La advertencia cortó el aire y despojó a Le Vinh Quán de su aplomo habitual: «señor –urgía alguien desde la puerta de la oficina–, en el almuerzo del visitante ha aparecido una anomalía».
Septiembre consumía su decimocuarta mañana en Dong Hoi, cabecera provincial de Quang Bing, el destinatario del almuerzo de referencia era Fidel, y a esa hora ya recorría la región.
Ante la alerta, Vinh Quán, a cargo de la protección y de los servicios internos del entonces Primer Ministro cubano en Quang Binh, sintió que la ecuanimidad en aquel instante le era tan vital como el aire. Respiró profundo, buscaba una dosis adicional de su aplomo asiático, de su presteza habitual, de su larga experiencia adquirida en delicadas misiones de Seguridad contra la ocupación yanqui.
Junto a su vecina Quang Tri, Quang Binh calificaba como la provincia más «atractiva» para las armas estadounidenses. Nada casual hubo en el despliegue de cuatro divisiones gringas en esa región, donde el agresor improvisó sus luego fracasadas «barreras de (Robert) McNamara». Lo peligroso del escenario le agregaba drama a la señal advertida en el plato que se le preparaba a Fidel.
AL ENIGMA
Con un dispositivo pequeño en la mano y una pregunta inquietándole la cabeza, Lé Vinh Quán llegó a la cocina de la casa de protocolos que aguardaba la llegada del Comandante en Jefe a Dong Hoi; quería palpar con sus ojos la «anomalía» que no lo dejaba tranquilo.
El hombre introdujo el objeto en el plato, luego lo observó. De haber estado sana la comida, el dispositivo adquiriría un color blanco –le explicaría muchos años después a este reportero–, un tono amarillento indicaría anormalidad. «Prevaleció el amarillo, entonces procedimos a elaborar otro plato, y al que estaba hecho lo sometimos a examen de expertos».
Pasadas cerca de cuatro décadas y media, en la misma casa de protocolos que acogió al barbudo cubano en Dong Hoi, Lé Vinh Quán rememoraba lo sucedido. En una habitación pequeña en tamaño y espaciosa en significado, las puertas, las paredes, los muebles, el cielo raso y el piso brillan como los cristales de las ventanas.
Junto a la pared, en paralelo con un ventanal, la cama larga y estrecha «construida de prisa» para Fidel; al lado, pegada a la cabecera, una mesita y sobre ella un retrato del líder cubano. «Pasó la noche en este cuartico», dice Thi Thu Há, encargada de la presentación de reliquias históricas en Quang Binh.
Mas, para sorpresa mía y de la mujer, «no es así», refuta Vinh Quán, «Fidel durmió en otro sitio», asegura que aquí el visitante estuvo apenas unos minutos. Dice que entró para despistar, «yo estaba de guardia en esta ventana, pude ver cómo él se movió para otro local, cuestión de seguridad, cosas de Fidel».
Sonreía el testimoniante al rememorar aquella jornada, pero, 44 años antes la señal encontrada en una comida le aturdió la cabeza. Entonces, el ahora octogenario, no estaba para sonrisas.
¿CUÁNDO?
A esa hora la interrogante era otra en la ciudad de Haiphong, cientos de kilómetros al norte de Quang Binh, donde una multitud aguardaba el presunto arribo del Comandante a la urbe portuaria; ¿cuándo llega?, se preguntaban. Desde bien temprano habían acudido con banderas y flores al sitio –uno de los más castigados por la aviación y las minas yanquis– para esperar al Primer Ministro de Cuba.
Reporteros vietnamitas, junto a colegas de la mayor isla antillana y algunos miembros del equipo de seguridad de Fidel, acompañaban la interminable espera. Prevalecía la ansiedad en Haiphong, y al mismo tiempo Vinh Quán seguía perturbado en Dong Hoi.
Mientras, desde la capital vietnamita las autoridades permanecían atentas. El an 24 en el que viajaron Pham Van Dong y Fidel había partido esa mañana desde un antiguo aeródromo militar francés en Hanoi, hacia un aeropuerto de campaña, maltrecho y durante largo tiempo en desuso, en Quang Bing, a menos de 70 kilómetros de la línea de fuego enemiga.
«Previamente recogimos el armamento en poder de la población que vivía en los alrededores. Las armas eran bastantes; era lógico, librábamos la guerra de todo el pueblo», detalló Vinh Quán antes de revelar cuándo y cómo pudo despejar la cuestión que le preocupaba.
LA OTRA PREGUNTA
La «anomalía» advertida en el almuerzo responsable del sobresalto era más exceso de celo que realidad, a juzgar por el examen de expertos. «Aquí en esa etapa se cocinaba con mecheros, lo que a veces incidía en el color de los alimentos, pero aquel plato era consumible».
Por fin pudo respirar tranquilo Vinh Quán, pero en Haiphong aún bullía el desespero, hasta allá Fidel no pudo llegar y él mismo se encargó de explicarlo después: «inicialmente habíamos pensado una visita más prolongada, pero comenzaron a llegar noticias de los sucesos en Chile, del golpe fascista contra el Gobierno de la Unidad Popular».
«Por los deberes de solidaridad con el pueblo de Chile y por los ataques a la Embajada y a un barco mercante cubano decidimos reducir nuestra estancia en Vietnam».
Fue por eso que Dien Bien Phu, la ciudad de Há Long y otras localidades, entre ellas Haiphong, quedaron fuera de la lista de sitios que visitaría el dirigente cubano. Los vietnamitas, no obstante –y con razonada intención– decidieron no divulgar los cambios en el periplo.
La primera versión del programa se distribuyó intacta, pero la zona recién liberada del sur no aparecía en ella. Desliz no, hubo ingenio, olfateo del riesgo, fue una maniobra para el «despiste» enemigo. Crear un ambiente de credibilidad en torno a las pistas falsas fue parte del andamiaje montado para proteger al jefe de la Revolución Cubana.
Mientras el visitante recorría territorios recién liberados de una tierra marcada por él con su ejemplo, la multitud congregada en Haiphong –se dice– lanzaba la misma pregunta que, repetida 43 años después desde la Plaza de la Revolución en La Habana, desató para el mundo el compromiso de Cuba con su líder eterno: «¿Dónde está Fidel?».