
En una reciente consulta en el Instituto de Cardiología y Cirugía Cardiovascular de La Habana, me detuve a leer un bien concebido cartel con el título: la Salud Pública es gratuita, pero cuesta.
Me percaté de cuán importante es saber de este beneficio que en nuestro país se brinda totalmente gratis y con calidad. Y también de lo primordial que es cuidar las instalaciones médicas. Como resultado de esos valiosos servicios se constatan los corazones reparados, los riñones implantados, las fracturas corregidas, los análisis, los RX, los ecocardiogramas, la resonancia magnética, los estudios de medicina nuclear y otras muchas tecnologías –sofisticadas y muy costosas– a nuestra disposición.
Y lo más significativo, el médico, la enfermera, el técnico, el científico, el camillero, el personal del pantri o el que garantiza la más completa higiene en cada instalación. Todos.
Me tomó de sorpresa la existencia de estas pancartas, porque hay cosas que son tan cotidianas que por grandes que sean –y lo de la salud es una obra muy grande–, nos acostumbramos a ellas y no las relacionamos con lo que puede costar si nuestro sistema social fuera otro.
Sobre todo, los más jóvenes deben conocer muy bien esto y saber compararlo con lo que ocurre en otros entornos geográficos.
Pero, periodista al fin, una vez egresado del hospital, me picó el «bichito» de la curiosidad y acudí a internet a buscar datos sobre el costo de la salud en otros países o, mejor dicho, en el país más rico del mundo.
Encontré un despacho de la agencia Al Mayadeen en español y de él extraje estos tres ejemplos.
Drew Calver, de 44 años, tuvo un infarto en 2017 y un vecino lo llevó al hospital de Texas más cercano. Lo internaron y le dieron los cuidados correspondientes; al día siguiente le colocaron una especie de malla extensible para las vías obstruidas. Pese a que la clínica aseguró que cubriría los gastos, a la familia le llegó una factura de 164 941 dólares por la cirugía y cuatro días de hospitalización.
Carolyn Wallace llevó a su hija Elizabeth, de cuatro años, a un hospital de Texas, debido a una herida en la frente que se hizo al correr y tropezar con una mesa. En el hospital le tomaron la temperatura y la pusieron a esperar. Después de una hora, Carolyn se cansó y fue a otro centro, que atendió a su hija rápidamente.
Aunque en el primer hospital no recibió tratamiento, le cobraron 669 dólares por haberle tomado la temperatura y 300 dólares por el uso de las instalaciones, es decir, por entrar al hospital, unos mil dólares por el uso de un asiento en un salón de espera y un termómetro que midió su temperatura en solo unos segundos.
Por último, el citado sitio reporta que Jessica Smart llevó a su hijo Kylan, de siete años, a un hospital en Maryland por un sangrado en los oídos, tras una infección.
En el centro le dieron al niño un antibiótico oral y le echaron unas gotas en los oídos. Por esa razón, la mamá del menor recibió una factura de 1 375 dólares, de los cuales 1 075 corresponden a los medicamentos genéricos indicados.
En mi búsqueda por la red de redes encontré también una llamativa información de la cadena de tv France 24: «¡No llamen a una ambulancia. Son 3 000 dólares, no puedo pagarlos!», fue el grito de una mujer con la pierna atrapada en el metro de Boston. Su petición le dio la vuelta al mundo.
Seguí indagando y me detuve en el sitio digital ThinkFuture, donde aparecen otros ejemplos vinculados con la relación salud-dinero en Estados Unidos.
En este caso se ejemplifican algunas facturas de servicios médicos esenciales emitidas por hospitales y otros centros de salud:
– Factura por accidente de moto con cuatro días ingresado: casi 126 000 dólares.
– 47 000 dólares por servicios varios como laboratorio, anestesista, fisioterapia, rehabilitación.
– Una fractura de tobillo desembocó en el estratosférico importe de 80 000 dólares que, por cierto, no incluye la ambulancia, la anestesia ni el posoperatorio.
– Accidente de coche: 60 000 dólares en servicios médicos tan esenciales como un escáner, radiografías, transfusiones de sangre, etc.
– Más de 36 000 dólares por una operación de apendicitis.
Factura de más de 11 000 dólares tras un traslado al hospital en ambulancia y una estancia de dos días.
Si los anteriores costos se reducían a unos pocos días y alguna asistencia y tenían cifras desorbitadas, aquí apreciamos qué ocurre cuando la estancia es de algo más de dos meses: supera los 407 000 dólares.
OTROS CASOS
Un paciente relata que padecía un dolor de estómago, por lo que acudió al hospital al filo de la medianoche. A las 6 de la mañana y tras administrarle algunos fármacos, fue dado de alta con una «bonita» factura de más de 12 400 dólares.
Asciende a más de 100 000 dólares la asombrosa cuenta por una cirugía de espalda. Y decimos asombrosa porque en esa cifra no está incluida la cirugía en sí, que probablemente estuviese cubierta por el seguro, se trata de gastos como anestesia, fármacos, estancia hospitalaria, etc., como ya hemos visto en otros ejemplos.
En los despachos informativos sobre el costo de la salud en Estados Unidos se constata que un seguro privado puede costar entre 150 y 200 dólares mensuales por una mínima cobertura, pero no siempre esto funciona.
Una familia sudcoreana que visitó San Francisco en 2016, antes de viajar, contrató un seguro médico privado, pero la primera noche que Jang Yeo y su marido durmieron en Estados Unidos, su hijo de 9 meses se cayó de la cama y se golpeó la nariz y la frente. Como el bebé no dejaba de llorar, sus padres decidieron llamar al teléfono de emergencias, el 911, que envió enseguida una ambulancia que los llevó al centro de trauma, donde estuvieron tres horas y media.
Dos años después recibieron, en su casa de Corea del Sur, una factura de 18 836 dólares por la atención médica que su hijo recibió ese día. En declaraciones a la televisora France 24, dijeron que no lo creían y llamaron al servicio de atención a pacientes del hospital, donde les explicaron que tenían seguro médico, y lo que le habían hecho a su hijo. Solo les respondieron que habían visitado el hospital y tenían que pagar por los servicios.
Después de las horas que dediqué a leer estas informaciones en red, pensé en mi corazón dañado y busqué un resumen de historia clínica que tengo, y lo acompañé de una calculadora.
Conclusión, si la atención por un solo infarto cuesta en Estados Unidos 164 941 dólares, los procedimientos que he recibido en el Hospital Cardiovascular de La Habana, debido a dos infartos, de tener que pagarlos, estaría empeñado para toda la vida y después de ella.
No por gusto es la recomendación cada vez más generalizada de que «mejor no te pongas enfermo o sufras un accidente en EE.UU.».