Cientos de migrantes malviven en viviendas precarias en el sur de España

Muchos de los temporeros que trabajan en los cultivos de fresas de la provincia de Huelva se ven obligados a residir en asentamientos sin las mínimas condiciones de habitabilidad.

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Cientos de migrantes en el sur de España se encuentran en una situación de emergencia humanitaria: en pleno invierno, viven hacinados en infraviviendas, precarias estructuras de cartón y de plástico construidas por ellos mismos. Diversas organizaciones de derechos humanos han alertado ya de sus condiciones.

Varios de estos asentamientos, sin suministro de servicios básicos como agua potable o electricidad, se encuentran en la localidad de Lepe (Huelva), cerca de los cultivos de fresa donde la mayoría de los migrantes de la zona acuden a trabajar. En los últimos años, en esta zona de España han surgido decenas de poblados infrahumanos.

Los rostros humanos del problema

Alu Dumbia es uno los migrantes que pone rostro a esta durísima realidad. Llegó a España recientemente para trabajar en las cosechas de fresas, tras un viaje que duró casi un año y que él mismo define como “desolador“. En cualquier caso, está convencido de que mereció la pena, porque “el problema [en Mali] es la guerra“, y salió de allí “para tener un mejor futuro“.

Otro migrante, el marroquí Amshlam Iasaf, vive en condiciones similares. Lleva 17 años en España y busca cualquier trabajo como temporero para obtener un sueldo a cambio. Sin embargo su situación no siempre fue tan dura. Conoció la época dorada de la construcción española a principios de siglo, que resultó ser una burbuja más frágil de lo que aparentaba. La crisis económica lo demostraría pocos años después, y se llevaría por delante todo lo que Amshlam había conseguido hasta entonces. A pesar de su difícil situación actual, asegura que, por muy mal que lo pase en Europa, no volvería nunca a su país. “Toda la familia ya está en Europa. Me gusta vivir. No hay vuelta”, remacha con convicción.

Los incendios son un problema añadido a la precariedad de estos asentamientos. Hace tan solo unos meses, decenas de estas casas de cartón y de plástico quedaron reducidas a cenizas, complicando aún más las adversas condiciones de vida de los habitantes de estos frágiles poblados. A Suleimán Kamara se le quemó completamente su chabola. Este migrante de Sierra Leona tiene dinero suficiente para pagar un alquiler, pero se queja de que nadie le acepta como inquilino, a causa del racismo. “Hay casas vacías. Un montón. No hay alquiler, no hay alquiler”, lamenta.

Su historia, junto a la de centenares de migrantes que tampoco pueden acceder a condiciones dignas de vivienda, es el reflejo de una crisis humanitaria para la que todavía no se encuentra solución.

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