Una nueva fase de la guerra

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Después de meses de impasse sin grandes avances en el frente y bloqueo absoluto en el frente diplomático, las últimas dos semanas han causado una serie de cambios por los cuales se puede hablar ya de una nueva fase de la guerra. Aunque aparentemente menos tectónicos que los producidos el 24 de febrero con el inicio de la intervención militar rusa, los actuales movimientos suponen una nueva situación tanto en términos políticos como militares. El origen de estos cambios puede remontarse al fracaso ruso y republicano a la hora de realizar avances en la región de Donetsk a lo largo de este verano, en el que ni siquiera han logrado alejar la línea del frente de la capital de la RPD, constante e indiscriminadamente bombardeada desde hace varios meses. Sin embargo, el proceso de aceptación de que la operación militar especial no ha logrado, ni iba a lograr en su formato actual, uno solo de los objetivos inicialmente planteados se ha visto acelerado por la exitosa ofensiva de las tropas ucranianas en el frente norte.

 

La ofensiva de Ucrania en la región de Járkov, ante la que los refuerzos enviados por la Federación Rusa únicamente pudieron cubrir la retirada, no suponen únicamente la pérdida de prácticamente toda la presencia rusa en la región ni la confirmación de que Rusia no dispone de fuerzas suficientes para capturar la ciudad -algo ya evidente desde las primeras horas de la intervención militar en febrero-, sino que ponen en cuestión gran parte de los avances militares en Donbass, principal objetivo de la intervención rusa. La pérdida de Izium no solo supone renunciar, en un periodo a medio plazo, a una ofensiva sobre Slavyansk-Kramatorsk, sino que implica la necesidad de reagrupar rápidamente las tropas para defender la escasa presencia republicana en el norte de la RPD -Ucrania continúa intentando capturar Krasny Liman y Svatovo y es viable que lo logre en los próximos días- y el terreno ganado en la RPL. Aunque los avances ucranianos se han limitado desde el fin de semana del 9-10 de septiembre, en el que Ucrania recuperó una gran cantidad de territorio especialmente peligroso y que potencialmente podía poner en peligro Lisichansk o Severodonetsk, no puede decirse que el frente se haya estabilizado. Ucrania mantiene aún la iniciativa en el frente, algo confirmado implícitamente por el anuncio ruso de movilización parcial.

Días después de que fuera rechazada en la Duma la propuesta del Partido Comunista, y especialmente de su líder, Gennady Ziuganov, de realizar una movilización para paliar el bajo número de efectivos militares en la zona de conflicto, Vladimir Putin firmó esta semana la orden de reclutar a 300.000 reservistas con experiencia militar e incluso con experiencia de combate en sectores militares de especial importancia. No se trata de buscar una victoria concluyente, sino de evitar la derrota.

Rusia busca equilibrar las fuerzas -no en términos de equipamiento sino en el tamaño de su agrupación- para mantener un frente que se extiende a lo largo de casi mil kilómetros y en el que pueden producirse ataques y ofensivas en numerosas zonas. Agotar a las tropas rusas con ataques a lo largo de todo el frente ha sido precisamente la táctica utilizada por Ucrania en los últimos meses. Aunque ha supuesto avances limitados en la región de Jerson, donde Kiev ha recuperado ciertas localidades, pero se mantiene a cierta distancia de la capital regional, el éxito de Járkov ha puesto de manifiesto las debilidades tácticas y militares rusas.

Ese discurso de debilidad rusa -relativa, teniendo en cuenta que, a pesar de la escasez de efectivos, Rusia mantiene aún el control sobre gran parte de cuatro regiones del sur y el este de Ucrania además de Crimea- se ha visto acrecentado esta semana con el resultado del intercambio de prisioneros que se ha producido, con la entrega a Ucrania de más de 250 soldados a cambio de un número muy inferior de soldados rusos y republicanos. Entre las tropas ucranianas entregadas, no a Ucrania sino a un tercer país, se encontraban diez ciudadanos extranjeros capturados por Rusia o las Repúblicas Populares, y los altos mandos del regimiento Azov y la 36ª Brigada de las Fuerzas Armadas de Ucrania capturados en Azovstal. Además de sorpresa, el intercambio ha provocado indignación en amplios sectores de la opinión pública de Donbass y de Rusia, que han visto una grave contradicción entre las palabras y la promesa de un juicio a los miembros del regimiento Azov y los hechos.

Los extranjeros capturados en la guerra, algunos de ellos condenados a muerte, fueron trasladados a Arabia Saudí. Sin detalles sobre las negociaciones, es imposible saber si el diferente destino elegido para ellos se debe, al menos en parte, a los problemas legales que habría sufrido por su pasado en las milicias kurdas Aiden Aslin, en el segundo de los destinos, Turquía. Allí fueron trasladados Redis, Kalina y Volina, posiblemente los prisioneros más valiosos de los que disponía Rusia. Prokopenko, Palamar y Volinsky deberán, de cumplirse el acuerdo, permanecer en Turquía. Rusia cuenta para ello con las garantías personales del presidente Erdoğan, cuyos repetidos intentos de mediación entre Rusia y Ucrania, en gran parte en busca de beneficio geopolítico, han dado resultado en las últimas horas.

Frente al silencio de Rusia, que no ha explicado a su población el motivo de la entrega de prisioneros de tan alto perfil a cambio de un número relativamente bajo de soldados ni si se trataba del cumplimiento de un acuerdo alcanzado en el momento de la rendición, Ucrania ha logrado, sin dificultad alguna, presentar su versión de los hechos. El miércoles por la mañana, momento en el que se difundieron las imágenes del Héroe de Ucrania Denis Prokopenko y su séquito en Turquía, la Oficina del Presidente de Ucrania, en boca de Andriy Ermak afirmaba que Ucrania había intercambiado a 255 soldados por Viktor Medvedchuk, líder de la oposición parlamentaria antes del inicio de la intervención rusa y acusado de alta traición en un proceso que roza la farsa. A pesar de haber afirmado en el pasado que Rusia no buscaba intercambiar a Medvedchuk, ciudadano ucraniano, por prisioneros de guerra, el miércoles se confirmó que su nombre se encontraba en la lista de personas intercambiadas. Eso sí, junto a 55 soldados rusos que regresaron a casa. Desde la realización del intercambio, tan solo Denis Pushilin se ha manifestado para defender el rescate de Viktor Medvedchuk, que ha levantado opiniones especialmente negativas en Donbass. El líder de la RPD ha resaltado la mediación del político ucraniano en los procesos de intercambio de prisioneros a lo largo de los años de guerra entre Donbass y Ucrania.

En este contexto de pérdida de la iniciativa en el frente y completamente perdida la batalla informativa, Rusia trata ahora de calibrar sus fuerzas, reforzar su agrupación y redefinir sus objetivos. Aunque públicamente se sigue manteniendo los objetivos de desnazificación y desmilitarización de Ucrania, parece evidente que Rusia no tiene la fuerza necesaria para obligar a Kiev y sus aliados a cumplir exigencia alguna. Pero lo que pone de manifiesto el fracaso de la intervención rusa según el formato de operación militar especial no son esos objetivos abstractos e inalcanzables, sino el hecho de que en estos más de seis meses Rusia no haya logrado recuperar toda la región de Donetsk y que parte de esas ganancias territoriales en Donbass estén ahora en cuestión.

De ahí que el presidente Putin insistiera esta semana, en su comparecencia a la nación, en que la protección de Donbass es el objetivo principal de la intervención rusa en lo que ya todos admiten que es una guerra, aunque, en realidad, lo fuera ya desde la primavera de 2014. La insistencia en centrar los objetivos en Donbass y la precipitada convocatoria de referendos de adhesión a Rusia, un trámite que comenzó ayer en la RPD, RPL y zonas de Jerson y Zaporozhie bajo control ruso, marca realmente los objetivos actuales de la política rusa en Ucrania. Moscú busca aumentar su agrupación no en busca de una victoria, un avance territorial hacia la soñada Odessa, sino para lograr estabilizar y defender el frente en su forma actual con la única excepción de la RPD. Es ahí, fundamentalmente por el peligro que supone la presencia de tropas ucranianas en las afueras de Donetsk y de Gorlovka, donde Rusia sigue necesitando avances territoriales para proteger a la población civil de dos de las ciudades principales de la RPD.

El resultado de los referendos marcará el territorio que Rusia ha decido defender. Con el ejemplo de Crimea, se puede esperar que esas regiones pasen rápidamente a formar parte de la Federación Rusa, anexión que no será aceptada por Occidente ni tampoco por Kiev, que ya ha manifestado que la “farsa” de referendos no cambiará la situación. Sin embargo, desde el punto de vista ruso, todo ataque contra esas regiones será un ataque contra territorio ruso, que Moscú estará legalmente obligado a defender, por lo que cualquier ofensiva sobre esos territorios supondrá necesariamente una escalada, ya sea militar o política. Como recordaba, en una amenaza escasamente velada, el presidente Vladimir Putin, las amenazas a la integridad del Estado son uno de los supuestos que la doctrina nuclear rusa prevén para la posibilidad de uso de ese tipo de armamento. Con la certeza de que Rusia busca consolidar los territorios ahora bajo su control y que Ucrania buscará seguir avanzando sobre territorio bajo control ruso o republicano, esta nueva fase de la guerra se presenta aún más incierta que la anterior.

Al contrario que hace ochos años en Crimea, cuando Ucrania no dispuso de la fuerza social o militar para hacer frente a los hechos consumados y la población pudo celebrar el resultado del referéndum y de la adhesión a Rusia, la RPD y la RPL viven ahora un proceso acelerado tras muchos años de espera. Pero con el frente a escasos kilómetros, si no metros, y expuestos al fuego de la artillería de largo alcance de Ucrania, los ciudadanos de Donetsk y Lugansk difícilmente podrán celebrar algo que llevan muchos años esperando.

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