«Semic quería decir con ello que Lenin consideraba la cuestión nacional un problema constitucional, es decir, no un problema de la revolución, sino un problema que debía ser resuelto con una reforma.
Esto es completamente falso. Lenin no padeció nunca, ni podía padecer, ilusiones constitucionales. Basta examinar sus obras para convencerse de ello. (…)
En la URSS también tenemos una Constitución, que refleja una determinada solución del problema nacional. Sin embargo, esta Constitución no ha nacido como fruto de un acuerdo con la burguesía, sino como fruto de la revolución triunfante. (…)
Acerca del programa nacional. El punto de partida del programa nacional debe ser la tesis relativa a la revolución soviética en Yugoslavia, la tesis de que, sin el derrocamiento de la burguesía y la victoria de la revolución, el problema nacional no puede ser resuelto de un modo más o menos satisfactorio.
Naturalmente, puede haber excepciones. Una excepción de éstas se dio, por ejemplo, antes de la guerra, cuando Noruega se separó de Suecia, cosa de la que Lenin habla detalladamente en uno de sus artículos. Pero esto sucedió antes de la guerra y con una coincidencia excepcional de circunstancias favorables. Después de la guerra, y sobre todo después del triunfo de la revolución soviética en Rusia, difícilmente pueden darse casos como ése.
De todas formas, las probabilidades para ello son ahora tan pocas, que pueden considerarse nulas. Pero, si es así, está claro que no podemos trazar el programa basándolo en magnitudes de valor nulo. Por eso, la tesis de la revolución debe ser el punto de partida del programa nacional».
(Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; En torno a la cuestión nacional en Yugoslavia, 25 de abril de 1925)