Natalia Nesterenko tenía 61 años. Vivía en la región de Donetsk, en la localidad de Sartana [bajo control del Gobierno de Kiev-Ed], y se quitó la vida trágicamente. Antes de ahorcarse, la mujer dejó sobre la mesa las facturas de la casa, que se han convertido en una especie de nota de suicidio que explica lo que le llevó a la muerte.
Natalia vivió sus últimos años sola. Su marido había muerto y su hijo se casó y se marchó a otro piso, donde la víspera sufrió un robo con violencia. La mujer percibía una pensión de 1600 grivnas (50€), una cantidad insuficiente para cubrir la comida y las medicinas, por no hablar de las facturas de los servicios básicos que han impuesto Groisman, Poroshenko y el Fondo Monetario Internacional. Según informó la hija de la mujer, en el frigorífico se encontró un caldo y el embutido más barato del mercado. Todo lo demás se lo gastaba en tratar de pagar la creciente deuda con el ayuntamiento a causa de las facturas.
Su deuda había subido progresivamente hasta las 2400 grivnas. Esto es, más o menos, lo que se dejan en un restaurante medio los nuevos y honestos representantes del Gobierno que ni siquiera son los más ricos o generosos. Sin embargo, las autoridades locales decidieron castigar a la mujer por su deuda y le denegaron la ayuda para el pago de las facturas. Según el testimonio de sus vecinos cercanos, Natalia había pasado por todos los círculos del infierno burocrático local.
Parece que eso fue la última gota. Y antes de suicidarse, la mujer pidió prestado algún dinero a amigos y familiares para pagar al menos una parte de su deuda. Sobre la mesa dejó los recibos.
Cada persona es diferente. Una parte importante de la población ucraniana no puede pagar los exorbitantes precios, pero no están listos para abandonar este mundo. A cambio reciben como pago deudas insostenibles a las autoridades locales. También entre las personas mayores hay diferencias: algunos logran adaptarse a la ley de la selva, aprenden a subsistir según las brutales normas del mercado. Pero otros ucranianos viven la realidad de forma diferente, recuerdan las reglas ya olvidadas y los ideales en los que creyeron. En pocas palabras, están acostumbrados a vivir de forma honesta, aunque cueste. En nuestros tiempos, eso puede llevar a la tragedia.
Esas tragedias ocurren regularmente. Tras leer sobre la tragedia de Sartana, recordé inmediatamente un caso similar ocurrido exactamente hace tres años, en noviembre de 2015. Entonces se suicidó una abuela de 80 años que vivía en la localidad de Lisyanka, mencionada en un poema de Shevchenko. A su muerte, también dejó las facturas, acompañadas de una nota de suicidio que culpaba de su muerte a los líderes de la Ucrania post-Maidan.
“Vivía sola y tenía una hijo en algún lugar de Rusia. En la nota de suicidio escribió: “culpo de mi muerte a Poroshenko y a Yatseniuk”. La dejó sobre una factura del gas de 4000 grivnas. Esa era la deuda y tenía que pagar obligatoriamente cien grivnas”, escribió el periodista Vladimir Chos, que aseguró que la pensionista, Maria Kirilovna Bublak, se había suicidado tras calcular las nuevas formas de pago de las facturas del gas.
El servicio de prensa del Directorio de la Policía Nacional de la región de Cherkassy pronto confirmó la información del suicidio y este trágico episodio se hizo viral. No es porque el suicidio de pensionistas sea algo extraordinario en la Ucrania actual, sino porque la mujer, antes de morir, dejó escritos los nombres de los políticos a los que creía responsables por su tragedia personal: esos políticos que son, directa o indirectamente, responsables de las medidas antisociales del Gobierno.
Las autoridades de Kiev tuvieron que buscar una excusa. El bloguero patriótico Maxim Yuriev abiertamente afirmó que el hijo de Maria Bublak vivía en Rusia, así que declaró que esta muerte era provechosa para las “fuerzas destructivas tanto dentro como fuera del país”. En los mismos términos se mostró el asesor del ministerio del Interior Anton Gerashenko que también apeló, con sutileza, a los ucranianos a visitar a sus padres solos. Aunque aquellos que han tenido que emigrar en busca de trabajo de sus deprimidos pueblos y ciudades, por norma, dejan atrás a sus seres queridos para poder ganar dinero para la familia y, también, para pagar las crecientes facturas.
En esta ocasión, todos callan. La prensa oficial ucraniana no se ha fijado en el suicidio de la pensionista de Sartana y los líderes de opinión han ignorado la noticia y han preferido centrarse en la independencia de la Iglesia y las brillantes expectativas de la opción europea de Ucrania. Mientras tanto, las redes se llenan de información sobre personas que sufren a causa del aumento de los precios de los servicios básicos, que afectan no solo a las personas mayores.
“Aniuta, de la región de Ivano-Frankivsk. En su habitación hace 15 grados. La niña tiene que estar con abrigo y gorro en casa. Su madre no tiene dinero para pagar la calefacción. El dinero no le llega. Lo peor de todo es que hay miles de familias así. La gente se congela en sus casas y apartamentos. Algunos no tienen dinero para pagar la calefacción y otros simplemente no la tienen. Sin embargo, nuestras autoridades no ven problema alguno. A estos tíos no les importan las dificultades y los problemas de la población. Nunca entenderán el dolor y el sufrimiento de los ucranianos comunes. Viven en una realidad paralela. En esa realidad siempre hace calor. Allí solo hay lujo y riqueza”, afirma el conocido abogado Mijail Schnaider.
La política de las élites ucranianas empuja a la “gente que sobra” al precipicio. Quienes no pueden emigrar en busca de trabajo, buscan un camino directo a un mundo mejor. La única pregunta es cuántas vidas a lo largo y ancho del país se va a cobrar esta catástrofe social.