Ya los grandes medios se habían olvidado por completo de Edmundo González Urrutia, quien fuera candidato de lo más rancio de la oposición venezolana en las pasadas elecciones presidenciales del 28 de julio en Venezuela. El veterano político de 75 años ocupó numerosos espacios informativos luego de que, junto a María Corina Machado, capitanearan el intento de desconocer los resultados electorales en Venezuela y colocarse como figuras prominentes en una nueva reedición de la agenda golpista en el país sudamericano.
Los detalles del affaire son todavía recientes. En un sitio web espurio subieron las supuestas actas que acreditaban su victoria, un buen número de las cuales se demostró que eran burdas falsificaciones, y con el apoyo de la mafia mediática internacional y un abundante financiamiento, imitaron la misma agenda golpista del fracasado y olvidado “presidente” Juan Guaidó. Durante varios días bandas armadas intentaron sembrar el caos en las calles de Caracas y otras ciudades del país. El heroico excandidato acabó finalmente abandonando Venezuela rumbo a España el 7 de septiembre pasado.
La intentona parecía agotada cuando en un nuevo, pero no inesperado, giro argumental, la apaleada administración Biden, en la figura de su secretario de estado saliente, Anthony Blinken, le volvió a insuflar nuevos bríos a la agenda recientemente. Primero en declaraciones en la red social X y luego en conferencia de prensa este 20 de noviembre, el jefe de la diplomacia norteamericana afirmó que su país reconocía oficialmente a Edmundo González como presidente electo de Venezuela.
Para explicar este “audaz” paso político dado a casi cuatro meses de las elecciones venezolanas, Blinken declaró que no tiene ninguna relación con el hecho de que la administración Biden se acerque al final de su mandato, sino que dieron “un tiempo” al gobierno de Nicolás Maduro para ver si cambiaba “de posición”.
Para no quedarse atrás, en una declaración conjunta, la ultraderechista presidenta italiana y el indescriptible Javier Milei, reconocieron también al flamante nuevo “presidente” venezolano a nombre de sus países. Otro tanto hizo Ecuador. Por su parte Borrell afirmó que “no está en la mesa” de la Unión Europea reconocer a Edmundo González. Mientras, la dupla González-Machado, envalentonada por los recientes hechos, ya anunció que están preparando una marcha “masiva” dentro y fuera de Venezuela para el próximo 1ro de diciembre. Así mismo aseguraron que el próximo 10 de enero asumirán el poder en Venezuela.
A pesar de la negación de Blinken, este paso dado en los últimos meses de la administración Biden tiene mucho que ver, como todo lo que sucede en estos días en la política de ese país, con la aplastante derrota sufrida por la administración y el partido demócrata a manos de Donald Trump y los republicanos.
El legado político de Biden para su rival parece ser una agudización de los conflictos en varios o en todos los frentes que el imperio norteamericano tiene actualmente abiertos. En ese sentido, hay que leer este paso dentro de la misma línea que la reciente autorización dada a Ucrania para el uso de los misiles ATACMS en ataques al territorio ruso, lo que llevó a Moscú a una revisión y flexibilización de su doctrina nuclear.
Venezuela es, para Estados Unidos, un enemigo estratégico en la región de América Latina. No solo por los vastos recursos naturales que el país posee (aunque sin dudas estos son una parte importante de cualquier cálculo imperial hacia el país), sino también por papel de enfrentamiento activo al imperialismo norteamericano y su sistema de alianzas regionales e internacionales, sobre todo los crecientes y fortalecidos vínculos con rivales contrahegemónicos como Rusia, China e Irán.
El petróleo venezolano puede ser una herramienta de estabilidad económica para un Estados Unidos golpeado por la inflación y la crisis de deuda, pero también tiene el potencial de impulsar y sostener alianzas geopolíticas antiimperialistas de peso, socavando la histórica dependencia de los países de la región a Estados Unidos y abriendo puertas al fortalecimiento de mecanismos multinacionales como la CELAC y los BRICS.
Biden, viejo halcón imperial donde los haya, quiere dejar un legado de mano dura, que por un lado lave el sabor amargo de la desastrosa retirada de Afganistán y deje el recuerdo de un líder seguro, que impulsó siempre los intereses de Estados Unidos con mano férrea y no dudó a la hora de tratar a los enemigos de esa nación. Para ello, su dubitativa agenda en materia de continuar escalando el conflicto que activamente propició en Ucrania o sus licencias para el petróleo venezolano, incluyendo una muy relativa distensión con Caracas, son cuestiones que es preciso dejar resueltas.
Es probable que, derivado del reconocimiento al ilustre Edmundo González, venga una nueva andanada de sanciones, incluyendo la posible revocación de las licencias que hoy permiten a compañías como Chevron operar en el país. Esto puede afectar los precios en el mercado interno norteamericano, sobre todo de los combustibles, golpeando la popularidad del trumpismo, una parte no desdeñable de cuyos electores votó, ante todo, con el bolsillo, creyendo en las promesas económicas del magnate republicano.
Para Venezuela, esta es una señal de los tiempos que vendrán, donde sumado a la cuestión “presidencial”, es probable que con apoyo de la Casa Blanca se intente impulsar una agenda de desestabilización violenta del país, reeditando incluso una nueva versión de la infame Operación Gedeón, esta vez protagonizado por el fundador de la aún más infame compañía de mercenarios Blackwater.
El gobierno y el pueblo venezolano, que sobrevivieron y aprendieron del anterior mandato de Trump, saben del alto costo que tienen estas charadas imperiales para la vida y la tranquilidad de los pueblos, pero tienen también la confianza y la disposición para dar una batalla donde no están solos y de donde, sin dudas, saldrán victoriosos y fortalecidos.
(Al Mayadeen)