El 101 aniversario de la Revolución de Octubre ha pasado en Ucrania sin hacer mucho ruido. Y no solo porque no sea un número redondo. Hace un año, las autoridades ucranianas activamente utilizaron el centenario de Octubre para hacer orgullo de duras posiciones anticomunistas que resonaron durante días por todos los canales de televisión. No es ningún secreto que los patriotas profesionales, que con todo el sentimiento y sin ironía alguna se refieren a lo ocurrido en el invierno de 2013-2014 como la Revolución de la Dignidad, creen que la revolución socialista fue algo banal. No importa que no haya un solo historiador importante en Europa o Estados Unidos que -al margen de sus opiniones sobre los bolcheviques- niegue su relevancia histórica.

Es más, las autoridades ucranianas están intentando presentar la rebelión que se produjo en San Petersburgo bajo el liderazgo del Partido Socialdemócrata Obrero Ruso como el prólogo de la imaginaria “agresión rusa” contra Ucrania que, según ellos, se produjo antes de los actuales hechos en Donbass. Según los historiadores patrióticos, la larga insurgencia leninista es un factor puramente negativo que, hace cien años, supuestamente impidió la creación de una Ucrania independiente, destinando su futuro a “gulags y Holodomor”.

Sin embargo, todas estas acusaciones de la propaganda se toparon hace un año con grandes críticas por parte de historiadores moderados y apolíticos de Ucrania. Es cierto que, durante la Guerra Civil, los bolcheviques lograron acabar con sus oponentes políticos. Entre ellos estaba el régimen nacionalista de Petliura, ejecutado más adelante en París por el anarquista  Sholom Schwartzbard por su actitud ante la organización de los pogromos contra la población judía que realizaron sus soldados. La verdad histórica dice que el Ejército Rojo se apoyó, en su lucha, en el abierto apoyo de los ucranianos a los eslóganes de Octubre y la imaginaria “guerra ruso-ucraniana”, de la que hoy habla la propaganda semioficial, es, en realidad, la guerra civil en lo que había sido el Imperio Ruso.

“Desde el principio del proceso revolucionario, las masas proletarias ucranianas esperaban un profundo cambio de sistema. Obreros, soldados, artesanos y campesinos de los pueblos y los miembros de sus familias deseaban la emancipación social de la clase obrera, hasta entonces considerada como la casta más baja de la sociedad. Tenían la vestimenta tradicional y canciones patrióticas. Pero no estaban de acuerdo con que la revolución tuviera como misión entregar el poder a la aristocracia nacional-patriótica. Por eso no podían creer en las figuras de los partidos “Ucranianos”, que no tenían intención de aplicar las reformas que esperaban las masas. Eso lo entiende hasta el más tozudo de los seguidores de Konovalets o Petliura…Esa guerra fue una guerra de influencias. Nuestra influencia era menor. Era ya tan baja que con grandes dificultades fuimos capaces de crear algunas unidades más o menos disciplinadas y enviarlas contra los bolcheviques. Los bolcheviques, es verdad que tampoco tenían tanta disciplina, pero su superioridad radicaba en que las masas de soldados no ofrecían resistencia o se pasaban a su bando, los obreros de cada ciudad estaban de su parte y en los pueblos los pobres eran claramente bolcheviques. La gran mayoría de la población ucraniana estaba contra nosotros”, admitió con franqueza el primer líder del Directorio de la República Nacional de Ucrania y entonces conocido escritor, Volodymyr Vinnitsenko.

Hay que recordar que lo ocurrido en la lejana Petrogrado encontró una rápida respuesta de los habitantes de Kiev, que posteriormente organizaron su propia rebelión armada conocida como “el levantamiento de enero” y que los patriotas ucranianos tuvieron que admitir que fue un movimiento de las masas.

“En realdad, llamaba la atención que una parte considerable de los bolcheviques estuviera compuesta por niños y adolescentes. Hicieron un impresionante trabajo en Arsenal, llevaron comida, se movilizaron para investigar. Chicos de 10 a 16 años descendían de Pechersk al Dniéper, iban por la orilla del río a las dachas de Kukushki, cortaron el acceso a los jardines reales y desde el jardín, Alezandrovsky, Institutskaya, Levashovo, Kataranovsky, viendo desde dónde venían las fuerzas ucranianas y de qué armas disponían. Las patrullas ucranianas no les prestaban especial atención y, sin embargo, estaban haciendo un gran daño. El tercer día del levantamiento, cuando las filas de los soldados rebeldes se debilitaron, los propios chicos tomaron las armas. Muchos de ellos estaban en las colinas de Vladimirsky, Podol y Pechersk”, escribió el diario nacionalista Narodnaya Volya.

La memoria del apoyo rojo se mantiene en las calles con una canción sobre ellos que, hasta hace poco tiempo, se cantaba a la guitarra en los viejos patios interiores de Kiev:

“A través de la puerta, cientos de balas

Atacaron las patrullas de Petliura,

Enfadados con mi abuela

Pero mi abuelo, sacó la metralleta

Y ahora los petliuristas están en el infierno”

Pero celebrar el 7 de noviembre es importante para Ucrania más allá de la tradición revolucionaria. Es mucho más importante comprender que nuestro país, que consiguió su independencia tras lo ocurrido en 1991, es una creación de los tiempos soviéticos y de la voluntad y los esfuerzos de los líderes bolcheviques. Fue entonces, bajo los mandatos de Lenin, Stalin y Jruschev, cuando se formó como una de las grandes repúblicas de la Europa moderna, que se extendía desde Transcarpatia, Volinia y Bukovina hasta Crimea y las estepas del Don. El régimen de Petliura, que luchó contra los bolcheviques, solo controlaba, al término de la guerra, la tierra bajo su vagón de tren, lo que dio lugar a la broma: “bajo el vagón, territorio; en el vagón, Directorio”. Los nacionalistas ucranianos ni siquiera podían reclamar una décima parte de ese gran territorio. Es más, a traición entregaron el oeste de Ucrania a Polonia en el nombre de la lucha común contra los comunistas. Nuestros historiadores de cabecera y propagandistas tratan diligentemente de olvidar ahora esa entrega.

La verdad es evidente: solo la política soviética fue capaz de recuperar para Ucrania esos territorios que habían sido sometidos a la cooperación entre Petliura y Piłsudski. Es más, pese al periodo de conflicto con OUN en la postguerra, el Gobierno soviético jamás intentó hacer cargar con una culpa colectiva a los ciudadanos de Ucrania occidental, aunque algunos de ellos habían participado en el Holocausto y en la masacre de la población polaca o se habían unido a las filas de la División SS Galizien y eran generalmente los más leales a la historia y cultura ucraniana.

Así que se puede considera el prohibido 7 de noviembre como la celebración del día del nacimiento de la Ucrania que existió hasta 2014: multiétnica, multicultural, en la que convivían varias lenguas y era hogar para ucranianos, rusos, judíos, polacos, gitanos y húngaros y que fue destruida por los resultados de la movilización nacionalista de Euromaidan. Negar estos hechos, o minimizarlos como si fueran banales, como hacen ahora los propagandistas ucranianos para evitar entrar en un incómodo debate, es la más común de las estafas.

Hay que recordar esto, especialmente ahora, al escuchar los hipócritas sermones antisoviéticos de las autoridades ucranianas.

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