Más allá de la batalla cultural rusofóbica: un ‘neomacartismo’ en España pone barreras al arte

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Objeto parcial de las sanciones de la UE, las relaciones culturales con Rusia acusan un deterioro extra producto del señalamiento de muchas expresiones artísticas. En España hay representaciones de ballet y teatro que deben camuflar su origen y autoría rusa. Y se señala a artistas que actúan o trabajan en Rusia, como Rafaela Carrasco y Nacho Duato.

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Yarisley Urrutia (Sputnik).—  Entendida también como el último puente entre los Estados, las relaciones culturales siempre fueron un lugar desde donde colaborar a un mejor entendimiento mutuo. La cultura abarca un diapasón, cuyos representantes y usuarios entienden que siempre ayuda a ampliar el conocimiento y superar las discrepancias.

 

La política de sanciones de la UE contra Rusia incluye el campo de la ciencia y la cultura en el ámbito estatal, y solo contempla algunas excepciones en el privado. Se prohíbe, por citar algunos casos, la participación de equipos deportivos rusos en competiciones europeas, las exposiciones itinerantes de colecciones de museos estatales en territorio comunitario o la presentación de películas rusas a concurso en festivales de cinematografía. Pero es posible, por ejemplo, la actuación de compañías de danza privadas o de músicos solistas.

En sentido contrario, de la UE hacia Rusia, nada impide a los artistas españoles acudir al país euroasiático para actuar o incluso desarrollar su carrera profesional allí. Es el caso del célebre bailarín y coreógrafo Nacho Duato, que desde hace años ejerce de director del Teatro Mijáilovski de San Petersburgo. O el de la reputada bailarina flamenca Rafaela Carrasco, Premio Nacional de Danza 2023, que se halla en Rusia desde mediados de noviembre para actuar con su compañía en Moscú y San Petersburgo.

La novedad radica en que ahora parte de la prensa española les señala. En particular, la prensa española recrimina que la Compañía Rafaela Carrasco actúe en el Palacio de Congresos del Kremlin, uno de los principales escenarios de la capital rusa.

Y para ello, acude a lo que en filosofía de la lógica se denomina «contradicción lógica». Porque el propio medio recalca que «ninguna sanción» impide a los artistas españoles actuar en Rusia, pero que «la mayoría», supuestamente, renuncia a viajar allí por cuestiones de «prestigio» o «solidaridad» con Ucrania.

«Es como decir: ‘Si vas, está bien. Pero está mal que vayas’. Es una contradicción lógica de inicio, que plantea que no puede ser que, dándose, se dé a la vez y no», explica a Sputnik Eugenio C. G., profesor de Filosofía en un instituto de enseñanza secundaria de Madrid, que advierte en el señalamiento un planteamiento «maniqueo y simplista».

La Compañía Rafaela Carrasco presenta en Rusia su espectáculo Nocturna, arquitectura del insomnio, una propuesta de «exploración dancística, musical y poética en torno a los grandes motivos y contradicciones que genera la noche vista desde la lucidez y la alucinación de quien vela, de quien vive el insomnio», según reza en su material publicitario. Contactada por Sputnik, Rafaela Carrasco declinó amablemente hacer comentarios sobre la situación creada.

Camuflando el origen

En lo que respecta a las manifestaciones culturales rusas en España, la presión es manifiesta. Lo admite José Luis Checa, director artístico del teatro-estudio Balagán. En conversación con Sputnik, Checa lamenta que se estén creando «barreras en el arte en forma de un nuevo macartismo».

«Como creador, me solidarizo con Rafaela Carrasco. No le pueden afear que actúe en el Palacio del Kremlin, uno de los templos del ballet», declara. «Pero creo que va a regresar más fuerte, igual que su colectivo. Van a estar en contacto con un público y una gente que ama y conoce el arte. Los artistas están por encima de los conflictos».

«Hay que mandar todo nuestro apoyo a las compañías españolas que puedan estar en Rusia. Porque están dando un paso artístico adelante y posicionando un arte que no tiene fronteras», explica Checa a tiempo de añadir que «la devoción, el profundo conocimiento y el gran respeto» del público ruso por el ballet y el arte en general, será, al mismo tiempo, la mayor exigencia y el mejor recibimiento que se dispensará a Carrasco en Rusia.

Devoto de la obra de Antón Chéjov y organizador de certámenes de obras teatrales rusas, Checa también experimenta problemas en su labor. «He tenido que cambiar el nombre de Semana del Teatro Ruso en Madrid por el de Festival Stanislavski, espero que no me lo retiren», afirma al respecto de una de sus iniciativas, «una plataforma de encuentro de toda la cultura eslava».

Por macartismo se entiende la actividad desarrollada entre 1950 y 1956 por el Comité de Actividades Antiamericanas en EEUU. Dirigido por el senador Joseph McCarthy, desató la confección de listas negras y el señalamiento de escritores, actores e intelectuales, son acusaciones infundadas de traición y de simpatizar con la ideología comunista. Víctimas de delación y procesos irregulares, Julius y Ethel Rosenberg fueron ejecutados. Otros muchos acabaron en prisión, despedidos de sus trabajos o en el exilio, como Charles Chaplin, Dalton Trumbo, Edward Dmytryk o Bertolt Brecht.

La censura de la toponimia también alcanza al ballet clásico. La productora teatral Tatiana Solovieva, responsable de traer de gira a España desde hace más de 30 años a los mejores ballets rusos, a figuras históricas de la talla de Maya Plisétskaya o Gediminas Tarandá, y también de llevar a Rusia artistas como Paco de Lucía, confirma los cambios en la denominación de los ballets en aras de no arruinar su contratación.

«Ahora actuamos con nombres discretos. Todas las compañías que vienen, cambian el nombre de ‘ruso’ por ‘internacional’, ‘clásico’ o lo que sea. Pero ninguno pone en su cartel ballet ruso», explica Solovieva a Sputnik, que precisa que las compañías estatales rusas ya no actúan en Occidente.

Sirva a modo de ejemplo el Ballet Clásico Internacional. «Antes se llamaba Ballet de San Petersburgo de Andréi Batálov», apunta Solovieva. Al tratarse de compañías privadas, cada una se registra con el nombre que le parece bien. «Esta misma compañía se llama también European Classical Ballet. Y en Australia y Nueva Zelanda actúan bajo el nombre de Royal Czech Ballet».

Ballet Clásico Internacional
© Foto : Cortesía de Tatiana Solovieva

En este clima de cancelación, que no se replicó en Rusia, desde 2022 se anularon muchos de los espectáculos promovidos por Solovieva a lo largo de toda la geografía española. También se cortaron las charlas de divulgación científica de los cosmonautas rusos.

«Antes, a través de la agencia Roscomos, venían cosmonautas en abril, de manera desinteresada. Venían con sus trajes y daban charlas en el planetario de Madrid. Se prohibió con un veto desde el Ayuntamiento», recuerda Checa. «No actuamos en Madrid desde 2022 y eso que desde 2005 hacíamos todas las temporadas de verano», añade Solovieva.

Además, se dan situaciones kafkianas en las que compañías occidentales interpretan sin problemas a los clásicos rusos e incluso el Ballet de Kiev hace giras con obras de clásicos rusos, aun cuando en Ucrania «está prohibido» hacerlo.

«Hace poco, el Ballet de San Francisco interpretó El lago de los cisnes en el Teatro Real de Madrid», recuerda Solovieva. «Incluso los críticos se permiten escribir cosas como que ‘el público llena el teatro porque necesita el ballet clásico’. Pero ese ballet clásico del que hablan es el ballet ruso, no se atreven a decir la palabra ‘ruso’. Porque los ballets con música de Chaikovski y Prokófiev son ballets rusos», sostiene.

La rusofobia como consigna

El señalamiento de representantes de la cultura y la generación de una atmósfera de caza de brujas revela otra contradicción bañada de «indignidad». Así lo cree el politólogo y autor Pedro Costa Morata, que subraya que España no está en guerra con Rusia y que «no hay ruptura de relaciones diplomáticas».

A su juicio, tales señalamientos son consecuencia de una posición atlantista que ampara la rusofobia. «Y aquí la palabra macartismo vuelve a ser muy adecuada; es un proceso inquisitorial, siempre fraudulento, que no atiende a méritos, donde se opta por un modelo de intelectual o artista y se machaca al otro. Es una confección de la cultura muy cínica y peligrosa», explica Costa a Sputnik, haciendo alusión a los modelos editoriales.

Autor del ensayo ¡Rusia es culpable! Cinismo, histeria y hegemonismo en la rusofobia de Occidente, Pedro Costa afirma que la batalla cultural a la que atienden los señalamientos, no se debe exclusivamente a motivaciones políticas. «Es una batalla que libran asumiendo consignas atlantistas que reciben de la OTAN y EEUU mediante la rusofobia. Combaten todo lo que suponga suavizar las malas relaciones con Rusia».

Las comparaciones son odiosas y nadie jamás planteó en España crítica alguna porque sus artistas cosecharan éxitos en EEUU o el Reino Unido mientras estos países bombardeaban e invadían países de Asia Central y Oriente Próximo. No hubo anglofobia.

«La rusofobia es una consigna desde que la inventaron los británicos durante las guerras napoleónicas y que se fue alimentando a lo largo del siglo XIX. Es de cuño británico y occidental, y es la decisión de que Rusia no es europea, sino oriental. Y, en consecuencia, bárbara», sostiene Costa.

El análisis es compartido por José Luis Checa, que entiende que «la rusofobia de toda la vida» hace aparición producto del «nuevo macartismo» y de una estrategia geopolítica determinada. «¿Por qué en Madrid la Semana del Teatro Ruso, que se ha venido desarrollando con una gran afluencia de público y abierta a todos los países de la antigua URSS, ya no se puede hacer?», denuncia.

Tatiana Solovieva tampoco entiende las críticas a Rafaela Carrasco «por tener éxito en un país culto como Rusia» y califica de «indignante» que el señalamiento se produzca desde medios «presuntamente serios». En opinión de José Luis Checa, no se pueden cortar los canales de enriquecimiento cultural mutuo.

«Cuando en 1982 marché a la URSS a formarme, aquí todavía no había una escuela de arte dramático como Dios manda, no había salas de teatro, solo un páramo heredado del régimen franquista dominado por teatros de vodevil. Al volver, enseñé a mis alumnos toda la riqueza que aprendí», concluye Checa, que teme que el fruto de su labor o la del legado de Ángel Gutiérrez se pueda perder.

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