Inocentes, víctimas de un presunto delito, fueron ultimados en La Habana colonial, el 27 de noviembre de 1871, a manos de voluntarios españoles ocho imberbes alumnos.
A los 20 años fue elegido al azar y fusilado Carlos Augusto de la Torre Madrigal, nacido el 29 de julio de 1851 en Puerto Príncipe (Camagüey), mientras que su hermano Alfredo vio la luz el 4 de agosto de 1850 en la villa espirituana.
Alfredo tuvo mejor suerte al ser condenado a cuatro años de prisión. Graduado de doctor en Medicina y Cirugía en Francia, en 1883, tras regresar a Cuba residiría en su ciudad natal hasta la muerte.
Ambos eran hijos de Esteban de la Torre, natural de Puerto Príncipe, y Manuela Madrigal Mendigutía, de Sancti Spíritus.
“Así, la familia espirituana de los Madrigal Mendigutía hubo de fundirse con la de los camagüeyanos La Torre, de cuya unión surgió un tronco común que sería forjado con sangre en la historia de Cuba por la insolencia criminal de la metrópoli española”.
Es la opinión del periodista e historiador Pastor Guzmán en un texto referido al tema y luego agrega: “al fusilar el 27 de noviembre de 1871 en la explanada habanera de La Punta a ocho estudiantes de Medicina, entre ellos, Carlos Augusto de la Torre y Madrigal”.
Antecedentes del crimen: la colonia convirtió actitudes tan simples como arrancar una flor en el Cementerio de Espada y subir a un carro usado para trasladar cadáveres en un delito muy grave.
Hacía falta ensañarse más y hallaron la excusa en la supuesta profanación de la tumba del periodista español Gonzalo Castañón. Tiempo después su propio hijo confirmaría que eso nunca ocurrió.
El Héroe Nacional cubano José Martí escribió el poema A mis hermanos muertos el 27 de noviembre de 1871, mientras que el oficial español Federico Capdevila defendió a los estudiantes en el primer Consejo de Guerra; viviría en esta ciudad desde 1871 a 1873.
Una tarja (1947) en la fachada de la casa de Independencia No.158 recuerda a los hermanos Carlos Augusto y Alfredo de la Torre Madrigal.
Fermín Valdés Domínguez, amigo de Martí y condenado a seis años de presidio, reivindicó a sus compañeros:
“De rodillas sobre la tumba de mis hermanos muertos, escribo en la tierra que los guarda este epitafio: ¡Inocentes!”.