No importa cuántas veces repita desde su puesto de presidente de Ucrania “adió, Rusia, adiós” Petro Poroshenko; da igual cuántas veces recite al gran poeta ruso Mijaíl Lermontov, los vecinos no pueden despedirse de nuestro país. Y no es solo por el futuro de las tuberías del tránsito de gas. Es la dura realidad que Ucrania mantiene miles de lazos económicos con empresas rusas cuya ruptura y cese de cooperación podría llevar a la ruina al país.

Por ejemplo, recientemente se ha conocido que Energoatom ha firmado un acuerdo adicional con la compañía rusa TVEL para el suministro de combustible nuclear ruso para gran parte de los reactores de las centrales nucleares de Ucrania. La compañía rusa suministra combustible a ocho de los quince reactores nucleares ucranianos y Westinghouse, al resto. Esta cuestión es de gran importancia, ya que las centrales nucleares producen el 60% de la electricidad del país y cualquier reactor nuclear puede suponer un peligro.        

Los patrióticos periodistas ucranianos están indignados de que el sector energético continúe cooperando con el país agresor “en lugar de dar preferencia a socios estratégicos”. Al mismo tiempo, tampoco pueden entender que Westinghouse suministre combustible experimental a unos reactores que solo están preparados para un tipo de combustible y que, según los expertos, pueden causar una catástrofe si se utiliza otro tipo. Les molesta especialmente que el acuerdo llegue después de que Kiev tomara la decisión política de derogar el Tratado de Amistad entre Rusia y Ucrania. Sin embargo, no se preocupan por el hecho de que, al contrario que Rusia, Westinghouse suministre un combustible no probado, ni que, por primera vez en la historia, Ucrania esté construyendo un almacén de desechos nucleares sobre tierra, cuyas consecuencias también son inciertas. Parece que el sector de la energía en Ucrania ha mantenido la cordura.

No todos pueden permitirse negarse a cooperar con el país agresor, tampoco en otros sectores, algunos de ellos menos peligrosos que la energía nuclear. “Ukrzaliznitsa (la compañía ferroviaria estatal) precisa urgentemente de reemplazos para sus piezas de importación. En primer lugar, se producen en la Federación Rusa”, escribió en Facebook Evgeny Kravtsov, presidente de la compañía. “230 puestos llevan esas piezas, lo que quiere decir 575.000 unidades y 1.600 millones de grivnas [unos 60 millones de dólares] para la economía ucraniana”.

Un trozo del pastel es algo muy apetecible según Kravtsov, por lo que, el año que viene, Ukrzaliznitsa está dispuesta a invertir alrededor de 600 millones de dólares. Y le gustaría pensar que el 90% de esa inversión irá a productores nacionales. Pero es difícil pensar que los productores que han logrado mantenerse en pie en Ucrania vayan a poder hacerse cargo de tal pedido. Los antecedentes, por ejemplo, el caso de la producción de copias de armamento soviético, como el mortero Molot [que ha sido un fracaso y ha causado víctimas entre quienes lo probaban], claramente muestran que, además del diseño, es preciso contar con la tecnología de producción específica para los materiales en cuestión. Así que la compañía ferroviaria ucraniana seguirá comprando piezas a los productores rusos o se arriesgará a que sus trenes descarrilen sin que para ello tenga que mediar ninguna unidad partisana.

Da igual cuántas veces recite Petro Poroshenko cada mañana su adiós a Rusia cada mañana. Aunque lo haga treinta veces, tres veces al día, la realidad dicta que la cooperación con Rusia es prácticamente la única opción disponible para evitar la destrucción de la industria y la infraestructura de transporte en Ucrania. Y Petro Poroshenko parece un personaje de un chiste que contaba el difunto Boris Berezovsky. Sí, ese que siempre se despedía pero que nunca se marchaba.

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