El macabro legado de los ensayos con armas nucleares

Un año después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, con el mundo aún impactado por la barbarie que significó el lanzamiento de dos armas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, EE.UU. inició su programa de ensayos nucleares en las Islas Marshall, entonces bajo administración estadounidense

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Raúl Antonio Capote.— Fukushima o Chernóbil son ejemplos citados siempre que se habla de las consecuencias trágicas de los accidentes nucleares, pero ambos eventos no son los únicos, un centenar de incidentes relacionados con el uso pacífico de la energía atómica han dejado una amplia secuela de afectaciones a la vida y al ecosistema.

Poco se habla, sin embargo, de los efectos dejados por los 2 056 ensayos atómicos realizados en la atmósfera, bajo tierra, en los océanos, en la superficie del planeta, incluso cerca de áreas pobladas o con la presencia cercana de observadores, como demuestran las fotos terroríficas del desierto de Nevada, donde militares y civiles estadounidenses contemplan a pocos kilómetros de distancia las explosiones.

Un año después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, con el mundo aún impactado por la barbarie que significó el lanzamiento de dos armas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, EE.UU. inició su programa de ensayos nucleares en las Islas Marshall, entonces bajo administración estadounidense. Del año 1946 a 1958 detonaron en este archipiélago del Pacífico 67 armas atómicas, entre ellas dos bombas de hidrógeno.

Hoy en atolones como Bikini o Enewetak existen concentraciones radiactivas superiores a las de las áreas afectadas por el desastre de Chernóbil. Los frutos, los suelos o los fondos marinos contienen varios elementos radiactivos, como el plutonio-238, americio-241 o cesio-137, en cantidades muy
superiores a las existentes en Fukushima.

El 16 de julio de 1945 el Gobierno de  ee. uu. realizó la primera prueba en Alamogordo, en total entre 1945 y 1992 efectuaron aproximadamente 1 054 experimentos nucleares en los emplazamientos de Nevada, en Pacific Proving Grounds, en las antes citadas Islas Marshall, en Alaska, Colorado, Misisipi y Nuevo México.

En Nevada se realizaron 925 pruebas nucleares, 825 de ellas subterráneas, desde 1951 hasta 1992. Esta zona está situada a solo cien kilómetros de la ciudad de Las Vegas. Las explosiones que se podían apreciar desde la urbe se convirtieron en una atracción turística para los visitantes.

Las bombas más grandes y devastadoras fueron detonadas precisamente en el desierto de Nevada y afectaron a miles de comunidades estadounidenses, entre ellas las de Utah e Idaho.

«Los vientos dominantes empujaban la radiación hacia vastas extensiones agrícolas de las Grandes Llanuras. Cinco millones de personas absorbieron dosis mayores que las sufridas en Kiev a consecuencia del accidente de Chernóbil». 1

En la película El conquistador de Mongolia, de 1956, rodada cerca de un campo de pruebas nucleares en el desierto de Utah, del total de 220 integrantes participantes en el filme, 91 desarrollaron hacia 1981 algún tipo de cáncer.

John Wayne falleció el 11 de junio de 1979 en Los Ángeles  a causa de un cáncer generalizado, la coprotagonista de la cinta Susan Hayward le había precedido en 1975, a la edad de 57 años, a causa de un cáncer cerebral.

El director del filme, Dick Powell, murió también de cáncer pocos años después. Y uno de los actores más importantes en la historia cinematográfica de México, Pedro Armendáriz, fue diagnosticado con cáncer de riñón y, cuatro años después, en 1963, se suicidó.

Más bombas sobre la tierra

Entre 1960 y 1996, en la Polinesia francesa, en Oceanía, se realizaron 193 pruebas nucleares. En 1968 Francia llevó a cabo en el atolón de Fangataufa su primera prueba termonuclear de múltiples etapas, con un poder explosivo que fue 200 veces mayor que el de la bomba de Hiroshima.

Ocho pruebas nucleares en el atolón de Mururoa en el Pacífico Sur, de septiembre de 1995 a mayo de 1996, fueron realizadas con la intención de llegar a un nivel «adecuado» de perfeccionamiento del armamento nuclear.

En 2013, documentos desclasificados revelaron, según refiere Russia Today, que las consecuencias del plutonio utilizado en las pruebas cubrían un área mucho más grande de lo que había sido admitido inicialmente. La isla turística de Tahití en particular estuvo expuesta a un nivel de radiación 500 veces superior al máximo permitido.

La antigua Unión Soviética realizó 715 ensayos nucleares entre 1949 y 1990, principalmente en Semipalatinsk, actual Kazajistán, y Nueva Zembla, archipiélago ruso en el Mar Ártico.

Otros países que han realizado ensayos con armas nucleares son: Reino Unido 45, China 45, República Popular Democrática de Corea (rpdc) 4, India 3 y Pakistán 2. 2.

Las secuelas de las pruebas nucleares

Las detonaciones realizadas entre 1945 y 1992 esparcieron material radiactivo alrededor del mundo. Un estudio reciente demuestra que aún hay restos del plutonio y el cesio liberados en la atmósfera. Según la revista Nature Communications, la concentración de material tóxico en el aire, aún después de tantos años, es alta.

«La de los ensayos nucleares es una historia llena de sufrimiento. Las víctimas de los más de 2 000 ensayos de este tipo a menudo forman parte de las comunidades más vulnerables de todo el mundo». 3

Ahora que las armas nucleares son mucho más poderosas, y que los avances tecnológicos aumentan la efectividad y precisión de esos artefactos, el mundo debe ganar mayor conciencia del peligro, mucho más cuando las grandes potencias nucleares se avocan a una nueva y mucho más letal carrera armamentista, y se hacen trizas los acuerdos logrados en el siglo pasado que limitaban la fabricación, prueba y utilización de esas armas.

Debemos apostar porque prime la cordura, en una guerra nuclear no hay vencedores, incluso, aunque no estallara una guerra, la sola fabricación y almacenamiento de esos dispositivos, significa un serio peligro para la humanidad.
Fuentes:
1 abc.es La maldición radiactiva de John Wayne.
2 Oficina de Asuntos de Desarme de las  Naciones Unidas.
3 Secretario General de la onu, António Guterres.

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