¿Iniciar las represalias o aceptar las humillaciones? Esta es la gran incógnita en Rusia hoy, a nivel de política exterior y de geoestrategia. Tras el asesinato de Zajarchenko en Donetsk, Rusia tiene que actuar. Es una obligación porque el malestar es cada vez más evidente, dentro y fuera del Donbás. Recupero un cartel soviético de 1921 que dice «Donbás, el corazón de Rusia». Se refiere, básicamente, a la riqueza minera, imprescindible para alimentar la industrialización que comenzaba entonces en la URSS.
Mañana se celebra la crucial reunión entre Rusia, Irán y Turquía (el grupo de Astaná) para decidir la ofensiva final del gobierno sirio sobre Idlib. EEUU y sus vasallos europeos siguen insistiendo en que no y alientan, otra vez, el espantajo del «ataque químico» como amenaza para atacar a Damasco y proteger a los yihadistas (esos «revolucionarios» que tanta simpatía despiertan en los mal llamados «progres»). Rusia ha movido barcos y submarinos al Mediterráneo, junto a los aviones y misiles que tiene en Siria, pero eso no indica nada si no hay voluntad de utilizarlos. Dejo un gráfico sobre lo que ese despliegue podría (condicional) hacer.
Putin está en una encrucijada. Este mes hay elecciones municipales y a gobernadores en Rusia. La elevación de la edad de jubilación está pasando factura a su gobierno y a su partido. Titubear en política exterior sería la puntilla. Este es el jeroglífico ahora para el Kremlin (y para nosotros).
El Lince