
Manuel Valdés Cruz.— A un año del sabotaje de los gasoductos que facilitarían el suministro de gas ruso a Europa, crecen las dudas sobre que el Gobierno de ee. uu. no haya estado detrás del mayor atentado industrial ocurrido en los últimos años.
Los nuevos detalles de las investigaciones del periodista estadounidense Seymour Hersh pueden derivar en que el caso se convierta en el mayor escándalo político para la nación norteña, después de Watergate.
Las revelaciones responsabilizan a la CIA y al presidente Biden de tener conocimiento, desde el primer momento, de los planes de la voladura del gasoducto. Sostienen que toda una documentación, en papel, para no dejar evidencias del hecho, fue eliminada, pero ordenaron la ejecución del plan. Se eligió el gasoducto porque representaba la posibilidad de negar, luego, toda responsabilidad.
Además, Hersh señaló que tanto Suecia como Dinamarca sabían de los trabajos realizados en las aguas territoriales compartidas por los operativos noruegos y estadounidenses.
Aquellos países se comprometieron a facilitar información para las investigaciones del suceso, pero eso no se ha cumplido hasta ahora.
También se involucra, como conocedor de los planes, al canciller alemán Olaf Scholz, incluso antes del inicio de la operación militar en Ucrania.
Una de las revelaciones más preocupantes de los trascendidos del periodista es la referencia a que el presidente Biden, quien dio la orden de ejecución, calificara el sabotaje como el primer paso de la Tercera Guerra Mundial. Aunque se destaca que esa idea fue desechada por la CIA, es la acusación más contundente que delata la responsabilidad de la nación en el sabotaje.
Su expresión es reflejo de una política de Estado que utiliza el terrorismo como práctica para imponer sus leyes mediante la fuerza, para luego amplificar, por todos los megáfonos en su poder, una historia contada al revés: quien acusa es el verdadero acusado.
Lo ocurrido en el Nord Stream encaja perfectamente con algunos de los objetivos que plantea el documento para el nuevo siglo americano que, desde los años 90, es la plataforma ideológica de las corrientes más conservadoras de ee. uu.: la derrota de Rusia y el enfrentamiento con China, ambos señalados como los enemigos fundamentales.
Es irrefutable que la acción estuvo dirigida a impedir la dependencia del gas ruso que tendría Europa, pues eso limitaría sus ambiciones de mercado. Luego, el conflicto ruso-ucraniano sería la quinta columna en la estrategia imperial para sacar del juego a Rusia en la competencia de mercados concebida en su idea de una nueva redistribución del mundo.
Confirmado una vez más: la guerra es el medio que el imperialismo tiene, no solo de imponer sus intereses, sino de apuntalar su sistema, que cada día puede engañar menos a los pueblos del mundo. Las voces que se escucharon en las últimas sesiones de la Asamblea General de la onu dieron fe de ello.