Rodrigo Duarte (Sputnik).— El pasado 16 de diciembre, horas antes de tener que dar a conocer el presupuesto anual —uno de los momentos más esperados y trascendentes del calendario político en Canadá—, Chrystia Freeland, entonces viceprimera ministra y encargada de las finanzas, renunció al Gobierno de Justin Trudeau argumentando «diferencias sobre el mejor camino a seguir» para el país norteamericano.
La funcionaria, hasta hace poco considerada la aliada más leal del primer ministro, dijo además en su carta de despedida que los canadienses «saben cuándo el Gobierno trabaja para ellos, pero también se dan cuenta cuándo estamos centrados en nosotros mismos», un comentario que todos los analistas interpretaron como dirigido a Trudeau.
En el mismo día, la consultora Ipsos, una de las firmas más prestigiosas en materia de sondeos e investigaciones de mercado, publicó un trabajo sobre la visión de los británicos sobre su actual Gobierno, liderado por el ministro laborista Keir Starmer.
Los datos provocaron un terremoto político en el Reino Unido. Starmer, que llegó al poder en julio en una de las victorias más grandes de su partido, era reprobado por el 61% de los ciudadanos, el número más alto de rechazo para un gobernante que lleva menos de 6 meses en el poder.
Un «año terrible» para el G7
Si bien la gravedad de estas dos situaciones es distinta, tomadas juntas reflejan una tendencia más amplia de malestar que es clave para entender el «año terrible» que han tenido los gobiernos que integran el foro internacional conocido como el G7, con la única excepción de Italia, algo irónico considerando la histórica reputación del país de la península como el más inestable del grupo.
De los siete gobiernos que conforman la asociación (que también incluye, nominalmente, a la Unión Europea), seis enfrentaron derrotas electorales este año, ya sea en comicios generales (tal fue el caso del presidente Joe Biden, de EEUU, quien ni siquiera pudo presentarse a su reelección y fue reemplazado a último momento por su vicepresidenta, Kamala Harris), elecciones parlamentarias (la doble derrota de Macron en las europeas y las legislativas o la caída de Scholz también en las elecciones de la UE, preámbulo a la caída de su Gobierno posteriormente en diciembre) o votaciones distritales (los comicios en Toronto-St. Paul’s, bastión liberal, donde el partido de Trudeau fue derrotado).
Por si esto fuera poco, la histórica derrota del entonces primer ministro Rishi Sunak ante Starmer en las elecciones generales hizo poco para calmar la ansiedad de los votantes británicos, que en apenas unos meses le dieron la espalda mayoritariamente al líder laborista, fuertemente golpeado por un escándalo vinculado a lujosos «regalos» recibidos por él y su familia de parte de empresarios locales.
De manera similar, el flamante primer ministro japonés Shigeru Irushia buscó consolidar su poder llamando a elecciones anticipadas. ¿El resultado? La pérdida de la mayoría parlamentaria de su partido, que registró uno de los peores desempeños electorales de su historia y una coalición gobernante a la que pocos le dan chances de sobrevivir el 2025.
«Un cambio de época»
Para Samuel Losada, internacionalista egresado de la Universidad de Belgrano, el fenómeno es «más que una serie consecutiva de derrotas electorales es un cambio de época», reflejando la creciente insatisfacción por una clase política percibida como inefectiva y solo ocupada en gobernar para las minorías poderosas.
«De la misma forma que la caída del Muro de Berlín hizo que algunos dijeran que se había llegado al fin de la historia y el capitalismo neoliberal fue declarado ganador, ahora podemos decir que en el 2024 quedó claro que ese modelo político implantado por Washington, y que sirve principalmente a su interés, ya no es popular ni siquiera entre los ciudadanos de EEUU o sus países aliados», señala el experto.
Aunque Losada aclara que la situación política en cada país tiene elementos propios, como lo pueden ser los fracasos en materia económica de la Administración Biden en EEUU o los aumentos de precios energéticos en Alemania —que derivaron en un desplome de su industria, causados por la decisión de dejar de comprar gas ruso por el conflicto en Ucrania—, el balance general es que la visión belicista y donde un puñado de corporaciones multinacionales marcan la agenda, característica de los países del G7, ha sido rechazada de manera categórica por el electorado.
«Lo que se ha dado en llamar centrismo neoliberal, esa mezcla de corporativismo ultra-concentrado, injerecismo en el tablero mundial y un poco de agenda social progresista para maquillar las renuncias a la búsqueda de un mundo más equitativo y la sumisión a las elites, se ha revelado como la solución injusta e inservible que es, lo que explica la popularidad de líderes como Donald Trump en EEUU, que está a punto de regresar al poder de la mano de una agenda nacionalista y crítica de la política exterior del Pentágono», indicó Losada.
En ese sentido, el especialista ve que numerosos políticos en los países del G7 han tomado nota de este rechazo de la población al status quo, lo que explica el corrimiento de las políticas impulsadas por mandatarios como Biden, Trudeau o Scholz de parte de nuevos partidos y figuras emergentes.
«Biden, que ha estado casi ausente la segunda mitad de su mandato, dejará en apenas días el poder y a Trudeau, Scholz y Macron, que son muy impopulares, les queda poco al frente de sus gobiernos. Por lo que pronto veremos un recambio de mandatarios que de seguro habrán aprendido la lección. Una lección que se puede resumir de esta manera: si no te aseguras que tu economía esté bien y no logras controlar la inflación y si, por el contrario, te dedicas a financiar conflictos internacionales mientras tu población no puede pagar la calefacción o ir seguros por la calle, lo más posible es que vayas a perder las siguientes elecciones», concluye.