Camilo Guevara, un soñador

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«Con profundo dolor decimos adiós a Camilo, hijo del Che y promotor de sus ideas, como directivo del Centro Che, que conserva parte del extraordinario legado de su padre», escribió Díaz-Canel en Twitter, al conocer su deceso, el 29 de agosto, a la edad de 60 años

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Daily Pérez Guillén.— «Guajira, echa pa´cá. Vamos a conversar un rato». Y me arrastraba a la sala, se acomodaba en el sofá y comenzaba a soñar. Porque Camilo era un soñador. Por ocho años fuimos juntos tras algunos anhelos que logramos realizar, como aquel viaje a Argentina, persiguiendo las huellas de la infancia y la juventud de su padre.

 

Hacía poco menos de un año me había graduado de Comunicación Social con una tesis sobre el trabajo científico en la búsqueda de los restos del Che y sus compañeros de guerrilla, y Camilo, mi primer «jefe» en la Coordinación de Proyectos Alternativos del Centro de Estudios Che Guevara, no dudó en confiarme la tarea de, cámara en mano, recorrer varias provincias de Argentina, de sur a norte y de este a oeste, tocando aquí, preguntando allá, intentando encontrar cada recodo de la historia del padre en su país natal.

Noche tras noche pernoctamos en lugares diferentes, entre amigos de la solidaridad, desconocidos, siempre gente buena con la que Camilo conversaba, cantaba, reía… Con una sonrisa triste respondía a la pregunta inevitable. «No sé si son recuerdos o sueños los que tengo de mi padre».

Era la primera vez que salía del país y Camilo, más que el jefe que marca el paso, fue un caballero que veló en cada momento para que me sintiera a gusto en medio de las largas jornadas en auto, el cansancio que a veces me rindió en plena cena, el resfriado luego de una fría llovizna… En cada sitio que llegábamos me presentaba con la consideración y el respeto que merecería una periodista experimentada, y yo apenas empezaba a formarme como profesional.

En ese camino le debo mucho. Hoy me percato. Camiló abrió para mí el mundo de la fotografía, a través de la obra de su padre. Un día puso sobre la mesa de su oficina una caja grande, negra, donde él y Aleida guardaban la obra fotográfica del Che. Fotografías impresas, diapositivas, rollos, sobres, algunos incluso con la letra del Che, me parecieron un tesoro. Deslumbrada por aquellos documentos, algunos de los cuales ya habían formado parte de la muestra Che Fotógrafo, comencé a tratar de identificar cada imagen con el sitio donde había sido tomada, a relacionarla con los escritos del Che…

Mientras preparábamos una nueva edición del catálogo Che Fotógrafo, o realizábamos una serie audiovisual que acompañara la exposición que recorría el mundo, Camilo me enseñaba a identificar una buena foto, que si la ley de los tercios, la luz, el encuadre… Y terminé haciendo mi tesis de maestría sobre el tema. La revisó varias veces, palabra por palabra, era muy celoso con ese tema, del que se encargaba personalmente en el Centro. A esa altura, siete años después de trabajar juntos, ya discutíamos, pero tenía razón en cada apunte. Y era en vano, Camilo nunca perdía una discusión.

Soñaba y soñaba y te arrastraba… Así fue cuando, tras ver en alguna ciudad europea los espacios multimedia interactivos cerrados (museo digital, solíamos decir para simplificar), quiso hacer uno sobre la vida y obra del Che en Cuba. Iniciaba la Universidad de las Ciencias Informáticas y vio en ello la posibilidad de que, al tiempo que se creaba un espacio para la promoción del legado revolucionario de su padre, Cuba accediera a una nueva tecnología, a un modo de hacer moderno que pudiera exponerse en el Centro Histórico, a la vista de miles de turistas, y después itinerara por el mundo. Al final logró realizarlo en Italia.

En 2007 llegamos hasta Caracas para seguir ampliando el archivo audiovisual del Centro. Allí vivían dos hermanos Granado, Tomás y Gregorio. Había sido con Tomás, compañero de aula, con quien el Che había iniciado la relación con esa familia, de la que Alberto Granado, el compañero de viajes, era el más conocido. Le emocionaba descubrir a su padre en los recuerdos de sus amigos. No puedo dejar de sentir una testigo excepcional de esos emocionantes rencuentros, cuando ya había pasado más de medio siglo de historia.

A Venezuela, además del amor, lo llevó la idea de poder realizar una serie audiovisual biográfica sobre el Che. Con ese objetivo comenzamos a revisar en el Icaic, en una moviola, metros y metros de cintas cinematográficas, identificando cada segundo en que apareciera el Che. Hasta los estudios de Cubanacán se fue Camilo tras los descartes y recuperó, entre otras piezas de valor, el discurso del Che en Ginebra. A la postre, todo aquel material sirvió a Tristán Bauer para su documental Che, un hombre nuevo, y hoy el Centro cuenta con un amplio archivo documental fílmico sobre el Guerrillero.

Tenía, además, un olfato especial para reconocer a quien se acercaba por interés, y no daba paso.

Siempre algún amigo estaba cerca. Muchos venían a verlo al Centro y uno sabía que eran los suyos, algo común los identificaba a todos.

Adoraba a sus hijos Camila, Celia Habana, Pablo y Vladimir. La boda con Rosa fue una linda velada entre amigos y familiares que celebraron y se alegraron sinceramente con la unión.

La complicidad con sus hermanos se respiraba cuando coincidían. A Ernesto lo miraba con una ternura especial…

¡Aleidaaaaa!, vociferaba por el pasillo del Centro/casa, para saludar a su madre. Y pienso en ella, en los ojos del Che y en los de Camilo.

«¿Y los chamas?», siento que puede preguntarme ahora mismo.

Fuente: Granma
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