El economista estadounidense Irving Fischer, que aparece en la imagen, bien puede servir de modelo de lo que es un “experto”. En la primera mitad del siglo pasado fue un “prestigioso” académico, de esos de salón, que apenas salen de las aulas y se dedican a dibujar ecuaciones matemáticas sobre una pizarra, como cualquier otro ilusionista.
Tropiezan en cuanto los pones en medio del mundo real, que en tiempos de Fisher fue la gran crisis económica de 1929. No es que no fuera capaz de pronosticar la llegada de la crisis, sino que sostuvo lo contrario. Todo iba viento en popa. En Wall Street los precios de las acciones estaban altos y se iban a mantener así, e incluso iban a seguir subiendo.
Faltaban unos pocós días para que todo reventara y Fisher perdiera todo el dinero que había invertido en la bolsa. Meses después del colapso, todavía decía a los especuladores que la recuperación estaba a la vuelta de la esquina.
Lo mismo cabe decir de los “expertos” actuales y sus más que optimistas pronósticos económicos. Lo mismo que Fisher, siguen creyendo en los milagros económicos. Se engañan a sí mismos.
“Aterrizaje suave”, lo llaman en algunos países, como España. Es una expresión enigmática, como la de “tengo una noticia buena y otra mala”. Los índices económicos se hunden a la altura del barro. Es la mala noticia. La buena es que lo hacen suavemente, casi sin que nos demos cuenta.
Dentro de poco nos arrastraremos por los suelos, pero estaremos de una pieza; no nos habremos roto las costillas.
En la economía política no hay más que dos teorías. La que imparten en las facultades, construida sobre la hipótesis del auge permanente del capitalismo. La que no enseñan nunca, basada en la caída de la tasa media de ganancia.