Julio Martínez Molina (Granma).— La serie mexicana El secreto del río (Netflix, 2024) es una oda a la fraternidad y al entendimiento entre los seres humanos.
Representa un canto a la amistad que, además, funciona en tanto exhortación a la convivencia armónica, por arriba de las diferencias de identidad de género u otras divisiones impuestas por la convención.
La afinidad afectiva de los niños Manuel (lo interpreta la pequeña Frida Sofía Cruz) y Erik (Mauro Guzmán) se fortalece tras compartir ambos las duras vivencias del intento de violación del primero por parte de un hombre, y la posterior muerte accidental de ese sujeto.
Manuel tiene cuerpo de varón, pero no se siente como tal. Responsabilizarse con la necesidad y la decisión de actuar, sentir, pensar y asumirse en base a una identidad femenina implicará recibir el castigo que siempre arrostra el diferente, expresado en el acoso escolar o en el desprecio de algunos adultos, como el padre de Erik.
Por fortuna, Erik no será permeado por la homofobia e intolerancia de su progenitor. En cambio –con una valentía algo difícil de comprender en un entorno cultural tan conservador y machista–, se convertirá en el soporte vital de Manuel, en su compañero de aventuras, en alguien que compartirá sus alegrías y penas, como la pérdida de su madre.
Manuel también cuenta con la comprensión de su abuela y de Solange (asumida por la artista transgénero llamada La Bruja de Texcoco). El personaje representa a las muxes –del Istmo de Tehuantepec, en el estado de Oaxaca–, una comunidad que desafía las normas de género tradicionales y que el guionista Alberto Barrera y el director Ernesto Contreras visibilizan desde el respeto, bajo un enfile antropológico.
El secreto del río se construye desde dos grandes planos temporales: el de la infancia y el de la juventud de los dos personajes centrales. Tras largos años fuera, Manuel regresa al pueblo. Hecha su transición y ahora nombrada Sicarú (la interpreta la modelo y actriz transgénero Trinidad González), se reencontrará con Erik (Diego Calva asume al personaje adulto). Al principio, sentirá cierta hostilidad suya; aunque luego la amistad que los unió desde bien pequeños se impondrá.
Muy sobremusicalizada, redundante en sus planteos y proclive a la manipulación emocional, la serie suele caminar pegada al despeñadero del melodrama, pero lo que la salva de caer en el abismo de la lágrima telenovelesca es el calado –en guion e interpretación– de los personajes centrales: de niños y de mayores.
Fuera de la impostura, la sobrecarga y la afectación dramáticas del folletín, los fotogramas de la serie transpiran candor, ternura y verdad, al atestiguar las circunstancias de ambos. Los apoya la selección de reparto, certera aquí, a diferencia de otros títulos locales de Netflix, que procuró actores que cumplen en todos los aspectos, incluido el físico.
Como el grueso del ideario de la serie se remacha durante la tautológica segunda parte –la de la juventud–, este comentarista se decanta sin dudarlo por el segmento, muchos menos cargado, de los cuatro episodios iniciales, cuando los pequeños retozan, corren, ríen y también sufren incomprensiones e injusticias en el pueblo oaxaqueño.
Son tales instantes, alimentados de encanto y nobleza, en los que se afirmará el sentido de comprensión, apoyo y hermandad que los conectará en lo adelante: el verdadero secreto de Manuel y Erik.
