Elson Concepción Pérez (Granma).— Concluida la II Guerra Mundial, con la nefasta realidad de que más de 55 millones de personas murieron en ella, y que sirvió de escenario para que Estados Unidos lanzara las primeras bombas nucleares contra las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, se pensó en que había llegado la hora de construir un mundo de paz y desarrollo.
Sin embargo, los mismos halcones que utilizaron esos artefactos de destrucción masiva, vieron abierto el camino para el enriquecimiento y el negocio, a partir del chantaje nuclear y el desarrollo de una industria armamentista que pudiera dominar no solo al planeta Tierra, sino también al espacio ultraterrestre.
Fue entonces que en una época llamada de «Guerra Fría», el pensamiento anti guerra fue pasando a ser una utopía, y las grandes potencias emprendieron un desenfrenado desarrollo de las armas nucleares, encabezado por la industria militar estadounidense.
Hoy, la tenencia de armas nucleares se ha extendido a algunos países del llamado Tercer Mundo, que las han visto como la única fórmula de disuasión contra el enemigo mayor que amenaza su existencia.
Según refleja el medio cnn, Rusia tiene 1 822 ojivas desplegadas, Estados Unidos 1 679, China 500, Francia 290, Reino Unido 225, la India 160, Pakistán 170, Israel 90, y Corea del Norte entre 35 y 65 ojivas nucleares.
Es importante recordar que, con la sola explosión de uno o varios de estos artefactos, el mundo llegaría a una etapa de apocalipsis. Quizá, solo por este aterrador motivo, valdría la pena –si es que hay tiempo todavía– detener la locura nuclear y frenar las ansias bélicas de quienes se empeñan en el negocio de la guerra.
Ahora solo se usa como recuerdo aquel primer Tratado sobre Misiles Antibalísticos, más conocido como Tratado abm que, fue el primer acuerdo firmado entre la Casa Blanca y el Kremlin para poner límites a la fabricación, ubicación y alcance de los misiles con capacidad nuclear.
Se le consideró como un acuerdo que mantuvo un frágil equilibrio durante la llamada Guerra Fría. Luego se añadió, en 1974, un protocolo anexo que reducía las zonas de despliegue de armas nucleares.
Sin embargo, en diciembre de 2001, el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, retiró a Estados Unidos de forma unilateral del acuerdo, y el 13 de junio de 2002 se dio por terminado, y la primera potencia mundial inició el desarrollo de nuevos misiles de mayor alcance que le prohibía el tratado abm.
Luego, ambos países concibieron un Tratado sobre fuerzas nucleares de rango intermedio, conocido como inf.
Este Tratado proponía que ambas potencias nucleares renunciaran a todos sus misiles balísticos y de crucero nucleares y convencionales, lanzados desde tierra con alcance de 500 a 5 500 kilómetros.
Por tal motivo, ambos países iniciaron la destrucción de unos 2 692 misiles de corto y mediano alcance.
Otra vez Estados Unidos, en octubre de 2018 y con Donald Trump como presidente, anunció que se retiraría de ese acuerdo.
En este laberinto letal han transcurrido décadas, y la situación, en vez de mejorar, se complica.
Un estudio de la revista Nature Food alerta que una guerra nuclear dejaría un escenario desolador para la humanidad. Provocaría, no solo destrucción masiva y millones de muertos donde se den los impactos, pues las consecuencias llegarían a todo el mundo, además de la radiación y la destrucción, que en mediano y largo plazos provocaría una hambruna letal en el mundo.
Válidas sobremanera son las más recientes afirmaciones del presidente ruso, Vladímir Putin, quien aseguró que «No es Rusia, sino Estados Unidos, quien ha destruido el sistema de seguridad internacional».
Estados Unidos «cometió un error al violar el compromiso sobre la liquidación de los misiles de alcance medio», afirmó Putin, quien recordó que «ese país distribuyó sus sistemas de misiles entre distintas regiones del mundo».