La pasada semana, el Parlamento de Rumanía, representante político máximo de los intereses de los capitalistas rumanos, decisión relajar las condiciones para la contratación de trabajadores venidos de fuera de la Unión Europea, eliminando la obligación de asegurarles un salario igual al de sus colegas rumanos. De este modo, los patronos, que han hecho enormes presiones sobre los diputados y los partidos políticos que les representan (es decir, todos los parlamentarios), se han asegurado la posibilidad de ahorrarse un buen dinerito por sustituir a los que han huido del país debido a los salarios de miseria que les pagaban.

Es decir, los parásitos capitalistas rumanos intentan dar una vuelta de tuerca más a el saqueo a la clase trabajadora rumana, que ya de por sí sobrevive con salarios de miseria (el salario mínimo en 2018 es de 1400 lei, unos 300 euros.), atrayendo al país a inmigrantes dispuestos a recibir aún menos para mejorar sus condiciones de vida de su país de origen. Mientras tanto, se reducen ayudas sociales, aumento de los contratos de prácticas, la edad de jubilación y los derechos laborales, etc.

El modelo económico basado en la reducción de costes para el empleador y salarios más bajos para los productores de riqueza, impuesto como plan de choque tras el golpe de estado de 1989 que acabó con el sistema socialista, ha provocado que cada tres minutos un rumano huya de su país para que le exploten en otro país teóricamente más “desarrollado”. Mientras tanto, los que le forzaron a huir, se llenan aun más los bolsillos ahorrándose más dinero en los salarios de los que, a su vez, huyen de su país para llegar a Europa, aunque sea empezando por su escalón más miserable.

Las autoridades rumanas, siempre al servicio del gran capital, no se preocupan ni siquiera de proteger a los emigrantes rumanos explotados en sus países de destino (España, Italia, Inglaterra, Alemania…). Y mucho menos lo hacen con los recién llegados y caídos en las garras de los explotadores patrios. En un país en el que el estado es raquítico y su única función es defender los intereses de las mafias y de las bandas de empresarios, ni los trabajadores nacionales ni los extranjeros tienen ni el menor apoyo de los representantes políticos y, a pesar de sus pésimas condiciones de vida, las políticas aplicadas por los gobiernos neoliberales que han gobernado el país desde los años 90 se dirigen a robarles todavía más derechos y empeorar su situación social.

Lo que pasa en Rumanía es una paradójica muestra de lo que sucede en todo el mundo, aunque en este caso más esperpéntico, si cabe, debido que este país es el que más mano de obra barata a países más ricos (cada 3 minutos un rumano huye de su país por motivos económicos), exportando trabajadores para su explotación mientras importa otros con aún peores condiciones de vida para sustituirlos. Algo que no es más que un producto de la globalización capitalista que, inevitablemente, hace aún más evidente la obviedad histórica de que se trata de la misma clase obrera, nativa o extranjera, en Rumanía, en España, en Vietnam o en Estados Unidos.

Es el círculo vicioso propio del imperialismo, ya explicado por Lenin en su didáctica y certero análisis de su obra de igual título que analiza esta llamada por él “fase superior del capitalismo”: el país imperialista que lo es sobre los eslabones más débiles, a la vez que estos ejercen este imperalismo sobre los inmediatemente inferiores; en el caso de los trabajadores, podríamos llamarlo algo así como la paradoja de los explotados explotadores.

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