La subcultura típica del capitalismo ha difundido a los cuatro vientos aquello de la “movilidad social”. Sólo los tontos no prosperan, o sea, que los que prosperan son personas inteligentes, capaces y tenaces.
Antes los prósperos eran sujetos con nombres legendarios, como Rockefeller, Rothschild o Fulbright. Este último, por ejemplo, fue senador por Arkansas desde 1945 hasta 1974 y el que más tiempo ocupó el cargo de presidente del Comité de Relaciones Exteriores.
Entonces los magnates eran famosos por sus obras de beneficencia, en las que gastaban verdaderas fortunas. Hoy sus nuevos representantes son bien conocidos. Se trata de personajes execrables como Trump, Bezos, Gates o Musk, personajes zafios e ignorantes al más puro “estilo americano”. Son una de las peores lacras del capitalismo.
La trayectoria de Elon Musk ilustra una paradoja del mundo contemporáneo. Al principio era admirado por quienes están embobados por las nuevas tecnologías. Eran los tiempos de Spacex y Tesla. La exploración espacial y el coche eléctrico iban a cambiar el mundo porque, en efecto, hay quien cree que para casi todo hay una solución puramente técnica.
Los primeros que creen en esas bobadas son los propios magnates y los más ignorantes, como Gates, lo proclaman a los cuatro vientos cada vez que tienen una entrevista, lo cual es bastante frecuente.
Sus entrevistas públicas los sacan a la arena política, como a Musk, que pasando por X/Twitter ha acabado en el gabihttps://mpr21.info/los-rothschild-administran-la-deuda-de-ucrania/nete de Trump, dentro del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), que se dedica a optimizar el gasto público.
Pero los magnates promueven la envidia de quienes sueñan con ser igual de estúpidos que ellos, y con Trump la inquina se multiplica hasta límites insospechados. La prensa se ha vuelto en contra los magnates como Trump y Misk, antes venerados y adulados.
El Wall Street Journal carga contra Musk y Tesla porque sus coches eléctricos no son realmente “limpios”. En cinco años la fábrica californiana de Fremont ha acumulado 112 violaciones de las normas anticontaminación, seguidas de 75 nuevas violaciones desde la última llamada al orden.
De repente el periódico ha descubierto que Musk y Tesla no fabrican coches eléctricos por convicciones ambientalistas, que sólo les importan los beneficios. Los magnates no sirven a la humanidad, ni al planeta, ni a la biodiversidad, ni a la limpieza del aire. Es lamentable. No son los arquitectos de un “futuro sostenible”, como proclaman. Lo único que sostienen es el capitalismo.
El escaparate de la excelencia tecnológica de Tesla es la Gigafactory Texas de Austin, donde se produjo un incidente en septiembre: el vertido de 980.000 litros de agua cáustica cargada de hidróxido de sodio en la red de alcantarillado municipal. El coche eléctrico es más de lo mismo. No mejora el medio ambiente, sino todo lo contrario.
El episodio del “Cyber Rodeo” de 2022 ilustra la doble cara de la empresa de Musk: durante el evento publicitario, Tesla ocultó conscientemente la existencia de una cubeta de evaporación de 24.000 metros cúbicos, saturada de ácidos sulfúrico y nítrico, donde descubrieron un ciervo muerto.
La Agencia de Protección Ambiental (EPA) y la Comisión de Calidad Ambiental de Texas (TCEQ) iniciaron una investigación que ha acabado con la credibilidad del proyecto medioambiental de los coches eléctricos Tesla.