Esto se anima (esperando a Lula)

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No tengo casi ninguna esperanza en Lula. Ha dicho tantas cosas, se ha desdicho de tantas cosas, no ha hecho más que asistencialismo (el bono contra el hambre, que mantuvo a su manera Bolsonaro) -lo que indica que no era nada estructural para el sistema- y ahora vuelve con más de lo mismo.

 

Para los entusiastas de siempre, los que se encaprichan con tal o cual «progre» (véase el penúltimo, Boric), hay que decir lo evidente: el margen de maniobra interno de Lula es muy reducido porque Bolsonaro tiene mucho peso dentro de los aparatos estatales (no depurados por Lula en sus dos presidencias, ni por Dilma Rousseff), en el Congreso, en el Senado y en las gobernaciones de los principales estados industrializados. Eso por no hablar de la gentuza reaccionaria de la que se ha rodeado, como su vicepresidente.

Lula nunca ha preocupado al Occidente colectivo. Fue uno de los niños mimados por Davos cuando era presidente y Biden se apresuró a felicitarle por su triunfo electoral. Fue una devolución de parabienes y de palmadidtas en la espalda puesto que Lula saltaba de alegría cuando Biden ganó frente a Trump.

Por lo tanto, voy a adelantar algo para los saltarines «progres» y su fe en la progresía «rosa»: en lo único en lo que Lula puede, tal vez, acaso, quizás, hacer algo «progre» es en política exterior. Tiene todas las condiciones para hacerlo y la situación internacional d estos momentos es mucho mejor de la que había cuando fue presidente. Estoy hablando del fin de la hegemonía occidental y el reforzamiento del multilateralismo.

Lula siempre se ha presentado a sí mismo como el portavoz del Sur Global. Eso lo ha dicho también antes de las elecciones (que no en su discurso tras el triunfo), en las que no se cansó de repetir que «había aprendido de los errores» cometidos en sus dos presidencias. En especial, con la traición cometida tanto a Fidel como a Hugo Chávez con la UNASUR y el Banco del Sur. Lula dijo antes de la campaña, y resalto de lo antes, que había que recuperar la vieja idea de Chávez de crear una moneda propia.

Es aquí donde me quiero detener, en la moneda propia.

Los tiempos han cambiado desde sus dos presidencias anteriores. Ahora hay un número cada vez mayor de países, con gobiernos de diferentes signos, que se enfrentan a Occidente, que se rebelan ante la subordinación a EEUU. Y esos países con africanos, latinoamericanos y asiáticos, que se están uniendo a un nuevo y cada vez más consolidado sistema económico y comercial alternativo a Occidente.

Bueno, tanto no. Ya comenzaba a intuirse este cambio al final de su segunda presidencia y él mismo ha reconocido que Obama le llamó para saber si era cierto que iba a hacer caso a la propuesta de Chávez con el «sucre» (actualmente moneda de la ALBA, aunque solo a efectos de unidad de cuenta, o sea, de establecimiento de precios, entre sus miembros). Antes de la campaña, insisto en lo de antes, dijo que el recuperar una moneda propia latinoamericana sería una de sus prioridades.

Lula ya no habla del «sucre», pero sí del «sur», la pretensión de moneda latinoamericana que reemplace al dólar y al euro en las transacciones financieras del continente. Pero también hay que reseñar que todo esto es previo a la campaña.

Lo único reseñable de su anterior etapa como presidente fue la incorporación a los BRICS, algo que se ha mantenido con Bolsonaro porque la burguesía industrial brasileña nunca ha querido perder su espacio. Por lo tanto, es de suponer que sea aquí donde Lula se «salga del tiesto» (expresión castellana para decir que se hace algo que los demás no esperan, en este caso, Occidente).

Los BRICS no hace mucho anunciaron que realizaron la quinta prueba de su mecanismo bancario alternativo al SWIFT para agrupar sus reservas de «moneda alternativa» (sic) y protegerlas de las sanciones occidentales. Si Lula mantiene su palabra tendrá que dar pasos en esta dirección, máxime cuando en 2019 dijo una frase demoledora para Occidente y su hegemonía monetaria: «el BRICS no se creó para ser un instrumento de defensa, sino para ser un instrumento de ataque».

Alberto Fernández, el presidente argentino -que también recientemente solicitó formalmente ser miembro de los BRICS, junto con Irán-, fue el primer mandatario en verse con Lula tras su triunfo y dijo algo que hay que guardar y recordar: «»Con Lula, ahora tendremos un activista para nuestra candidatura para unirnos a los BRICS».

Para nadie es un secreto que lo que estamos viviendo es un agónico intento occidental por mantener su hegemonía a nivel mundial, y los BRICS son uno de los instrumentos de la multilateralidad ya existente que echan por tierra esa hegemonía.

El mundo, que es mucho más grande que la fantasmagórica «comunidad internacional» de la que permanentemente habla el Occidente colectivo, es consciente de ello y ya hay otro país, Argelia, que hoy ha solicitado formalmente ser miembro de los BRICS. Ya participó en calidad de «país invitado» a la última cumbre, celebrada en junio, y ahora da este crucial paso. Otro país que se lo está pensando es, nada más y nada menos, que Arabia Saudita.

Así que esto se anima, esperando a Lula. En la actualidad son cinco los países BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), con tres que han pedido ser miembros de pleno derecho: Argentina, Irán y Argelia. Otra losa más en la hegemonía occidental.

El Lince

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