas producen todo el hierro colado y más de las tres cuartas partes del acero, mientras que en la metalurgia no ferrosa actúan ocho compañías. Y lo mismo sucede en las demás ramas y sectores». (Enver Hoxha; El imperialismo y la revolución, 1978)

Podríamos poner casos actuales de monopolización en cualquier país y en cualquier rama productiva, pero para no extendernos demasiado nos contraemos en las fusiones bancarias de los bancos españoles que han venido sucediendo especialmente desde 2009 aproximadamente:

«El proceso de concentración iniciado por el sistema financiero a primeros de 2010, a raíz del estallido de la crisis de las cajas, ha hecho que el ahorro de los españoles esté cada vez en menos manos. A 31 de marzo del presente año, seis grupos (Santander, BBVA, Caixabank, Bankia, Popular y Sabadell) copaban el 72,1% del total de los depósitos bancarios, diez puntos más que a finales de 2009. La principal causa de ese aumento ha sido la absorción por las entidades más grandes de aquellas otras que presentaban serios problemas como consecuencia del desplome del mercado inmobiliario. Gracias a ello, han conseguido incrementar su implantación territorial y hacerse con una mayor porción del negocio de la que disfrutaban antes de que el sector iniciara su reestructuración». (El Público; Seis bancos controlan ya tres cuartas partes del ahorro de los españoles, 21 de julio de 2015)

El diario burgués El Confidencial creó un [gráfico] muy ilustrativo sobre la concentración bancaria española durante 2008-2017, uno que escépticos de la monopolización como Shuterland deberían ver.

A este punto queda demostrado ante el lector que el proceso de monopolización es un hecho; en consecuencia hablar de crear un capitalismo sin monopolios no tiene sentido pues como la historia ha demostrado la libre concurrencia conduce inevitablemente al monopolio por las leyes económicas del propio capitalismo.

La monopolización es una constante que impone la ley fundamental del capitalismo como forma última de la economía mercantil que no es otra que la «ley del máximo beneficio», ley que genera una voluntad depredadora entre sus elementos, tal ley genera la competencia característica por las cuotas de mercados que permiten a unos competidores imponerse sobre otros tanto en el mercado nacional como internacional, tal ley es la que genera la ruina de los pequeños y medianos burgueses ante los monopolios, la que provoca la especulación, la que provoca la destrucción de las propias fuerzas productivas en el capitalismo durante las «crisis de sobreproducción». La monopolización es parte «natural» del desarrollo del capitalismo; el capitalismo solo puede desembocar en la monopolización, y cualquier intento de negar o revertir este proceso dentro del capitalismo es sencillamente una estupidez que hace que dicho sujeto se posicione en contra de las leyes del desarrollo histórico, de la dialéctica de la histórica. Parece ser que ésta última es la postura de nuestro charlatán: Manuel Sutherland». (Equipo de Bitácora (M-L); Las perlas antileninistas del economista burgués Manuel Shuterland; Una exposición de la vigencia de las tesis leninista sobre el imperialismo, 2018)

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