La doctora Aimée Blanco Chibás explica a los pacientes detalles de la operación. Foto: del autor

Enrique Milanés León, especial para Granma

Caracas.–Esa mañana entramos bien temprano al recién reparado Centro oftalmológico Ernesto Guevara, en la parroquia de Pinto Salinas, y lo primero que vimos fue a la doctora Aimée Blanco Chibás en animada charla con pacientes que esperaban ser atendidos por los especialistas cubanos a quienes muchos venezolanos humildes confían cada día, literalmente, la «niña de sus ojos».

Aunque no faltan sombras en sus miradas, o precisamente por ello los enfermos atienden con interés la explicación, detallada y cariñosa, que la colaboradora les da sobre la cadena de aseguramiento del milagro de una misión muy apreciada. De los consultorios populares a los Centros de Diagnóstico Integral y de ellos al centro oftalmológico, una red de cirujanos, médicos diplomados en Oftalmología, enfermeros y electromédicos coordinan esfuerzos para que a cada ojo apagado regrese, con la velocidad del amor, la luz.

Aimée Blanco no es una doctora más: la joven guantanamera, especialista en Higiene y epidemiología y diplomada en Oftalmología, es la asesora nacional de la Misión Milagro y tiene a su cargo la obra de 377 profesionales en los 18 centros oftalmológicos encargados, en puntos de todo el país, a la Misión Médica cubana.

«Este año tenemos el propósito de alcanzar más de 51 000 cirugías de la especialidad en Venezuela, y entre el 20 y el 25 % de ellas se harán aquí, en el Distrito Capital. Aunque todos los colaboradores sentimos el mismo compromiso, este centro, que posee el recurso humano más capacitado, cuenta con dos posiciones quirúrgicas y aporta el doble en la atención y en el resultado quirúrgico. Los recursos humanos se duplican; en la práctica, se comporta como dos centros en uno», explica la asesora.

EL COLEGA QUE GUÍA COMO ESTRELLA

El holguinero Faustino López Estévez, especialista de Primer Grado en Oftalmología, operaba esa mañana, de modo que apuramos la entrevista con este ocupadísimo médico que en su segunda misión en Venezuela dejó una estela de agradecimientos populares en los estados de Trujillo y de Falcón antes de ser llamado a la capital.

«Los centros oftalmológicos donde he trabajado tienen muy buenas condiciones, pero este es el mejor. Cuenta con todas las condiciones, todos los servicios, incluso láser y ultrasonido. La tecnología es muy buena, el microscopio óptico es de última generación, igual que el equipo de láser, y eso se refleja en la eficacia de las operaciones», afirma el cirujano, quien realiza un promedio diario de 12 operaciones de catarata, mientras otro compañero ronda la decena de cirugías de pterigión por jornada.

Con 29 años como médico, 25 de ellos dedicados a la oftalmología, Faustino no tiene idea de a cuántas personas ha mejorado o rescatado la visión: «Ah, no podría decirlo, pero el número es grande. En Cuba opero dos veces a la semana, a diez o 12 pacientes cada vez. Y en mis cuatro años de primera estancia en Venezuela entraba al salón todos los días. Solo sé que en esta misión ya son unos cuantos miles», afirma pensativo.

El cirujano hace un aparte para hablar del colega extraordinario que da nombre al centro: «El Che es lo más grande. En Falcón, un escritor venezolano me regaló un libro sobre el Guerrillero Heroico, y tanto eso como trabajar ahora en un sitio con su nombre me tienen orgulloso. Mi homenaje personal al Che es entregarme a los pacientes y trabajar sin descanso», dice el cirujano antes de entrar al salón a hacer su tributo de luz.

POR LA RUTA DEL AMIGO

El joven manzanillero Pedro Enrique González Guerra es licenciado en optometría y óptica y prácticamente inició su vida laboral en Venezuela, adonde llegó hace dos años. Su función es atender a los pacientes remitidos para cirugía y rectificar el resumen de la historia: medir la agudeza visual, hacer la refracción y, en caso de catarata, calcular el lente a emplear. En fin, él aporta elementos adicionales para determinar si la cirugía procede o no.

«Los venezolanos son parecidos a nosotros, carismáticos y agradecidos. Nos hacen sentir que nuestro trabajo vale la pena. Y no es para menos: uno los ve cómo llegan, tropezando por falta de visión, y cómo se van viéndonos las caras», relata.

En la propia sala, su compañero avileño Yaumer Gómez Cabrera afirma que la misión le ha reafirmado las cosas aprendidas en Cuba, aportado nuevos conocimientos y fijado grandes principios. «Esta misión es de las más importantes porque sacamos a las personas de la oscuridad. Llegan con mucho déficit de visión y se van recuperados; los resultados son palpables al otro día», refiere.

Yaumer hizo el mismo trabajo en Venezuela, entre el 2013 y el 2015, y decidió darse y dar una segunda oportunidad de colaboración solidaria. Aquella vez, le sorprendió aquí la muerte de Hugo Chávez.

¿Por qué regresar, después de perder al mejor amigo de Cuba?, le pregunta el reportero y el licenciado responde: «Porque hay que defender su legado. Chávez fundó esta misión, junto a Fidel, y esa ruta hay que seguirla».

COMO DOS OJOS DE UN SOLO PAÍS

En el centro todo remite a la «historia muy hermosa» que la doctora Aimée Blanco nos había comentado de la Misión Milagro: «La iniciaron Fidel y Chávez, en el 2005, cuando hicieron en Pinar del Río el Compromiso de Sandino y, con el lema “visión solidaria para el mundo”, encaminaron acciones para rehabilitar visualmente a seis millones de latinoamericanos y caribeños. En esa cifra, a Venezuela le correspondía tres millones».

Cumplida la meta venezolana del programa, ahora los especialistas cubanos trabajan para alcanzar la totalidad de lo planteado por los dos comandantes.

Aimée concuerda en que se trata de un milagro cotidiano y colectivo, que la enamoró desde el principio: «Es una bella experiencia, que me ha enseñado e incorporado nuevos valores humanos y profesionales y me ha dado competencias de cara a mi futuro», comenta antes de destacar su repercusión social, en tanto permite a los beneficiados participar activamente en su propio proceso revolucionario.

Vencida la mañana, casi en la despedida, el venezolano Humberto Serraute Ardila confirmó, con sus ojos y con su corazón, las entrevistas anteriores. Operado «a la cubana» de pterigión y de una catarata, esperaba para ser intervenido de una segunda catarata. «Me ha ido muy bien. Veía nublado y después que me operaron vi claro, sin necesidad de lentes. Mi evolución ha sido perfecta», afirmó rápidamente.

Humberto es vecino de la zona donde trabajan y viven los doctores solidarios, vio nacer la Misión Milagro y declara tener amistad y confianza con sus profesionales, de ahí que confiaba en salir del quirófano «con 20-20».

Hablando de eso, ¿estos cubanos serán 20-20?, provoca el periodista.

Humberto ríe: «Te digo sinceramente: para mí, son igualitos que los venezolanos, personas con sus cualidades, sus defectos, sus alegrías y tristezas. No es lo mismo los que tenemos las familias cerca que ellos, que tienen lejos a sus seres queridos. Es difícil, pero son buenas personas. Nos unen las expectativas.

En este momento en que padecemos los mismos problemas de acoso que ellos han arrastrado desde hace 60 años, nos hermana pensar que pudiéramos solucionarlos de la misma forma, unidos. En la buena amistad están las soluciones, nunca en los pleitos», concluye el paciente y uno entiende que, en efecto, está viendo, muy clara, la estampa del Che Guevara.

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