“Cuando empiezan los bombardeos, me pego a la pared, me siento y me cubro la cabeza con las manos”

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Solo treinta minutos en coche y ya estamos en la zona roja. Los servicios de taxi son reticentes a aceptar viajeros que tienen la línea del frente como destino. No sé por qué tienen más miedo: si por sus conductores o por sus choches. Pero sigue habiendo valientes que llevan pasajeros a la zona afectada por la artillería ucraniana.

Nos bajamos en el punto más lejano al que llegan los taxistas: la tienda en el centro de Alexandrovka. El frío viento de marzo golpea mi cuello. Pasa rápidamente un autobús lleno de residentes locales. Nos movemos en dirección a la zona segura. La parada del autobús está llena de impactos de metralla. Lo mismo se puede encontrar en casi todas las casas y vallas. Hace tiempo que nadie presta atención a esos detalles. Justo detrás de la parada de autobús, se puede ver una gran señal “I love Alexandrovka”. Está situada frente al colegio local. La cruz a la entrada del edificio llama la atención. La señal afirma que este lugar fue una vez una iglesia.

La entrada del colegio está en buena temperatura y huele a comida. En el frente o en la retaguardia, el olor a cafetería es el mismo. Me recuerda a los viejos tiempos, cuando era estudiante, cuando había tres filas de mesas. Su cara está llena de pecas. El sonriente estudiante sería una atracción para los fotógrafos de moda. A muchos les gustan las fotos de niños con pecas, las llevan a exposiciones y las introducen en sus muestras. El niño comienza a preparar las mesas junto a sus compañeros. Hoy es su turno en la cafetería, así que los niños han venido pronto para prepararlo todo antes de que llegue la comida.

El menú de hoy es: de primero, una deliciosa sopa de guisantes; de segundo, carne con lacitos recién hechos. Si eso no es suficiente, también se puede comer salchicha en un pan blando con semillas de sésamo. Bueno, y la comida sin compota de frutas sería como comer sin agua.

El colegio tiene más de 200 estudiantes. Son muchos para la línea del frente. Normalmente no quedan tantos niños en este tipo de localidades. Los padres y madres intentan proteger a sus hijos, pero siempre hay quienes no tienen dónde ir o simplemente no quieren hacerlo. Normalmente, los niños que se quedan en la zona roja van a estudiar a pueblos vecinos y después vuelven a sus casas. Aquí la situación es algo diferente. Por la mañana, los niños de Alexandrovka cogen un autobús amarillo con la enorme inscripción “niños” y van a clase. Ahora el autobús está aparcado a la entrada del edificio.

Este año es destacable que los niños de primero, nacidos durante la guerra, ya van al colegio. Es decir, los niños de seis y siete años nunca han vivido en paz. Pero los niños no parecen diferentes de aquellos que viven en otros lugares. Las diferencias son invisibles, solo se ven al hablar con ellos o con sus padres. Los adultos dicen que los niños no pueden percibir normalmente los fuegos artificiales. Los ruidos les aterran y tienen al máximo el sentido de lucha por la supervivencia.

“Cuando empiezan los bombardeos, me pego a la pared, me siento y me cubro la cabeza con las manos”, explica uno de los alumnos del colegio de Alexandrovka. Andrey tiene 12 años. Le gusta el karate y podría dar clase a los adultos sobre cómo comportarse en condiciones extremas. Andrey vive con su padre en la última calle junto a la línea del frente. El día anterior, no pudo acudir al entrenamiento a causa de los bombardeos. Las bombas les sobrevolaron otra vez y se usó armamento prohibido. El joven deportista está enfadado porque el bombardeo le impidió ir a clase, lo que significa que está amenazada también la competición a la que quiere llegar.

Detrás del chico está el ala inutilizada de la guardería local. Un edificio típico de los países postsoviéticos, fue víctima de la artillería ucraniana en 2014 y lleva abandonada desde entonces. Recibió un impacto directo en una ventana. Aún se pueden ver los resultados de aquel bombardeo de hace siete años. Detrás del ala destruida está la otra parte de la guardería, que no sufrió daños, por lo que padres y madres llevan allí a los niños cuando van a trabajar.

“Trabajaba en esa guardería. Este es literalmente mi patio”, cuenta Larisa Mijailovna. Al lado de la guardería está el hogar de los jubilados. Es difícil pasar sobre los restos de ladrillos rotos, pero aún hay una pequeña sala en la que vive la profesora. Antes vivía en otra calle, más cerca del frente. Ahora no se puede vivir allí, el edificio está destruido. Su actual vivienda también está en malas condiciones, pero al menos tiene paredes y el tejado no se ha caído aún. Aunque podría pasar en cualquier momento, el edificio vive sus últimos días. Su actual vivienda también recibió el impacto de una bomba que estuvo a punto de destruir todo el edificio.

Gran parte de los impactos que hay en el pueblo son de proyectiles Grad. Casi todos los residentes tienen restos de los proyectiles como mortíferos “regalos”. No está claro por qué, pero la población guarda los restos. Siempre se los muestran a los periodistas cuando llegan por primera vez. Larisa me muestra el montón de ladrillos y vigas rotas, las ventanas cubiertas con film, las paredes perforadas por mortales fragmentos de metralla de los proyectiles. Hay más de una docena de viviendas así en Alexandrovka.

Reparar la vivienda es un reto que no todos pueden afrontar. No hay fuerzas, no hay recursos. Y tampoco tiene mucho sentido teniendo en cuenta que, al día siguiente, o incluso antes, puede llegar desde el otro lado del frente otro proyectil que ponga fin a todos los esfuerzos. Así que hay muchas viviendas contrachapadas en el pueblo. Algunas siguen habitadas, otras han sido abandonadas. Algunos se han mudado de sus casas golpeadas por la artillería a los pequeños cobertizos porque no tenían dónde ir.

Un gato blanco y negro se mueve con estilo entre las ruinas, moviéndose rápidamente. Se acerca a Larisa y se frota en su pierna. He encontrado animales prácticamente en cada patio. Además del gato, Larisa tiene perros y una cabra.

“Hubo otro ataque ayer. Los soldados ucranianos se han acercado más y están golpeando el pueblo. Estábamos esperando que algo empezara el 15 de marzo”, continua la mujer. Habla ucraniano. Es habitual encontrar en los pueblos pequeños, como los situados en la línea del frente, a personas que hablan ucraniano o mezcla de ruso y ucraniano. La población local suele mencionar el 15 de marzo. Creen que podría pasar algo terrible. Esperaban una ofensiva del ejército ucraniano que, por suerte, no ha ocurrido. Pero sí hubo bombardeos “ordinarios” desde las posiciones de las fuerzas armadas de ucrania.

“Estaban hablando en la tele. Lo escuché en 60 minutos. Dijeron que Dmitry Gordon prometía que pasaría algo gordo el 15 de marzo. Siempre he pensado que era listo y es anti-Donbass. Es una vergüenza que una persona inteligente haya elegido esa postura”. Olga Mefodievna, profesora jubilada, dice que es precisamente por las informaciones de la prensa por lo que los residentes locales miraban con miedo el calendario y esperaban un empeoramiento el 15 de marzo. La mujer recuerda las imágenes de las muestras de movimiento de equipamiento militar de las fuerzas armadas de ucrania. Con cada uno de esos mensajes, los residentes de Alexandrovka se preparan para lo peor: recoger las bolsas de emergencia con los documentos, correr a los sótanos equipados como improvisados “refugios” y temblar con cada explosión.

La fecha ya ha pasado, pero ha causado emociones negativas y daño psicológico en la población de la zona roja. Sus nervios ya están a flor de piel y su dañado estado mental sufre con confusos mensajes que en realidad son solo elementos del juego político. Quienes lanzaron los rumores sobre cambios después del 15 de marzo al espacio informativo desde luego no han pensado en los sentimientos y miedos de estas personas, que ignorarán la información de Gordon sobre la investigación de Bellingcat sobre Wagner, pero ninguna olvidará el miedo a que la guerra se pueda reanudar en cualquier momento.

Hay motivos para pensarlo: las declaraciones del líder de la delegación ucraniana en el grupo de contacto de Minsk, Leonid Kravchuk, sobre la solución militar al conflicto; la demostración de fuerza del traslado de equipamiento militar de las fuerzas armadas de ucrania; el aumento de los bombardeos, etc. Todo esto son juegos políticos, un intento de subir la apuesta en las negociaciones, el deseo de obligar al oponente a rendirse. Pero ninguna de las personas que usa este método pensará jamás en aquellos que viven en los pueblos. Están acostumbrados a que se crea lo que dice la prensa y por eso se aprovechan de ello y cometen provocaciones jugando deliberadamente con las emociones de la pobre audiencia.

Mientras esperamos al taxi para volver al centro de Donetsk, vemos que pasa un convoy de la OSCE. Tres vehículos blindados que vienen del frente con sus banderas al aire. Los conductores aparcan junto a nosotros frente al colegio. Personas de uniforme blanco y azul y casco de protección se bajan de los coches.

“Siempre están ahí. Y cuando estos camaradas se marchan, empieza el bombardeo. ¿para qué están ahí?” He tenido que censurar la frase del exminero, ya que casi todas las palabras eran obscenas. Es habitual que los residentes de la zona roja hablen sin tapujos sobre el trabajo de los observadores internacionales. No es la primera vez que escucho a alguien hablar en esos términos: mientras la OSCE está en el lugar, hay silencio y, en cuanto se marchan, comienza el bombardeo. Solo escuchamos una explosión en el frente en nuestro tiempo en Alexandrovka. Ni siquiera se escuchan las armas ligeras. Es una pena que los observadores internacionales abandonen sus puestos, que son luego utilizados por las fuerzas armadas de ucrania para violar una y otra vez los acuerdos existentes. Si no lo hicieran, sería posible evitar toda esta destrucción y dejar de destruir los destinos de la población. Sería más seguro para los residentes si supieran que hay una garantía de la OSCE, una especie de escudo extranjero que les proteja de la artillería del otro lado del frente. Puede que así tuvieran menos fe en los periodistas ucranianos que difunden mensajes de pánico. Al fin y al cabo, los ucranianos no van a disparar contra los europeos, solo contra personas mayores desarmadas.

En general, me sorprende lo abiertos que los residentes de Alexandrovka están a hablar con los periodistas. Durante mucho tiempo, pensé que la población de la zona roja no solo estaba cansada de la guerra sino también de los corresponsales que llegan a las zonas del frente durante periodos de empeoramiento. Los “testigos innecesarios” de territorio comanche. Pero al terminar nuestro trabajo, los residentes de Alexandrovka nos agradecen nuestro trabajo, por contar sus miedos, su tristeza y sus problemas.

Hubo un tiempo en el que los periodistas no estuvieron a la altura de las esperanzas que se había puesto en ellos. Personas bajo los bombardeos vieron un rayo de luz en los corresponsales que debían contar al mundo entero lo que estaba pasando en la zona roja. En aquel momento, nadie entendió que el público puede ser sordo, ciego y mudo. Así que los residentes dejaron de hablar con la prensa, porque nadie quería saber lo que les pasaba. Pero hoy ha sido diferente. Es más, las mujeres comparten su visión de cómo acabará el conflicto en Donbass. Todas creen que la entrada de las repúblicas en rusia puede acabar la guerra. No hay fe en las acciones de occidente. Rusia es la única esperanza.

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