Febrero es mes de aniversarios. Hace unos días se recordaba el séptimo aniversario de la llegada al poder del Gobierno nacido en Maidan, la revolución de la dignidad que una parte importante del país vio como un golpe de Estado en el que un Gobierno elegido en las urnas era derrocado por una serie de fuerzas que no tenían siquiera los votos suficientes para aprobar legalmente una moción de censura. Contra ese golpe de Estado se levantó la población de Crimea, que con rapidez y la confianza de tener de su lado a las tropas rusas estacionadas -legalmente y según los tratados bilaterales entre Rusia y Ucrania- en Sebastopol.
La evidente agenda nacionalista y la beligerancia del nuevo Gobierno causaron un rechazo inmediato en la población de Crimea, mayoritariamente de habla rusa. La rapidez con la que se actuó -en apenas unos días se tomó el Parlamento regional, se bloquearon las bases militares ucranianas y se convocó el referéndum de independencia- impidió que pudiera desarrollarse allí el escenario que apenas unas semanas después se iba a desarrollar en Donbass. La falta de experiencia y el deficiente estado de las tropas ucranianas estacionadas en la península hizo imposible que pudiera haber un uso de la fuerza contra una movilización que incluía a una parte mayoritaria de la sociedad. La amenaza de uso de la fuerza por parte de las tropas rusas negó a Ucrania toda posibilidad de utilizar medios militares para recuperar el control, perdido hace ahora exactamente siete años.
En ese contexto, y tras una reunión del Consejo de Defensa y Seguridad Nacional en la que se admitió que era imposible para Ucrania superar a las tropas rusas en Crimea, la solución del Gobierno interino de Turchinov-Yatseniuk para mantener Crimea bajo su control fue retirar a la península su autonomía. Si había alguna duda de que Kiev no tenía nada que ofrecer a Crimea y que las nuevas autoridades no tenían intención de negociar una salida a la crisis, esa duda quedaba despejada con esa medida. A ello se sumaban las dos décadas de desinterés y dejadez absoluta del poder central, que solo se interesó por Crimea después de perderla. El estado de sus carreteras y otras infraestructuras da buena cuenta de ello. Aun así, Ucrania sigue utilizando esa misma línea y afirma estar esperando el retorno de la península.
Así lo recogía ayer, coincidiendo con el aniversario de la toma del Parlamento regional en Simferópol, Antifashist:
El presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, firmó un decreto con medidas “dirigidas a la desocupación y reintegración del corazón de Ucrania”. El jefe de Estado lo anunció en un video comunicado el 26 de febrero. Concretamente, Zelensky informó de que el Gobierno había recibido la labor de organizar y lanzar la “plataforma Crimea”, así como de implementar “medidas para desarrollar y apoyar la lengua tártara de Crimea, la cultura y proteger los derechos de los residentes del territorio temporalmente ocupado de Crimea”.
“Sinceramente creo que llegará el día en el que podré cancelar mi decreto simplemente porque habrá perdido su significado y Crimea habrá vuelto a Ucrania”, insistió el presidente.
Zelensky también calificó a Crimea de “corazón de Ucrania”, que “ha sido arrancado”. E insistió en recordar quién lo hizo y quién “permitió que ocurriera”.
“Alguien intentó convencernos de que nos habían arrancado el corazón legal y educadamente y ahora, agarrándolo entre las manos, están sinceramente sorprendidos de que Ucrania esté ofendida y no quiera tener buenas relaciones, por qué hay tanto odio y por qué Ucrania no quiere olvidar y perdonar esto. ¿Qué hay que hacer para que Ucrania vuelva a sonreír alegre otra vez? Es simple: tienen que devolver su corazón. De momento, esto no ha ocurrido. Pero no podrán anexionar nuestra memoria. Con su brutalidad se limpiaron los zapatos con los que pisotearon el derecho internacional”, afirmó Zelensky.
El presidente también afirmó que, por fin, Ucrania está dando pasos de verdad para resolver estas cuestiones. Zelensky prometió que antes del Día de la Independencia se celebrará, con pasos de verdad, la cumbre de la “plataforma Crimea”, en la que junto a sus socios internacionales discutirán medidas para “desocupar la península y proteger los derechos de la población de Crimea”.
“Crimea volverá”, aseguró.
Al mismo tiempo, Zelensky evitó especificar quiénes son aquellos que “permitieron que a Ucrania se le arrancara el corazón” y dio el nombre de quien lo “arrancó”. Hay que recordar que el 26 de febrero, Ucrania celebra el “día de resistencia a la ocupación de la República Autónoma de Crimea y la ciudad de Sebastopol”. Volodymyr Zelensky firmó el año pasado un decreto para celebrar esta fecha. El día anterior aparecieron en Jerson y sus alrededores carteles que se dirigían al presidente ruso Vladimir Putin con amenazas de “incinerar” Moscú.
Apenas unas horas después de estrenarse con su primer bombardeo de Siria desde su llegada a la presidencia el 20 de enero de 2021, también Joe Biden, buen conocedor de la realidad de la Ucrania post-Maidan de sus tiempos de vicepresidente, se pronunció también sobre Crimea para insistir en que Estados Unidos jamás aceptará su anexión. Ni Zelensky ni Biden mencionaron el desinterés por el bienestar de la población de Crimea del que hace gala Ucrania, que se dispone a terminar una presa que impedirá el paso de agua al canal de Crimea, dejando a la península sin su principal fuente de agua. Siete años después de la vuelta a Rusia, no hay señal alguna de que la mayor parte de la población reniegue de las decisiones tomadas en 2014.