El viejo socialchovinismo: la Escuela de Gustavo Bueno; Equipo de Bitácora (M-L), 2020

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«Desde hace años la Escuela de Gustavo Bueno ha sido la cuna de los chovinistas de todo pelaje. Viene siendo hora de desnudar sus más que evidentes contradicciones. Muchos de sus seguidores son orgullosos seguidores de sus tesis porque se reconocen como nacionalistas. Pero muchos otros, tienen la desvergüenza de autodenominarse como marxistas. He aquí la importancia de refutar este mito que ha calado hondo entre el revisionismo patrio.

¿Respeta el concepto de nación marxista la Escuela de Gustavo Bueno?

Unos la desconocen, otros la distorsionan.

Gustavo Bueno concibe que «España es tan grande», que no necesita ser explicada por los rasgos definitorios de la nación, mucho menos bajo la formulación marxista. Simplemente define que:

«— Entrevistador: ¿Y la idea de nación?

— Gustavo Bueno: No hay una teoría sobre la nación». (La España Nueva, 21 de noviembre de 1999)

He aquí un escéptico de los pies a la cabeza, que solo a través del subjetivismo trata de armar un relato.

Uno de sus discípulos, Santiago Armesilla se queja en sus conferencias de que la gente no comprende las obras clásicas del marxismo sobre la cuestión nacional como él hace. Pero su falta de capacidad de comprensión llega al punto de proclamar ridículamente que:

«Stalin elabora este texto [«El marxismo y la cuestión nacional» de 1913], y en él propone siete características que tiene que tener obligativamente una nación para ser nación». (Santiago Armesilla; Cuestión nacional, dialéctica de Estado y Revolución de Octubre de 1917, 2017)

Una vez más, citemos al propio autor para salir de dudas, Stalin corrigiendo precisamente distorsiones nocivas de la cuestión, diría a unos comunistas:

«Los marxistas rusos tienen desde hace ya tiempo su teoría de la nación. Según esta teoría, nación es una comunidad humana estable, históricamente formada y surgida sobre la base de la comunidad de cuatro rasgos principales, a saber: la comunidad de idioma, de territorio, de vida económica y de psicología, manifestada ésta en la comunidad de peculiaridades específicas de la cultura nacional. Como es sabido, esta teoría ha sido admitida unánimemente en nuestro Partido». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili; Stalin; La cuestión nacional y el leninismo, 1929)

¡Aquí Armesilla coge tres consecuencias de los cuatro rasgos constitutivos de una nación, y los eleva a causa! En la última parte Stalin rechaza las ideas metafísicas de que las naciones son tales cuando se independizan estatalmente.

Como se entiende, si Armesilla no entiende la médula de la cuestión nacional, no se puede permitir el lujo de impartir lecciones de la misma.

¿En qué descansa la argumentación de la Escuela de Gustavo Bueno sobre la cuestión nacional?

Sus principios claramente son una mezcolanza burda de argumentos metafísicos con reminiscencias del nacionalismo hegeliano. Pero sorprendentemente esta mezcla bastarda se intenta pasar por marxista o progresista.

Todo el pensamiento de Armesilla sobre cuestión nacional se basa en distorsionar una verdad histórica: que el marxismo saluda y prefiere encontrarse cuando el proletariado llega al poder un Estado grande y centralizado, no un Estado con varios problemas nacionales, descentralización económica y fragmentación legislativa y territorial. El primero facilita las tareas de socialización y coordinación de las fuerzas productivas. Pero el marxismo no actúa acorde a deseos sino a hechos, y como hemos visto antes, no es el caso de España cuando desarrolló el capitalismo. Si un marxista no reconoce el problema nacional que existe en su país, sus soluciones no irán más allá de una imposición subjetivista, que como han demostrado todos los gobiernos recientes, no sirve para frenar a los movimientos nacionales de la periferia, sino al revés, aviva sus pretensiones secesionistas que cada vez calan más entre la gente, y de paso también los rencores y trifulcas nacionales. Sobra comentar que adornar con cierto halo místico los mitos nacionales del chovinismo patrio y tachar de progreso en favor de la humanidad todo acto que conduzca a que el Estado mantenga o engulla por la fuerza a otros pueblos que no quieren formar parte del Estado, no solo es un nacionalismo ramplón imposible de camuflar, sino que es un mecanicismo antidialéctico ya refutado por la historia. Este nacionalismo, para justificar su expansionismo imperialista, cae con facilidad en la teoría menchevique que da prioridad absoluta al desarrollo técnico de las fuerzas productivas pero no se presta demasiada atención a las relaciones de producción que imperan, ni a la lucha de clases. Lo cierto es que la historia ha demostrado que pueblos como el ruso o albanés, mucho más atrasados en relación con otras potencias imperialistas de la época, pudieron hacer la revolución proletaria y lograr un vertiginoso avance de las fuerzas productivas e incluso abanderar el progreso técnico y productivo en algunos campos como ocurrió con la URSS. Este defecto nacionalista se refleja fácilmente en personajes trasnochados como Armesilla, el cual nunca es capaz de analizar críticamente las relaciones de producción de los regímenes capitalistas-revisionistas que publicita, de los cuales incluso saluda su fuerte contenido nacionalista e incluso religioso como ocurre con el maoísmo de China, el castrismo en Cuba o el juche en Corea. Esto recuerda a los viejos falangistas españoles saludando los progresos del fascismo europeo a la hora de avivar el veneno nacionalista y el fanatismo religioso y presentarlo como un avance progresivo para la humanidad.

Para tratar de desacreditar la existencia de otras naciones y su derecho a la autodeterminación, se utiliza el falso argumento siguiente: si se acepta la existencia de la nación catalana, eso significaría por ende, que la nación española no existe. Un silogismo barato:

«Así, muchos españoles, algunos incluso con asiento de diputado en las Cortes, dicen «no sentirse españoles», es decir, dicen no serlo, precisamente por no poder pertenecer a algo que se supone no existe». (Santiago Abascal y Gustavo Bueno; En defensa de España. Razones para el patriotismo español, 2008)

¡Esto sería tan estúpido como si los mencheviques discutiendo contra los bolcheviques en el siglo XX, propusiesen que si se reconoce la existencia de la nación ucraniana o finlandesa, se estaría negando a su vez la existencia de la nación rusa!

Para probar la nación castellana o española, y negar las demás, nos traen a colación la existencia del recuento del PIB a nivel estatal, el reconocimiento de España en las instituciones internacionales, la constitución, los emblemas del Estado, la historiografía española. Volvemos a lo mismo. ¿No tenía el zarato ruso y otras instituciones desaparecidas estos mismos mecanismos? ¿Qué se pretende demostrar con eso? ¿Significa esto que la nación rusa no existiera? No. ¿Significa que no existieran los polacos y otras naciones aunque estuvieran representados como dentro del zarato ruso? Tampoco.

Pero no se dan por vencidos, y de nuevo, bajo la senda idealista y metafísica, insisten ahora en que «una nación no puede estar oprimida porque no es una nación hasta que se libera del Estado que lo tutela»:

«Una «nación oprimida» es un contrasentido, por mucho que el pseudoconcepto se repita desde el discurso secesionista. La soberanía nacional, en general, implica precisamente libertad d. Y para poder hacer la ley y hacer cumplirla: una «nación no libre» –oprimida–, no es una nación. Otra cosa, es que si la secesión triunfa llegue a serlo, convirtiéndose lo que era una parte en un todo nacional; pero si «llega a serlo», porque insistimos, con anterioridad no lo era». (Santiago Abascal y Gustavo Bueno; En defensa de España. Razones para el patriotismo español, 2008)

De nuevo aquí se practican sofismas metafísicos. Una «nación oprimida» no quiere decir ni más ni menos que es una nación que ha llegado a su constitución como nación y sufre una opresión que le impide tomar sus decisiones de forma libre. Eso significa que puede ser una nación que tenía soberanía estatal y la ha perdido recientemente, o puede la haya formado con el devenir aunque nunca haya disfrutado históricamente de esa soberanía estatal o hace largo lapso de tiempo que no la tiene.

Un histérico Pedro Ínsua, haciéndose pasar por alguien muy ducho en marxismo, repetía a base de gritos todos estos argumentos de Bueno una y otra vez:

«Pedro Ínsua: El materialismo histórico no puede ser fuente por cuestiones teóricas, de esa conciencia nacional fragmentaria. (…) No justicia la realidad de una nación vasca, catalana o gallega. (…) La idea de una pluralidad con España es incompatible con el materialismo histórico». (La izquierda y los nacionalismos en España, con Paco Frutos, Pedro Ínsua y Santiago Armesilla, 2018)

Este argumento central, no lo explica en ningún momento, no sale de esa repetición en bucle. Pero nos ha quedado claro que está de acuerdo con Bueno, Armesilla y Abascal.

En cambio sí se atreve a manipular el materialismo histórico y afirma:

«Pedro Ínsua: La idea de la nación vasca, implica su separación, porque implica conformarse en un Estado, para administrar esa identidad. Esta petición de un Estado, esa conversación de una cultura vasca en política, en Estado de cultura, porque sino –según la idea de los nacionalistas vascos–, se pervertiría siempre, estaría penetrada por un Estado ajeno. (…) España tiene que romperse por razones políticas, si se reconoce a esas naciones, la consecuencia práctica es la ruptura». (La izquierda y los nacionalismos en España, con Paco Frutos, Pedro Ínsua y Santiago Armesilla, 2018)

Aquí hay tres engaños evidentes de este pobre desquiciado.

Primero. El engaño inicial se centra en hacer entender que el reconocimiento de la cuestión nacional por los marxistas, implica que los pueblos cuando sean libres de elegir –y esto solo puede ser de forma completa en el socialismo–, serán dirigidos por el nacionalismo elegirán automáticamente romper sus vínculos, lo cual es una incongruencia con la construcción del socialismo que implica la dirección de la vanguardia del partido del proletariado, que es per se internacionalista. Esto en el mejor de los casos una tesis derrotista, en el peor, una estafa argumental y consciente de un chovinista retorcido. Lenin afirmó que los revolucionarios internacionalistas:

«Deben exigir absolutamente que los partidos socialdemócratas de los países opresores sobre todo de las llamadas «grandes» potencias reconozcan y defiendan el derecho de las naciones oprimidas a la autodeterminación, y justamente en el sentido político de esta palabra, es decir, el derecho a la separación política. El socialista de una gran potencia o de una nación poseedora de colonias, que no defiende este derecho, es un chovinista. La defensa de este derecho no solamente no estimula la formación de pequeños Estados, sino que, por el contrario, conduce a que se constituyan, del modo más libre, más decidido y por lo tanto más amplio y universal, grandes Estados o federaciones de Estados que son más ventajosos para las masas y más adecuados para el desarrollo económico». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El socialismo y la guerra, 1915)

La historia de la URSS daría la razón a Lenin. En cambio, esta cita, deja a Ínsua en evidencia, le hace entrar dentro de la calificación de chovinista, socialchovinista si lo prefiere.

Segundo. La idea metafísica de que si una nación no se conforma como Estado propio perece, y que mientras no exista como Estado no existe como nación ni puede desarrollar mínimamente su idioma, su cultura, cuotas de representación poder o materia legislativa, autonomía económica:

«De vuestras cartas se desprende que consideráis incompleta esta teoría. Por ello proponéis añadir a los cuatro rasgos de la nación uno más, a saber: la existencia de un Estado nacional propio e independiente. Vosotros estimáis que, si no existe este quinto rasgo, no hay ni puede haber nación. Me parece que el esquema que proponéis, con su quinto rasgo del concepto «nación», es profundamente erróneo y no puede ser justificado ni desde el punto de vista de la teoría ni desde el punto de vista de la práctica de la política.

De aceptar vuestro esquema, sólo podríamos reconocer como naciones a las que tienen su propio Estado, independiente de los demás, y todas las naciones oprimidas, privadas de independencia estatal, deberían ser excluidas de la categoría de naciones; además, la lucha de las naciones oprimidas contra la opresión nacional y la lucha de los pueblos de las colonias contra el imperialismo deberían ser excluidas de los conceptos «movimiento nacional» y «movimiento de liberación nacional». Es más, de aceptar vuestro esquema, deberíamos afirmar que:

a) los irlandeses no se convirtieron en nación hasta después de haber formado el «Estado Libre de Irlanda», no constituyendo hasta entonces una nación;

b) los noruegos no fueron una nación mientras Noruega no se separó de Suecia, y únicamente se convirtieron en nación después de haberse separado;

c) los ucranianos no constituían una nación cuando Ucrania formaba parte de la Rusia zarista, y únicamente se convirtieron en nación cuando se separaron de la Rusia Soviética, bajo la Rada Central y el hetman Skoropadski, pero luego de nuevo dejaron de ser una nación, al unir su República Soviética de Ucrania con las demás Repúblicas Soviéticas en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili; Stalin; La cuestión nacional y el leninismo, 1929)

A vistas de esto, para estos señores ignorantes, no existe la nación galesa o escocesa porque no existen con Estados propios.

¿No se supone que según la Escuela de Gustavo Bueno los reclamos hoy existentes de los nacionalistas de vascos y catalanes son el resultado de la «excesiva autonomía» que se contempla en la Constitución de 1978? ¿En qué quedamos señores ilustrados? ¿Existe el problema nacional en España por culpa de una constitución o porque ya venía de lejos? ¿En qué posición deja vuestra idea místico-idealista joseantoniana de nación española cuando los pueblos de esas regiones eligen libremente a representantes de sus movimientos nacionales, cuando demandan el uso de su lengua, e incluso cuando reclaman más autonomía que dicha constitución no contempla como la elección a la federación o la secesión?

Tercero. La falsa idea de que el reconocimiento de los derechos a una nación implica automáticamente su secesión.

«No se puede ser demócrata y socialista sin exigir de inmediato la plena libertad de divorcio, pues la ausencia de tal libertad es una opresión adicional del sexo oprimido, aunque no es difícil comprender que el reconocimiento de la libertad de dejar al marido ¡no es una invitación a que lo hagan todas las esposas! (…) Cuanto más amplia sea la libertad de divorcio, tanto más claro será para la mujer que la fuente de su «esclavitud doméstica» es el capitalismo y no la falta de derechos. Cuanto más amplia sea la igualdad de derechos de las naciones –que no es completa sin la libertad de separación–, tanto más claro será para los obreros de las naciones oprimidas que la causa de su opresión es el capitalismo y no la falta de derechos, etc. (…) Debe repetirse una y otra vez: es molesto machacar el abecé del marxismo, pero, ¿qué podemos hacer si P. Kíevski no lo conoce? (…) En el fondo sólo queda en pie un argumento: ¡la revolución socialista lo resolverá todo! O el argumento que suelen esgrimir quienes comparten sus puntos de vista: la autodeterminación es imposible bajo el imperialismo y está demás en el socialismo. Desde el punto de vista teórico este criterio es absurdo; desde el punto de vista práctico y político es chovinista. No valora la significación de la democracia. Pues el socialismo es imposible sin democracia, porque: (1) el proletariado no puede llevar a cabo la revolución socialista si no se prepara para ella luchando por la democracia; (2) el socialismo triunfante no puede consolidar su victoria y llevar a la humanidad a la extinción del Estado, sin la realización de una democracia completa. Decir que la autodeterminación es superflua bajo el socialismo, es tan absurdo y tan irremediablemente confuso como decir que la democracia es superflua bajo el socialismo». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Una caricatura del marxismo y el «economicismo imperialista», 1916)

«Antes se coge a un mentiroso que a un cojo», dice el refranero castellano.

¿Es cierto que no podemos hablar de cuestión nacional pendiente en Europa Occidental?

Por supuesto, el metafísico creerá que las naciones son santas y eternas. El socialimperialista negará el carácter del capitalismo en su etapa monopolista y la opresión nacional que genera. El socialchovinista justificará además la opresión nacional de su burguesía bajo argumentos variopintos.

Armesilla a veces dice defender el derecho de autodeterminación del marxismo-leninismo, pero siempre con sus propios matices. Intentando darse un barniz de expertos, trata de dar argumentos de autoridad, proclamando que en Europa Occidental Lenin ya estableció que la cuestión nacional había finalizado en 1914:

«En la Europa continental, de Occidente, la época de las revoluciones democráticas burguesas abarca un lapso bastante determinado, aproximadamente de 1789 a 1871. Esta fue precisamente la época de los movimientos nacionales y de la creación de los Estados nacionales. Terminada esta época, Europa Occidental había cristalizado en un sistema de Estados burgueses que, además, eran, como norma, Estados unidos en el aspecto nacional. Por eso, buscar ahora el derecho de autodeterminación en los programas de los socialistas de Europa Occidental significa no comprender el abecé del marxismo». (Lenin) (…) Lo que objeta Lenin a Rosa Luxemburgo en su texto sobre la autodeterminación, era que Rosa traba de aplicar al imperio de los zares, una forma de aplicar la cuestión nacional que solo era aplicable a los países de Europa Occidental. (…) Porque la composición de los imperios multiétnicos de Europa Oriental que eran tres, el imperio ruso, el imperio austro-húngaro, y el imperio otomano, era muy distinta a las naciones políticas de Europa Occidental». (Santiago Armesilla; Cuestión nacional, dialéctica de Estado y Revolución de Octubre de 1917, 2017)

Con esto nos quiere dar a entender que en Europa Occidental la cuestión nacional ya estaba resuelta. Bien, ya que parece que no ha leído toda la obra completa de Lenin sobre cuestión nacional, le ayudaremos con unos pocos ejemplos que muestran que esa cuestión nacional seguía pendiente:

«La consigna de autodeterminación de las naciones debe ser planteada igualmente en relación con la época imperialista del capitalismo (…) El imperialismo consiste precisamente en el deseo de las naciones que oprimen a una serie de naciones ajenas de ampliar y afianzar esa opresión, de repartirse de nuevo las colonias. Por eso, la médula del problema de la autodeterminación de las naciones reside en nuestra época, precisamente, en la conducta de los socialistas de las naciones opresoras. El socialista de una nación opresora –Inglaterra, Francia, Alemania, Japón, Rusia, Estados Unidos, etc. – que no reconoce ni defiende el derecho de las naciones oprimidas a la autodeterminación –es decir, a la libre separación– no es, de hecho, un socialista, sino un chovinista. (…) Si los socialistas de Inglaterra no reconocen ni defienden el derecho de Irlanda a la separación; los franceses, el de la Niza italiana; los alemanes, el de Alsacia y Lorena, el Schleswig danés y Polonia; los rusos, el de Polonia, Finlandia, Ucrania, etc.; y los polacos, el de Ucrania. Si todos los socialistas de las «grandes» potencias, es decir, de las potencias que realicen grandes saqueos, no defienden este mismo derecho para las colonias, es única y exclusivamente porque en la práctica son imperialistas y no socialistas. Y es ridículo hacerse la ilusión de que son capaces de aplicar una política socialista gentes que no defienden el «derecho de autodeterminación» de las naciones oprimidas, perteneciendo ellos mismos a las naciones opresoras». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El problema de la paz, 1915)

Efectivamente hoy, si un pretendido marxista en España después de estudiar la historia, no reconoce y defiende el derecho de autodeterminación –y es tan ridículo como para proclamar que después de siglos enquistada la problemática nacional, es un tema meramente artificial–, no puede esperar que nosotros ni las masas se tomen en serio su «política socialista» en otros campos.

Santiago Armesilla, siguiendo el discurso institucional de la monarquía parlamentaria actual, nos dice que:

«La nación política empieza a reclamar su soberanía en un acto de rebelión en ese día. Y tiene su culminación el 19 de marzo de 1812, cuando se proclama la Constitución de Cádiz. Fecha que también podría optar a Fiesta Nacional Española». (Santiago Armesilla; Entrevista, 2018)

¿Cómo es posible que esta gente diga aceptar la tesis marxista de que la nación moderna se forma en los albores del capitalismo y a la vez proclamar que la presunta nación española «se cristalizó definitivamente» en 1812, si hablamos de uno de los países más atrasados de Europa Occidental? Peor aún, ¿cómo se puede declarar en ese mismo espíritu antidialéctico que una única nación se formó acabadamente en 1812 y por ello se imposibilitó el desarrollo de otras naciones posteriores? Los delirios de Armesilla hacen que quiera afirmar que como explicamos al principio del documento: en un Estado latifundista, donde el primer ferrocarril se construyó en Cuba en 1837 y luego en Barcelona en 1848, donde el proyecto del Estado liberal se vino abajo varias veces, con repetidas quiebras bancarias e industriales durante los débiles gobiernos liberales y progresistas, un Estado que mantuvo durante todo ese siglo una dependencia externa para la poca industrialización que se logró, que sufrió tendencias centrífugas constantes… se considera que fue un Estado capaz de articular una única nación y eliminar cualquier resquicio de particularismo. No se reconoce que esa mezcla de dichos particularismos pasados y nuevos fue surgiendo y minando esos intentos centralizadores, e idealistamente, negando la realidad material, afirma que lo que ocurre hoy es algo artificial creado por algunos políticos e intelectuales de esas regiones en el siglo XIX.

Como hemos dicho en varias ocasiones, las teorizaciones de Prat de la Riba sobre la nación catalana en la década de los 80 del siglo XIX no es meramente el resultado del apasionamiento de un intelectual, son producto de una época muy concreta: pese a su filosofía idealista y a los artificios místicos, su reivindicación de Cataluña con una identidad nacional corresponde más bien a un reflejo de la realidad de aquel entonces con una Cataluña industrializada totalmente en auge como motor de la economía española, con una mentalidad propia. Todo esto con el telón de fondo de una mentalidad europea como es la del nacionalismo romántico, que traía a la palestra con mayor o menor fortuna el pasado histórico de ciertos pueblos y su derecho a existir –véase el nacionalismo checo, griego, noruego, serbio–. Exactamente lo mismo que haría el nacionalista Sabino Arana en Euskadi o que ya habían hecho los nacionalistas alemanes como Fitche o Hegel con sus reivindicaciones tanto reales como ficticias sobre la historia pasada, con perspectivas de presente y futuro para la Alemania de esos días. Esto no excluye que dichos personajes planteasen sobre la mesa visiones reaccionarias, ni tampoco, que como los nacionalistas españoles del siglo XIX, decorasen la realidad material con sus relatos llenos de mitos nacionales, pues el nacionalismo conlleva siempre tal deformación de la realidad consciente o inconsciente debido a su raíz filosófica idealista. Misma idealización que existe en varios de los autores ilustrados de la Revolución Francesa del siglo XVIII, incluso entre los filósofos del materialismo mecanicista.

La eclosión de un movimiento nacional, si se quiere llamar así, no solo se dio en España con las Guerras Napoleónicas (1803-1815), se dio en Polonia, se dio en Suecia, en Rusia y en otros lugares, pero eso no significa que estas zonas estuvieran completamente desarrolladas una identidad nacional según como lo entendemos hoy. Incluso aunque dicha hipótesis pudiera ser correcta, existe algo mucho más importante que algunos olvidan: la posterior formación y reivindicación nacional de los lituanos, alemanes o ucranianos en Polonia; de los noruegos en Suecia; de los bielorrusos, georgianos kazajos, y otros en Rusia, de los catalanes o vascos en España. ¡He ahí lo ridículo de retrotraerse de forma estéril una y otra vez a la Edad Media y a la Edad Moderna de forma unilateral!

Es más… ¿alguien pretende hablarnos de la cuestión nacional con artículos de Larra de la década 30 del siglo XIX? ¿Alguien pretende en serio fundamentar la cuestión nacional de hoy con los artículos de Marx sobre España de 1854 cuando los movimientos nacionales como el vasco o el catalán no habían echado a andar? Si alguien pretende negar la nación vasca o catalana con las críticas de Larra o Marx al carlismo de los vascos como hace Pedro Ínsua o Santiago Armesilla, significa que su dominio del materialismo histórico es ínfimo, y que en cambio son grandes maestros del sofismo, como el «gran mentor» Gustavo Bueno. Esto sería como querer comparar críticamente el bajo nivel productivo del campo y la falta de industria en España que anotaba Marx, con los problemas que afronta hoy como la cuestión de la tercerización de la economía y el fenómeno del turismo, es decir, nada que ver y temas de un carácter diferente del problema que estamos hablando, un mecanicismo de manual.

¿Qué da luz a la problemática nacional en España según la Escuela de Gustavo Bueno?

Siguiendo con el tema de la cuestión nacional en España, se intenta argumentar que tanto las reivindicaciones regionales como nacionales, ¡son culpa de la constitución vigente! (sic):

«22. ¿Por qué en toda España surgen ideas como el valencianismo, catalanismo, andalucismo…? ¿Cómo ha sido de ultra centralista la corona Española con los territorios que conquistaron o se incorporaron durante las cruzadas?

Santiago Armesilla: Esos grupos existen porque la Constitución de 1978 los promueve y los protege. Si España hubieses sido realmente «ultracentralista», esos grupos no existirían hoy día». (Entrevista a Santiago Armesilla sobre la historia y lucha de clases en España, 2018)

Para autodenominarse materialista, Armesilla actúa como un idealista de la peor calaña. Comulga con estos seres cortos de mente, que creen que el problema nacional catalán o el regionalismo andaluz es un problema que nace artificialmente con el sistema de las autonomías de la Constitución de 1978, otro argumento sacado de las cavernas mediáticas de la derecha tradicional. Suponemos que, como venimos demostrando en todo el documento, que el movimiento nacionalismo catalán y vasco consigan una gran hegemonía en las instituciones políticas de sus respectivas regiones cada vez que sus pueblos pueden expresarse, y que esto ya ocurriese desde mucho antes de 1978, no le dice nada de peso. Incluso el regionalismo que se pueda manifestar en otras partes, no es producto solo derivado de una estructura más o menos descentralizada, porque se manifiesta en cualquier país capitalista, incluso en los más centralizados, es lo que se conoce como ley desigual de desarrollo del capitalismo, que no solo se ve entre los países, sino entre el interior de cada país. Así lo explicamos en la primera parte del presente documento al estudiar el nacimiento del movimiento nacional catalán.

Incluso en el modelo idílico de Armesilla: el jacobismo francés burgués, tampoco ha estado exento de aplastar completamente los resquicios de los movimientos regionalistas/nacionalistas como el corso o bretón.

El nacionalismo bretón, localizado en una de las zonas más atrasadas de Francia, ha estado molestando al Estado francés con sus reivindicaciones políticas, lingüísticas y culturales durante todo el siglo XX –en la actualidad parece que la mayoría de sus movimientos se inclinan más por un regionalismo que reivindica su cultura y la unificación de sus departamentos históricos–. En Córcega, la Corsica Libre, como representante del nacionalismo corso obtiene en torno a un 7-10% de apoyo en las últimas elecciones. Estos datos sin duda estarían alejados de lo que podríamos ver en zonas como Euskadi o Cataluña, se acercan más a lo que precisamente podríamos ver en Galicia, pero es señal de que ha existido un problema y ni siquiera aún se ha extinguido del todo. Y más importante aún para los marxistas: el Estado francés con su látigo de hierro hacia cualquier particularismo, tampoco le ha salvado de estar exento de protestas, huelgas y motines sociales en todas las zonas importantes del país, porque ese sistema centralista no sirve para solucionar los problemas nacionales ni sociales del proletariado.

Los seguidores de Gustavo Bueno en la cuestión lingüística: ¿unamunistas o leninistas?

«El programa nacional de la democracia obrera exige: ningún privilegio para cualquier nación o idioma. (…) La pequeña Suiza no sale perdiendo, sino que gana, por el hecho de que en ella, en vez de un idioma único para todo el país, existan nada menos que tres idiomas: el alemán, el francés y el italiano. El 70% de los habitantes son alemanes –en Rusia, el 43% son grandes rusos–, el 22% franceses –en Rusia el 17% son ucranianos– y el 7% italianos –en Rusia, el 6% son polacos y el 4,5% bielorrusos–. Y si los italianos de Suiza hablan con frecuencia el francés en el Parlamento común, no lo hacen obligados por una bárbara ley policíaca –inexistente en dicho país–, sino sencillamente porque los ciudadanos civilizados de un Estado democrático prefieren ellos mismos el idioma comprensible para la mayoría. El idioma francés no inspira odio a los italianos porque es el idioma de una nación libre y civilizada, porque es un idioma que ninguna repugnante medida policíaca impone». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Notas críticas sobre la cuestión nacional, 1913)

Es más, como vimos en otro capítulo, la cooficialidad de los idiomas ya sería recomendada por Pi y Margall como solución lingüística para España en el siglo XIX, al menos como aplicación dentro de las regiones donde existiese ese problema, pero a los seguidores de la Escuela de Gustavo Bueno esta fórmula no les convence, una vez más prefieren la «solución» franquista: pasar por encima de los derechos nacionales a sangre y fuego.

Aunque Armesilla reconocerá que en Francia los particularismos no son un problema grave como sí ocurre en España, a partir de datos inconexos trata de denostar la importancia de las lenguas de cada región en España; una batalla del todo absurda con la cual no puede ganar la guerra, porque una lengua no constituye en sí una nación, pero escuchémosle de todos modos para darnos cuenta como intenta manipular al público:

«Todas las naciones de Europa occidental tienen lenguas regionales. (…) En España las lenguas que se hablan aparte del español o español, con respecto a Francia son la mitad que se hablan. (…) Las lenguas que aparte del francés se hablan, no a nivel burocrático pero sí a nivel del que habla la gente son [cita una larga lista]». (Santiago Armesilla; Cuestión nacional, dialéctica de Estado y Revolución de Octubre de 1917, 2017)

Una vez más muestra su escaso dominio del método dialéctico y su demagogia política. Para empezar hay que dejar claro que en Francia, el propio artículo 2 de la Constitución Francesa reconoce únicamente al francés como idioma de la República. El país galo ha incumplido su firma en la Carta Europea de Lenguas Europeas, niega a las lenguas regionales su reconocimiento por el Estado, y por tanto, no reciben protección ni subvención para su conversación y desarrollo. De hecho, normalmente han sido perseguidas:

«El mismo señor Pompidou, ya presidente de la República, fulminaba generalizando: «No hay lugar para las lenguas regionales en una Francia destinada a impregnar a Europa con su cuño específico» Estas precauciones vienen de lejos: en 1831, el ministro de Instrucción Pública, señor de Montalivet, sentenciaba: «Es absolutamente necesario destruir el bretón». En 1925, el que ya se denominaba ministro de Educación, señor de Monzie, repetía el mismo latiguillo: «Por la unidad lingüística de Francia, la lengua bretona debe desaparecer.» El bretón no ha desaparecido. Lo hablan unas 700.000 personas, de los 3.500.000 de habitantes con que cuentan los cinco departamentos que integran esta región, a la que la ley de la República vigente no le concede ninguna personalidad moral, sino la de una simple circunscripción». (El País; Bretaña, una región abandonada que defiende su cultura, 7 de septiembre de 1979)

Inevitablemente, debido a la presión y falta de capacidad de mantenerla por los movimientos regionalistas/nacionalistas, salvo excepciones, su peso es bajo incluso en aquellas zonas de procedencia. En Francia, según la encuesta de Educación de Adultos de 2007, el 87% de la población habla francés, y en segundo lugar tenemos al árabe como segunda lengua hablada por la población con un 3,6%, debido a la alta inmigración africana. Después, juntando a todas las lenguas regionales usadas cotidianamente por la población, se llegaría a un escaso 3,9%, el portugués con un 1,5%, el español con un 1,2%, el italiano con un 1%, el alemán con un 0,7%., el turco, 0,5% y el inglés con 0,4%.

En España el cuadro difiere mucho. Según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) de 2016:

«En cuanto a lenguas maternas únicamente, el gallego es la del 82,8% de los gallegos, el catalán la del 55,5% de los catalanes y del 42,9% de los residentes en Baleares, el valenciano del 35,2% de la población de esa comunidad y el euskera es la lengua materna del 33,7% de los vascos y el 14,6% de los navarros. (…) Por comunidades autónomas, el catalán puede usarlo casi el 85% de la población de Cataluña y el 63,1% de Baleares, el gallego el 89% de los gallegos, el valenciano el 51,8% de los residentes en esa comunidad y el euskera lo hablan el 55,1% de la población vasca y el 21,7% de la navarra». (ABC; La mitad de los españoles habla un segundo idioma y 4 de cada 10 elige el inglés, 2017)

Esto sin contar con lenguas romances no oficiales –consideradas con toda razón por la Unesco como lenguas en peligro de extinción–. Tenemos al navarro-aragonés, según el Instituto Nacional de Estadística es hablado como lengua principal por unas 25.000 personas sobre todo en la zona pirenaica, aunque es conocido por unas 50.000 personas. Un caso más notable es el astur-leonés –reconocido oficialmente en el municipio de Miranda del Duero, protegido en las comunidades autónomas de Castilla León y Asturias–, el cual es hablado como primera lengua por unas 175.000 personas y que es entendida por aproximadamente 500.000 personas. Su distribución se expande por Asturias, Zamora, León, Cantabria, en España y Miranda del Duero en Portugal.

Lo que debería ser un motivo de orgullo –la pervivencia de lenguas antiquísimas del siglo X–, es motivo de ataque en los nacionalistas españoles. Sabemos que sus ideólogos han proclamado la metafísica idea alarmista, de que el reconocimiento de las lenguas regionales «dinamita la unión» –como si no existiesen experiencias históricas que demuestran lo contrario, que derriban las desconfianzas naciones y regionales–:

«Gustavo Bueno se opone a la cooficialidad del asturiano y dice que la Llingua «no existe». (…) Dijo hoy en Oviedo, que hoy que el asturiano es «simplemente un modismo del español» y que, por sí mismo, «no existe». Bueno mostró así su «rechazo» a cualquier intento de oficializar la «Llingua». (…) Comentó que en Alemania hay tantos idiomas o más que en España, pero que el alemán es la lengua oficial «como condición para la igualdad en los tribunales». Añadió que si la nación pierde su idioma común, «se descompone», algo que dijo que está pasando en España». (Europapress; Gustavo Bueno se opone a la cooficialidad del asturiano y dice que la Llingua «no existe», 2007)

En un libro que escribió con el actual líder de Vox, ambos dirían:

«Porque España, en cualquier caso, no es un país bilingüe –mucho menos «plurilingüe»– al no serlo en todas sus partes». (Santiago Abascal y Gustavo Bueno; En defensa de España. Razones para el patriotismo español, 2008)

Según su pensamiento chovinista, para que un país sea considerado «plurilingüe» y se defiendan los derechos lingüísticos de su población, el número de hablantes de más de un idioma debe de ser proporcional y equilibrado –aunque no indican en qué porcentaje–. Suponemos que en Suiza deberían derogar las leyes que conciben al italiano como cooficial porque solo le es común a un 10% de la población, incluso deberían quitar también el francés porque solo es la lengua materna de alrededor de un 20% de habitantes, deberían adoptar todos el alemán «para evitar problemas» que es considerado lengua materna del 70% de la población y es conocido por el 80% de la totalidad de los suizos.

Para más ridículo, citan una frase del reaccionario Unamuno, donde según él, el vascuence y catalán no son idiomas, y sus regiones y la gallega jamás han sufrido opresión del Estado:

«El catalán, como el vascuence, es un conglomerado de dialectos. La bilingüidad oficial no va a ser posible en una nación como España, ya federada por siglos de convivencia histórica de sus distintos pueblos» (Miguel de Unamuno; La Promesa de España, 14 de mayo de 1931)

Esto es recogido hoy por sus admiradores como las «eminentes» figuras de la Escuela filosófica de Gustavo Bueno. ¿Tiene esa idea de que «en pro del progreso hay que suprimir el resto de lenguas» algo de marxista? Dejemos hablar a Stalin en una ocasión donde tuvo que salir al paso contra algunos que apoyaban la política de asimilación violenta de las naciones del kautskysmo:

«En mi conferencia de 1925 me opuse a la teoría nacional-chovinista de Kautsky, según la cual la victoria de la revolución proletaria a mediados del siglo pasado en el Estado austro-alemán unificado habría conducido a la fusión de las naciones en una nación alemana común con un idioma alemán común y a la germanización de los checos. Yo combatí esa teoría por ser antimarxista, antileninista, y cité hechos de la vida de nuestro país después del triunfo del socialismo en la URSS que refutan esa teoría. (…) La teoría de la fusión de todas las naciones, por ejemplo, en la URSS en una gran nación rusa común con un idioma gran ruso común, es una teoría nacional-chovinista, una teoría leninista en pugna con una tesis fundamental del leninismo, según la cual las diferencias nacionales no pueden desaparecer en un periodo inmediato, deben substituir aún largo tiempo incluso después de la victoria de la revolución proletaria en el plano mundial». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Resumen de la discusión en torno al informe político del Comité Central ante el XVIº Congreso del PC (b) de la URSS, 2 de julio de 1930)

Estos señores antes de seguir quedando en evidencia, podían simplemente reconocer que no son marxistas sino buenistas, es decir, no son internacionalistas sino nacionalistas ramplones.

¿Es cierto que la dialéctica refuta la posibilidad de la existencia y reivindicaciones nacionales de los catalanes, vascos y gallegos?

Otro alumno de Gustavo Bueno, el extravagante Pedro Ínsua, atiza así las aspiraciones nacionales de algunos pueblos diciendo lo siguiente:

«Pedro Ínsua: Hay unos mecanismos que son la gran industria y las relaciones que se entretejen a nivel de las relaciones sociales de producción, que es donde aparece la nación, y del fenómeno suyo si se quiere, la conciencia de esa nación. (…) «Es que me siento catalán y no español». ¿Pero esa conciencia… por qué pretende que nace de una nación que está funcionando? ¿Cuándo ha funcionado la nación catalana? ¿Dónde están los documentos históricos que justifican la nación catalana? Tuvo que brotar de ahí una economía, correspondiente a esa nación, en la Edad Media o cuando se quiera, unas relaciones sociales. (…) Materiales jurídicos, económicos que justifican a esa nación como realidad nacional, como realidad económica, administrativa, jurídica. (…) ¿Dónde están? Que nos presenten los documentos de la existencia de la nación catalana. Ni Marx, ni Engels, ni Hegel, nadie vio en la historia, hasta que llegó Prat de la Riba, la nación catalana». (La izquierda y los nacionalismos en España, con Paco Frutos, Pedro Ínsua y Santiago Armesilla, 2018)

Para contestar esto, podemos tomar otro artículo soviético como el de: «Historia de la República Socialista Soviética de Kazajistán desde los tiempos antiguos hasta nuestros días»:

«Uno de los puntos débiles del trabajo son los capítulos sobre la educación de la nacionalidad kazaja. (…) Los autores no están tratando de establecer una conexión lógica entre las condiciones económicas y culturales de las tribus y el proceso de unificación en una nación. Por el contrario, la influencia del factor político en la consolidación de la nacionalidad se le otorga el primer lugar. «La falta de unidad política», escriben los autores, «obstaculizó la consolidación de las tribus de Kazajstán en una sola nacionalidad. Solo por un corto tiempo las tribus de Kazajstán occidental y central se integraron en un todo político, como, por ejemplo, fue el caso de los khans de Batu, Uzbek y Tokhtamysh. Estos cortos períodos la unidad política no podía conducir a la consolidación étnica de las tribus. Tal estado unido apareció a finales del siglo XV y principios del XVI bajo Kasym Khan». Estamos lejos de pensar en negar la influencia del factor político en el proceso de formación de las tribus en una nacionalidad, sin embargo, no podemos estar de acuerdo con los autores del libro, prestando atención solo al papel de la unidad política y la unificación del Estado en la creación de una nacionalidad, dejando de lado el análisis de las condiciones económicas y culturales para la formación de la nacionalidad kazaja. Si en la primera edición de la Historia de la RSS de Kazajstán se consideró el proceso de formación de la nacionalidad kazaja como resultado de la influencia de la conquista mongol, en la nueva edición todo se reduce a la política, a un Estado unido, que se considera requisito previo y condición decisiva para la formación de una nacionalidad. (…) Al caracterizar personalidades individuales, los autores idealizan el papel y la importancia de ciertas figuras del pasado. (…) Los redactores justifican la idealización de las personalidades individuales presentadas en el libro por el hecho de que, sobre la cuestión del papel del individuo en la historia, «abandonaron resueltamente los restos de la escuela Pokrovsky, que negó indiscriminadamente cualquier papel progresivo de príncipes individuales o señores feudales solo porque pertenecían a la clase explotadora». Es absolutamente indiscutible que no se puede negar indiscriminadamente el papel progresivo de ciertas figuras únicamente por el hecho de que pertenecían a la clase de explotadores. Pero esto no significa en absoluto que su papel deba modernizarse o idealizarse, como hacen los autores del libro que se revisa. En algunos casos, los compiladores de la Historia de la RSS de Kazajstán encuentran una actitud acrítica hacia las fuentes, y en lugar de revelar la inconsistencia científica de algunas fuentes, sacan sus conclusiones sobre ellas». (Cuestiones de la Historia; Nº 6, junio de 1949)

Aquí, como vemos, se pone en tela de juicio que el factor determinante para la conformación de una nación sea la existencia política del Estado propio. Se critica el rol mesiánico y absoluto que algunos historiadores tratan de darle a algunas personalidades en el desarrollo nacional, ignorando exponer en primer lugar las fuerzas materiales en acción de la época. Se tacha de poco profesional el uso de fuentes de dudosa imparcialidad y veracidad, etc.

Suponemos que el señor Ínsua se llevará una sorpresa al saber que se han forjado naciones como la del pueblo kazajo, el cual en la Edad Media y parte de la Edad Moderna solo habían disfrutado de periodos muy breves de independencia, y en ocasiones contando con kanatos que albergaban en su seno enormes tensiones internas que hacían imposible su unidad y consolidación, con una mezcolanza étnica y lingüística, que no correspondería exactamente a lo que es hoy el kazajo en lo étnico y lingüístico. Un pueblo que en el siglo XIX se dedicaba al pastoreo nómada como actividad principal, y que solo como actividad complementaria empezó a dedicarse a la agricultura y el comercio. Los kazajos pasaron en 1848 a formar parte del zarato ruso que impuso el idioma ruso y desató una represión indiscriminada como reconocían los marxistas rusos. Los kazajos, a diferencia de castellanos o catalanes, no lograrían una reglamentación oficial sobre su idioma hasta después de la Revolución de Octubre de 1917. ¿Acaso todo este atraso político, cultural y económico y la ausencia de un Estado impidió a los kazajos consolidarse como nación en el siglo XX? Eso es lo que tiene la dialéctica, una, que transcurre en todo momento, y cuyo deber para los marxistas es estudiar cómo se desenvuelve en los procesos sociales, no citarla repetidas veces casi como una herramienta mágica de la cual luego no se sabe cómo se aplica en los procesos históricos que uno tiene delante de sus narices. El caso del pueblo kazajo es una prueba bien evidente. ¿O es que directamente Ínsua niega la existencia de la nación kazaja como su mentor Gustavo Bueno niega, por ejemplo, la nación finlandesa?

Ínsua considera que todo movimiento nacional es reaccionario per se, por supuesto, no piensa lo mismo del nacionalismo que él profesa. Lo cierto es que los movimientos nacionales pueden ser tanto reaccionarios como progresistas dependiendo el contexto. Leamos el ejemplo que da el soviético K. Sharipov en su artículo: «B. Bekmakhanov: Kazajistán en los años 20-40 del siglo XIX»:

«El movimiento kazajo en 1837-1846, dirigido contra los invasores extranjeros en general y contra los colonialistas zaristas en particular, fue un movimiento de masas que expresaba los intereses vitales de los campesinos kazajos, estaba en la naturaleza de la lucha anticolonial de liberación del pueblo kazajo por sus tierras, por su libertad e independencia. Al hacerse eco de la lucha del pueblo ruso, debilitó la posición del zarismo y sacudió los cimientos de la servidumbre. Todo esto habla de la importancia progresiva del movimiento de los kazajos en 1837-1846». (Cuestiones de la historia; Nº4, abril de 1949)

Esto basta para refutar varios discursos de ahora, aunque no es nada diferente de lo que ya expresó Stalin:

«La lucha de los comerciantes y de los intelectuales burgueses egipcios por la independencia de Egipto es, por las mismas causas, una lucha objetivamente revolucionaria, a pesar del origen burgués y de la condición burguesa de los líderes del movimiento nacional egipcio, a pesar de que estén en contra del socialismo. En cambio, la lucha del gobierno «obrero» inglés por mantener a Egipto en una situación de dependencia es, por las mismas causas, una lucha reaccionaria, a pesar del origen proletario y del título proletario de los miembros de ese gobierno, a pesar de que son «partidarios» del socialismo. (…) Este frente revolucionario común no puede formarse si el proletariado de las naciones opresoras no presta un apoyo directo y resuelto al movimiento de liberación de los pueblos oprimidos contra el imperialismo «de su propia patria». (…) Este apoyo significa: sostener, defender y llevar a la práctica la consigna del derecho de las naciones a la separación y a la existencia como Estados independientes. (…) Esta unificación sólo puede ser una unificación voluntaria, erigida sobre la base de la confianza mutua y de relaciones fraternales entre los pueblos». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili; Stalin; Los fundamentos del leninismo, 1924)

Esta cita luego es usada y distorsionada por los tercermundistas para apoyar sin criticismo alguno a cualquier régimen nacionalista:

«El sun-yat-senismo era la ideología del «socialismo» pequeño burgués populista. En la teoría de los «tres principios» –nacionalismo, democracia, socialismo–, la noción de pueblo cubría y ocultaba la noción de las clases; el socialismo era presentado no como un sistema especifico y particular de producción realizado por el proletariado, sino como un bienestar social indeterminado; la lucha contra el imperialismo no se hallaba enlazada con las perspectivas de desarrollo de la lucha de clases en el interior del país. Por este motivo, el sun-yat-senismo, que desempeño en el primer estadio de la revolución china un inmenso papel positivo, como resultado de la diferenciación de clases en el país y del desarrollo ulterior de la revolución china, se convirtió de forma ideológica de dicha evolución en un obstáculo a la misma. Los epígonos del sun-yat-senismo, al preconizar con preferencia, precisamente, los principios ideológicos de este último, que han terminado por ser objetivamente reaccionarios, lo han convertido con ello en la ideología oficial del Kuomintang, el cual es, en la actualidad, una fuerza abiertamente contrarrevolucionaria». (Internacional Comunista; Programa del VIº Congreso de la IC, 1928)

El maoísmo bebió de esta doctrina, por lo que rápidamente también acabó manteniendo posturas de conciliación de clases y en general posturas de carácter contrarrevolucionario que se manifestarían en el ámbito interno y externo. No es casualidad que los seguidores del llamado «materialismo filosófico» como Armesilla, adoren este tipo de ideologías nacionalistas que se cubren de marxistas como el maoísmo o el juche. Véase nuestras obras:

-Equipo de Bitácora (M-L): «El revisionismo coreano: desde sus raíces maoístas hasta la institucionalización del «pensamiento Juche» de 2015.

-Equipo de Bitácora (M-L): «Comparativas entre el marxismo-leninismo y el revisionismo chino sobre cuestiones fundamentales» de 2016.

Un repaso sobre el trato que en la URSS daban chovinismo y a las distorsiones históricas

En cambio, en la URSS de Lenin y Stalin todo chovinismo histórico o presente fue visto como una señal de alarma:

«Una revisión de las transcripciones de los discursos públicos de algunos historiadores y otros materiales muestra que las conferencias y los discursos públicos, así como los manuscritos de artículos de varios historiadores, especialmente Yakovlev y Tarle, muestran el estado de ánimo del chovinismo de gran poder, se intenta reconsiderar la comprensión marxista-leninista de la historia rusa, para justificar y embellecer a los reaccionarios. (…) Tarle está tratando de demostrar que la monarquía de Alejandro I y Nicolás I se llevó a cabo en el período 1814-1859 una política progresista en Europa. (…) Adzhemyan propone abandonar la consideración de los acontecimientos históricos desde la perspectiva de la lucha de clases, considerando este enfoque como una «enfermedad infantil del izquierdismo». Sugiere además revisar la actitud sobre el tema de la lucha revolucionaria de los pueblos de Rusia. Adzhemyan define los levantamientos revolucionarios como reaccionarios, debido a que, en su opinión, estos levantamientos socavaron el poder del poder autocrático en Rusia. Entonces, para los levantamientos reaccionarios, Adzhemyan incluye los levantamientos campesinos de Bolotnikov, Razin, Pugachev, así como el movimiento decembrista. (…) La atención se centró en las críticas de quienes justificaron la política colonial agresiva del zarismo, quienes no estuvieron de acuerdo con la evaluación de la Rusia zarista como el gendarme de la reacción en Europa, negaron la doctrina de la lucha de clases como la fuerza impulsora de la historia y, por lo tanto, se solidificaron con representantes de la «escuela de historia burguesa-monárquica» de Milyukov». (…) Por lo tanto, en los discursos de algunos historiadores, se revive una ideología nacionalista que es hostil a la política leninista-estalinista de fortalecer la amistad de los pueblos, la política reaccionaria de la autocracia zarista se toma bajo protección y se hacen intentos para idealizar el orden burgués». (G. Aleksandrov, P. Pospelov, P. Fedoseev; A los secretarios del Comité Central del Partido Comunista (Bolchevique) de la URSS, al cam. A. A. Andreyev, al cam. G. M. Malenkov y al cam. A. S. Shcherbarkov, 1944)

Aquí, como se ve, se condenan sin piedad los intentos de hacer pasar como análisis marxistas propuestas y teorías sacadas del historiador del Partido Kadete, Pavel Milyukov, el cual era un chovinista ruso.

Se concluye, que el punto de vista nacionalista está íntimamente relacionado con la restauración del orden burgués en la URSS, por lo que era inadmisible para un bolchevique:

«Un cierto resurgimiento de la ideología nacionalista entre varios historiadores es aún más peligroso porque está asociado con la idealización del sistema democrático burgués y la esperanza de la evolución del Estado soviético a una república burguesa ordinaria. No es casualidad que el profesor A. Yakovlev, en su manuscrito «Un manual para estudiar las órdenes y discursos del camarada Stalin», escriba sobre Inglaterra: «Gran Bretaña es un país clásico de libertad política». (…) Sazonov describe la cooperación económica de la URSS y los países capitalistas como la inclusión de la URSS en el sistema de los Estados capitalistas. Sazonov propone abolir el monopolio del comercio exterior, abrir ampliamente el acceso al capital extranjero en nuestro país, transferir el 80% de todas las empresas de la industria socialista a sociedades anónimas con la venta de acciones principalmente a capitalistas extranjeros, etc. Las principales proposiciones teóricas desarrolladas en el manuscrito se reducen a probar que las mismas leyes económicas se aplican en la economía soviética como en los países capitalistas». (G. Aleksandrov, P. Pospelov, P. Fedoseev; A los secretarios del Comité Central del Partido Comunista (Bolchevique) de la URSS, al cam. A. A. Andreyev, al cam. G. M. Malenkov y al cam. A. S. Shcherbarkov, 1944)

Tras la muerte de Stalin en 1953, las propuestas económicas que proponían personas Sazonov y muchos otros se acabaron llevando a cabo. Al poco tiempo, la restauración del capitalismo en la URSS fue una realidad, que se manifestaría en diversos campos. Es imposible comprender el desarrollo de la URSS de aquellos años en sus relaciones internas y externas, sin estudiar y analizar la transcendencia de las reformas económicas. Véase nuestro documento: «Algunas cuestiones económicas sobre la restauración del capitalismo en la URSS y su carácter socialimperialista» de 2016.

En el ámbito internacional, bajo un barniz marxista se intentó aplicar el esquema económico del imperialismo clásico:

«La restauración del capitalismo en el interior del país no podía sino conducir también a un cambio radical en la esfera de las relaciones internacionales y en la política exterior del partido comunista y del Estado soviético. El revisionismo jruschovista se fue transformando gradualmente en la ideología y la política de una nueva superpotencia imperialista que justifica y defiende el expansionismo, la agresión y las guerras para establecer la dominación mundial. Son engendro de esta ideología y esta política las nefastas teorías de la «soberanía limitada», la «división internacional del trabajo», la «integración económica, política y militar» de los países de la llamada comunidad socialista, a los que han atado de pies y manos y transformado en países vasallos». (Enver Hoxha; Informe en el VIIIº Congreso del Partido del Trabajo de Albania, 1 de noviembre de 1981)

-Kiço Kapetani y Veniamin Toçi: «El COMECON revisionista: un instrumento al servicio del socialimperialismo soviético» de 1974

-Fatos Nano: «La completa integración de la economía soviética en la economía capitalista mundial» de 1981

-Pr. Hasan Banja y Lulëzim Hana: «La degeneración del COMECOM en una organización capitalista» de 1984

Jruschov, Brézhnev y sus sucesores aplicaron una política chovinista interna y externa, pero ese nacionalismo que se creía «superior» y con derecho de pisotear al resto de pueblos no evitó conducir a la URSS hacia la pérdida de su propia soberanía nacional. En un lapso breve de tiempo la integración de la URSS en el bloque capitalista mundial era un hecho, y en concreto se podía constatar una progresiva dependencia con el imperialismo estadounidense. Para 1991, cuando la URSS se desintegra formalmente como unión de repúblicas, se debía 81.000 millones.

En el ámbito interno se promovió un auge cultural del chovinismo ruso acompañado de una asimilación forzosa. La idea de los revisionistas fue reestructurar la URSS y promover una división del trabajo en favor de Rusia y en detrimento de las repúblicas no rusas. Este programa acrecentó las diferencias entre regiones y como era normal afloraron los viejos rencores, explosionando el problema nacional a finales de los 80. Para estudiar la cuestión nacional internas del revisionismo soviético véase:

-Bujar Hoxha: «La cuestión nacional y el revisionismo» de 1974

-Natasha Iliriani: «Algunas manifestaciones de la opresión nacional en la URSS de hoy» de 1987

La historia ya ha demostrado a dónde conduce el nacionalismo.

Los resultados de tratar de fundir luxemburgismo y leninismo en la cuestión nacional

En otra pirueta, digna del mejor espectáculo de eclecticismo, Armesilla elimina una de las polémicas del movimiento obrero del siglo XX y proclama:

«La posición de Rosa Luxemburgo y de Lenin, no está tan contrapuesta como se ha dado a entender». (Santiago Armesilla; Cuestión nacional, dialéctica de Estado y Revolución de Octubre de 1917, 2017)

¡Por supuesto! Su distancia solo es proporcional a la ristra de artículos que Lenin tuvo que dedicar a Rosa Luxemburgo por su errada visión sobre esta cuestión nacional.

«Rosa Luxemburgo ha abierto las puertas de par en par precisamente a los oportunistas, en particular a las concesiones del oportunismo al nacionalismo ruso. (…) Se nos dice: apoyando el derecho a la separación, apoyáis el nacionalismo burgués de las naciones oprimidas. ¡Esto es lo que dice Rosa Luxemburgo y lo que tras ella repite el oportunista Semkovski, único representante, por cierto, de las ideas de los liquidadores sobre este problema en el periódico de los liquidadores! Nosotros contestamos: no, precisamente a la burguesía es a quién le importa aquí una solución «práctica», mientras que a los obreros les importa la separación en principio de dos tendencias. Por cuanto la burguesía de una nación oprimida lucha contra la opresora, nosotros estamos siempre, en todos los casos y con más decisión que nadie, a favor, ya que somos los enemigos más intrépidos y consecuentes de la opresión. Por cuanto la burguesía de la nación oprimida está a favor de su nacionalismo burgués, nosotros estamos en contra. Lucha contra los privilegios y violencias de la nación opresora y ninguna tolerancia con el afán de privilegios de la nación oprimida. (…) Llevada de la lucha contra el nacionalismo en Polonia, Rosa Luxemburgo ha olvidado el nacionalismo de los rusos, aunque precisamente este nacionalismo es ahora el más temible; es precisamente un nacionalismo menos burgués, pero más feudal; es precisamente el mayor freno para la democracia y la lucha proletaria. En todo nacionalismo burgués de una nación oprimida hay un contenido democrático general contra la opresión, y a este contenido le prestamos un apoyo incondicional, apartando rigurosamente la tendencia al exclusivismo nacional, luchando contra la tendencia del burgués polaco a oprimir al hebreo, etc., etc. Esto «no es práctico», desde el punto de vista del burgués y del filisteo. Pero es la única política práctica y adicta a los principios en el problema nacional, la única que ayuda de verdad a la democracia, al libertad y a la unión proletaria. (…) Tomemos la posición de la nación opresora. ¿Puede acaso ser libre un pueblo que oprime a otros pueblos? No. Los intereses de la libertad de la población rusa exigen que se luche contra tal opresión. La larga historia, la secular historia de represión de los movimientos de las naciones oprimidas, la propaganda sistemática de esta represión por parte de las «altas» clases han creado enormes obstáculos a la causa de la libertad del mismo pueblo ruso en sus prejuicios, etc. Los ultrarreaccionarios rusos apoyan conscientemente estos prejuicios y los atizan. La burguesía rusa transige con ellos o se amolda a ellos. El proletariado ruso no puede alcanzar sus fines, no puede desbrozar para sí el camino hacia la libertad sin luchar sistemáticamente contra estos prejuicios». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El derecho de las naciones a la autodeterminación, 1914)

En varias obras entre 1914-1916 Lenin critica la idea de Luxemburgo de que en la etapa imperialista del capitalismo, no pueden existir guerras de liberación nacional porque entre otras cosas sería ayudar y alentar a las burguesías nacionales y crear desconcierto entre las masas revolucionarias, yendo en contra del derecho de autodeterminación; así como la idea socialchovinista de que las naciones pequeñas son contrarrevolucionarias y no pueden ayudar al progreso social de la humanidad, casi nada:

«Y para confirmar esta declaración categórica, sigue razonando: el desarrollo de las grandes potencias capitalistas y el imperialismo hacen ilusorio el «derecho a la autodeterminación» de los pequeños pueblos. «¿Puede acaso hablarse en serio –exclama Rosa Luxemburgo– de la «autodeterminación» de los montenegrinos, búlgaros, rumanos, serbios, griegos, y, en parte, incluso, de los suizos, pueblos todos que gozan de independencia formal, producto ésta de la lucha política y del juego diplomático del «concierto europeo?». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El derecho de las naciones a la autodeterminación, 1914)

La histórica lucha de algunos de los países coloniales y neocoloniales contra el imperialismo, incluso enrolándose algunos de ellos en la construcción socialista en época de Lenin y Stalin, demostró precisamente que Luxemburgo manejaba una teoría falsa y reaccionaria. Querer formular en pleno siglo XXI la cuestión nacional en base a las fracasadas teorías de Rosa Luxemburgo sobre la imposibilidad de la victoria de los movimientos nacionales y de su rol progresista, sería como formular la cuestión internacional en base a la teoría menchevique-trotskista de la «revolución permanente» que niega la posibilidad de la construcción del socialismo en un solo país, algo que la misma URSS de Stalin demostró que solo era una tesis fatalista y derrotista.

Dejemos hablar al propio Stalin sobre Luxemburgo y su posición ante Lenin:

«En el período de anteguerra, en los partidos de la II Internacional salió a la palestra, como uno de los problemas más actuales, la cuestión nacional y colonial, de las naciones oprimidas y de las colonias, de la liberación de las naciones oprimidas y de las colonias, la cuestión de los medios para luchar contra el imperialismo, de los medios para derrocar el imperialismo. A fin de desarrollar la revolución proletaria y de cercar al imperialismo, los bolcheviques propusieron una política de apoyo al movimiento de liberación de las naciones oprimidas y de las colonias, sobre la base de la autodeterminación de las naciones, y elaboraron el esquema de frente único entre la revolución proletaria de los países avanzados y el movimiento revolucionario de liberación de los pueblos de las colonias y de los países oprimidos. Los oportunistas de todos los países, los socialchovinistas y social-imperialistas de todos los países arremetieron en el acto contra los bolcheviques. Los bolcheviques eran perseguidos como perros rabiosos. ¿Qué actitud adoptaron entonces los socialdemócratas de izquierda en el Occidente? Desarrollaron una teoría semimenchevique acerca del imperialismo, rechazaron el principio de la autodeterminación de las naciones en su concepción marxista –hasta la separación y formación de Estados independientes–, descartaron la tesis de la gran importancia revolucionaria del movimiento de liberación de las colonias y de los países oprimidos, rechazaron la tesis de la posibilidad de un frente único entre la revolución proletaria y el movimiento de liberación nacional y contrapusieron todo ese galimatías semimenchevique, que es una desestimación completa de la cuestión nacional y colonial, al esquema marxista de los bolcheviques. Es sabido que este galimatías semimenchevique fue recogido después por Trotsky y utilizado como arma de lucha contra el leninismo». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Sobre algunas cuestiones de la historia del bolchevismo, 1931)

Armesilla queda una vez más retratado como un ignorante en el marxismo y como un desconocedor de las obras de los referentes de la doctrina que pisotea constantemente.

¿Falangismo o leninismo como guía para resolver la problemática nacional?

En la cuestión nacional, estos sujetos se atienen a la idea de Unamuno:

«Eso de que Cataluña, Vasconia, Galicia, hayan sido oprimidas por el Estado español no es más que un desatino». (Miguel de Unamuno; La Promesa de España, 14 de mayo de 1931)

Pero el sol no se puede tapar con un dedo… así que cuando los pueblos se levantan para reclamar sus derechos nacionales, sabemos que estos «revolucionarios» apoyan la represión más cruda del ejército burgués del Estado.

El «humanismo y progresismo» del señor Bueno lo llevó hasta el punto de proponer lo siguiente en cuanto a las «soluciones» para los «males de España»:

«No se tendría que haber transigido cuando al rey le abuchearon en el parlamento vasco, habría que haberlo cerrado y sustituido. (…) La justicia tendría que ser mucho más enérgica». (Fernando Sánchez Dragó: Entrevista a Gustavo Bueno, 2015)

Su vástago ideológico, ante los disturbios en Cataluña en octubre de 2019 por la negativa del gobierno español de permitir la celebración del referéndum de independencia, decía en público:

«Defender la unidad de España, es defender a los trabajadores, y defender a los trabajadores es defender la unidad de España. Si esa unidad se defiende a través de los trabajadores de las fuerzas armadas, sea». (Twitter; @armesillaconde, 21 de octubre de 2019)

¡Vaya! Santiago Armesilla casualmente recomienda la misma receta que los fascistas de los años 30. Ante las reclamaciones del pueblo catalán, la «solución», según ellos, era que el ejército disolviese las instituciones elegidas democráticamente en Cataluña y censurar sus decisiones, ilegalizar a aquellos que hablen de otra nación que no sea la española. Hoy Armesilla propone también la ilegalización de estos grupos, pero cree que se «defiende a los trabajadores» con sentimientos nacionales catalanes a golpe de porra, porque parece ser que no entienden que sus destinos están irresolublemente ligados a la «gran empresa universal del imperio español». ¡Pobres e ingratos catalanes que no entienden la «suerte» que tienen! Curioso sin duda el paternalismo y el cinismo de nuestros nacionalistas.

En otra ocasión quitándose la careta del todo, llegó a proclamar en contra de todo sentido marxista-leninista que:

«Los «imperios» no son el mal porque su contrario, «la libre confederación» no es el bien». (Santiago Armesilla; ¿Por qué Izquierda Hispánica habla de «Imperio» para su proyecto político?, 2014)

Nunca se ha visto sofisma más poco elaborado…

Le recordamos a este engendro del revisionismo que ese es el pensamiento falangista, no el bolchevique:

«Necesitamos atmósfera revolucionaria para asegurar la unidad nacional, extirpando los localismos perturbadores. Para realizar el destino imperial y católico de nuestra raza. Para reducir a la impotencia a las organizaciones marxistas». (Ramiro Ledesma; Creación de las JONS, Nuestro frente: declaración ante la patria en ruinas, 3-X-1931)

«España no se justifica por tener una lengua, ni por ser una raza, ni por ser un acervo de costumbres, sino que España se justifica por su vocación imperial para unir lenguas, para unir razas, para unir pueblos y para unir costumbres en un destino universal». (José Antonio Primo de Rivera; Discurso en el parlamento, 30 de noviembre de 1934)

«Así, si nosotros hablamos de la España eterna, de la España imperial». (José Antonio Primo de Rivera; Discurso pronunciado en el Teatro Calderón de Valladolid, 4 de marzo de 1934)

¿Qué decía en cambio Lenin del que tanto habla Armesilla?:

«El derecho a la autodeterminación significa la existencia de tal régimen democrático en el que no sólo haya democracia en general, sino también, en el que, especialmente no pueda darse solución no democrática al problema de la separación. (…) El derecho a la autodeterminación. (…) Significa que el problema se resuelve precisamente no por el parlamento central, sino por el parlamento, la dieta, de la minoría que desea depararse o por referéndum. (…) El reconocimiento del derecho a la autodeterminación «hace el juego» al «más rabioso nacionalismo burgués», asegura el señor Semkovski. Eso es una puerilidad, pues el reconocimiento de este derecho no excluye en modo alguno que se haga propaganda y agitación contra la separación y se enuncie al nacionalismo burgués». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Acerca del programa nacional del POSDR, 1913)

Suponemos que estas palabras le sentarán como una puñalada en el estómago al señor Armesilla visto lo acontecido últimamente en Cataluña y tras sus posturas políticas a favor del artículo 155, que permitía intervenir e inhabilitar al gobierno catalán tras –hay que decirlo– el ficticio y ridículo amago de secesión de los independentistas catalanes en su parlamento. Los seguidores de la Escuela de Gustavo Bueno sabemos que mantienen la visión falangista que ante las reivindicaciones del nacionalismo, la cual supone defender la integridad territorial del Estado a toda costa:

«Formar unidades ingentes, como la de España, es tarea de muchas generaciones al servicio de un constante esfuerzo. La gloria difícil de una gran obra así pide el sacrificio de siglos. Deshacerla es mucho más fácil: basta dejar que florezca en todas las grietas el separatismo elemental, desintegrador, bárbaro en el fondo, para que todo se venga abajo. Pero eso ocurre si no se interpone la decisión resuelta de un pueblo, ya formado, que quiere mantenerse a toda costa en su unidad y que se hallará entre sus juventudes gentes dispuestas a mandar fusilar por la espalda, sin titubeo, racimos de traidores». (José Antonio Primo de Rivera; El separatismo sin máscara, 12 de julio de 1934)

Nosotros ya dejamos clara nuestra postura que es la que defiende aquí el bolchevismo: los comunistas catalanes deben luchar por el derecho a decidir mientras combaten la propaganda nacionalista de su propia burguesía y deberían votar a favor de una fórmula que incluya su permanencia en España reconociendo el estatus acorde al grado que ha alcanzado el movimiento y su desarrollo histórico –estatus de nación– con todo lo que eso implica; el resto de comunistas de España debería hacer propaganda en favor del derecho de los catalanes a separarse, combatir el nacionalismo español y persuadir a los catalanes de los beneficios de una vida en conjunto. En ambos casos el proletariado de ambas zonas debe explicar que la única solución al problema nacional –incluyendo los desequilibrios entre regiones –bajo la ley de desarrollo desigual del capitalismo– pasa por construir el socialismo.

«Para que los pueblos puedan unificarse realmente, sus intereses deben ser comunes. Para que sus intereses puedan ser comunes, es menester abolir las actuales relaciones de propiedad, pues éstas condicionan la explotación de los pueblos entre sí; la abolición de las actuales relaciones de propiedad es interés exclusivo de la clase obrera. También es la única que posee los medios para ello. La victoria del proletariado sobre la burguesía es, al mismo tiempo, la victoria sobre los conflictos nacionales e industriales que enfrentan hostilmente entre sí, hoy en día, a los diversos pueblos. Por eso, el triunfo del proletariado sobre la burguesía es, al mismo tiempo, la señal para la liberación de todas las naciones oprimidas». (Karl Marx; Discurso sobre Polonia, 29 de noviembre de 1847)

Le pondremos otra cita de Lenin al señor Armesilla por si no ha entendido la postura marxista:

«Nuestro programa sobre la autodeterminación de las naciones sólo puede ser interpretado en el sentido de la autodeterminación política, es decir, el derecho a la separación y a la formación de un Estado de manera independiente. (…) El reconocimiento por el Partido Socialdemócrata del derecho de todas las nacionalidades a la autodeterminación requiere que los socialdemócratas (a) sean incondicionalmente hostiles al empleo de la fuerza, en cualquiera de sus formas, por parte de la nación dominante –o la nación que constituye la mayoría de la población– para con la nación que desee separarse políticamente; (b) exijan la solución del problema de tal separación sólo sobre la base del sufragio universal, igual, directo y secreto de la población del territorio correspondiente; (c) libren una lucha implacable, tanto contra los partidos centurionegristas octubristas como contra los liberales burgueses –«progresistas», kadetes, etc.– en todas las ocasiones en que ellos defiendan o permitan la opresión nacional, en general, o nieguen el derecho de las naciones a la autodeterminación en particular. 4. El reconocimiento por el partido socialdemócrata del derecho de todas las nacionalidades a la autodeterminación no significa en modo alguno que los socialdemócratas renuncien a una apreciación independiente de la conveniencia de la separación estatal de una u otra nación en cada caso concreto». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Tesis sobre el problema nacional, 1913)

En la cuestión nacional se está a favor de Lenin o a favor de Gustavo Bueno, o como mucho a favor de Gustavo Bueno y de Rosa Luxemburgo –otra opositora al derecho de autodeterminación–, pero conjugar a los tres como el pretende es imposible, y mucho menos tratando de apoyarse en la historia del movimiento comunista –cuando hemos visto hace un rato las resoluciones de la Internacional Comunista sobre España–.

¿Es el federalismo incompatible con el marxismo como nos aseguran los seguidores de la Escuela de Gustavo Bueno?

Cualquiera que tenga un mínimo de conocimiento sabrá que los programas de las agrupaciones comunistas en España históricamente han reivindicado la federación como una solución a la cuestión nacional. La documentación puede ser vista por el lector en los capítulos anteriores.

Pero Gustavo Bueno se opone a esa traición del movimiento obrero. Resumió así su pensamiento y el interés absoluto del mismo, la «unidad de España»:

«Esta república de la que se habla, es la república federal. (…) Si es una confederación de naciones, simétrica o asimétrica, como quieren decirlo. (…) No garantiza en absoluto la unidad de España, la garantiza más la monarquía tal cual la tenemos». (Gustavo Bueno; España como nación, 2015)

Este interés es el mismo que defiende simultáneamente toda la derecha, la «izquierda» domesticada del país y el revisionismo derechista: preservar a toda costa los límites territoriales de España: negar el derecho de autodeterminación, y relegar cualquier atención a la cuestión social agitando la presunta urgencia de defender este propósito de defensa de la «unidad e indivisibilidad de los territorios del Estado». Pero no entienden que como dijo Engels en su «Carta a Kautsky» del 12 de septiembre de 1882, «el proletariado victorioso no puede imponer su felicidad sobre otro pueblo extranjero sin comprometer su propia victoria», y los bolcheviques lo entendieron bien y lo pusieron en práctica al hacer la revolución. Por otro lado, los movimientos políticos con programas que estimulan establecer sí o sí una federación más allá de lo que exija el pueblo en ese momento, tampoco se distinguen demasiado del voluntarismo de los llamados «unitarios», este «federalismo» impuesto, como toda receta que sea impuesta y no persuadida, también entran dentro de este marco de voluntarismo o de reflejos chovinistas. No hay que confundir propagar y convencer a la mayoría, con decretar y exigir, incluso pese a tener razón. En la cuestión nacional y todos sus resortes como la forma del Estado que debe adquirir, debe de ser decidido de «forma democrática» y teniendo en cuenta, las «simpatías de la población», como Lenin decía en su obra «Balance de la discusión sobre la autodeterminación» de 1916. Su solución debe partir de la evidencia material y de un trabajo entre las masas para popularizar la conclusión que se ha estudiado como solución, de ahí lo absurdo de tratar de imponer los grandes y fantásticos planes de los intelectuales de poca monta. Sería olvidar conjugar el factor objetivo y subjetivo, y quedarse con una de las partes.

Engels, analizando los casos de diversos países, reconoció que la federación podía ser un avance progresivo en el acercamiento de pueblos donde existía una problemática nacional evidente –Suiza–, o por cuestiones de otra índole como geográficas y administrativas –Estados Unidos–, mientras que en otros que se venía de una fragmentación superada y sin una problemática nacional, supondría un retroceso –Alemania–, pero subrayaba que la forma de dicha república era algo secundario:

«La república federal sigue siendo incluso ahora, considerada en conjunto, una necesidad en el inmenso territorio de los Estados Unidos, aunque en el Este comienza ya a ser un obstáculo. Representaría un progreso en Inglaterra, donde cuatro naciones pueblan las dos islas y donde, a pesar de no haber más que un parlamento, coexisten tres sistemas de legislación. (…) Para Alemania, una organización federal al estilo suizo sería un regreso considerable. (…) Por lo demás, se puede incluso, en caso extremo, esquivar el problema de la república. Ahora bien, lo que, a mi juicio, debería y podría figurar en el programa es la reivindicación de la concentración de todo el poder político en manos de la representación del pueblo. Y eso sería, por el momento, suficiente, ya que no se puede ir más allá». (Friedrich Engels; Contribución a la crítica del proyecto de programa socialdemócrata, 1891)

Lenin refutó tales argumentaciones hace largo tiempo:

«El derecho de autodeterminación de las naciones significa exclusivamente el derecho a la independencia en el sentido político, a la libre separación política de la nación opresora. Concretamente, esta reivindicación de la democracia política significa la plena libertad de agitación en pro de la separación y de que ésta sea decidida por medio de un referéndum de la nación que desea separarse. Por tanto, esta reivindicación no equivale en absoluto a la de separación, fraccionamiento y formación de Estados pequeños. No es más que una expresión consecuente de la lucha contra toda opresión nacional. Cuanto más se acerque el régimen democrático del Estado a la plena libertad de separación, más raras y débiles serán en la práctica las aspiraciones de separación, pues son indudables las ventajas de los Estados grandes, tanto desde el punto de vista del progreso económico como desde el punto de vista de los intereses de las masas, con la particularidad de que esas ventajas crecen sin cesar al mismo tiempo que el capitalismo. El reconocimiento de la autodeterminación no equivale al reconocimiento de la federación como principio. Se puede ser enemigo decidido de este principio y partidario del centralismo democrático, pero preferir la federación a la desigualdad nacional, viendo en aquélla el único camino capaz de conducir al pleno centralismo democrático. Precisamente desde este punto de vista, Marx, que era centralista, prefería incluso la federación de Irlanda con Inglaterra al sometimiento violento de Irlanda por los ingleses». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; La revolución socialista y el derecho a la autodeterminación, 1915)

Lenin recomendaría a los pueblos yugoslavos conformarse en una federación de países balcánicos en su escrito: «La guerra de los Balcanes y el chovinismo burgués» de 1913.

Stalin mismo explicó que el federalismo que se estaba fraguando en Rusia en 1917 bajo la dirección del proletariado, no era ni podía ser un federalismo como el constituido en los países burgueses:

«La Federación que se estructura ahora en Rusia ofrece, debe ofrecer, un cuadro completamente distinto. (…) Las regiones que se han perfilado en Rusia son unidades definidas en el sentido de su modo de vida y de la composición nacional. Ucrania, Crimea, Polonia, la Transcaucásica, el Turkestán, la Región Central del Volga, el territorio de Kirguizia, se distinguen del centro, no solo por su ubicación geográfica –¡la periferia!–, sino también como territorios económicos íntegros. (…) No son territorios libres a independientes, sino unidades incrustadas por la fuerza en un organismo político común a toda Rusia, unidades que ahora aspiran a obtener la libertad de acción necesaria, bajo la forma de relaciones federativas o de independencia completa. La historia de la «unión» de estos territorios es una sucesión ininterrumpida de actos de violencia y de opresión por parte de las antiguas autoridades de Rusia. (…) En las federaciones occidentales, la burguesía imperialista es la que dirige la estructuración de la vida del Estado. No hay nada de asombroso en que la «unión» no pudiera prescindir de la violencia. Aquí, en Rusia, por el contrario, es el proletariado, enemigo acérrimo del imperialismo, quien dirige la estructuración política. Por eso en Rusia se puede y se debe establecer el régimen federativo sobre la base de la libre unión. (…) Norteamérica como Suiza, no son ya federaciones: lo fueron en los años 60 del siglo pasado; de hecho, se han convertido en Estados unitarios desde las postrimerías del siglo XIX. (…) La estructuración de Rusia va en el sentido contrario. Aquí el forzoso unitarismo zarista es sustituido por el federalismo voluntario para que, con el transcurso del tiempo, este ceda su puesto a una agrupación, análogamente voluntaria y fraternal, de las masas trabajadoras de todas las naciones y pueblos de Rusia. (…) El federalismo en Rusia está llamado a desempeñar un papel de transición hacia el futuro unitarismo socialista». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili; Stalin; La organización de la República Federativa de Rusia, 1917)

Estamos seguros que para aquellos que nunca leyeron las obras menos conocidas de Engels, Lenin o Stalin. Si en estas citas no hubiésemos puesto el autor, según sus miopes conceptos sobre la cuestión nacional sacados del luxemburgismo o de los ideólogos del chovinismo español, hubieran apostado que estaban leyendo a un anarquista, por lo que estas citas les supondrán un verdadero shock. Esto ya echa abajo todos aquellos falsos eruditos que repiten día y noche que el marxismo-leninismo nunca ha considerado la posibilidad de la federación, o que lo han considerado como algo excepcional.

Una inquina especial de los seguidores de Gustavo Bueno va hacia dirigida hacia la república de tipo federal. ¿Pero qué se creen que era la URSS formada en 1922? Una federación. ¿Qué se recomendaba para Yugoslavia? Una federación. Véase los escritos de Lenin y Stalin sobre la cuestión nacional en Yugoslavia. Podríamos hablar interesante proyecto del movimiento comunista yugoslavo que hubo después de la Segunda Guerra Mundial, el cual logró la unión de varias repúblicas en una federación, al menos durante el periodo 1944-1948, antes de desviarse por derroteros ajenos al marxismo. Dicho proyecto multinacional federado que fracasó no a consecuencia de ser dirigido por la ortodoxia marxista, sino a causa de ser liderado por la heterodoxia marxista, es decir, el revisionismo del titoísmo, ese que precisamente tanto daño causó a las relaciones de los pueblos yugoslavos y algunos hoy proponen como modelo. La implementación de la política nacionalista y capitalista del titoísmo y sus consecuencias fue advertida por Stalin y Hoxha en muchísimos escritos. El trágico final de Yugoslavia que todos conocemos a inicios de los 90 era algo no inevitable pero sí plausible viendo la deriva que se había adoptado bajo el revisionismo:

«Los numerosos créditos concedidos por el capitalismo mundial actuaron también en este sentido. Su empleo para la satisfacción de los gustos y los caprichos burgueses y megalómanos de la casta en el poder, su distribución desigual y sin sanos criterios entre las diversas repúblicas, creó desniveles económicos y sociales en las repúblicas y regiones, lo que profundiza aún más los antagonismos nacionales. (…) El propio sistema lleva consigo estas contradicciones, alimenta el separatismo de las naciones y las nacionalidades, de las repúblicas y las regiones». (Enver Hoxha; La lucha contra el revisionismo, y el movimiento revolucionario y de liberación en la etapa actual; Informe en el VIIIº Congreso del Partido del Trabajo de Albania, 1 de noviembre de 1981)

Para estudiar la cuestión nacional del revisionismo yugoslavo véase:

-Aber Korabi: «La demanda de una «República de Kosovo» no puede ser sofocada ni con violencia ni con teorías vacías» de 1981

-Xhafer Dobrushi: «Las opiniones antimarxistas de los revisionistas titoístas sobre la nación: una expresión de su perspectiva mundial idealista reaccionaria» de 1987

En el caso soviético, durante los años de Lenin y Stalin la URSS se conformó como una unión federal de repúblicas, dando el estatus de república a territorios que nunca había teniendo tal grado de autonomía antes o que al menos no la disfrutaban desde hacía siglos. Hubo campañas de industrialización, protección y promoción de idiomas así como la otorgación de amplias autonomías y derechos políticos hacia pueblos que hacía siglos que no disfrutaban de libertad para decidir sobre sus propios destinos, que estaban atrasados económicamente e incluso que no habían podido crear una reglamentación escrita oficial de sus lenguas.

Para estudiar la cuestión nacional del marxismo-leninismo soviético véase:

-A. Rysakoff: «La política nacional de la URSS» de 1931

-M. Chekalin: «El renacimiento de las nacionalidades y la consolidación de las naciones en la URSS» de 1941

He aquí lo absurdo que es decretar que diversas naciones o nacionalidades no tienen «derecho a existir», a pedir mayores autonomías, federarse o separarse bajo excusas de tipo histórico. ¿Qué tipo de dialéctica maneja esta gente? Ninguna, andan sobre la metafísica más casposa. ¿Quién sino un antimarxista como Gustavo Bueno podría hablarnos con mofa y desprecio de las lenguas de los pueblos de España?

Lenin, proclamaría en un escrito poco conocido:

«Con su persecución contra los ucranianos y otros por su «separatismo», por sus esfuerzos separatistas, los nacionalistas defienden el privilegio de los terratenientes gran rusos y de la burguesía gran rusa a tener «su propio» Estado. La clase obrera es contraria a todo privilegio; por eso defiende el derecho de las naciones a la autodeterminación. Los obreros con conciencia no propugnan la separación: conocen las ventajas de los Estados grandes y de la unificación de grandes masas de obreros. Pero los Estados grandes sólo pueden ser democráticos si hay plena igualdad entre las naciones, y esa igualdad implica el derecho a separación». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Más sobre el «nacionalismo», 1914)

Stalin nos advirtió de caer en estas posiciones chovinistas:

«Tengo una nota, en la cual se pretende que nosotros, los comunistas, creamos de modo artificial la nacional bielorrusa. Esto no es cierto, porque la nación bielorrusa existe, posee su idioma, diferente del ruso, por lo cual sólo en su lengua materna se puede elevar la cultura del pueblo bielorruso. Análogas disquisiciones se oían hace cinco años con respecto a Ucrania y la nación ucraniana. Y todavía bien recientemente se decía que la república ucraniana y la nación ucraniana son una invención de los alemanes. Y sin embargo, es evidente que la nación ucraniana existe y que el desarrollo de su cultura es un deber de los comunistas. No se puede ir contra la historia. Es claro que, si hasta ahora aun predominan en las ciudades de Ucrania los elementos rusos, con el tiempos estas ciudades se ucranizaran inevitablemente. Hace unos cuarenta años, Riga era una ciudad alemana, pero como las ciudades crecen a expensas de las aldeas son la custodia de la nacionalidad, Riga es hoy una ciudad puramente letona. Todas las ciudades de Hungría, que hace unos cincuenta años, tenían carácter alemán, en la actualidad se han margiarizado. Lo mismo sucederá con Bielorrusia». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili; Stalin; Xº Congreso del Partido Comunista (bolchevique) de Rusia, 1921)

De nuevo la mentira de «los pueblos sin historia»

Si Unamuno se oponía a proteger el euskera y deseaba su extinción por el bien de todos, Gustavo Bueno se opone categóricamente a proteger y hacer cooficial el bable –como si tal acto fuese a promover automáticamente un movimiento secesionista como el que existe en otros lugares–. Hoy, tratando la problemática nacional, se caracteriza por un constante desprecio hacia el pueblo catalán, vasco y gallego, por los movimientos soberanistas que existen, sobre todo en los dos primeros:

«Que otros efectos quedan en España de los efectos del imperio, la lengua. (…) La lengua española es importante no porque lo hablen más de 400 millones, que ya lo es. (…) Ligado con esto es que es la lengua del imperio. (…) Queda el español y quedan las comunidades con todos los pueblos americanos que nos distancian totalmente en una especie distinta de Europa (…) Se puede decir que el País Vasco es un tema, que Galicia es un tema, y que Cataluña es un tema, y esto aun cuando, estas regiones o autonomías, lograsen eventualmente una independencia, porque entonces dejarían de ser temas de España y lo pasarían a ser temas de Europa o de cualquier otro imperio. (…) La situación se podría comparar con lo que es hoy Finlandia. (…) No quiere decir que Finlandia no esté incorporada al estilo internacional, quiere decir que Finlandia participa en esta cultura internacional no como Finlandia. Los rasgos propios de Finlandia quedan reducidos a rasgos muy interesantes para la etnolingüística, para la antropología, y para el folclore. (…) Esto mismo le ocurre al País Vasco, Cataluña, Galicia. (…) Porque no tienen historia literalmente, esa es la tesis fuerte que yo defino, no tienen historia propia, la tienen a través de España». (Gustavo Bueno; España, 14 de abril de 1998)

Lo primero que habría que comentarle de nuevo a este trasnochado nostálgico de las «epopeyas imperiales», es que la tendencia centrífuga de España no es nueva, como bien detalló Pierre Vilar en sus estudios, viene desde la propia unificación y conquista entre los reinos cristianos, donde nunca se llegó a una homogeneización similar a la que otros Estados estaban formando, como también constató Marx comparando España con el imperio otomano por dicha característica. No volveremos a comentar esta obviedad que fue comentada anteriormente en este capítulo.

No seremos nosotros quien nos opongamos a exponer los mitos del nacionalismo catalán, vasco o gallego, como hemos hecho otras veces:

«Dependiendo del nacionalismo que observemos, cada uno utiliza un pseudoargumento para justificar su historia, su racismo, sus tradiciones reaccionarias, sus anhelos de conquista y sus imposiciones a otros pueblos. Entre los nacionalismos siempre podemos ver las teorías idealistas raciales, las cuales rozan lo místico. Y es que hablar de pureza racial de cualquier pueblo solo puede hacerlo o un desconocedor de la historia y asimilación de los pueblos, o un nacionalista fanático. (…) Como observaremos después, hay desde un inicio, un orgullo por la conquista catalana del Mediterráneo y también de ciertas andanzas particulares por América junto a castellanos. Pero el discurso se centra siempre en el origen ario o no de la raza que reivindican frente a la no pureza de sus vecinos. (…) El nacionalismo gallego creía absolutamente que los gallegos eran una raza pura y diferenciada, que otros pueblos anteriores o posteriores que habían pasado por ahí, no habían hecho mella en su «celtismo», ni en lo étnico, cultural ni psicológico. (…) Se demuestra por tanto, que el nacionalismo catalán está construido desde el pasado a la actualidad con mitos, y al igual que el nacionalismo castellano ha tenido y tiene una legión de historiadores que eluden ciertos hechos y magnifican otros para sus intereses». (Equipo de Bitácora (M-L); Estudio histórico sobre los bandazos políticos oportunistas del PCE (r) y las prácticas terroristas de los GRAPO, 2017)

Pero nosotros no caemos en el extremo opuesto.

Por el contrario, recoger la teoría del hegealismo de «los pueblos sin historia» para atacar los movimientos nacionales en auge y negar sus derechos, es la prueba palpable de la ignorancia de Gustavo Bueno como historiador. Decir que un pueblo «no tiene historia propia» significa un desconocimiento brutal de los aportes que ese pueblo seguramente ha dado y sigue dando al acervo de la humanidad. Esta es la nota común del nacionalismo español:

«Los nacionalistas españoles niegan las características intrínsecas de Cataluña: desprecian su cultura y sus costumbres, el carácter nacional que ha adquirido el pueblo catalán en un largo desarrollo histórico; desconocen la antigüedad de su idioma y las pruebas antiquísimas de sus primeros escritos formales del siglo XI, negando su época de auge y esplendor en el siglo XV y su renacimiento en el siglo XIX, atreviéndose a calificarlo algunos como un «dialecto vulgar y exagerado» del castellano; desconocen las claras diferencias histórico-económicas de Cataluña respecto al desarrollo de Castilla en temas como la conformación de la propiedad de la tierra, las sucesivas luchas campesinas que crearon una Cataluña casi libre del latifundio y muchos pequeños propietarios, algo que contrastaba con zonas del resto de España con grandes extensiones de latifundio y terratenientes como Extremadura o Andalucía, por no hablar ya de la diferenciación económica de Cataluña respecto al resto de España con el auge del comercio y su temprana industrialización; por último se niega su zona territorial histórica, la cual gran parte ha sido usada como moneda de cambio para pagar a los países extranjeros, como fue el caso del Rosellón, mientras en otras ocasiones otras zonas han sido integrada en Aragón y Valencia». (Equipo de Bitácora (M-L); Estudio histórico sobre los bandazos políticos oportunistas del PCE (r) y las prácticas terroristas de los GRAPO, 2017)

Cuando se dice que estos pueblos «no tienen historia propia» sino a través de España, nos gustaría que nos explicasen los discípulos del «materialismo filosófico» de Bueno qué es entonces todo el desarrollo de fuerzas productivas y relaciones de producción que tuvo por ejemplo la zona de Cataluña en todas las épocas existentes más allá que formasen parte de un gobierno u otro, tanto en la Edad Antigua, Media, Moderna como Contemporánea. ¿Fue una «no historia»? Sin ir más lejos, ¿fue Cataluña una zona atrasada, económicamente y culturalmente hablando, en el siglo I, XIII o XIX? ¿Lo es hoy? ¿No tenía «formación y estabilidad histórica» la nación eslovena antes de su secesión oficial de Yugoslavia en 1991? ¿No lo tenía Noruega antes de su secesión de Suecia en 1905? ¿Acaso Irlanda no tenía historia hasta su independencia en 1916? ¿Alguien niega hoy la nación escocesa pese a seguir dentro del entramado de lo que es Gran Bretaña? Como se ve… se manejan argumentos totalmente absurdos y ridículos.

«Esta cita de Engels [«Acerca de la cuestión social en Rusia» de 1894] junto a comentarios similares de sus obras tiran por la borda toda la adhesión a la teoría hegeliana de los «pueblos sin historia» con la que el nacionalismo alemán pretendía justificar su expansión y primacía en detrimento de otros pueblos. Esto tiene una importancia cardinal en el marxismo a la hora de diferenciarlo del hegelianismo, ya que recordemos Marx y Engels estuvieron influenciados por tal corriente en su juventud, no por casualidad cualquiera puede consultar los epítetos ridículos de ambos genios opinando sobre los nórdicos, latinos o eslavos cuando estaban influenciados por el hegelianismo, que en esta cuestión no puede decirse que se diferencie nada del nacionalismo más ramplón de la época.

La historia ha demostrado que diversos pueblos igual que han tenido un brillante bagaje en un pasado lejano pueden volver a tenerlo, y otros que nunca lo tuvieron pueden constituir grandes aportes a la humanidad, siendo la teoría hegeliana un fraude, como Marx y Engels finalmente vieron no sin razón. Los propios Marx y Engels se apartaron de estas teorías que habían adquirido en un principio al partir precisamente de la rama del hegelianismo de izquierda. Esto puede verse claramente desde sus primeros artículos hasta los artículos de la década de 60 del siglo XIX: se puede vislumbrar en concreto en el cambio de opiniones en la cuestión nacional en Polonia, Irlanda a la cual ahora lejos de ser reticentes daban un apoyo consciente, en el interés en el estudio de la historia de otros países como España y en la indagación de sus virtudes históricas, en la cuestión de Alsacia-Lorena y Shleswig posicionándose a favor de un referéndum entre la población o en las investigaciones histórico-sociales y la valoración positiva del potencial revolucionario de Rusia, posiciones, todas ellas, que marcarían su propio pensamiento patriota/internacionalista e influenciaría a los siguientes revolucionarios como Lenin.

Todos los pseudomarxistas que por ejemplo en la actualidad pretenden que los rusos son el pueblo elegido para la próxima revolución por el mero hecho de haber escrito una página gloriosa para la humanidad en un momento determinado de la historia, son idealistas, románticos, mecanicistas pero no marxistas. No hablemos ya de aquellos rusófilos que creen que de las ruinas de lo que una vez fue antaño el socialismo en Rusia hoy existe algún atavismo de socialismo en la mafia que es hoy el capitalismo de la Rusia de Putin, esas criaturas no merecen más que nuestra pena». (Equipo de Bitácora (M-L); Las sandeces de Kohan y Lukács sobre la figura Hegel y su evaluación en la filosofía de la URSS, 15 de septiembre de 2018)

La Escuela de Gustavo Bueno y su promoción de la religión en la filosofía y cultura de la nación

Gracias al inestimable servicio de Abascal o Bueno –nótese la ironía–, ellos nos enseñan cuál es y debe de ser la esencia de España:

«España desde su constitución como Imperio –es decir, desde su constitución como sociedad política– ha sido siempre una monarquía. (…) España es una sociedad católica –y no protestante, ni islámica, ni judía, por ejemplo– en cuanto que buena parte de las costumbres de sus habitantes están determinadas por el ceremonial católico. (…) Está por demostrar la incompatibilidad entre el catolicismo y las formas modernas de organización económica, cultural, política. (…) Hay que decir, por ejemplo, que buena parte de los responsables de la llamada «revolución científica» eran católicos». (Santiago Abascal y Gustavo Bueno; En defensa de España. Razones para el patriotismo español, 2008)

Hagamos unos apuntes a los comentarios de estos lacayos de la monarquía y la iglesia.

En primer lugar: esta es una afirmación cuanto menos «arriesgada», habiendo sido España uno de los países con más explosiones populares de anticlericalismo en la Edad Moderna y Contemporánea.

En segundo lugar. Según un informe reciente de la Fundación Ferrer y Guàrdia, el número de practicantes cae al 26%, los ateos son ya el 27%, solo un 14% marca únicamente la casilla de la Iglesia Católica en la declaración de la renta, el 46% de los niños que nacen en España lo hacen fuera del matrimonio, el 46% de los estudiantes de la ESO cursan actividades alternativas a la religión.

En tercer lugar. Si estos datos no le parecen objetivos al lector por la fuente que utilizamos, seamos generosos, y preguntémonos mejor qué considerar catolicismo para declararlo como esencia de un país, y por ende, de sus habitantes. Si echamos unas ojeada rápida a la sociedad, queda claro que el catolicismo, en el sentido estricto de sus últimos concilios, es tan poco común a España y sus gentes como a casi cualquier país moderno. Si consideramos como católicos a quienes van a misa todos los domingos y cumplen rigurosamente con los sacramentos, el número de católicos es escaso. Si queremos considerar como «católicos» a quienes tienen un desconocimiento casi absoluto del Viejo y Nuevo Testamento, tendremos a muchos, pero el listón lo estamos poniendo muy bajo para los feligreses del catolicismo. Si consideramos también como «buenos católicos» a quienes no cumplen casi ninguna de las normas de su doctrina pero amontonan crucifijos o estampitas de santos por toda la casa, habrá otros tantos para la causa. Y si aceptamos como «costumbre católica» el no interesarse lo más mínimo qué se celebra en eventos como la Semana Santa y la Navidad, sino simple y únicamente considerarlas como épocas de descanso o desinhibición, entonces claro que el catolicismo puede ser considerado común a muchos españoles, incluso a muchos de los agnósticos y todo tipo de cristianos no practicantes, pero eso no marca la esencia «católica» de España, sino que demuestra todo lo contrario, que el país tiene poco apego por sus reglas y su moral.

Es más, el país no puede ser en «esencia católica» porque ni siquiera la mayoría de católicos que sí cumplen con las rutinas y liturgia del mismo están libres de llevar una «vida moral recta», como tanto presumen y reclaman a los impíos, véase como prueba en la España de las últimas décadas los grandes escándalos de pedofilia o la compra-venta de recién nacidos entre los jefes de la Iglesia Católica. Tampoco seremos nosotros quienes se opongan a un matrimonio sin amor, pero el mismo señor Abascal es divorciado, algo que según las «Escrituras Sagradas» van en contra de Dios –revisen señores devotos los pasajes del Génesis o Corintos–.

Queda claro, que la esencia de España no puede ser el catolicismo, ya que cada uno interpreta ese catolicismo a su manera. Si la influencia del catolicismo en España es prácticamente nula en las vidas de las personas, habría que ver hasta dónde se reduciría su transcendencia en un Estado socialista donde no se financiase a su iglesia ni se promocionase sus dogmas, donde en cambio se financiase la educación y visión del ateísmo científico. Seguramente, en unas décadas, lo más transcendente del catolicismo estaría en los nombres bíblicos de algunas personas o en el nombre de apóstoles de los pueblos del país.

En cuarto lugar: debido a que estamos en tiempos modernos, estos «católicos» como Bueno o Abascal son conscientes que la promoción a ultranza del catolicismo no tendría eco en la población, mucho menos tratar de imponerlo como en la época franquista. Por ello deciden utilizar una táctica defensiva como es decir que no hay evidencia de que el catolicismo y la ciencia sean incompatibles. Pero les recordaremos a estos señores la siguiente verdad sobre sus científicos creyentes:

«Hay en el mundo ignorantes y reaccionarios que pretenden que nosotros los comunistas queremos atribuir al marxismo-leninismo también las obras de aquellos científicos viejos y nuevos que no sabían ni saben qué es el marxismo-leninismo, que no son marxistas, siendo algunos de ellos hasta adversarios de esta ideología. Eso no es en absoluto verdad. No se trata de apropiarse de las obras de éste o de aquél científico, nacido en tal o cual país, hijo de éste o de aquél pueblo. Pero es un hecho que ni Descartes ni Pavlov, ni el jansenista Pascal ni el científico Bogomoletz, ni otros miles y miles de científicos renombrados de todos los tiempos, son conocidos por la humanidad porque iban a la iglesia o porque hubieran rezado alguna vez a dios, sino por sus obras racionales, progresistas, materialistas, anticlericales, antimísticas. Su método en general, en ciertos aspectos, ha sido dialéctico, mas, sin embargo, no tan perfecto como nos lo proporciona el marxismo-leninismo. La doctrina marxista-leninista es el súmmum de la ciencia materialista y del desarrollo de la sociedad humana; es la síntesis de todo el desarrollo anterior de la filosofía y de manera general, del pensamiento creador de la humanidad; es la síntesis de todo lo racional y progresista que en todas las épocas y en diversas formas ha luchado contra las supersticiones, la magia, el misticismo, la ignorancia, la opresión moral y material de los hombres. Actualmente esta doctrina se ha convertido en faro que ilumina el camino de los pueblos hacia el socialismo y el comunismo. Por eso hoy, cuando existe una ciencia hasta tal punto completa como el marxismo-leninismo, que nos proporciona la correcta concepción materialista sobre el mundo y el mejor método científico, el método dialéctico marxista, es imperdonable que nuestros científicos y especialistas no la utilicen en beneficio de sus estudios en todos los terrenos, y, a nadie debe darle vergüenza comenzar el estudio inclusive desde las primeras nociones del marxismo-leninismo o, cuando no sepa alguna que otra cuestión, consultar a algún especialista en la materia, sin importarle si es más joven que él. En aras de la causa del Partido y del pueblo, cada uno de nosotros está dispuesto a soportar esta «vergüenza». (Enver Hoxha; Nuestra intelectualidad crece y se desarrolla en el seno del pueblo; Extractos del discurso pronunciado en el encuentro con los representantes de la intelectualidad de la capital, 25 de octubre de 1962)

Como Marx declaró, el proletariado en su concepto de patriotismo no necesita la moral del catolicismo por varias razones:

«Los principios sociales del cristianismo han tenido ya dieciocho siglos para desenvolverse, y no necesitan que un consejero municipal prusiano venga ahora a desarrollarlos. Los príncipes sociales del cristianismo justificaron la esclavitud en la antigüedad, glorificaron en la Edad Media la servidumbre de la gleba y se disponen, si es necesario, aunque frunciendo un poco el ceño, a defender la opresión moderna del proletariado. Los principios sociales del cristianismo predican la necesidad de que exista una clase dominante y una clase dominada, contentándose con formular el piadoso deseo de que aquella sea lo más benéfica posible. Los principios sociales del cristianismo dejan la desaparición de todas las infamias para el cielo, justificando con esto la perpetuación de esas mismas infamias sobre la tierra. Los principios sociales del cristianismo ven en todas las maldades de los opresores contra los oprimidos el justo castigo del pecado original y de los demás pecados del hombre o la prueba a que el Señor quiere someter, según sus designios inescrutables, a la humanidad. Los principios sociales del cristianismo predican la cobardía, el desprecio de la propia persona, el envilecimiento, el servilismo, la humildad, todas las virtudes del canalla; el proletariado, que no quiere que se lo trate como canalla, necesita mucho más de su valentía, de su sentimiento de propia estima, de su orgullo y de su independencia, que del pan que se lleva a la boca. Los principios sociales del cristianismo hacen al hombre miedoso y trapacero, y el proletariado es revolucionario». (Karl Marx; El comunismo del Rheinischer Beobachter, 12 de septiembre de 1847)

En materia religiosa este «filósofo reputado nos dice»:

«La Iglesia heredó el derecho romano y la filosofía griega y les dio un impulso gigantesco que en cierto modo fue lo que hizo la transición de la Edad Media a la Edad Moderna». (ABC; Entrevistando a Gustavo Bueno, 2015)

Bajo su idea de «ateísmo católico», que es otro sin sentido más, se atreve a declarar que la filosofía contemporánea debe recuperar y pagar tribuno a esta escolástica, y que su filosofía así lo hace:

«El arcaísmo de decir que la escolástica es un residuo medieval, ¿pero esto qué es? (…) Por eso la recuperación de toda la filosofía española. (…) Y esto solo puede decirlo quien posea un sistema filosófico actual, que sea tributario directamente de esta filosofía, cuando no se tiene ese sistema no se puede hablar de esto. (…) Se puede necesitar recuperar, sino será una mera función ornamental». (Gustavo Bueno; España, 14 de abril de 1998)

Esto contrasta con lo que dicen los filósofos marxistas:

«Lo más típico de la escolástica fue lo siguiente: la sumisión a la teología; el idealismo y el ascetismo hipócrita. (…) Un método abstractamente lógico, formalista, encaminado, no a descubrir algo nuevo, sino a consolidar y sistematizar la verdad absoluta «revelada por dios». (…) Adaptación de sus fines de las doctrinas de los antiguos filósofos idealistas, principalmente la de Aristóteles, falsificada y convertida en teología metafísica. (…) La iglesia miraba con mucha sospecha a estos elementos de la ciencia y de la instrucción antiguas, que en uno u otro grado salieron a relucir mediante la escolástica. Muy significativo en este aspecto es la persecución y acusación de herejía. (…) El imperio de la dogmática muerta estaba relacionado con el nivel sumamente bajo de las ciencias naturales y el estancamiento de la producción medieval, de la vida económico-social en general». (Profesor A. V. Shcheglov y un grupo de catedráticos de la Academia de Ciencias de la URSS; Historia general de la filosofía; de Sócrates a Scheler, 1942)

En el campo cultural, para intentar hacer pasar su mercancía nacionalista, los seguidores del «materialismo filosófico» de Bueno, olvidan adrede el axioma de que:

«En cada cultura nacional existen, aunque no estén desarrollados, elementos de cultura democrática y socialista, pues en cada nación hay una masa trabajadora y explotada, cuyas condiciones de vida engendran inevitablemente una ideología democrática y socialista. Pero en cada nación existe asimismo una cultura burguesa –y, además, en la mayoría de los casos, ultrarreaccionaria y clerical–, y no simplemente en forma de «elementos», sino como cultura dominante. Por eso, la «cultura nacional» en general es la cultura de los terratenientes, de los curas y de la burguesía. (…) Al lanzar la consigna de «cultura internacional de la democracia y del movimiento obrero mundial», tomamos de cada cultura nacional sólo sus elementos democráticos y socialistas, y los tomamos única y exclusivamente como contrapeso a la cultura burguesa y al nacionalismo burgués de cada nación. Ningún demócrata, y con mayor razón ningún marxista, niega la igualdad de derechos de los idiomas o la necesidad de polemizar en el idioma propio con la burguesía «propia» y de propagar las ideas anticlericales o antiburguesas entre los campesinos y los pequeños burgueses «propios». (…) Quien defiende la consigna de la cultura nacional no tiene cabida entre los marxistas, su lugar está entre los filisteos nacionalistas». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Notas críticas sobre la cuestión nacional, 1913)

Los conceptos que Gustavo Bueno manejaba sobre España eran muy básicos y conocidos:

«Se ha constituido necesariamente en los términos del materialismo histórico, y se ha constituido precisamente como imperio católico. (…) La constitución de España es la constitución de un imperio católico, católico quiere decir como todos sabemos, universal (sic). (…) Para la doctrina de España, como constitución, como sintaxis histórica, no hace falta recurrir a número de factores, aunque que los hay, ¿por qué? Porque yo creo que España hay que explicarla a partir de un factor que está dado a la misma escala que España estaba llegando ya, pero que es distinto. (…) Este factor es el imperio romano. Éste es un imperio que pretende ser universal. (…) Inmediatamente fundaron ciudades, ofrecieron la lengua, y en la época de Caracalla dieron la ciudadanía a todas las ciudades del imperio. (…) Cuando se contempla un imperio depredador como el inglés, y uno generador, generador de otras ciudades, en este caso de la URSS, o el imperio romano tradicional, cuando estas dos estructuras se comparan. (…) Son indiscernibles». (Gustavo Bueno; España, 14 de abril de 1998)

Como el lector puede constatar, aunque aquí juegue a hacerse pasar por alguien que comprende, domina y aplica el marxismo hablándonos de «materialismo histórico», lo cierto es que sus términos inventados, y sobre todo los significados que les da, lo encaminan inevitablemente hacia el reaccionarismo más idealista, subjetivista, chovinista y hasta clerical. Un instrumento que favorece a las élites explotadoras:

«En las sociedades anónimas tenemos juntos y completamente fundidos a capitalistas de diferentes naciones. En las fábricas trabajan juntos obreros de diferentes naciones. En toda cuestión política realmente seria y realmente profunda los agrupamientos se realizan por clases y no por naciones. (…) Quien quiera servir al proletariado deberá unir a los obreros de todas las naciones, luchando invariablemente contra el nacionalismo burgués, tanto contra el «propio» como contra el ajeno. (…) El nacionalismo militante de la burguesía, que embrutece y engaña y divide a los obreros para hacerles ir a remolque de los burgueses, es el hecho fundamental de nuestra época». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Notas críticas sobre la cuestión nacional, 1913)

El llamado imperio generador: una burda teoría imperialista para justificar el expansionismo y los crímenes chovinistas

Los conceptos de la Escuela de Gustavo Bueno como «imperio universal católico», donde siempre está hablándonos de las bondades de España como «imperio generador y no depredador», están más cerca de una exposición fascista de la cuestión nacional que una marxista.

El viejo filósofo y todos sus descendientes nos tratan de vender que el imperio español era positivo para la humanidad, que todo lo realizado por él fue grandioso porque tenía una afable «vocación universal», como si eso determinase lo positivo de una formación política y sus acciones en un momento determinado, como si eso fuese un análisis marxista de la historia.

«—Entrevistador: Volviendo a España…

—Gustavo Bueno: El imperio español sólo es comparable con el de Alejandro. El romano no fue universal porque fuera estaban los bárbaros. También sería universal la Unión Soviética». (La España Nueva, 21 de noviembre de 1999)

Contradiciendo toda la historiografía marxista y toda lógica, para Bueno el imperio romano, que dio pie a una de las religiones universales como el cristianismo, no fue un imperio universal porque fuera de las fronteras había «bárbaros» (sic). ¡¿Y acaso el imperio macedonio de Alejandro Magno o el imperio español de Felipe II no tenía «bárbaros» en sus fronteras o dominaban todo el mundo conocido?!

Aquí el nacionalismo español, vestido torpemente de ropajes marxistas, también eleva a la categoría de héroe a los mismos generales y capitanes de la conquista colonial tanto del siglo XV al siglo XIX, también se difunde la idea de que la Guerra de hispano-estadounidense de 1898 y la pérdida de las colonias fue una guerra defensiva de España, justa, ignorando las reivindicaciones que cubanos, filipinos y puertorriqueños ya habían desplegado ante el status de subyugación colonial que sufrían, lo cual llevo a varios levantamientos nacionales. Estos filósofos arrastran los mismos discursos que por aquel entonces publicaban los periódicos conservadores que «tachaban de traición a la patria» toda crítica a las campañas coloniales.

Hoy, los seguidores de Gustavo Bueno nos intentan vender que la brutalidad de Pizarro en Perú, de Cortés en México, del Duque de Alba en Flandes… es mera propaganda de la Leyenda Negra fabricada por la «pérfida Albión», que la colonización de América no solo era el «mal menor» entre la rapacidad del imperialismo británico, holandés portugués o francés, sino que para los pueblos americanos fue una suerte entrar a formar en el proyecto del imperio hispánico. Pi y Margall, que tenía más interés por la verdad histórica que estos lacayos de la historiografía franquista, ya puso en su lugar a este tipo de patrioteros:

«Considerábase en América tan conquistador como Hernán Cortés el último soldado: las depredaciones y las crueldades no tuvieron límite. (…) Ni con ser católicos escuchaban la voz de sus prelados. (…) Somos demasiado ignorantes, fanáticos, soberbios y crueles para ganarnos el corazón de los vencidos. Por la fuerza hemos querido en todas partes imponer nuestro Dios y nuestros dogmas. En parte alguna hemos sabido injertar nuestra civilización en las instituciones por que los pueblos dominados se regían. (…) Hasta sus jeroglíficos los quemamos suponiéndolos sugestión del diablo. (…) En mucho menos que a los caballos teníamos a los indígenas. En mucho menos estimábamos su vida: ávidos de oro, por miles los llevamos en las minas a la muerte. Horrorizan los crímenes que en ellos cometimos, crímenes atestiguados por casi todos los autores del tiempo de la conquista. Pudo más afortunadamente en esos hombres la voz de la verdad que la del patriotismo. ¿De qué nos sirvieron las colonias? Trajeron consigo la despoblación de la península, la rápida decadencia de las industrias florecientes, el encarecimiento de la vida, el espíritu de aventuras y el desprecio del trabajo que todavía constituye el fondo de nuestro carácter. La corrupción de las colonias refluye siempre a la metrópoli: no tardamos en tenerla aquí después de la conquista de América, como la tuvo Roma después de la conquista de España y las Galias». (Francisco Pi i Margall; Eusebio á Carlos, XCII, 14 de Septiembre de 1898)

La historiografía burguesa nos ha acostumbrado en demasía a estas visiones.

Ya hemos traído mucha documentación que acredita que en la URSS de Stalin hubo una enérgica condena de rehabilitar el chovinismo gran ruso durante los años 20 y 30. Pero si el lector no se convence de esto, podemos ver como a finales de los 40 se castigan los intentos de reexaminar la historia del zarato ruso bajo sofismas nacionalistas muy similares a los que hoy vemos en los seguidores de Gustavo Bueno. Así, en el artículo «Contra el objetivismo en la ciencia histórica» se decía muy claramente:

«Kach advirtió a la revista de historiadores «Historia Marxista» Nº4 de 1939, que en un artículo de su editor, el camarada Yaroslavsky «Tareas incumplidas en el frente histórico», él había escrito: «Cabe señalar que, en lucha contra las distorsiones antimarxistas de la escuela histórica de Pokrovsky, algunos historiadores cometen errores nuevos y no menos serios». El artículo señalaba que estos errores consistían en: 1) una interpretación incorrecta de la cuestión del llamado «mal menor», en los intentos de extender este punto de vista a todas las conquistas del zarismo ruso; 2) en la comprensión errónea de las guerras justas e injustas, en intentos de convertir todas las guerras de la Rusia zarista en guerras defensivas; 3) en la comprensión errónea del patriotismo soviético, al ignorar su contenido socialista de clase, en deslizarse al falso patriotismo. Es característico que algunos de estos errores encuentren su lugar en la colección «Contra el concepto histórico de Pokrovsky». No es difícil rastrear su huella en él. Los errores de Yaroslavsky se basaron en el deseo de embellecer la historia, ignorando el contenido de clase del proceso histórico tanto en su conjunto como en cada acontecimiento por separado. No menos peligrosos y dañinos son los errores que surgen nuevamente del enfoque no marxista de la historia, yendo en la línea de denigrar el pasado del pueblo gran ruso, subestimando su papel en la historia del mundo. (…) El nihilismo en la evaluación de los mayores logros de la cultura rusa y de otros pueblos de la URSS es el reverso de la adoración de la cultura burguesa de Occidente. Durante la Gran Guerra Patriótica [1941-1945], debido a una serie de circunstancias, la influencia de la ideología burguesa se intensifico en ciertos sectores de la ciencia histórica, especialmente en el campo del estudio de la política exterior, las guerras y el arte militar. El camarada Tarle repitió la posición errónea sobre la naturaleza defensiva y justa de la Guerra de Crimea [1853-1856]. Intentó justificar las guerras de Catalina II con la idea de que supuestamente Rusia luchaba por sus fronteras naturales, y que como resultado de las adquisiciones territoriales de ella, el pueblo soviético en la guerra contra el hitlerismo tuvo unas cabezas de puente salvadoras y necesarias para la defensa. Se intento reconsiderar la naturaleza de la campaña de 1813, presentándola como similar a la campaña de liberación del Ejército Rojo en Europa [durante 1943-1945]. Hubo demandas para reconsiderar el papel de la Rusia zarista como gendarme de la reacción y prisión de pueblos durante la primera mitad del siglo XIX. Si por un lado, algunos historiadores mostraron una tendencia perjudicial al negar cualquier influencia beneficiosa sobre los pueblos de nuestro país en cuanto a la economía y cultura rusa, por otro lado, se hizo un intento igualmente perjudicial para intentar eliminar la cuestión misma de la naturaleza colonial de la política del zarismo en las regiones nacionales. Se alzó el escudo contra los supuestos héroes del pueblo ruso, los generales. (…) Presentaron como supuestos héroes del pueblo ruso, a los generales Skobelev, Dragomirov, Brusilov, y en Armenia incluso lograron convertir a Loris-Melikov en héroe nacional. Algunos estuvieron de acuerdo en exigir abiertamente en que el análisis de clase de los hechos históricos fuera sustituido una evaluación de su progreso en general, en términos de intereses nacionales y estatales. Fue necesaria la intervención directa del Comité Central de nuestro partido». (Cuestiones de la Historia; Nº12, diciembre de 1948)

Este artículo hará colapsar a muchos socialchovinistas.

Para quien lo desconozca, el general Skobelev fue el encargado de la conquista de Asia central de 1881, haciéndose reconocido por su brutalidad contra los turcomanos. Dragomirov fue otro general participante de la Guerra Ruso-Turca de 1877-1878, una guerra entre potencias teocráticas por las áreas de influencias en los Balcanes. Brusilov fue un general participante en la Primera Guerra Mundial de 1914. Loris-Melikov fue un general de ascendencia armenia que llegó incluso a ser Ministro del Interior en el reinado de Alejandro II.

Gustavo Bueno como agente del imperialismo yankee

Siguiendo los lineamientos irracionales y subjetivistas de esta gente, aplicando la misma lógica, el actual imperialismo estadounidense seria un imperio «generador» porque también trata de homologar a sus «súbditos» tratando de imponer su dominación política y económica, así como su lengua, su forma y estilo de vida, y efectivamente como veremos más adelante, así es. ¿Qué supone esto?:

«Una de las líneas seguidas por la «campaña» ideológica, que va de la mano con los planes de avasallamiento de Europa, es el ataque contra el principio de la soberanía nacional, el ataque a todo lo que se opone a la idea de un «gobierno mundial», apelando a la renuncia a los derechos soberanos de las naciones. El propósito de esta campaña es ocultar la expansión desenfrenada del imperialismo estadounidense, que está violando despiadadamente los derechos soberanos de las naciones, y presentar a Estados Unidos como el campeón de las leyes internacionales, a la vez que se tilda de creyentes en un nacionalismo obsoleto y «egoísta», a todos los que se resisten a la penetración estadounidense. La idea de un «gobierno mundial» fue promovida por maniáticos intelectuales y pacifistas burgueses. Y está siendo explotada no sólo como un medio de presión que busca desarmar ideológicamente a las naciones que defienden su independencia frente al avance del imperialismo estadounidense, sino también como una consigna dirigida especialmente contra la Unión Soviética, que defiende infatigable y permanentemente el principio de la verdadera igualdad y la protección de los derechos soberanos de todas las naciones, grandes y pequeñas». (Andréi Zhdánov; Sobre la situación internacional; Informe en la Iº Conferencia de la Kominform, 1947)

Gustavo Bueno no comparte esa idea marxista de igualdad y la protección de los derechos soberanos de todas las naciones, grandes y pequeñas. Esto también se refleja en que debido a sus limitaciones nacionalistas ni él, ni mucho menos sus discípulos como Armesilla, condenan la política socialimperialista de la URSS de Jruschov y sucesores, lejos de ello, la abalan bajo las motivaciones ya comentadas. ¿Y cómo explican su caída? Resuelven dicha caída argumentando razones que nada explican, como que el imperio español, el imperio romano y la URSS cayeron no por razones político-económicas, sino porque no eran «imperios concebidos para caer» (sic) –una respuesta con un idealismo muy poco enmascarado–. Pero da ánimos a sus fieles arengando que el imperio español «cayó pero que sigue existiendo en los efectos que tiene en nuestro presente». Efectivamente señor Bueno, como cualquier imperio tiene repercusión en sus formaciones posteriores, como el imperio persa todavía retumba sobre los iraníes o el imperio otomano sobre los turcos, ¿y qué hay de transcendente en eso que no sepamos? ¿Eso hacía menos evidente el ascenso y consolidación de naciones como la armenia, siria, y otras? ¿Qué tiene que ver eso con que en España haya varias naciones que demanden el derecho de autodeterminación como hemos expuesto anteriormente? ¿Acaso esas contradicciones nacionales van a ser salvadas por ese «espíritu todavía presente» del imperio español? No lo creemos.

Hoy, este filósofo cumple el rol de ser un agente más del imperialismo con sus rebuscadas teorías:

«Como ejemplos de sociedades políticas regidas en nuestro siglo por la norma IV [imperialismo generador] hay que citar. (…) A los Estados Unidos de América por otro en tanto se presentan como garantes de la defensa de los derechos humanos y de las democracias» (Gustavo Bueno; Principios de una teoría filosófico política materialista, 1995)

También diría en otra ocasión:

«— Entrevistador: ¿EE.UU.?

—Gustavo Bueno: Ahora ejerce como tal. Es lo más parecido a Roma. Inglaterra, no. Fue un imperio depredador. Hay imperios generadores y depredadores». (La España Nueva, 21 de noviembre de 1999)

Efectivamente… si siguiéramos el mecanicismo de las propias ideas generales de Gustavo Bueno sobre su teoría sobre los imperios hasta sus últimas consecuencias, la mayoría de los pueblos del mundo se deberían dejar subyugar por el «imperio estadounidense» porque tiene rasgos de imperio generador teniendo un «mayor desarrollo de fuerzas productivas» y la famosa «vocación universal». Debido al material existente en nuestro medio, no nos detendremos aquí a desmontar de nuevo este tipo de teorías tercermundistas que justifican al imperialismo, y mucho menos, bajo nociones liberales de EE.UU. como defensor de los «derechos humanos».

Actualmente los seguidores de la Escuela de Gustavo Bueno alegan que una reedición similar del imperio español sería positiva, eso sí, se encargaban de no tratar de asustar a los pueblos y prometen que todo seria «debidamente adaptado a nuestros tiempos». ¡¿Pero qué se puede esperar de intelectualoides que nos venden que el imperialismo yankee también es positivo porque es un «imperio generador y universal»?! Viendo sus concepciones está claro que de proclamarse tal imperio de la demencia sería un nuevo dominio tanto colonialista como sobre todo neocolonial de España sobre otros pueblos. La teoría buenista del «imperio generador y no depredador» se desmonta desde el momento en que se observa que tanto «imperios generadores» como el imperio romano o el español, como los «imperios depredadores» como el británico, francés, se caracterizaban por igual por desarrollar infraestructuras en los países conquistados u ocupados. Esto es una dinámica precisamente inherente al imperio, y ya hablamos aquí no con conceptos vagos de «imperio», sino que nos referimos a la teoría leninista sobre el imperialismo como etapa superior del capitalismo, del monopolismo:

«La tercera contradicción es la existente entre un puñado de naciones «civilizadas» dominantes y centenares de millones de hombres de las colonias y de los países dependientes. El imperialismo es la explotación más descarada y la opresión más inhumana de centenares de millones de habitantes de las inmensas colonias y países dependientes. Extraer superbeneficios: tal es el objetivo de esta explotación y de esta opresión. Pero, al explotar a esos países, el imperialismo se ve obligado a construir en ellos ferrocarriles, fábricas, centros industriales y comerciales. La aparición de la clase de los proletarios, la formación de una intelectualidad del país, el despertar de la conciencia nacional y el incremento del movimiento de liberación son resultados inevitables de esta «política». El incremento del movimiento revolucionario en todas las colonias y en todos los países dependientes, sin excepción, lo evidencia de modo palmario. Esta circunstancia es importante para el proletariado, porque mina de raíz las posiciones del capitalismo, convirtiendo a las colonias y a los países dependientes, de reservas del imperialismo, en reservas de la revolución proletaria. Tales son, en términos generales, las contradicciones principales del imperialismo, que han convertido el antiguo capitalismo «floreciente» en capitalismo agonizante». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili; Stalin; Los fundamentos del leninismo, 1924)

Claro está, que quién no comprenda la época en que vivimos y las fuerzas motrices del progreso como estos señores, nos hablará todo el rato de naciones y sus pretensiones más o menos positivas, pero sin entender en ninguno momento el carácter de clase ni de las relaciones de producción.

La distorsión de la historia demuestra los delirios de grandeza de nuestros chovinistas

Gustavo Bueno, en su alto grado de patetismo llega a declarar por orgullo chovinista, que el Imperio Carolingio (768-843) es simplemente en palabras suyas una «fantasmada»:

«España es el primer imperio que se constituyó después de Roma. (…) El imperio de Carlomagno fue una fantasmada. (…) Como lo fue el Imperio Sacro Germánico. (…) No rebasaron ni Francia, ni Inglaterra, ni nada». (Gustavo Bueno; España, 14 de abril de 1998)

Estamos hablando de uno de los imperios más grandes de su época –justamente en un momento de extremo fraccionalismo territorial en Europa–, con un sistema fiscal notable para su época y una eficiente red de funcionarios reales. La conquista militar, incorporación al imperio y la progresiva transformación religiosa de los sajones y de otros pueblos es una muestra palpable de su ambicioso proyecto político. Su recuperación del derecho romano y todo su bagaje cultural bajo lo que se ha llamado el «renacimiento carolingio». ¿Si dicho imperio no tuvo transcendencia ni poder, entonces cómo explica la conquista de las tropas carolingias de ciudades como Barcelona o Gerona frente a las tropas musulmanas y la creación de sendos condados en lo que sería luego conocido como la «Marca Hispánica»? ¿Olvida acaso los lazos de dependencia ya existentes entre el Reino de Pamplona con los carolingios que procedían desde la época anterior de los merovingios? ¿Cómo explica la misma sumisión del condado de Aragón, sino como la muestra de la dependencia prolongada de estas zonas hacia los francos? Sin duda se retrata él solo.

Uno de sus sucesores, el Sacro Imperio Romano Germánico (962-1806) también es calificado de mera «fantasmada» sin relevancia. Aunque acabase derrotado, lo cierto es que fue durante mucho tiempo una formación política clave en cuanto a mantener el pulso en la pugna imperio-iglesia en Occidente, albergó un fuerte control en las florecientes ciudades del Norte de Italia y parte Oriental de Francia así como más allá del río Elba; de hecho, este imperio fue el impulsor junto a la Orden Teutónica de las mayores expediciones colonizadoras y evangelizadoras hacia los territorios eslavos y bálticos del Este que ya había iniciado Carlomagno. Este imperio sería testigo principal de grandes ciudades prósperas como Lübeck o poco después Hamburgo. ¿Qué rigor cabe asistir a este hombre como historiador bajo estos comentarios que rezuman total ignorancia? ¿Acaso la extensión territorial define si es un imperio en la antigüedad? ¿Acaso su duración? ¿Acaso que tuviese una estructura más descentralizada? Cualquier historiador contestaría que no son preguntas serias, pero aquí de lo que se trata según la estrategia de Bueno es simplemente de desprestigiar y hacer de menos el protagonismo hegemónico, que quiérase o no, tuvieron también otros pueblos en determinadas etapas y zonas de Europa. Estos comentarios son sumamente curiosos, porque en otra conferencia se desdice de sus conceptos utilizados. Buscando los orígenes de la «nación española» se retrotrae a Roma y después al Reino Visigodo, allí defiende que el Reino de Asturias (718-924), un reino mucho más efímero y mucho más pequeño, sí debe de ser tenido en cuenta en la historia:

«Una identidad que se creó, precisamente a partir de los reyes asturianos, esta identidad se mantuvo mucho más, y por encima de esa fractura de la unidad, en eso que llamamos reconquista. (…) Nada de minúsculo, ya quisieran muchos Estados actuales europeos tener la magnitud que alcanzó el reino de Alfonso II o III. (…) En absoluto era pequeño, era un reino imperialista desde el principio». (Gustavo Bueno; España como nación, 2015)

Primero. Durante 710-1492 las alianzas de los musulmanes con los cristianos o viceversa, para derrocar a una dinastía o facción rebelde, no serían tampoco una extrañeza en estos siglos, sino algo a tener en cuenta y normalizado. Véase el apoyo del Rey musulmán Zafadola en favor de Alfonso VII contra el rey musulmán Texufín. Los servicios del Cid Campeador al Rey de Zaragoza, el musulmán al-Muqtadir, son también un hecho indicativo de las relaciones pragmáticas de este tipo. La alianza entre los vascos y los musulmanes –la familia Banu Qasi– para derrotar a los ejércitos de Carlomagno en la segunda Batalla de Roncesvalles. Las luchas entre el Rey Lobo de la Taifa de Murcia frente al imperio almohade –con apoyo de Alfonso VII hacia el primero–. Las constantes guerras entre Castilla y Aragón en los siglos medievales. De hecho, ¿cómo es posible que el fin de la presencia del poder musulmán se diese con la conquista del Reino de Granada en 1492, frente a unos reinos cristianos claramente superiores económicamente y militarmente? La tendencia de los reinos cristianos a partir del siglo XIII no fue acabar de expulsar a los reinos musulmanes, sino cobrarles tributos mientras se trataba de hacer la guerra y debilitar a los reinos cristianos competidores. Todo ello da a entender sobradamente que hay que huir de reducir los conflictos político-militares a cuestiones de «cristianos versus musulmanes», mucho más de conceptos identitarios que no existían en aquella época.

Estas alianzas solo le pueden parecer extrañas a quienes desconozcan la historia. Véase las peticiones de los príncipes protestantes al imperio otomano para derrotar a los reinos católicos o la alianza católico-protestante para aniquilar a los anabaptistas, otra rama del protestantismo. Incluso si el lector quiere más ejemplos, podemos irnos más para atrás aún: la rivalidad y guerras de las ciudades sumerias del 2.500 a.C. no son producto de «la lucha eterna entre los dioses tutelares de cada ciudad» como ellos creían, sino que como reconocen los historiadores materialistas de hoy, fueron conflictos motivados por cuestiones socio-económicas muy sencillas de explicar.

Gustavo Bueno piensa a fuerza de sus convicciones idealistas que entre los reinos cristianos de la península ibérica primaba la «identidad española» que se estaba gestando, en cuyo componente la religión cristiana toma un aspecto principal. Los hechos antes explicados demuestran al lector que lo que primaba entre los reinos cristianos y musulmanes de la península era el interés político-económico de sobrevivir y expandirse, no un concepto de nación española que no existía previamente y que era imposible que se forjase en una época donde el Estado estaba diluido y fragmentado bajo el poder del feudalismo. Como desmontó correctamente el marxista alemán Mehring, las ideas nunca tienen primacía ante la base material existente, por tanto la religión o las «ideas nacionalistas» del Medievo son consecuencias de la base económica y sus derivados y no al revés:

«Con toda razón considera Marx que toda historia de la religión que prescinda de su base material es no crítica. En efecto, resulta mucho más sencillo encontrar el núcleo terrenal de las fantasías religiosas por análisis, que a la inversa, desarrollar las formas celestiales a partir de las condiciones de vida reales en cada caso. Pero éste constituye el único método materialista y, por consiguiente, el único método científico. (…) El cristianismo tuvo un origen puramente económico; constituía éste una religión social, una religión de masas, una religión universal, que surgió sobre el suelo del imperio romano universal y de las distintas ideologías de los pueblos que lo componían, bajo el efecto que producía en el espíritu y en el ánimo de los hombres el incomprensible proceso del derrumbe económico. Y con cada cambio del modo de producción se modificaba más o menos aceleradamente el contenido espiritual de la religión cristiana». (Franz Mehring; Sobre el materialismo histórico y otros escritos filosóficos, 1893)

Segundo. Para ser justos históricamente hablando, y sin desmerecer para nada la transcendencia del Reino de Asturias, lo suyo sería decir que ya hubiera querido Alfonso II o III tener en su reino la magnitud y extensión del Imperio Carolingio bajo Carlomagno o del Sacro Imperio Germánico bajo Otón I. Pero esto es lo que hace el fanatismo: sobredimensiona lo propio y desprecia lo ajeno. ¿Qué tipo de discurso es este? Uno romántico-nacionalista muy común ya comentado otras veces:

«Con el fin de hacer cuadrar los sueños del chovinismo nacional, hay autores que hablan que la nación catalana [y muchas otras] existe desde épocas medievales, lo cual no solo es antimarxista al hablar de naciones en la Edad Media, sino que todo discurso similar es sumamente tendencioso. Hay que entender de una vez que la historia medieval y sus formaciones políticas solo ayuda a entender el desarrollo y encaje posterior, pero no es algo lineal, ni determinante para entender todo lo que pasó siglos después, pues sobre todo, este tipo de teorías carecen de sentido cuando más ignoran los siglos posteriores, los cuales son, los decisivos en la conformación del capitalismo y por tanto, del concepto de nación moderno. Ciertamente, en el caso de lo que hoy forma España, si miramos la Edad Media, veremos como al final de ella la hegemonía de Castilla es la que lidera los procesos de conquista y los intentos de unificación del resto de reinos en lo que hoy se conoce como España, aunque no tendría el éxito esperado como sabemos. En cambio no se puede anticipar ni ligar demasiado el surgimiento posterior del nacionalismo catalán mirando a una época como la medieval o su final, ya que la propia Cataluña entró en un periodo de decadencia económica que precisamente le impediría defenderse efectivamente de sus competidores económicos y políticos castellanos y genoveses, lo que en cambio, contrasta con su florecer económico posterior y despertar nacional que veremos en el siglo XIX. Véase como otro ejemplo el caso italiano, donde el Reino de Piamonte lleva a cabo la unificación de Italia que se certifica finalmente en 1871, pero, ¿qué tiene que ver el panorama de dicho reino hegemónico con lo que ocurría en la época medieval e inmediatamente posterior, siendo Italia un conjunto de pujantes repúblicas como la de Florencia, Milán o Venecia, que fueron pereciendo ante el empuje de nuevos reinos italianos bajo dominio francés o español? Es absolutamente un paralelismo mecánico, que demuestra los límites de las comparativas». (Equipo de Bitácora (M-L); Estudio histórico sobre los bandazos políticos oportunistas del PCE (r) y las prácticas terroristas de los GRAPO, 2017)

La escuela de Gustavo Bueno ha dado sus frutos, y hoy entre sus discípulos disciplinados nos sueltan perlas antihistóricas que siguen su legado:

«Pedro Ínsua: Mientras se está cayendo un imperio, que no es moco de pavo, y los políticos del siglo XIX, muy maltratados por cierto por la historiografía del siglo XX, intentan salvar los trastos del mayor imperio que hubo jamás». (La izquierda y los nacionalismos en España, con Paco Frutos, Pedro Ínsua y Santiago Armesilla, 2018)

¿Es el imperio español el mayor imperio que hubo jamás en cuanto a qué? ¿Más transcendente en la historia que el imperio romano? ¿Más extenso que el británico o mongol? Ni en lo uno ni en lo otro acertarían. A este discurso sobre la historia no se le puede llamar marxismo, no se le puede considerar un análisis bajo el materialismo histórico, porque no es un discurso patriota e internacionalista, es nauseabundamente antimarxista porque bebe del nacionalismo más subjetivista y distorsionador de la verdad histórica, el cual intenta estirar hasta el máximo un relato engrandecido de lo propio y se trata de denigrar lo ajeno.

¿Qué autores tienen de referencia la Escuela de Gustavo Bueno?

Uno de los discípulos de Gustavo Bueno como bien conocemos todos es Santiago Armesilla, que se reconoce a la vez como buenista y marxista. ¿Cómo es eso posible si es evidente la incompatibilidad de ambas escuelas? Elementos como Armesilla no son sorpresivos ni casuales. Él mismo es un personaje que hasta hace no mucho estaba en las filas del Partido Comunista de España (PCE). Eso nos demuestra de paso hasta qué punto el mundo revisionista acoge en su seno a socialchovinistas. Poco después… Armesilla intentó fundar su proyecto político Izquierda Hispánica (IH), la más gráfica materialización del socialfascismo en España. En su manifiesto «Fundamentos ideológicos de Izquierda Hispánica» de 2014 encontramos cosas tan variopintas como la reivindicación de Gustavo Bueno, Slavoj Zizek, Rolando Astarita, Miguel de Unamuno, Francisco Suárez, Juan de Mariana, Juan de Santo Tomás, Luis de Molina, Platón, Mariátegui, «Ché» Guevara, Trotsky, Rosa Luxemburgo, Simón de Bolívar, Napoleón Bonaparte, entre otros. Este proyecto político fracasó estrepitosamente tanto en España como en Iberoamérica, y era normal visto la coctelera ecléctica –aunque eso sí, hay que reconocer la predominancia de autores revisionistas, nacionalistas y religiosos–, pero no descartamos que sus restos se fusionen ahora en RC o Vox. El tiempo dirá…

Armesilla, pese a declararse más patriota que nadie, en realidad no lo es desde el punto de vista marxista, no solo porque sea un nacionalista-chovinista, sino porque un patriota trataría de rescatar las figuras e ideas más progresistas de su historia. En cambio él, en un alegato increíble llega a proclamar que:

«Santiago Armesilla: Realmente en España nunca ha habido una construcción teórica marxista propia. (…) A diferencia de Portugal donde tenemos a figuras como Álvaro Cunhal. (…) A diferencia de Rusia, Vietnam, China, Laos, Corea del Norte». (La izquierda y los nacionalismos en España, con Paco Frutos, Pedro Ínsua y Santiago Armesilla, 2018)

Suponemos que los escritos de socialistas utópicos como Pi y Margall, de los primeros marxistas en España como Pablo Iglesias Posse, y después de gente como José Díaz, Pedro Checa, Elena Ódena y sobre todo Joan Comorera –un gran teórico en general y reconocido experto en cuestión nacional como demuestran sus informes aprobados por la Internacional Comunista–, deben serle desconocidos o desechables. Pero las figuras y teorías de los regímenes revisionistas sí le parecen «grandes desarrollos del marxismo aplicados a la situación nacional concreta». Los autores de la escolástica española, los reaccionarios como Unamuno o las históricas figuras del nacionalismo burgués como Bolívar y Napoleón que tan criticadas fueron por Marx, sí son figuras a reivindicar como pretendía en su manifiesto de Izquierda Hispánica…

¿Qué tipo broma pesada es esta? Luego se queja agriamente de que le tachen de «nacional-bolchevique», y efectivamente, no es otra cosa que un nazbol, esto es, un nazi que trata de mantener un folclore y pose bolchevique.

Como ya proclamaron todos los clásicos, las leyes de la revolución a nivel específico-nacional, no pueden saltar por encima de las leyes de la revolución a nivel general que marca una época. Toda revisión injustificada de dichos patrones alegando cuestiones específicas llevan a un nacionalismo vulgar. De ahí que Stalin advirtiese a Mao en 1949 que no puede existir un «socialismo de características chinas». El empecinamiento de Mao en su idea oportunista llevaría a que en 1957 proclamase abiertamente que la burguesía nacional en China mantenía podía mantener un tipo de contradicción no antagónica con el proletariado. Las consecuencias de dichas teorizaciones conciliadoras con las clases explotadoras, son evidentes en la China de hoy como gran potencia socialimperialista.

Esta escuela bajo su propia visión de progresismo e internacionalismo particular, apoya a todo que huela a nacionalismo político, ha sido un notable promotor de los procesos del «socialismo del siglo XXI» como se ve en el artículo de Santiago Armesilla: «Las tres vertientes del desarrollo económico latinoamericano y su influencia en la integración continental: neoliberalismo, neodesarrollismo y socialismo» de 2018. Allí nos intenta vender como en su día el líder de Podemos Pablo Iglesias… que en Nicaragua, El Salvador, Venezuela, Argentina, Brasil, Bolivia, se ha adoptado un «nuevo modelo socialista», que sus políticas suponen un «nuevo desarrollo económico». En 2020, como constatará cualquier observador imparcial, el «socialismo del siglo XXI» no solo no ha avanzado en la destrucción del capitalismo y de las diferencias de clase, sino que ha consolidado sus bases. El poder político materializado de esta ideología socialdemócrata-populista-nacionalista se ha ido desmoronando en la mayoría de países hasta el punto de perder el gobierno en algunos lugares –Ecuador, Brasil, Bolivia–. En los que aún sobrevive a duras penas, sus modelos económicos siguen siendo fiel reflejo de su maestro: el castrismo, esto es, frustrados vasallos del mercado capitalista mundial y totalmente sumisos a la deuda externa; y es que absolutamente ninguno de esos países ha podido superar «el modelo del extractivismo de monocultivo y la exportación de materias primas» del que habla él mismo, por lo que no ha habido avance sustancial en cuanto a recuperar soberanía nacional, incluso se han visto obligados a aplicar salvajes ajustes con recetas neoliberales. Ante la crisis del chavismo, éste se había ofrecido a que PDVSA, empresa pública petrolera venezolana, se privatizase en favor de la empresa española Repsol, la situación es tan nefasta, que la empresa española no sólo se negó sino que cada vez está reduciendo más su presencia en el país.

Véase la documentación existente sobre Venezuela por poner un ejemplo de lo que afirmamos.

– Equipo de Bitácora (M-L): «Las causas reales de la permanente crisis político-económica venezolana» de 2018.

-Equipo de Bitácora (M-L): «Unas aclaraciones sobre la crisis política en Venezuela» de 2018.

El despropósito de este tipo de gente sobre la cuestión nacional y su chovinismo mal disimulado es evidente. Todos beben del maestro de todos ellos: el «gran filósofo» y mejor charlatán; Gustavo Bueno, que en palabras de Armesilla ¡ «superó al materialismo dialéctico del marxismo»!:

«El maestro y genio Gustavo Bueno Martínez, adelantado a su tiempo, y creador del Materialismo Filosófico, que puso los puntos sobre las íes a las fisuras del Materialismo Dialéctico, mientras este iba abocándose al precipicio». (Izquierda Hispánica; Adiós a Izquierda Hispánica, 2015)

Sobra comentar que ni Armesilla ni Bueno en su día llegaron a comprender que la caída de la URSS fue resultado de las reformas del revisionismo en lo político, económico y cultural. La filosofía de entonces no era sino un pobre reflejo formal de lo que en su momento fue, con sendas revisiones injustificadas de la doctrina. Ahí están las obras de los filósofos como Yudin, Konstantinov, Rosental y muchos otros que a partir de finales de los 50 evidencian su renuncia a los principios filosóficos-políticos expuestos años, dando la espalda a sus laureados trabajos de la época de Stalin. Compárese el manual «Materialismo histórico» de 1950 con su versión reeditada y de 1954. Y en el campo económico, compárese la obra culmen de Stalin en esta cuestión: «Problemas económicos del socialismo en la URSS» de 1952, con el «Manual de economía política» de 1954.

En otra cómica intervención, según Armesilla, ante la supuesta falta de referentes marxistas, lo mejor que tendría España es el «materialismo filosófico» de Gustavo Bueno (sic):

«No hemos tenido jamás, un marxismo netamente español. Y por extensión diría que incluso escrito en español. Lo que más se ha acercado a mi juicio. (…) Es el materialismo filosófico de Gustavo Bueno, que a su manera es marxista». (La izquierda y los nacionalismos en España, con Paco Frutos, Pedro Ínsua y Santiago Armesilla, 2018)

¡¿Se puede concebir concepción más revisionista que proclamar que «a su manera» una figura es «marxista»?!

Para quien no conozca todavía al ídolo de barro favorito de los revisionistas contemporáneos, podríamos decir que este «materialismo filosófico» de Gustavo Bueno se presenta como una especie de nacionalismo vestido de «humanista» que profesa un subjetivismo a ultranza, el cual trata de disimular en muchas cuestiones presentándose como una «tercera vía», mezclando ideologías contrapuestas:

«Sí soy marxista. (…) El marxismo es un episodio de la historia, de la cultura, de la sociedad y del pensamiento, que ha influido decisivamente en el curso de la humanidad y que no se puede prescindir de él. Por la misma razón que soy aristotélico, soy tomista». (Fernando Sánchez Dragó: Entrevista a Gustavo Bueno, 2015)

El subjetivismo como base del análisis histórico

Aristóteles fue declarado por Marx como el más grande pensador de la antigüedad, lo que no le impidió ser criticado por el idealismo y metafísica que llevaba consigo acuestas, esto también puede ser visto en los comentarios filosóficos de Lenin sobre él. Pero un marxista, ¿qué puede reivindicar hoy de Tomas de Aquino, padre del pensamiento medieval y de la escolástica que precisamente manipuló adrede los pensamientos progresistas de Aristóteles hasta hacerlo un cristiano antes de la existencia del propio cristianismo? ¿Qué se puede reivindicar exactamente de uno de los mayores ideólogos del oscurantismo medieval, quien pretendiera sin pudor «conciliar fe y razón»? Absolutamente nada. Pero no olvidemos que para esta gente, el eclecticismo por encima de todo principio de coherencia es la bandera que portan sin vergüenza.

El problema de Gustavo Bueno que nuclea todo su pensamiento es su subjetivismo, su libre y tendenciosa interpretación de todo autor. Pongamos un ejemplo simple. Llegaría a declarar que Marx o San Agustín eran anarquistas:

«Resulta que Marx era anarquista, eso es lo curioso, lo que se olvida, el verdadero anarquista, que necesitaba al Estado como una fase necesaria para destruir al Estado. (…) A cierto nivel [el pensamiento de Marx] no hay ninguna contraposición [con el anarquismo], solamente fases. (…) San Agustín es uno de los primeros anarquistas de nuestra civilización. Toda su obra es contra el Estado». (XV Encuentros de Filosofía, 2010)

Del primero no hace falta refutar lo obvio: el lector puede estudiar las polémicas de Marx contra Proudhon y Bakunin, y verá que no solamente se diferencia el marxismo del anarquismo en la cuestión de la eliminación del Estado y cómo llegar a dicha etapa, sino de todo el entramado filosófico. Del segundo, un pensador religioso al cual Bueno intentaba rehabilitar siempre que podía, no podemos decir que fuese precisamente un anarquista ni siquiera en el sentido de ir contra el Estado. San Agustín superó su maniqueísmo a base del neoplatonismo –sobre todo de Plotino– que influenció decisivamente en su pensamiento. De ahí su preferencia por la contemplación intelectual, el ascetismo y el intimismo como vía más corta a la salvación, siempre más preocupado de la unión con dios que de lo terrenal, pero cuando habla de su visión del mundo terrenal, San Agustín siempre describía en sus esquemas, un Estado teocrático –el agustinismo político posterior, aunque ciertamente exagerado, es solo una consecuencia de sus propias palabras–:

«Por eso debemos usar más bien de las cosas temporales que gozar de ellas, para poder gozar de las eternas. (…) La paz del hombre mortal con Dios es la obediencia bien ordenada según la fe bajo la ley eterna. La paz entre los hombres es la concordia bien ordenada. La paz doméstica es la concordia bien ordenada en el mandar y en el obedecer de los que conviven juntos. La paz de una ciudad es la concordia bien ordenada en el gobierno y en la obediencia de sus ciudadanos. La paz de la ciudad celeste es la sociedad perfectamente ordenada y perfectamente armoniosa en el gozar de Dios y en el mutuo gozo en Dios. La paz de todas las cosas es la tranquilidad del orden. Y el orden es la distribución de los seres iguales y diversos, asignándole a cada uno su lugar». (San Agustín, La ciudad de Dios, 426)

En su más famosa obra nos hace un repaso histórico de los imperios y reinos paganos, de los cuales explica su caída por adorar a dioses falsos o por no atenerse lo suficientemente a la «ciudad de dios» y acercarse a la «ciudad terrenal. Este será una reminiscencia del dualismo maniqueísta de lucha constante entre el bien y el mal que se da, según San Agustín, también en cada individuo. Queda más que demostrado que esta honda manipulación de de distintos autores clásicos de la filosofía ha sido la nota común de Gustavo Bueno y su pensamiento.

La Escuela de Gustavo Bueno y sus intentos de blanquear al fascismo

Existe un trabajo donde Gustavo Bueno coparticipó con otro de sus alumnos aventajados. Allí nos decía del famoso fascista español Ramiro Ledesma:

«Debemos recordar que en el Manifiesto inicial [La Conquista del Estado, Nº1, 14-IV-1931], el punto 6° indica: «Afirmación de los valores hispánicos»; el punto 7.° señala: «Difusión imperial de nuestra cultura». El 10 ataca el separatismo, y el 16 solicita la «lucha contra el farisaico caciquismo de Ginebra», y la «afirmación de España como potencia internacional». Leemos lo que es «Imperio» para Ramiro Ledesma. Escrito en 1931 está: «El imperio hispánico ha de significar la gran ofensiva: nueva cultura, nuevo orden económico, nueva jerarquía vital». Ledesma pide una revolución nacional, «vigorizadora, sobre todo, de la unidad de España», con «un sentido social». (Francisco Díaz de Otazu Guërri bajo la dirección de Gustavo Bueno; Apuntes hacia la filosofía de Ramiro Ledesma, 2000)

De hecho Gustavo Bueno mostraría su verdadero cariz fascista diciendo que:

«No cabe duda que Ledesma advirtió, junto con otros muchos teóricos, la relevancia que tenía el Imperio en la Historia de España, y ello constituye un gran mérito suyo, que sólo desde posiciones sectarias podrían minimizarse». (Gustavo Bueno; Dialéctica de clases y dialéctica de Estados, 2001)

Insistimos, esta es la figura que algunos usan hoy para apoyar sus «análisis marxistas». Triste pero cierto.

Gustavo Bueno dedicó su vida a la defensa de las ideas que conocidos fascistas vertían en diversos medios de comunicación. Véase su obra: «Lo que queda de España, de Federico Jiménez Losantos» 1979.

Actualmente ha sido visto en varias conferencias con el líder fascista Santiago Abascal, como se vio en la Escuela de Verano de DENAES en 2012. Esto viene de la idea de que:

«Carece de sentido hablar de «alianzas de la izquierda con la izquierda», es posible en cambio hablar de alianzas de la izquierda –de algunas corrientes suyas– con algunas modulaciones de la derecha». (Gustavo Bueno; Educación para la ciudadanía, una crítica desde la izquierda, 2009)

Estas relaciones repugnantes ya demuestran el mito de Gustavo Bueno como marxista o como filósofo mínimamente progresista. Estos comentarios recuerdan a las infames declaraciones anarquistas de Manuel Sacristán, que se lamentaba de no haber podido alcanzar un acuerdo con el fascista José Antonio Primo de Rivera. Pero los comunistas no abrazan el nacionalismo ni tratan de imponer soluciones forzadas a los pueblos, y menos bajo teorías idealistas que superponen la cuestión nacional a lo social, diluyéndose en un nacionalismo que firmaría cualquier formación burguesa.

Los actuales líderes de Vox están vinculados con la fundación DENAES fundada por los discípulos de Gustavo Bueno. Esto es algo de dominio público:

«La influencia del materialismo filosófico sobre Vox no sólo se produce a través de la lectura que hace Abascal de la obra de Bueno. Se afianza a través del trato personal y la impronta del filósofo y sus discípulos en DENAES (Fundación para la Defensa de la Nación Española). Esta institución ha sido clave también en la buena relación personal que el líder de derechas y otros miembros de la formación, como Iván Espinosa de los Monteros –vicesecretario de Relaciones Internacionales–, mantienen con los discípulos del autor de España no es un mito. El patronato actual de DENAES está integrado por tres personas. Junto al empresario Ricardo Garrudo están Santiago Abascal y Gustavo Bueno Sánchez, hijo de Gustavo Bueno y presidente de la fundación que lleva el nombre de su padre. Los tres han colaborado de forma estrecha desde diciembre de 2005, cuando se celebró en el Hotel Landa de Burgos una reunión que se considera la fundación de la entidad. El director de la organización es otro gran discípulo del filósofo, Iván Vélez. (… ) El presidente de Vox confirmó a EL ESPAÑOL este punto. Dijo que «Gustavo Bueno es sin duda alguna una de mis influencias, en la afirmación de España como nación. No sólo el planteamiento con el que se acerca al país, sino también la propia retórica contundente que utiliza para su defensa». (…) (…) Los discípulos de Bueno no se han integrado en Vox, a pesar de que miran con simpatía a este partido con un discurso en defensa de la nación española que considera que ellos han inspirado. El partido de Abascal sí que mantiene «las puertas abiertas» a que se afilien si así lo desean, según confesó a este periódico el político vasco. «En todo caso, es importante que la sociedad civil fuera de los partidos sea fuerte, por lo que es necesario que no todo se integre en la actividad política. A veces se puede hacer mucho a favor del bien común y la unidad de España desde fuera de la política», añadió». (El Español; El ala marxista de Vox inspirada por Gustavo Bueno: los extremos se tocan, 2019)

Como apunte, decir que las simpatías de los discípulos de Gustavo Bueno no solo se reducen a simpatizar con Vox, sino que además se han dado incorporaciones a Vox, Iván Vélez mismamente es el mejor ejemplo de ello. Por si alguien no conoce quien es este individuo, puede consultar las diversas entrevistas que el fascista Federico Jiménez Losantos le ha realizado. El lector estará de acuerdo con nosotros en que Losantos no se caracteriza precisamente por dar voz a nadie que no sea de su mismo pensamiento. Joaquín Robles, de la Fundación Gustavo Bueno está en el Congreso de los Diputados por Vox.

En esta fundación se defienden posturas ultraconservadoras comunes a Vox:

«Iván Vélez, discípulo de Gustavo Bueno. Unos se oponen a la interrupción voluntaria del embarazo desde «posturas totalmente materialistas, al considerar que es una barbaridad su uso como método anticonceptivo», sostiene Vélez. Los otros lo hacen por diversas causas, que Santiago Abascal detalla a este periódico: «Nuestra defensa de la vida tiene que ver con la defensa del ser humano y su dignidad, algunos lo podemos hacer desde una óptica humanista religiosa y otros lo hacen sin ese componente religioso». (El Español; El ala marxista de Vox inspirada por Gustavo Bueno: los extremos se tocan, 2019)

Desde luego, es una broma llamar «marxista» o «materialista» a cualquiera de las teorías y declaraciones de estos intelectuales ultraconservadores, ya que precisamente son el súmmum del idealismo, subjetivismo y del eclecticismo ideológico. Gustavo Bueno ha sido conocido por tesis homófobas, antiinmigración, negacionistas de la acción del hombre en el cambio climático, etc. Otro de los discípulos de Gustavo Bueno decía:

«Yo hace tiempo que he planteado que el fascismo sería hoy en el 2005 una ideología que defendería a muerte los intereses de las clases medias –más del 70% de la población– frente al lumpen, los inmigrantes y la plutocracia capitalista». (Felipe Giménez Pérez; Fascismo, 2003)

¿Alguien imagina defensa más abierta del fascismo como ideología? Esto nos hace una idea de lo que es la filosofía de Gustavo Bueno y lo que ha causado; no solo su incomprensión de la cuestión nacional desde un punto de vista marxista, sino su abierta conexión con el fascismo. Lo cierto es que lejos de renegar del lumpen, el fascismo como movimiento burgués siempre se ha valido de él, y lejos de derrocar el capitalismo, siempre lo ha reforzado, actuando como su ejército mercenario privado.

Tenemos también a Axel Juárez Rivero, otro discípulo de Gustavo Bueno al cual se llama «maestro». Este caballero acostumbra a distorsionar y atacar la filosofía soviética de la época de Lenin y Stalin, en cambio no tiene problema en defender –creerá él que muy sutilmente– los movimientos reaccionarios, incluso el fascismo clásico sin sonrojo alguno:

«En Europa han surgido una serie de fuerzas políticas muy diversas, muy heterogéneas, que los medios, la prensa, los comentaristas han identificado como extremad derecha, como populistas, con una serie de términos muy oscuros, muy confusos, sin embargo nosotros vamos a calificarlas desde nuestras tesis. (…) «Es conservador, es reaccionario, es fascista»… y simplemente no se entiende nada. Con esas conceptualizaciones, tomando otros criterios de definición, nos evita, bloquea, esas formas de calificación, tan confusas, oscuras. (…) Este conjunto de derechas no alineadas, es lo que ha ocurrido con Trump en EEUU, con Bolsonaro en Brasil, y en Europa con toda una serie de fuerzas y partidos políticos que han comenzado a surgir. Por ejemplo, en Gran Bretaña la cuestión del Brexit con el ala más dura del Partido Conservador, el Frente Nacional de Le Pean, En Italia Salvini con el Movimiento 5 estrellas y la Liga del Norte que tuvo un cambió ahí de posiciones ideológicas, con Orbán en Hungría. (…) Las derechas alineadas serán aquel justo cuyo criterio es el antiguo régimen, las no alineadas serán aquellas derechas que no tendrían aquella conexión directa y clara con el antiguo régimen. (…) La derecha primaria, es justo la reacción del antiguo régimen contra la revolución, por ejemplo Metternich. (…) El otro tipo de derecha que se identifica es la derecha liberal. (…) La derecha-socialista. Partiría con Maura, la dictadura de Primo de Rivera, y el franquismo, con elementos de Falange, de José Antonio, que es muy interesante, y no se pueden tachar sin más de fascismo. (…) El fascismo o nazismo, tiene vertientes muy particulares, al no tener esas relaciones directas con el antiguo régimen, desde «El mito de la derecha» de Gustavo Bueno se afirma… podrían ser calificadas de izquierda o derecha. (…) Hay muy diversos tipos de nacionalismos, no se puede igualar, es en lo que hay que insistir… Yo estoy en contra de aquellos que dicen yo soy antinacionalista, ni nacionalista español ni nacionalismo catalán… O simplemente ya la palabra nacionalismo, es condenada de antemano. No todos los nacionalismos son iguales, ni todos los nacionalismos pudieran tener la misma escala». (Axel Juárez Rivero; Las derechas no alineadas y los nacionalismos, 2019)

Para Axel estos grupos políticos que cita al principio no se podrían identificar con «extrema derecha», «populismo» etc. porque le parecen términos muy «oscuros y confusos», pero como buen intelectual que vive en su burbuja, durante toda su conferencia no duda en sustituir dichos términos para recurrir a la jerga del líder de su secta, un lenguaje totalmente rimbombante, el cual cualquier trabajador de la calle no solo no comprendería, sino que lo poco que llegase a entender no dudaría en condenar como puras peroratas. Axel en lo que no duda demasiado es en identificar a estos grupos políticos como «derechas no alineadas», otorgándoles un estatus de partidos «renovadores» del antiguo régimen, presentándolos casi como «antisistema», cuando no son sino veladores de este mismo sistema, en concreto a través de las ideas más retrógradas del mismo. No por casualidad este tipo de relatos son los argumentos que hoy vende Vox, afirmando la famosa majadería de que Hitler o Mussolini tenían más que ver con la izquierda, el socialismo, incluso con el marxismo. Esto nace de la idea de hacer pasar al fascismo como un movimiento ajeno al propio capitalismo, incluso anticapitalista. Quien quiera saber más sobre estas teorías, véase nuestro documento: «¿Acaso el fascismo español falangista era realmente una «tercería vía» entre capitalismo y comunismo?» de 2014.

En la cuestión nacional, estos personajes casualmente nunca se reconocen nacionalistas pero siempre atacan con saña al nacionalismo que tienen delante suya. Estamos de acuerdo en que no es igual cualquier nacionalismo: en concreto, el marxismo enseña que no se puede igualar el nacionalismo de una nación opresora que el de una nación oprimida, y pese a todo, hay que exponer tanto a uno como al otro por el bien del proletariado de ambas zonas, pero casualmente estos autores defienden siempre el nacionalismo de la nación opresora sea donde sea que se geste el debate.

Existe toda una serie de títulos literarios y autores que promocionan todas estas ideas.

-María Elvira Roca Barea con su obra «Imperiofobia» de 2016.

-Iván Velez con «La leyenda negra» de 2014.

-Santiago Armesilla con: «El marxismo y la cuestión nacional» de 2017.

-Pedro Ínsua con: «1492: España contra sus fantasmas» de 2018, etc.

La lista es interminable, y cuentan con el respaldo de este tipo de sociedades que costean y difunden este veneno. No por casualidad están pagados por organizaciones fascistas como DENAES.

¿En dónde descansa la demagogia nacionalista de todos estos intelectuales? ¿Cuáles son sus referentes?:

«Una de las armas favoritas históricas del fascismo español –como de todo fascismo– ha sido la de establecerse y proclamarse como una «tercera vía» entre el marxismo y el liberalismo, entre comunismo y capitalismo, entre clase obrera y burguesía, pretendiendo ser mediador entre el primero y segundo, o como superador de ambos. Al hablar del régimen a establecer se negaba que el Estado fuese el instrumento de represión de una clase dominante sobre el resto, sino que pretendía valerse de su «neutralidad» para conciliar a todas las clases sociales, evitando las fricciones de clase. En este discurso hay un implícito pretendido fin de las ideologías, exactamente el mismo discurso recuperado por el neoliberalismo a efectos de perpetuar artificialmente la explotación capitalista y los modos de producción. Un discurso que ha hecho suyo desde siempre la socialdemocracia así como los revisionistas modernos, poniendo por delante el misticismo idealista de una conjunción de intereses artificiales como la llamada «comunidad de destinos de la nación» y su naturaleza «benévola de progreso», anteponiendo un pragmatismo conciliador para mitigar las contradicciones de clase, que una exposición científica del origen de esas contradicciones para resolverlas como hace el marxismo. (…) Anotar que como ya se ha repetido mil veces, la influencia de autores ultrarreacionarios como Nietzsche, Kierkegaard, Unamuno, Hegel, Ortega y Gasset, se hacen notar en los conceptos de moral, bondad, libertad, progreso, nación, militarismo, individualidad, etc. de los ideólogos del fascismo español». (Equipo de Bitácora (M-L); ¿Acaso el fascismo español falangista era realmente una «tercería vía» entre capitalismo y comunismo?, 2014)

Las reaccionarias soluciones para España según la Escuela de Gustavo Bueno

Algunos de los seguidores de Gustavo Bueno –como Armesilla– también reivindican el marxismo como uno de los pilares de su doctrina, pero siempre por debajo del superador «materialismo filosófico». Esta supuesta «influencia marxista» no les frena para que casualmente en la mayoría de temas terminen detrás de los posicionamientos de la más negra reacción. Si algo caracterizaba a Gustavo Bueno y es marca de la casa de sus seguidores, es la charlatanería. Gracias a un lenguaje ladino, realizan juegos de equilibrismo filosófico y político con el cual tratan de vender al público, con mucha confianza eso es cierto, ideas sumamente provocadoras y retrógradas, a veces incluso contrapuestas con otras declaraciones.

Enseñaremos algunas de sus ideas para «renegar a España» que hoy firman los ultraconservadores y los tiburones neoliberales:

«Desde esta perspectiva, los fundamentos por el «partido de España» tendrán que asentarse no ya tanto únicamente en la defensa de una integridad territorial, puesta en entredicho. (…) Nuestra propuesta quiere subrayar la idea de que la unidad de España, como unidad histórica, sólo mantendrá su sentido en el próximo milenio si se la considera no ya tanto como una unidad territorial o de mercado, o como una circunscripción administrativa orientada a mantener el orden público, o como una unidad de paisaje territorial, en todo caso artificial, sino como unidad de un territorio en el que viven los hombres que hablan en Europa el español. (…) Plan energético nacional que tome en consideración la energía nuclear. (…) Organización de un servicio nacional obligatorio para jóvenes de ambos sexos, con funciones sociales, militares, policiales, etc., sin posibilidad de objeciones de conciencia o de cualquier otro tipo de excepción. (…) Eliminación del concepto de «tercera edad, como edad del merecido descanso», y asignación a los pensionistas no impedidos de tareas obligatorias de interés asistencial, educativo o social. (…) Hay que contar incluso con la probabilidad de una política de gerontocidio que se insinúa en el presente de vez en cuando. (…) Eliminación del concepto de «colectivo de desempleados» y asignación a los parados y población ociosa, mediante retribución, de tareas de interés público. (…) Las diez propuestas ofrecidas no tienen una intención revolucionaria, en el sentido ordinario de este término. (…) Las propuestas que hemos presentado y defendido han sido formuladas con la intención expresa de mantenerse en situación de relativa independencia respecto de los programas de los partidos políticos del arco parlamentario español, ya sean estos partidos de izquierda, ya sean de derecha o de centro». (Gustavo Bueno; Diez propuestas, «desde la parte de España», para el próximo Milenio, 1995)

En todas estas cuestiones: nacional, ecológica, republicana, económica, política, etcétera, no hay rastro de un pensamiento marxista, si siquiera de algo mínimamente progresista. Otras propuestas como el servicio nacional obligatorio con funciones sociales, carecen de sentido en su sociedad que no se sale de los marcos del capitalismo, por lo que dichas medidas bajo tales enfoques tendrían el mismo odio y fracaso entre la población que ya ha causado históricamente en España. Otras, como eliminar el subsidio a parados, es un crimen bajo una sociedad como la capitalista que necesita eso que Marx denominó «ejercito de desempleados». El geronticidio, y más en la sociedad que él propone, solo cabe ser imaginado en la idea de un ser demente.

Como se ha comprobado, en lo que es la piedra de toque para distinguir a revolucionarios de oportunistas, como es la actitud a tomar versus la república en España, Gustavo Bueno llega a concluir que:

«España es una monarquía, ahora bien, ¿la monarquía es un atraso o un adelanto?, ¿con respecto a qué es un adelanto? ¿Con respecto a las hipotéticas futuras monarquías búlgaras, rumanas, o incluso rusas o portuguesas? (…) Si en el futuro hubiese monarquía en Bulgaria etc., en España sería un adelantado, sino es un arcaísmo». (Gustavo Bueno; España, 14 de abril de 1998)

Los marxistas definen la monarquía constitucional como una forma concreta que se da como forma histórica al nacer el capitalismo:

«Los ideólogos burgueses y reformistas, tratan de presentar el Estado de la sociedad explotadora como una organización por encima de las clases, no ligada a la clase dominante, no derivada de las relaciones de producción existentes. Marx, en cambio, demostró que en cada época el Estado es el representante de la clase dominante en la sociedad, y que expresa precisamente sus intereses de clase. El Estado depende enteramente del tipo de relaciones de producción. Las relaciones feudales de producción crearon el Estado de la monarquía feudal; y las relaciones burguesas de producción, la monarquía constitucional o la república democrático-burguesa». (Mark Moisevich Rosental; El método dialéctico marxista, 1946)

¿En qué lugar le deja a Gustavo Bueno dicha exposición de Rosental? Él jamás nos habla aquí como un marxista, en el sentido de exponer a la monarquía, la cual no deja de ser una forma política más de la dictadura del capital, y por tanto, una forma de poder político anticuada para nuestra época, donde el desarrollo socio-económico y cultural hace tiempo que ha mostrado que el capitalismo ha rebasado su progresismo. Por el contrario, Gustavo Bueno tirando de un burdo pragmatismo sorprendente, simplemente lo reduce todo a plantear la cuestión en términos cuantitativos: si existen muchos países con monarquía, España abanderará el progreso al ya tener una monarquía constitucional, si en cambio son las repúblicas democrático-burguesas lo que está en boga, nuestra monarquía está de más. Con esta lógica barata, si en la Segunda Guerra Mundial hubiera ganado la Alemania de Adolf Hitler y el resto de países de Europa hubieran caído bajo la bota nazi, según este razonamiento, la España de Franco hubiera sido progresista. ¿Este es el nuevo becerro de oro que adoran los casi marxistas? ¿En serio? ¿No tenéis algo más elaborado que presentarnos?». (Equipo de Bitácora (M-L); Epítome histórico sobre la cuestión nacional en España y sus consecuencias en el movimiento obrero, 2020)

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